República Popular China, 9 de septiembre de 1976. Todo el país se paralizó. La población se agrupaba en torno a los altavoces y aparatos de radio. Escuchaban en silencio, con caras ensombrecidas. El tráfico por las calles de la capital se paralizó prácticamente, reduciéndose a algunos automóviles y bicicletas. El mensaje, dirigido a «todo el partido, el ejército y la población de todas las nacionalidades del país» decía textualmente «Mao Zedong falleció a las 00.10 horas en Pekín, al agravarse su enfermedad, pese a todos los tratamientos recibidos y los meticulosos cuidados médicos que se le han aplicado desde el comienzo de su dolencia.»
Fue Napoleón quien dijo «China es un gigante dormido, y el mundo cambiará cuando llegue alguien a despertarla.» Y ese alguien llegó. Mao Zedong fue el padre de la nueva China, el creador de la misma. Desde 1949 dirigió el Partido Comunista de China (PCCh), que se hizo con el control del país tras veintidós años de guerra civil. Además de jefe de Estado, fue un político, un revolucionario, un poeta, un maestro y un militar… Y un hombre que padecía del corazón y sufría el mal de Parkinson. Finalmente, a la edad de 82 años sucumbió y cruzó las fronteras de este mundo.
Sin Mao, China quedaba desamparada, huérfana. Las multitudes se agruparon en las plazas, muchos con brazaletes negros. Los altavoces en las calles y en las fábricas, en las ciudades y en las aldeas, empezaron pronto a recitar esa especie de catecismo comunista que es el Libro Rojo. Durante una semana entera, del 11 al 17 de septiembre, reinó un riguroso luto oficial, prohibiéndose toda clase de espectáculos y entretenimientos, con el cadáver de «quien brillará sobre Oriente» ―pues eso significa Zedong― expuesto en la Gran Sala del Pueblo de la capital.
Mao Zedong dejaba una China unida e introducida de pleno en el siglo XX. Tras Estados Unidos y la Unión Soviética, el gigante asiático se enseñoreaba como superpotencia mundial. Con puño de hierro, puño marxista, puso fin a las vetustas formas feudales que aún regían el país. Bajo su mandato se produjo ese brutal contraste que va desde el paupérrimo campesinado a la primera prueba de arma nuclear el 16 de octubre de 1964, o al lanzamiento del primer satélite artificial chino el 26 de abril de 1970.[1] Aquel día, desde el espacio exterior se transmitió un himno para alabanza y gloria del líder comunista:
Oriente es rojo. El sol se eleva. Mao Zedong aparece en Oriente. Trabaja por el bienestar del pueblo. El presidente Mao ama al pueblo. Es el hombre que abre nuestro camino. Nos conduce hacia adelante.
Una teoría política: el Pensamiento Mao
La figura de Mao Zedong, casi deificada, dejaba a su muerte una nueva China, pero también una nueva doctrina política: el maoísmo o marxismo-leninismo-maoísmo; aunque en la República Popular nunca lo llamaron así, sino Pensamiento Mao Zedong. Como su propio nombre indica, se trata de una corriente del marxismo-leninismo reinterpretada por el líder chino. En otras palabras, en el principio estaba Marx, después Lenin interpretó la filosofía del intelectual alemán, y Mao hizo lo propio en su tiempo. Aunque en verdad el líder chino no modificó sustancialmente los planteamientos de Lenin, sino que los desarrolló y adaptó a la realidad que le rodeaba.
¿Cuál fue la importancia de Mao como teórico del marxismo? La opinión casi unánime de los filósofos marxistas o especialistas en marxismo es que Mao no hizo ninguna aportación de relieve en el plano teórico. De hecho, a diferencia del comunismo ruso, el comunismo chino prácticamente no tenía relación directa con Marx ni con el marxismo, aunque sí con Lenin y su teoría política. En este sentido, Mao Zedong no modificó ni alteró fundamentalmente el pensamiento de Lenin y de Stalin, a quienes citó con frecuencia, más bien al contrario: el líder chino fue el gran pedagogo de un marxismo-leninismo readaptado para el pueblo más numeroso del mundo. De hecho, