La muerte de Jirô Taniguchi, el pasado 11 de febrero, hizo correr ríos de tinta. En Francia, país con el que tuvo una relación especial, el periódico Libération le dedicaba una portada. Aquí en España, numerosos medios, tanto especializados como generalistas, se hacían eco de su fallecimiento. El mundo de la viñeta se teñía de luto ante el gran artista que nos ha dejado.
Pero, ¿qué hacía de Jirô Taniguchi un autor tan especial, capaz de granjearse los respetos hasta de un panorama como el español, que todavía repudia el manga como una “cosa de críos”? (Cabría matizar que en la industria especializada esta percepción ha comenzado a corregirse, sin embargo en ámbitos generalistas sigue presente). Quizás la respuesta sea la capacidad de Taniguchi de trascender más allá de los marcos culturales y apelar a la sensibilidad más elemental del ser humano.
Las obras del maestro Taniguchi se caracterizan por su versatilidad. Demostró, durante toda su trayectoria, una extraordinaria capacidad para amoldarse a géneros muy diferentes, creando obras de gran calidad en todos los ámbitos en los que experimentó. Ejemplo perfecto podría ser Sky Hawk, la incursión de Taniguchi en el western, una idea a priori extraña que tiene como resultado un manga tremendamente interesante en el que se ponen de manifiesto los puntos en común entre la cultura japonesa y la de los nativos americanos, al tiempo que, gracias a su labor de documentación, permite al lector adentrarse en un episodio histórico para verlo desde una perspectiva completamente diferente. Además, Taniguchi se movió con maestría en otros géneros, como el noir o la ciencia ficción.
Aunque, sin embargo, posiblemente el rasgo más conocido de su obra (al menos, aquí) sea la capacidad de dar vida a la cotidianeidad a través de una narrativa que comprende a la perfección los mecanismos por los que se rige el arte de las viñetas. A través de obras como El caminante, Furari o Un zoo en invierno, Taniguchi se recrea en mostrar los paseos reflexivos de personajes corrientes, asomándose a un momento concreto de sus vidas. Así, a través de los paseos de los protagonistas, construye un complejo retrato de los personajes, así como de la época en la que viven (Furari, ambientada en el Periodo Edo -1603 a 1868- constituye una interesante y completa visión sobre la vida cotidiana del momento). Mediante la inclusión de los diálogos necesarios (sin escatimar, y a la vez sin perderse en el exceso de palabras como soporte argumental) y el uso de la inacción como recurso narrativo, Taniguchi logra elaborar obras complejas, con gran capacidad de transmisión de sentimientos e ideas, a través de una aparente sencillez y de un preciosismo visual que provocan la sensación de que este sea un resultado sencillo de obtener.
Por supuesto, no todas sus obras responden a este perfil tan específico, aunque sí encontramos algunos elementos comunes que prevalecen. En otras dos de sus obras más aclamadas, El almanaque de mi padre (con la que se consagró como autor reconocido) y Barrio Lejano, el protagonismo sigue recayendo en el retrato de la cotidianeidad, si bien abandona la estructura del paseo, y adopta nuevos recursos, en función de la historia que quiere llevar a cabo. En Barrio Lejano, para dar vida al tema de la nostalgia y la añoranza de la niñez, y para abordar las relaciones familiares desde una nueva perspectiva, recurre al realismo mágico, que traslada al protagonista a su niñez, dándole una segunda oportunidad de revivir su infancia, y quién sabe si poder modificarla.
