Ya en un artículo anterior vimos como el abanicos surgió y se desarrolló junto con el País del Sol Naciente ahora conoceremos cómo esta evolución continua en el período Edo. Tras los múltiples enfrentamientos acontecidos a finales del período Momoyama (1573-1615) la sociedad japonesa se enfrenta a un cambio de época drástico: Japón por primera vez en su historia y tras sus primeros contactos directos con las potencias occidentales decide cerrar sus fronteras dando lugar así al desarrollo de una nueva cultura propia.
Con este cambio de era y el protagonismo político del shogunato de los Tokugawa las artes serán mantenidas y producidas por una parte, por la corte de cada daimio y por otra,por el mundo de los chonin (hombres de negocios y urbanitas de la época). Pese al sinfín de leyes suntuarias que se impusieron desde la ciudad de Edo (actual Tokio) será una época de esplendor para las artes, que expresaran su vertiente más decorativa. Esta profusión de ornamentación afectará a los abanicos que incluirán lacados, seda, metales…
También los grandes artistas de esta época tuvieron gran relación con el mundo de los abanicos: Sôtatsu practicó la técnica de pintura de abanicos, lo que le influyó tanto que en sus obras posteriores de pantallas podemos ver cómo la composición sigue la línea centrífuga de estos; incluso Ogata Kôrin incluirá las formas circulares de los uchiwa en sus obras. Es en esta época aparecen en las telas de los quimonos los diferentes tipos de abanicos utilizados como motivos decorativos.
La creación de abanicos por parte de artistas de otros ámbitos no es un hecho aislado, ni mucho menos, pues los enormes beneficios del negocio atrajeron a artistas que se examinaban para adquirir la membresía del gremio. Por esto, quizás, podemos encontrar ejemplares de las grandes escuelas del momento: Nanga, Rimpa (con ejemplares de Kôrin y Tawaraya Sôtatsu), Shijoo-Maruyama, Kishi, ukiyo-e…; esta es la época de la que más abanicos se conservan (910 ejemplares sólo en el Ôta Memorial Museum of Art en Tokio).
La escuela Kanô en general fue una gran productora de abanicos: sabemos que Kanô Motonobu elaboró abanicos tanto para la corte del shôgun como para la del emperador chino. Todavía hoy se conservan países (la hoja móvil del abanico) de abanicos realizados por las manos de Kanô Motohide en la Academia de las Artes de Honolulu.
Dentro de la escuela Kanô podemos ver desde las influencias chinas, más cercanas al espíritu zen del fundador Kanô Masanobu (1434-1530), al decorativismo adquirido durante el liderazgo de su hijo Kanô Motonobu- casado con Chiyo, hija del cabeza de la escuela Tosa (se dice que Chiyo pintó varios abanicos para el ingreso de su marido en el gremio) – cuando su camino empieza a bifurcarse y se incluyen colores más brillantes y fondos de oro. Dentro de esta escuela también veremos pintura zen sumi-e (donde se manifiesta la influencia china) renovada con nuevos motivos (además de los paisajes tradicionales) como episodios de la corte, temas namban y temas mitológicos.La escuela Kanô en general fue una gran productora de abanicos: sabemos que Kanô Motonobu elaboró abanicos tanto para la corte del shôgun como para la del emperador chino. Todavía hoy se conservan países (la hoja móvil del abanico) de abanicos realizados por las manos de Kanô Motohide en la Academia de las Artes de Honolulu.
Junto a la escuela Kanô, que trabajaba acorde con los gustos de la corte del shôgun, tenemos la escuela Tosa, fundada en el período Muromachi. En principio, ambas son escuelas antagónicas pero en época Edo las influencias hacen que la delgada línea que las separa sea más difícil de dibujar. Su trabajo es más típicamente japonés y está interesado por los temas de la literatura nipona, basada en la pintura yamato-e, y puede ser reconocido por sus líneas similares al alambre y por la minuciosa representación de los detalles, además de la convención plástica de eliminar el techo de los edificios para ver el interior imitando los emaki de época Heian.
