No es habitual que una producción de las características de Tanna llegue a la carrera final de los Oscar. Rodada en dialecto kwamera, hablado únicamente en el sur de la isla de Tanna, en Vanuatu, por menos de 3000 personas, nos presenta una historia de amor imposible entre dos jóvenes de la tribu Yakel.
Tampoco es inaudito que países angloparlantes aprovechen las producciones minoritarias rodadas en diferentes lenguas autóctonas o en peligro de desaparición para asegurarse premios y nominaciones; de hecho, desde 1996, Australia ha enviado a la categoría de Mejor película en lengua extranjera hasta diez filmes en diferentes lenguas (solo cuatro de ellas en lenguas aborígenes australianas), pero únicamente Tanna, mucho más minoritaria y ambientada fuera de los límites australianos, ha conseguido llegar a la carrera final. Por otra parte, con la excepción de la mencionada Australia y de Nueva Zelanda –cuya cinematografía sí ha recibido ya numerosos premios-,[1] Fiji es la única nación del Pacífico que ha enviado alguna vez una película a la competición, con Pear ta ma ‘on maf (2004), en rotumano, pero esta ni siquiera llegó a ser nominada. Tanna constituye otro hito histórico al ser también el primer largometraje de ficción rodado en la joven nación de Vanuatu, y por supuesto, en la pequeña isla que le da nombre, que apenas cuenta con 20.000 habitantes y cuya superficie no supera la ciudad de Zaragoza.
Pero, más allá del hito, Tanna tiene algo singular, y es que la elegancia de su guion y de su cinematografía, ausente de los reclamos y recursos de la explotation que han venido poblando el género etnográfico desde su misma aparición –erotismo, brutalidad, visión colonial del Otro-,[2] consiguen hacer valer como universal una historia que no solo tiene un escenario muy concreto –y bastante poco conocido-, sino que además está basada en hechos reales.
En 1987, las kastom villages[3] de Tanna accedieron, por primera vez desde que se tienen registros, a legalizar el matrimonio por amor, luego de que dos jóvenes enamorados de la tribu Yakel se suicidaran al no permitírseles pasar la vida juntos. Este es precisamente el argumento de la película, que cuenta como dos jóvenes no pueden vivir en armonía ya que, según manda la tradición, ella tendrá que ser enviada como esposa a una tribu enemiga para evitar así una nueva guerra que acabe con una cultura que ha sobrevivido a varias oleadas de colonización y nacionalismos.[4]
La película, que se presenta a los Oscar con varios premios relevantes a sus espaldas,[5] ha sido dirigida por dos directores australianos, Bentley Dean y Martin Butler, que ya habían colaborado previamente en dos documentales de temática aborigen; la banda sonora, uno de los elementos más aclamados de la película, corre a cargo de Antony Partos, reconocido compositor musical australiano. En 1997, Bentley Bean había sido uno de los participantes del concurso televisivo Race Around the World, en el que los participantes debían rodar documentales, y fue ahí donde se enamoró de Vanuatu; volvería a la isla años más tarde para rodar un reportaje informativo y, mucho más recientemente, se mudó con su familia a Tanna queriendo vivir en algo más natural y especial que los suburbios de Melbourne. Fue ahí, en donde los Bean vivieron siete meses, cuando a partir una historia local, surgió la idea de la película, a pesar de que ninguno de los yakel sabía leer y apenas uno de ellos, JJ Nako, podía hablar inglés. Fue él quien hizo de intérprete, guía y técnico para Bean y Butler, que desarrollaron junto a los yakel tanto el guion como muchas de las particularidades de la película, que rodaron a lo largo de seis meses.
A pesar de que ninguno de los aldeanos que aparecen en la película tenía experiencia alguna en la actuación –y seguramente, casi ninguno había visto una película hasta que los directores les proyectaron Diez canoas (2006) como ejemplo a imitar-, la película presenta una calidad interpretativa más que convincente, algo comprensible pues la historia fue en parte arreglada por la tribu, y en la medida de lo posible –los protagonistas fueron elegidos por ser los más atractivos-, se procuró que los aldeanos se interpretasen a sí mismos: el jefe haría de jefe, el chamán de chamán, etc.