¿Por qué un periódico francés le dedica la portada a un mangaka fallecido? Llegados a este punto, la respuesta ya comenzaba a intuirse. Otra de las claves de la universalidad de su arte era la fuerte influencia de cómics europeos, especialmente por los tebeos de la línea clara franco-belga. Volviendo a Sky Hawk, a propósito de su edición en castellano en 2009, se incluía una carta de Taniguchi a sus lectores en la que explicaba el origen del cómic, tanto temático como estilístico. Allí, no dudaba en reconocer series como Mac Coy,[1] El teniente Blueberry,[2] Comanche[3] y Jonathan Cartland[4] como influencias directas y fundamentales para la composición de esta obra. Es importante, además, destacar el papel de Jean Giraud (Moebius) como pionero en la entrada de manga a Europa (algo de lo que luego renegaría), así como su relación profesional con Taniguchi, con quien realizó Ícaro (1997 – 2000).
Así pues, buena parte del aprendizaje creativo de Taniguchi se realizó a través del cómic europeo (no solamente en el género del western, sino en general), lo que dejó una impronta reconocible en su obra. Este es, sin duda, un primer nexo de unión importante, que favoreció los numerosos contactos con la industria franco-belga. No solamente Taniguchi colaboró con Moebius en Ícaro, trabajo que publicarían en la Editorial Kodansha hasta que las bajas ventas obligasen a su cancelación, sino que también realizó colaboraciones y participó en proyectos con editoriales francesas, lo cual favoreció la afinidad con aquel público. Esto, unido al desarrollo de la industria del cómic en Francia, mucho mayor que la española, justifican sobradamente el impacto que la noticia de su fallecimiento tuvo en la prensa gala.
Precisamente, para honrar a este mangaka que nos ha hecho soñar y deleitarnos con lo cotidiano, inauguramos en Ecos de Asia un pequeño especial, en el que haremos un repaso por su vida y por su extensa obra, y nos detendremos en el manga La época de Botchan, como un ejemplo de la gran complejidad y riqueza que podía alcanzar en sus trabajos. De la mano de Zahira Moreno conoceremos la vida del artista, Claudia Bonillo hará una recopilación de sus obras, agrupadas por temáticas, Julia Rigual presentará La época de Botchan, un manga en el que Taniguchi (con guion de Natsuo Sekikawa) se aproximaba a la biografía del escritor Natsume Sôseki y, finalmente, Pablo C. Anía y Marisa Peiró analizarán cómo se refleja en esta obra la arquitectura tradicional y contemporánea que se estaba realizando durante el Periodo Meiji (un momento, recordemos, donde Japón abre sus fronteras y comienza a asimilar y emular el desarrollo occidental en temas como la arquitectura).
Les invitamos, a lo largo de esta semana, a sumergirse dentro de la vida y la obra de un autor apasionante, capaz de traspasar fronteras y de ofrecernos una interpretación del mundo cargada de sensibilidad y con un estilo inconfundible.
Notas:
[1] Mac Coy fue una serie creada por Antonio Hernández Palacios y Jean Pierre Gourmelen durante los años setenta, protagonizada por el capitán Alexis Mac Coy, héroe del ejército sureño en la Guerra de Secesión norteamericana.
[2] El teniente Blueberry (también conocida como Blueberry), guionizada por Jean-Michel Charlier (también creador de Barbarroja -1959- y de Michel Tanguy -1959-) y dibujada por Jean Giraud (en la que sería una de las primeras obras del prolífico artista, más conocido por el pseudónimo que adoptó, Moebius), se centraba en las aventuras de un personaje, nacido en los Estados del Sur, que en el estallido de la Guerra de Secesión se ve acusado de asesinar a su prometida y huye al norte, alistándose en el ejército.
[3] Comanche fue creada en 1969 por Greg y Hermann (guionista y dibujante, respectivamente) para su publicación en la revista Tintín, con el objetivo de incluir un western que permitiese a la revista competir con los que publicaban las otras dos grandes revistas franco-belgas: Jerry Spring en la revista Spirou y El teniente Blueberry en la revista Pilote.
[4] Jonathan Cartland, creada en 1974 por el dibujante Michel Blanc-Dumont y el guionista Laurence Harlé, comenzó su publicación en la efímera revista mensual Lucky Luke, para pasar en 1977 a la revista Pilote.