Una tercera escuela de la época fue la Rimpa, fundada por Hon’ami Kôetsu y Tawaraya Sôtatsu, pero su estilo no se consolida hasta la llegada de los hermanos Ogata Kôrin y Ogata Kenzan. Esta es fácilmente reconocible por el uso de sombras de color, piedras preciosas y oro para plasmar temas que rescatan del yamato-e, el sumi-e, el kachoga, así como de la escuela Kanô, normalmente sobre fondo de pan de oro. Los artistas Rimpa no tenían prejuicios sobre los formatos y realizaban por igual biombos y abanicos que se pintaban de manera similar y eran muchas veces puestos en concordancia, ya que permanecían en la misma casa. No errarían pintando todo el motivo del biombo en un abanico, sino que escogerían elementos concretos, una mariposa sobre una flor quizás para establecer una relación de concordancia entre las piezas.
Según avanzan los siglos,se suceden los cambios y nacen nuevas escuelas que aportan frescura al panorama artístico nacional. A partir del siglo XVIII aparece la escuela Shijô, creada por el naturalista Maruyama Okyo (1733-95) y por Matsumura Goshun (1752-1811). Estafloreció en Kioto durante la última parte del siglo XVIII, uniendo el saber hacer del sumi-e, con el realismo en contra del decorativismo que tanto la escuela Kanô como la Tosa habían llegado a desarrollar (la Rimpa evidentemente nunca evitó la ornamentación, en la que centra su espíritu formal). Esta escuela Shijô desarrollará temas de paisajes en la línea china, kachoga, animales y temas de la poesía china y confuciana, pero se mantiene alejada de leyendas, historias o poesía clásica japonesa.
Quizás la escuela pictórica más conocida para los occidentales de este período Edo sea el ukiyo-eque tampoco dudó en practicar el formato, creando abanicos de todo tipo, incluso el editor Iwatoya Kihachi recomendaba a sus compradores que aplicaran a sus ukiyo-e un palo para hacer un uchiwa: podemos ver como estos ejemplares eran de carácter popular y estaban lejos de los principios cortesanos de otras escuelas. El uso de la técnica de la estampación para elaborar abanicos era muy común, y ventajoso por su precio bajo y venta rápida: la serie de Azuma ôgies un buen ejemplo de la popularidad de estos. En ella, mediante países de abanicos, se retrata a cortesanas y actores gracias a la mano de los artistas Koryûsai, Sunshô y Toyoharu. En esta línea existe también la colección Haribako-e del período Kyôho (1716-1736) que representa escenas del Genjimonogatari, la primera novela escrita en todo el orbe, donde se narran los amoríos del príncipe de la corte Heian. En 1770 Katsukawa Shunshô e Ippitsusai Bunchô publicaron tres volúmenes de países de abanicos ôgi bajo el nombre de Ehonbutaiôgi donde aparecen por vez primera en la historia del ukiyo-e actores representados de forma individual y personalizada.
Pocos de los artistas del siglo XVIII, y menos aún de la escuela ukiyo-e (Toshinobu, Kiyomitsu, Horunobu, Koryûsai, Utamaro…), perdían la oportunidad de vender abanicos: se dice que los artistas famosos, incluidos los escritores, cuando necesitaban dinero hacían congregaciones en restaurantes donde pintaban abanicos para los clientes. El negocio era tan fructífero como común y nadie perdía la oportunidad de beneficiarse de él, incluso existían unos vendedores de uchiwas ambulantes, los jigami, que en cajas de laca trasportaban países y varas e iban en verano reclamando la atención de la gente gritando ¡Jigami! ¡Jigami!:uno de estos comerciantes es representado en un ukiyo-e anónimo datado hacia 1720 conservado en el Honolulu Museum of Art.
También existían tiendas especializadas, sobre todo en Kioto donde hasta el incendio de 1657 tenían prácticamente un monopolio con sucursales desde Kioto a Osaka.
Todos los artistas que trabajaban este formato sentían el orgullo de su trabajo y firmaban sus obras con los sellos característicos que incluyen su rango y oficio.[1] También existían tiendas especializadas, sobre todo en Kioto donde hasta el incendio de 1657 tenían prácticamente un monopolio con sucursales desde Kioto a Osaka.