Pese a lo comentado, la película pierde el aire de documental desde ya los primeros planos, pues se vale de recursos cinematográficos conocidos para transmitir unas ideas y conceptos, como la familia, el amor, el deber o la violencia, mucho más universales de lo que a veces queremos creer. Por ejemplo, ya desde los primeros planos, será la historia de una niña, Selim (Marceline Rofit), hermana de la protagonista, la que mediante su osadía e ingenuidad, nos haga partícipes de muchas de las claves de la sociedad yakel, como el respeto a los mayores, las decisiones comunales o el sentido de la espiritualidad, ejemplificado aquí en el volcán Yasur, que los nativos veneran como una poderosa Diosa Madre, y que también sirvió a los directores como punto de inspiración y de inflexión para la realización del filme.
De hecho, la expresión “conoce a tu montaña”, que podría traducirse como conocer tus orígenes, es común a muchas culturas de Oceanía, y por ello, la idea del volcán como inicio y final de la vida, tiene tanta importancia en la sociedad local como en el filme. El volcán activo más accesible del mundo, el Yasur, y su incesante y centelleante lava, son tan protagonistas de la película como Wawa (Marie Wawa) o Dain (Mungai Dain), la pareja de jóvenes enamorados que huirán juntos cuando ella sea prometida a un miembro de la tribu enemiga de los Imedin como forma de evitar una nueva guerra.
Alejado del documental a pesar de lo “exótico” del paisaje, las danzas o la desnudez (tratadas, como se ha dicho, sin un ápice del morbo que suele caracterizar a estar producciones), la película es definitivamente un drama, a pesar de que presenta ciertos toques de humor, como cuando la pareja visita una musical misa cristiana y decide que son demasiado excéntricos y que sería mucho más fácil vivir solos y escondidos en el bosque que con ellos. A pesar de que el tema del amor prohibido es altamente recurrente, aquí alcanza una nueva dosis de trascendentalidad al plantearse como antítesis de la tradición, y de ser precisamente esta la que permite sobrevivir a uno de los pueblos y culturas más aislados del planeta. ¿Deben suprimirse los deseos individuales en aras del bien común?
Precisamente por todas estas características, es necesario –y, en esta ocasión, parece que tiene posibilidades reales- que, como las gentes que la pueblan, Tanna sobreviva a la mera curiosidad antropológica. Su cuidada e impactante fotografía, así como la universalidad de una historia ligada a los conceptos más puros y crudos del ser humano, unidas a una más que oportuna banda sonora y unas sobresalientes y amateurs actuaciones, convierten una historia particular y acotada en una expresión trascendental y de fácil compresión a todos los públicos y nacionalidades.
En definitiva, además de todo lo dicho, Tanna funciona también como un doble homenaje, como una muestra del trabajo conjunto por dar a conocer una historia que parte de una cultura que siempre se ha manifestado cerrada a los cambios y al exterior, pero también por parte de unos directores –y un equipo- que han sabido tratar la tradición y la identidad con un enorme respeto y dignidad y que, a través de la técnica, han sabido convertir una historia particular en un drama universal y atemporal, tan bello como apetecible para todo el mundo. Poco después de terminar el rodaje, el ciclón Pam devastó casi por completo la isla, a pesar de lo cual todos los implicados colaboraron para lograr otro hito, un estreno cinematográfico mundial en una isla que apenas llega a las 20.000 personas.
El 26 de febrero, desfilarán por primera vez faldas de hierba por la alfombra roja. Aunque ya lo hicieron por Venecia, no sabemos cómo lo harán definitivamente en Hollywood, ni qué comentarios suscitarán.[6] Pero podemos aventurar que lo más seguro es que no tengan un ápice del respeto o la integridad que yakel y australianos han demostrado a la hora de realizar esta película. Aunque es probable que Tanna no reciba finalmente el galardón –y más con el clima político reciente-, su inclusión resulta todo un más que merecido hito y confiamos que, a partir del mismo, soplen inclusivos vientos de cambio.
