Durante el periodo Edo (1615-1868) se produce un dominio absoluto del poder en manos de los shogunes de la familia Tokugawa, que logran unificar el país. Época pacífica, con la sociedad muy controlada; además de tratarse de un periodo de aislamiento. Momento a su vez de prosperidad económica y desarrollo de la burguesía (ciudadanos, comerciantes, artesanos,…), que va a tener un gran papel económico.
Además se dan notables frutos culturales. Surgen una serie de manifestaciones culturales vinculadas a la burguesía. Entre otros nace el teatro Kabuki, en el que debemos destacar el hecho de que no hay actrices; son los onnagata quienes representan los papeles femeninos. Es también importante el teatro Bunraku, el teatro de muñecos.En el ámbito del arte surgen escuelas pictóricas, como la ukiyo-e, así como la escuela Rimpa o la escuela Zenga.
A principios del S.XVII hubo un intento de diseñar un modelo de “mujer perfecta” basado en las normas morales del confucianismo y bajo la tesis de la fidelidad escalonada y jerarquizada: fidelidad de la mujer al marido, fidelidad del marido al señor feudal y fidelidad del señor feudal al shogun.El confucianismo, procedente de China, daba por sentado la inferioridad de la mujer, e identificaba el carácter femenino con el yin, es decir, con lo negativo, la oscuridad y la noche. En dicha religión, la educación de la mujer tenía como meta suprema convertirla en buena esposa, que sirviera de instrumento de transmisión de la tradición familiar a sus descendientes y que satisficiera las ambiciones del propio progenitor que la había entregado al mejor postor. Las pautas de esa educación se establecieron en un breve código de conducta, el Onna-daigaku (Manual de la mujer). Este texto, publicado en 1716 y dirigido a las jóvenes casaderas y a las esposas, dominó y marcó la vida de las mujeres, oficialmente hasta la restauración Meiji, en 1868.
En el Japón tradicional, el matrimonio se consideraba una alianza entre familias, un mecanismo que aseguraba la continuidad del ie. Por ello en el matrimonio prevalecían siempre los intereses de éste, es decir, su continuidad y prosperidad estaban por encima de las consideraciones individuales o de los propios deseos. Queda claro que, al contraer matrimonio, ni hombre ni mujeres esperaban ningún tipo de satisfacción emocional.
Curiosamente, mientras se promovía un tipo concreto de mujer centrada en su papel de madre y esposa, para representar la esencia de la belleza y de la femineidad tradicional japonesa se tomó como modelo a otro prototipo de mujer: será la geisha la que encarnaría el ideal de belleza femenino.
Con el surgimiento de los barrios de placer y su aceptación por parte de la sociedad japonesa se puso de manifiesto la existencia de dos mundos femeninos paralelos: el de la esposa (una mujer comprometida con la familia y cuyo principal rol era tener descendencia) y el de la geisha (una mujer especializada en la “diversión masculina”). En realidad no eran dos mundos excluyentes, sino complementarios.
Así pues, en un primer momento la mujer jugó un papel simbólico, de orden engendrador y cultural. A partir de ahí vamos en transición sucesiva a una inscripción de la mujer a la naturaleza y las fiestas populares, y, ahora, nos encontramos con la representación femenina en el ámbito social, popular y sexual.
La escuela ukiyo-e fomentó las representaciones de la sociedad japonesa de aquellos tiempos, pero sobre todo intentó mostrar las escenas vulgares y populares de la vida comunitaria. Por ello se hicieron muy recurrentes las representaciones teatrales, tabernas, fiestas populares y escenas de la vida nocturna.
Ahora la mujer se manifiesta partícipe dentro de la sociedad: siendo objeto de deseo (escenas amorosas), escenas narrativas (la mujer en actividades cotidianas) y en representaciones con motivos sexuales. A este punto, la mujer está en contacto directo con los hombres, se desvaneció completamente la barrera divina que los separaba, además, se inscribe completamente en los procesos y escenas sociales de la época. Y, un factor muy importarte para los siglos posteriores, el cuerpo de la mujer deja de ser sagrado y pasa a ser erótico: la sexualidad de la mujer pasa a ser motivo y tema importante en las representaciones conforme ella misma continúa introduciéndose en la sociedad. De ello desprendemos que mientras disminuye la divinización de la mujer, aumenta en la misma medida su potencial sexual y erótico, por lo tanto, en el arte nipón, el concepto de erotismo y divinidad, en cuanto a la mujer, son inversamente proporcionales.
En estos momentos aparece el concepto de mujer como geisha. Por encima de todo ésta es una artista. Pero no hay un arte exclusivo del mundo de la flor y el sauce. La danza japonesa, la ceremonia del té, los arreglos florales y la caligrafía, todos ellos tienen su público en el mundo exterior. Tanto la ceremonia del té como los arreglos florales son el terreno apropiado donde aprender el equilibrio, la tranquilidad y la paciencia que se esperan de toda mujer japonesa virtuosa.
Estas mujeres son las protagonistas de muchos grabadosukiyo-e, y más concretamente de los bijinga. Se las representaba de cuerpo entero, busto o grupo, realizando actividades cotidianas. Hay un género (mitate-e) que son unas estampas aparentemente de la vida cotidiana pero que realmente son juegos intelectuales. Se enfatizaban pues los aspectos externos de la mujer japonesa: peinados, vestidos,… Todo con un toque simbólico (color). Se valora el aspecto de la mujer (el envoltorio), no la belleza interior.
Sobre todo en el S. XVIII se representaba a las mujeres de manera idealizada. Ausencia de individualidad, estereotipo de belleza (blancura, labios diminutos, cejas un poco gruesas,…). No hay tampoco una expresión facial de sentimientos, aunque esto no significa que no se manifiesten, sino que lo hacen mediante los gestos. En el S. XIX empiezan a no mostrar esta imagen idealizada, sino que comienzan a expresar. Cada artista supo dar a sus mujeres un sello distintivo, como Suzuki Harunobu (“mujeres mariposa”, dulces, frágiles), Tori Kiyonaga (mujeres esbeltas, intelectuales) o Kitagawa Utamaro (es el artista que mejor capta la esencia, el interior de las mujeres).
La literatura eligió asimismo, en la década de 1760, a camareras y cortesanas como protagonistas de las novelas, asimilándolas así a las heroínas de la literatura clásica, procedentes de la nobleza.
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