En el presente artículo querríamos presentar un serie de coproducciones que tuvieron lugar entre España y Japón en los años ochenta no demasiado conocidas por el público general, pero que forman parte de un capítulo en la historia del cine español que suele olvidarse, probablemente por estar inscritas en un género por desgracia infravalorado: el fantástico. Sin embargo, resulta fascinante conocer la historia que las movió y, sobre todo, a su máximo responsable: el cineasta Paul Naschy.
Paul Naschy (1934-2009) fue el seudónimo artístico de Jacinto Molina, uno de los máximos representantes del cine fantástico y de terror español desde finales de los sesenta hasta principios de los ochenta, lo que se ha dado en llamar en ocasiones fantaterror español. Aunque trabajó antes y después, englobamos el grueso de su producción en esos años, como la de otros cineastas de su época que trabajaron el fantástico. Fue actor, director y guionista, pero sobre todo trabajador incansable. A él le debemos el inicio del género terrorífico en el cine español (al menos de manera continuada) con La marca del hombre lobo (Enrique López Eguiluz, 1968), en la que participó como guionista y actor protagonista interpretando a uno de sus personajes más queridos y que más veces llevó a la pantalla: el hombre lobo Waldemar Daninsky. No sin motivo es también conocido como el Lon Chaney español, título merecido por la gran cantidad de veces que interpretó al hombre lobo.
Su llegada al mundo del cine fue fortuita. Aunque se inició en el boxeo, pronto descubrió su pasión por la halterofilia, disciplina en la que destacaría llegando a ser campeón de España de pesos medios en 1958. El título le llevó a participar en el Campeonato del Mundo celebrado en Viena en 1961, donde quedó el sexto en el ranking europeo y el octavo en el mundial. Estuvo a punto de participar en los Juegos Olímpicos de Roma, a los que no pudo acudir por una lesión, y en los de Tokio, en los cuales se clasificó pero debido a una irregularidad no pudo participar. En estos años es cuando conocerá a dos deportistas cuyos nombres serán fundamentales en su carrera: Waldemar Bachanovsky e Imre Nagy.
El físico que consiguió como deportista le sirvió para abrirle las puertas al mundo del espectáculo, donde primero trabajaría como extra. Su primer papel como figurante fue en Rey de Reyes (Nicholas Ray, 1961). Aunque su deseo inicial era convertirse en decorador, terminó siendo el chico para todo en algunas producciones de estos años.
Tras estas experiencias, Jacinto Molina, inspirado en las películas de terror de la Universal que veía de niño, escribió un guión que primero tituló Licántropo, pero que terminará modificando para llamarse La marca del hombre lobo para evitar problemas de derechos de autor. Buscó apoyo en personalidades como Enrique López Eguiluz, a quien le pareció imposible de rodar, y con Amando de Ossorio, de opinión parecida. A pesar de todo, Enrique López Eguiluz contactó con Atlas, una productora alemana interesada en el proyecto. Para la parte española de esta coproducción se contó con Maxper Producciones Cinematográficas. Como era esperable, el guión chocó con la censura y fue rechazado hasta que no se eliminasen ciertos elementos de la trama y se trasladase la acción a otro país.
Hacemos un pequeño inciso para señalar que en las películas de género fantástico y de terror español de los años que seguirán a La marca del hombre lobo esto es algo de lo más natural. Las acciones tienen lugar en países lejanos y/o en tiempos pasados, y de esta manera no se establece ninguna conexión con la España del momento. Las películas debían parecer extranjeras y esto hace que el cine de terror español de esta época no pudiera encontrar un desarrollo propio y se basase en imitar modelos extranjeros. Siendo simplista, en cuanto a argumentos solía usarse a los monstruos clásicos de la Universal y en cuanto a modelo de producción, a la Hammer Productions. Normalmente se rodaban en inglés o eran dobladas, además se usaban actores extranjeros y españoles a los que en ocasiones se les cambiaba el nombre para hacerlos más internacionales, caso de Bárbara Rey convertida en Barbara King en La noche de los brujos (Amando de Ossorio, 1973). Este hecho tiene relevancia hoy en día ya que a veces, al ser coproducciones ambientadas en países extranjeros, la nacionalidad de las mismas se pone en duda por los que se inician en el cine de terror español. Es habitual si vemos comentarios de cinéfilos por internet que las confundan con películas italianas, ya que el cine de terror italiano de esta época se desarrolla de manera muy destacada y prácticamente en paralelo.