Notas:
[1] Comparados con otros pueblos nativos, los maoríes no han jugado un papel especialmente discreto en los Oscar. Por ejemplo, la película El Piano (1993), ambientada en Nueva Zelanda y en la que Harvey Keitel interpretaba a un pakeha, recibió ocho nominaciones a los Oscar, aunque solo ganó tres; por su parte, Keisha Castle-Hughes se convirtió en la persona más joven en recibir la nominación al Oscar como mejor actriz principal por su papel en Whale Rider, en donde interpretó a una joven maorí. No obstante, ninguna de las cuatro películas que Nueva Zelanda ha propuesto para el Oscar a Mejor Película en Lengua Extranjera (dos de ellas en maorí y una en samoano) ha llegado a lograr la nominación.
[2] Nos referimos con esto, por un lado, al tono erótico, más o menos encubierto, con el que se planteaban y comercializaban muchas películas de temática más o menos antropológica, ya fueran documentales –verídicos o de etnoficción, puesto que durante mucho tiempo y en muchos países la desnudez únicamente podía burlar la censura cuando se trataba de representar adecuadamente a otros pueblos, como sucede en este caso con los ni-vanuatu melanesios. Por otro lado, en Tanna también está ausente el reclamo de violencia cruda y brutalidad con el que se han promocionado otras películas indigenistas, como Apocalypto (2006), ambientada en el Yucatán, o la más reciente The Dead Lands (2014), rodada en maorí y que fue la propuesta neozelandesa al Óscar a Mejor Película en Lengua Extranjera el pasado año.
[3] Con kastom (del inglés, “custome”, costumbre) se designa en diferentes lugares de Melanesia a toda una serie de costumbres (entendidas no solo en el sentido de tradiciones sino de normas y administración consuetudinarias). El término puede aplicarse a historias – familiares, mitos y leyendas-, normas no escritas, pero también a objetos y lugares. En Vanuatu existen kastom villages, aldeas en las cuales se vive según estas tradiciones, que poseen un régimen administrativo diferente, y que están dedicadas a preservar estas tradiciones. En la realización de Tanna participaron miembros de cuatro kastom villages.
[4]Las islas que conforman Vanuatu, pobladas por pueblos melanesios, entramos en contacto con occidente a partir del “descubrimiento” de Fernández de Quirós (1606), quien fundó una colonia de escasa trascendencia, pero no fue hasta el siglo XVIII cuando Francia y Gran Bretaña, con Bougainville y Cook, comenzaron a interesarse por las islas y su situación estratégica. Conocidas durante mucho tiempo como Nueva Hébridas, el control efectivo occidental –siempre compartido entre franceses y británicos- fue particularmente escaso y tardío. Sería precisamente durante la Segunda Guerra Mundial, cuando algunas de las islas fueron utilizadas como bases militares por Estados Unidos, y la reacción anti-americana generó no solo nuevas espiritualidades en las islas (los conocidos como “cultos cargo”, de lo que el más conocido es el de John Frum), sino todo un sentimiento independentista que catalizó particularmente a partir de la década de los 60. Algunas de las islas, como Tanna, se proclamaron independientes antes que otras, pero estos movimientos fueron reprimidos por las autoridades coloniales; tras muchos movimientos y revueltas, Vanuatu finalmente alcanzó su independencia plena en 1980. En su periodo independiente, Vanuatu ha sido sacudido por ciclones y desastres naturales, pero también por frecuentes crisis políticas, motivadas en muchas ocasiones por escándalos de corrupción y fraude.
[5] La película ganó el Premio del Público en el Festival de Cine de Venecia, además del Premio al Mejor Director del Australian Director’s Guild, el Premio a la Mejor Cinematografía en el Festival de Cine de Londres y en el Festival de Cine de Adelaida (Australia) y el Premio a la Mejor Película Extranjera de la Asociación de Críticos de cine afroamericanos. También fue nominada a cinco premios de la Academia Australiana de la Televisión y las Artes, ganando finalmente el de Mejor Banda Sonora y a los Premios de la Asociación de Críticos de Cine de Australia –recibiendo nuevamente el galardón de Mejor Banda Sonora.
[6] Este artículo fue escrito semanas antes de la gala, por lo que no debemos alterarlo para incluir las ya anticipadas reacciones. Sin embargo, no podemos evitar mencionar como Jimmy Kimmel, presentador de los Oscar y supuesta autoridad de la gala, describió al grupo como “bailarines de Moana“, no solo confundiendo alegremente áreas culturales bien diferenciadas, sino, incluso una película de animación con una de imagen real. Por su parte, muchos comentaristas describieron Tanna como una película documental.