El año 2015 ha legado al cine una de las películas más valientes de su historia. Taxi Teherán (Taxi) es el resultado de una lucha sin descanso por ejercer el séptimo arte, capitoneada en este caso por el director iraní Jafar Panahi. Conocido por ser uno de los cineastas más influyentes de la nueva ola iraní, en 2009 fue detenido y encarcelado, confirmándose en 2010 su condena a seis años de cárcel y veinte de inhabilitación para hacer cine, viajar al extranjero o conceder entrevistas.
Entre sus obras destacan El globo blanco (1995, Badkonak-e Sefid), que recibió entre otros el Premio de la Cámara de Oro del Festival de Cannes de 1995; El círculo (2000, Dayereh; León de Oro en el Festival de Cine de Venecia del año 2000) o Esto no es una película (2011, codirigida con Mochtabá Mirtahmasp), cuyo preestreno en España tuvo lugar en el Museo Nacional Reina Sofía.
Pese a las difíciles circunstancias en las que se encontraba, Panahi siguió haciendo cine, y no solo eso, sino que continuó siendo uno de los cineastas actuales más reconocidos y premiados en el panorama internacional (con Taxi Teherán consiguió alzarse con el Oso de Berlín y el Premio FIPRESCI de la 65ª edición de la Berlinale).
En esta ocasión Panahi sorprende al mundo con un documental, o mejor dicho, un falso documental, que retrata el drama social que vive hoy en día la ciudad iraní de Teherán. A través de una cámara colocada en el salpicadero del coche, el propio director se erige como conductor del taxi yguionista de la trama que en él discurre. Recorriendo las calles de la capital, acoge en su vehículo todo tipo de pasajeros, desde un hombre que confiesa ser un ladrón, hasta la propia sobrina del cineasta. Durante el trayecto, Panahi va entrevistando a los viajeros, creando un retrato sórdido y crítico, aunque al mismo tiempo realista, de la sociedad iraní.
Uno de los mayores méritos que atesora este largometraje es su capacidad de mostrarse creíble, o lo que es lo mismo, tratar unas situaciones completamente ficticias como unos hechos verídicos. La naturalidad que desprenden cada una de sus escenas logra que el espectador empatice con la situación narrada, en muchos casos impregnada de un duro dramatismo. Se trata por otro lado, de una película en la que no merece la pena detenerse a analizar sus recursos técnicos (bastante irrelevantes además).
La sencillez y la maestría de la misma hacen que el peso recaiga en el propio guión, así como en los personajes que lo llevan a cabo. Resulta curioso comprobar cómo el director, dado el secretismo con el que tuvo que llevar a cabo este proyecto, prescinda de los títulos de créditos finales, en un alarde de generosidad por mantener el anonimato de los intérpretes (todos ellos actores y actrices no profesionales entre los que se encuentra, como ya se ha señalado, su propia sobrina).
Sin duda lo que el espectador va a encontrar en Taxi Teheránes, en definitiva, aquello que el director se planteó desde el principio: retratar, de la manera más realista posible, la sociedad iraní, con todas sus limitaciones, miedos y anhelos. Y es que el taxi de Panahi es más que un coche. Se trata de un verdadero altavoz del que surgen todo tipo de opiniones y puntos de vista; puesto que lo importante, en este caso, es poder expresarse libremente. Con esto, no solo se denuncia la falta de libertad ideológica presente en la sociedad iraní, sino también la fuerte censura. Todos estos rasgos convierten el documental en una obra de obligado visionado, sobre todo para todas aquellas personas inquietas que quieran conocer, en mayor profundidad, el día a día de la fascinante ciudad de Teherán.
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