Este paréntesis sirve para explicar las razones que movieron a Jacinto Molina a cambiar el nombre a su hombre lobo José Huidobro, que pasó a ser el polaco Waldemar Daninsky (recordemos a Waldemar Bachanovsky). Los problemas surgieron cuando, elegidos todos los personajes, nadie parecía encajar para hacer de protagonista. El físico de Molina, una vez más, hizo que los alemanes se fijasen en él y le pidieron que interpretase a Waldemar. Aunque al principio se mostró reticente, terminó aceptando. Su nombre, sin embargo, fue otro problema. A los alemanes el nombre de Jacinto Molina no les parecía lo suficientemente internacional para que figurase en los carteles de la película (el cine español no era bien visto al exterior), así que Jacinto Molina se renombró Paul Naschy: Paul por el Papa Pablo IV que salía en una portada del ABC que tenía Jacinto en el salón y Naschy por el levantador de pesas Imre Nagy, a quien germaniza el apellido.
A partir de esta película, el género se asentó definitivamente en España dando lugar a todo tipo de producciones de calidad desigual que tenemos que entender dentro de un marco muy concreto e irrepetible. Paradójicamente este tipo de cine de subgéneros tuvo cabida dentro de la dictadura franquista y con la caída de la censura, en lugar de revitalizarse, sufrió un duro golpe del que tardaría en recuperarse. Salvo brillantes excepciones, de las que sólo citamos ¿Quién puede matar a un niño? (Narciso Ibáñez Serrador, 1976) y el estreno de Jacinto Molina (ahora sin el seudónimo) como director en Inquisición (1976) y posteriormente en El huerto del francés (1977) y El caminante (1979), la Transición supuso en España el declive del género, aunque se siguió produciendo. Ironías del destino, pero hay una explicación y es que al género fantástico le surgió un poderoso competidor: el cine erótico. Si ya las películas de terror estaban cargadas de erotismo, en este momento las reglas del género se contaminaron de softcore buscando espectadores.
Por cerrar el círculo, señalamos que si durante la Transición se inició el declive, el golpe de gracia definitivo tuvo lugar en los ochenta, por dos causas fundamentales. Como sustituto de la Dirección General de Cinematografía se creó el Instituto de la Cinematografía y de las Artes Visuales (ICAA). Con Pilar Miró al frente se impulsó el cine de autor persiguiendo un cine español de calidad mediante un Real Decreto en 1983, pero por el cual el cine de subgéneros quedó inevitablemente apartado del interés estatal. Además, la televisión y la aparición del video doméstico fueron un duro golpe para las salas de cine a las que acudían los espectadores. El género fantástico solía presentarse en sesiones dobles, fenómeno que finaliza en ese momento.
Con semejante panorama casi no hace falta formular la pregunta: ¿por qué en los años ochenta se produjo un hecho tan insólito como fueron dos coproducciones hispano-japonesas? Y en género fantástico, para más señas. Paul Naschy, a pesar de haber dado el salto a director con éxito, vivía la decadencia del género en el que había trabajado. La actriz Julia Saly, compañera de rodaje del cineasta, le presentó a Masurao Takeda. Este encuentro es fundamental y sin él no se entienden los trabajos que Paul Naschy llevó a cabo con Japón. Gracias a Takeda, una editorial (Diamond Publishing) le encargó una serie de documentales para la televisión japonesa que tenían como objetivo un mayor conocimiento de la cultura española. Si de la financiación se encargó la editorial, la productora es Dálmata Films, creada, entre otros, por Paul Naschy y Masurao Takeda. El gran interés por este documental hizo se le encargasen otros tres, en total son: La historia de España a través del Palacio Real de Madrid, El museo del Prado (en 1982 el gobierno japonés la reconoce como Película cultural del año), El monasterio del Escorial y Las cuevas de Altamira y la prehistoria en Cantabria. Algunas de las imágenes de estos documentales son de gran interés histórico, por ejemplo, las tomadas del pudridero de El Escorial o la de las cuevas de Altamira. Por desgracia, estos documentales sólo se pueden ver en Japón.