El uso de los abanicos siguió creciendo y creciendo, tanto que protagoniza actividades cotidianas. Incluso dentro de la corte se crea el juego del ôgi-nagashi, que según la tradición empieza en los tiempos del emperador Higashiyama (1688-1710) cuando este fue a Saga y durante una excursión en barco en el río Oi una de las damas accidentalmente dejo caer su abanico al río que flotó por las aguas creando una imagen tan bella que las demás la imitaron. Este tema fue reflejado en la serie de grabados Goshikibantsuzukiôginagashi (‘Un juego de abanicos sobre agua corriente en cinco colores’) de Totoya Hokkei(c. 1825-1826).
También podemos verlos relacionados con las artes escénicas que vivieron entonces uno de sus mejores momentos. Dentro las artes escénicas son elementos centrales de expresión. Además, se perfeccionan los abanicos ligados al teatro Nô donde los trajes, máscaras y abanicos componen el personaje acentuando sus gestos y desarrollando la acción. Dado que a diferencia del teatro Kabuki, que también usará abanicos, el teatro Nô es una actividad ligada a las más altas clases y a los samuráis, los abanicos usados son de corte y se decoran de manera diferente según la escuela de Nô a la que pertenezcan (Kanze, Hôshô, Kongô, Komparu o Kita) y de acuerdo a los personajes: de mujeres, dioses, viejos, jóvenes, monjes, guerreros…
En el Kabuki, el teatro popular creado por Okuni, la combinación de danza y actuación requiere los servicios del abanico maiôgi, el común de danza, de diez varillas y papel rígido al que a veces se le añaden pesos de plomo para dar lirismo y firmeza a sus movimientos; se pintan de manera dramática y brillante para que sus motivos puedan apreciarse desde lejos (razón por la cual tienen un tamaño mayor que los de uso corriente. Este maiôgi se usa también en otros espectáculos de danza como el Nihon Buyo donde son una parte fundamental, pues ya desde los inicios de la danza japonesa el peso recae en las extremidades superiores mucho más que en las inferiores, especialmente en las manos.
El ingenio japonés no acaba en los juegos y bailes con abanicos sino que incluye también las nuevas tipologías que aparecen en el siglo XVIII como el makiuchiwa, un abanico enrollable, el mizuuchiwao (abanico de agua creado en Fukui que recibe unas finas capas de laca para poder sumergirlo en agua y aumentar su poder refrescante), o el shibuuchiwa (un abanico de papel endurecido con el jugo de caquis cuya invención se atribuye a Matsudaira Yetchu no Kami, un daimio reformador).
Ya hemos observado como el abanico ha evolucionado y se ha diversificado según sus usos y su utilidad ampliamente desde los inicios de la nación de Japón. Y ahora veremos cómo durante la era Meiji este por este objeto se ve transformado.
El final del Japón tradicional en el siglo XIX, consecuencia del encuentro con Occidente desvela algunos de los secretos de esta nación, materializados en objetos que se unirán a la fiebre del creciente capitalismo. En los centros comerciales que surgen ahora en Tokio, Osaka y Kioto junto con los centros de Nagoya, Yamato, Fushima, y Fukui (estos cuatro últimos tienen incluso abanicos que deben sus nombres a la ciudad donde se fueron inventados) desde donde se manufacturarán y venderán abanicos tanto para el consumo interno como para el externo. Por desgracia, el abanico empezará ahora su declive cultural y social mientras asciende su importancia económica.
El japonismo ayuda al éxito de estas exportaciones, pero lógicamente la conjunción con el sistema industrial de producción y la unión con los gustos occidentales da resultados nada japoneses, pero muy vendibles. La demanda extranjera no sólo cambió el aspecto de los abanicos, sino también obligará a cambiar el sistema de fabricación artesanal e introducirá el trabajo especializado fordista: habrá diseñadores, fabricantes de varillas, lacadores, pintores y estampadores del país, y montadores que terminen el trabajo.
