Tradicionalmente en el imaginario occidental la cerámica japonesa ha estado eclipsada por la fama de la cerámica china. Si bien es cierto que en el desarrollo de la cerámica de Japón son constantes las influencias y contactos con el continente, esta mantuvo siempre una originalidad y personalidad claramente diferenciadas. Dicha originalidad se mantiene sobre todo en algunos tipos, a pesar de la fuerte influencia china, llegada de manera directa o a través de Corea.
Hagamos ahora un breve recorrido por su historia. Al menos desde el 7.000 a. C. aparece la cerámica llamada Jômon, cuyo nombre significa “marcado por cuerdas”, haciendo alusión a un motivo decorativo conseguido al apretar una cuerda sobre la superficie de la pieza. Esta cerámica fue producida sin interrupción hasta el siglo III a.C., por lo que probablemente sea el ejemplo de cerámica que durante mayor tiempo continuado se estuvo realizando. Hacia el siglo III a. C. llega del continente asiático el tipo llamado Yayoi, desembarcando al mismo tiempo que la agricultura. Reciben su nombre por el barrio de Tokio donde se descubrieron las primeras piezas en 1895. Esta cerámica a nivel decorativo es más simple que la anterior y como ella carece de cubiertas y esmaltes. Ambas cerámicas tienen en común que para su producción no se utilizaba el torno.
Durante la época Nara (645-794) llegaron a Japón los esmaltes polícromos, por influencia del estilo “tres colores” de la China de los Tang (618-907) y fue tan bien imitado que a veces es difícil discernir si se trata de piezas autóctonas o importadas.
Durante el final del período Heian (794-1185) y los períodos Kamakura (1185-1333) y Muromachi (1333-1573) tiene lugar un hito clave en la historia de la cerámica japonesa, los llamados Seis Hornos Antiguos, es decir, Seto, Tokoname, Shigaraki, Echizen, Tamba y Bizen. De todos estos centros, solamente en Seto se produjo cerámica vidriada, los demás se caracterizaban por unas piezas cocidas a alta temperatura, enormemente resistentes y bien adaptadas al uso diario de la vida doméstica. La producción de estos hornos se difundió por todo el territorio japonés, pero especialmente abastecían a la zona de Kioto y a la región de Kanto, que comprende los alrededores de la actual Tokio.
En el período Momoyama (1573-1614) nos encontramos con la edad de oro de la cerámica japonesa, coincidiendo con la expansión y definitivo triunfo de la ceremonia del té. El principal centro alfarero era la región de Mino y de entre todas sus producciones las más apreciadas por los estetas japoneses son las llamadas Shino, con cubiertas feldespáticas blancas, más o menos opacas, que traslucen con distinta intensidad el tono rojizo de la pasta cerámica y cuya originalidad las aleja de cualquier parecido con ejemplos chinos o coreanos. Junto a los Shino, las otras cerámicas representativas del período Momoyama son las Oribe, que deben su nombre al samurai maestro en la ceremonia del té Furuta Oribe. Era habitual que los maestros del té se interesaran por las vasijas cerámicas que intervenían en la ceremonia y solían inspirar y dirigir sus tipos y decoraciones. La influencia de Oribe trascendió Mino y se extendió por otros centros alfareros como Bizen y Karatsu. Los productos Oribe se caracterizan por la originalidad de las formas, a menudo cuadradas y angulares, que hoy resultan tan sorprendentemente modernas. Existen once tipos de este estilo, entre los que destacan los Oribe verdes, llamados así por el predominio del óxido de cobre, y los Oribe rojos, con decoraciones pintadas en pardo ferruginoso sobre la cubierta feldespática que vela la arcilla roja.
A finales del período Momoyama, la invasión de Corea promovida por el shogún Hideyoshi, durante los años 1592 -1598, aportó a Japón la llegada de alfareros coreanos prisioneros, que fundaron los centros como los de Karatsu, Satsuma y Hagi. Lógicamente estas producciones están muy influenciadas por la cerámica coreana. La famosa manufactura de Satsuma fue fundada por un grupo de alfareros coreanos, traídos por el señor Shimazu Yoshihiro. En Japón como en la Europa del siglo XVII, era corriente el establecimiento de centros cerámicos por los grandes señores, en los que los secretos de la fabricación se guardaban celosamente, lo que no siempre impidió su difusión. La celebridad de la loza de Satsuma se debió a su suave arcilla blanca con cubierta finamente craquelada y decoración esmaltada en oro, denominada “brocado de oro”.
Fue en Hizen y en la región de Arita, donde por primera vez se fabricó la porcelana en Japón; esto ocurrió en el año 1616, ya en el período Edo y por obra del coreano Ri Sampei, que descubrió allí el caolín. De hecho, aunque continuó la producción de cerámica tradicional, fueron cada vez más numerosos los hornos que se dedicaron a la porcelana, siguiendo técnicas y estilos chinos y coreanos, aunque con una innegable personalidad propia. Si bien fue un coreano el introductor de la porcelana en Japón, fue el japonés Sakaida Kakiemon quién primero consiguió la decoración polícroma sobre cubierta, unos treinta años después del descubrimiento de Ri Sampei y también en Arita. De generación en generación los Kakiemon siguieron con la decoración que lleva su nombre y que constituye uno de los mayores exponentes de la cerámica japonesa. Su éxito en Europa fue extraordinario durante el siglo XVIII, hasta el punto de ser copiada literalmente en las principales manufacturas de porcelana.
Otro estilo de decoración de la porcelana de Arita es el llamado Imari, nombre del puerto en que se embarcaba en grandes cantidades hacia Europa, donde debido a su aspecto lujoso y su decoración exótica, era mas apreciada que en Japón.
Aparte de las Kakiemon, las más exquisitas e incluso minoritarias y preciosas porcelanas japonesas son las de Nabeshima, con decoraciones en azul bajo cubierta, a veces en combinación con esmaltes polícromos sobre cubierta. Esta manufactura fue fundada por Katsushige, jefe del clan de Nabeshima, en Iwayakawachi, en el 1628, y se destinaba al uso interno de la familia del noble y como presente para otros señores.
Otro importante centro de fabricación de porcelana es el de Kutani, cuyos orígenes no se conocen con exactitud. Su pasta es a menudo grisácea y defectuosa, pero la calidad de sus esmaltes resulta inimitable y sus decoraciones están llenas de fuerza y vitalidad.
Al margen de los grandes centros alfareros hay ceramistas que crearon obra personal, marcada por el signo de la individualidad. Durante los períodos Momoyama y Edo trabajan en Kioto una serie de esos artistas. Destacan especialmente Ninsei, que llegó allí a mediados del siglo XVII y cuyas obras, son clasificadas por el Estado Japonés como Tesoros Nacionales, y Kenzan, nacido en 1663 y hermano del pintor Korin, cuya producción se caracteriza por incluir plantas, flores y pájaros como motivos decorativos para la cerámica.
Resulta imposible cuantificar la influencia que la estética japonesa, especialmente la cerámica, ha determinado sobre el mundo del arte, especialmente entorno a la abstracción, la apreciación del material y de los acabados. En definitiva, esta influencia puede calificarse como decisiva en el desarrollo del arte contemporáneo occidental.