Tras esta experiencia, conoció al productor japonés Hideo Sasai, que estaba dispuesto a producir con la Hori Kikaku Seisaku un guión de Naschy titulado en un principio The pig, luego El carnaval de las bestias (1980, estrenada en España en 1985), primera película de ficción coproducida entre España y Japón. La idea original se vio algo alterada, teniendo que cortar 30 páginas del guión inicial. El director habla en esta película acerca de la maldad del hombre, idea que trabaja a menudo en su filmografía. La película se rodó en España, mayormente en Lozoya del Valle, y en Japón, en el lago Hakone. Nos cuenta la historia de Bruno Rivera, un mercenario en el Japón actual quien, tras efectuar el robo de unos diamantes, traiciona a los que le habían contratado. Aunque huye a España, ellos consiguen encontrarle y su antigua amante le hiere de gravedad. Un médico y sus hijas le recogen para curarle en una casona, sin saber el terrible destino que le espera por parte de sus supuestos protectores.
Animados por el estreno de esta película, Dálmata Films se lanzó a rodar en España y produjo en solitario El retorno del hombre lobo (1980), otra entrega del hombre lobo Waldemar Daninsky. Para León Klimovsky, esta fue la mejor película del personaje creado por Naschy. En estos años también participó como actor en Misterio en la isla de los monstruos (Juan Piquer Simón, 1981), Buenas noches, señor monstruo (Antonio Mercero, 1982) y La batalla del porro (Joan Minguell, 1982). Como director, guionista y actor realiza Latidos de pánico (1983) con Acónito Films. Todas las citadas son producciones españolas, pero las nombramos para situarnos en el tiempo y hacernos idea de lo rápidos que eran los rodajes, que se sucedían unos a otros y a veces incluso se desarrollaban simultáneamente.
Volviendo a las coproducciones con Japón y antes de entrar a hablar de La bestia y la espada mágica (1983), queremos simplemente señalar que el cineasta también realizó trabajos para la televisión japonesa. Hizo anuncios (él menciona dos, uno de bolígrafos Bic con Julia Saly y otro de comida rápida), pero también series televisivas. En estas series rodó con actores japoneses famosos, como Shigeru Amachi, Toshiro Mifune o la idol Yoko Minamino. En una de las biografías de Paul Naschy señalan los siguientes títulos de series rodadas a principios de los ochenta: La tercera mujer, La espada del samurái y El dragón negro[1]. También realizó un documental titulado Infierno en Camboya y participó en 1979 en la película White love (Howaito Rabu, Shusei Kotani).
Después de rodar Latidos de pánico, Paul Naschy y Masurao Takeda volvieron a Japón para iniciar el rodaje de una nueva película. Bajo el título de La bestia y los samuráis, Paul Naschy quería recuperar a su emblemático personaje, el hombre lobo Waldemar Daninsky, a quien trasladó al Japón del siglo XVI. Contactan con el actor Shigeru Amachi, que aceptó coprotagonizar y coproducir la película junto con Acónito Films a través de su productora, Amachi Films. Como es habitual en este tipo de películas, la idea original sufrió algunos cambios, pero gracias a Shigeru Amachi consiguieron rodar parte de la película en los estudios de Toshiro Mifune. En esta cinta de la saga del hombre lobo, Waldemar Daninsky busca cura a su licantropía, enfermedad producida por una maldición que cayó en su familia, lo que le hace trasladarse a Japón en busca de un sabio que podría curarle: el samurái y mago Kian (Shigeru Amachi). En esta entrega, las tradicionales balas de plata o la cruz de Mayenza (también de plata, que Paul Naschy crea para sus películas como arma contra el hombre lobo) son sustituidas por una catana fabricada en este metal al que los hombres lobo son vulnerables.
Es interesante señalar que Paul Naschy intentó aproximarse a la cultura japonesa con su personaje, acercando al hombre lobo Waldemar Daninsky al ôkami japonés desde el maquillaje. Para ello acudió a ver teatro kabuki que le sirviera de inspiración para conocer de primera mano la tradición japonesa. Además resultaba tan llamativo que un occidental estuviera en Japón rodando películas de samuráis, que Paul Naschy recuerda el día que fueron a rodar en exteriores y había tanto público esperando para verlo en acción que se quedó momentáneamente en blanco. Masurao Takeda acudió al rescate y entretuvo al público hasta que el director pudo solventar la situación y luego siguieron rodando sin problemas.[2] Por contar otra pequeña anécdota de esta película, el día del estreno estaba Akira Kurosawa presente, le felicitó por la película y llegó a regalarle un casco de samurái.