Sabemos que los modelos destinados a la exportación serán diferentes a los producidos para el consumo interno:los ôgi para la exportación tendrán tanto las varillas como las guardas sustancialmente más decoradas y se repetirán los diseños seriados. Los abanicos que hacen los japoneses para sí mismos no son iguales que los que envían al mercado europeo: son más pequeños, no siempre presentan un país doble, se muestran más suaves en el uso del color, más refinados frente al gusto ornamental más vivo del Occidente de los exotismos de vivos colores y profusión decorativa de la segunda mitad del siglo XIX. Pero aún con todos estos cambios los diseñadores no renegarán del pasado y usarán los motivos de las grandes escuelas tradicionales para perpetuar su éxito.El japonismo ayuda al éxito de estas exportaciones, pero lógicamente la conjunción con el sistema industrial de producción y la unión con los gustos occidentales da resultados nada japoneses, pero muy vendibles. La demanda extranjera no sólo cambió el aspecto de los abanicos, sino también obligará a cambiar el sistema de fabricación artesanal e introducirá el trabajo especializado fordista: habrá diseñadores, fabricantes de varillas, lacadores, pintores y estampadores del país, y montadores que terminen el trabajo.
Llama la atención sobre la enorme producción la tipología zogeôgi, un brisé o abanico de baraja que aparece continuando una línea más cercana al hiôgi cortesano, pero con placas de marfil en vez de ciprés, decoradas con técnicas de laca con oro comoel hiramaki-e y takamaki-e y coloreadas con la incrustación de piedras shibayama.[2] También destaca otra creación para el comercio: el lady ôgi, más pequeño y delicado con hoja de seda pintada con figuras japonesas en vestidos tradicionales que van montados sobre varillas de sándalo o marfil. Otra de las características de este objeto de exportación es que era más grande que el autóctono y que tenía una apertura de 180 grados, o más (en el caso de los abanicos telescópicos, típicos de la tipología cantonesa “mil caras”).
Sin embargo Occidente sí conoció el abanico japonés ortodoxo ya que incluso antes de que los tratados comerciales fueran firmados con las naciones occidentales,podían verse en las exposiciones nacionales de Londres 1852, Nueva York 1853 y París 1855. No fue hasta Londres 1862 cuando los abanicos entran en la órbita de Exposiciones Internacionales y empiezan a perder su autenticidad en pos de un carácter más japonizado que japonés. En ese momento, Sir Rutherford Alcock, cónsul inglés en Japón, reúne una colección de objetos japoneses (cerca de mil) en la Japan-British Exibition de 1910 en White City (Londres) donde había un artesano fabricando abanicos; también podemos verlos en la Japanese Court de la London Exhibition. En la Exposición de Philadelphia 1876 los abanicos no estaban dentro del recinto expositivo por ser considerados de valor poco elevado, pero sin embargo sí que los encontrábamos en el bazar vecino traído a propósito de la exposición.
Con la popularización aparece un inevitable y notable decrecimiento de la calidad de los abanicos, aunque no de su popularidad en Occidente; en estos últimos años del siglo XIX es cuando empiezan a encontrarse con la alta costura occidental. Más adelante el empresario Liberty,que nunca había viajado a Japón, desarrolló un gusto por los objetos japoneses, que vendía en East India House una pequeña tienda de su propiedad. Es esta la época de la opereta The Mikado que introdujo el motivo publicitario de las tres damas japonesas con sus abanicos, motivo publicitario que fue viral. Durante este fenómeno del japonismo el abanico de papel será el objeto más barato de poseer, un objeto que el público medio poseería sin dificultad. En estos años las damas llevarían cuidados abanicos de bordados o plumas, mientras que el esteta ya incurriría en el uso de obras japonesas y chinas compradas en los almacenes Liberty o en París: estos llamaron la atención de las gentes más a la vanguardia por su diferencia, por ser hechos a mano antes de la época de las exportaciones en masa.
Desgraciadamente, toda esta fama alcanzada en Occidente no ayudó precisamente a su conservación en Japón, donde desapareció en gran medida su cotidianeidad y su profundidad artística y social, incluso el abanico del Emperador dejó de ser usado y pasó a ser un objeto de vitrina, muerto, un vestigio de otra época y, prácticamente, de otra nación: el moribundo Japón tradicional.
Notas:
[1] A excepción de los integrantes de la escuela Kanô que en vez del rangoescribían sus títulos budistas, si el autor es mayor de sesenta años o menor de trece también se especifica o si fuera mujer se le colocaría junto al nombre un “jo”.
[2] Labrado de gemas, coral, carey…normalmente insectos o combinaciones de ambas. Puede ir incluso firmado. Este método recibió el nombre de Shibayama por la familia con este nombre, pero luego fue extensivo a la técnica y lo realizan más familias.