Aunque esta es la última coproducción que realiza con Japón, queremos señalar que su siguiente película, El último kamikaze (1984) fue fruto de muchos acontecimientos vitales del autor, entre ellos sus trabajos con el País del Sol Naciente. De hecho, según cuenta Naschy, en Japón llegó a tener un breve encuentro con la yakuza[3], pero eso ya es otra historia. En cualquier caso, después del éxito que tiene en el extranjero llegó a España para enfrentarse con un país que rechaza el género fantástico. Como decíamos anteriormente, no será hasta años después cuando se recuperen las producciones en este género de manera más regular, aunque él seguirá trabajando.
Aún así, resulta interesante comprobar con este caso, como con otros de la filmografía de Paul Naschy, que estas películas eran mejor aceptadas fuera de nuestro país y él recibió antes el reconocimiento por toda su carrera en el extranjero que en España. Será especialmente desde finales de los noventa pero sobre todo a partir del año 2000 cuando se recupere a todos estos profesionales del cine fantástico español, no sólo en libros especializados, sino también en revistas y blogs. Desgraciadamente el género fantástico es un género infravalorado sistemáticamente y en el caso del español con más fuerza si cabe. Debemos intentar no hacer juicios de valor basados en los criterios actuales que tenemos para medir la calidad de las películas y entenderlo como un suceso único e irrepetible del cine de nuestro país. No debemos olvidar que los directores eran auténticos hombres orquesta (ha quedado suficientemente claro con Naschy), para bien y para mal. Los presupuestos no eran elevados y la censura miraba con lupa cualquier exceso que se disfrazase de cine de género. Las ideas iniciales de los directores se modificaban como hemos visto, así que a veces el proyecto tiene poco que ver con lo que hoy podemos ver en pantalla.
Hay una gran cantidad de elementos a los que tenemos que atender para juzgar estas películas. Quizá lo más interesante que deberíamos tener en cuenta y que suele olvidarse es que es un fenómeno que empezó durante la dictadura y se desarrolló a finales del Franquismo, aunque parezca paradójico. Debemos entenderlo dentro de la política aperturista que pretendía el régimen, momento en el que se dio mayor libertad a ciertos contenidos en el cine, pues sin ello este tipo de películas hubiera sido imposible. Recordemos cuando hablábamos antes de La marca del hombre lobo y de Enrique López Eguiluz, que luego dirigiría la película, y de Amando de Ossorio, ejemplo muy destacado dentro del cine fantástico y de terror español en la década de los setenta, especialmente por su famosa saga templaria, que decían que este género era imposible de rodar en España.
En el año 2009 se publicó un libro en Japón sobre Paul Naschy y anteriormente se había publicado otro sobre Jesús Franco. Aunque este libro está sólo disponible en idioma japonés nos sirve para hacernos idea de la huella que dejó allí este cineasta y sirve como testigo de estas interesantes coproducciones llevadas a cabo entre estos dos países.
Esperamos que este breve artículo sirva para dar a conocer estos títulos y contribuya a revalorizarlos. No es un episodio muy conocido de la historia del cine en nuestro país, pero no deja de resultar cuanto menos chocante que en aquellos años se produjesen estas colaboraciones entre España y Japón y por supuesto que sirva también para hacernos reflexionar sobre el impacto que han tenido estos cineastas en el extranjero y el reconocimiento tardío en el que aún estamos inmersos en nuestro país.
Para saber más:
Notas:
[1] Agudo, Ángel; Gómez, Ángel. Paul Naschy: la máscara de Jacinto Molina. Vilagarcía de Arousa (Pontevedra), Scifiworld, 2009. p. 251.
[2] Agudo, Ángel; Gómez, Ángel. Paul Naschy… op. cit. p. 249.
[3] Agudo, Ángel; Gómez, Ángel. Paul Naschy…, op. cit. p. 239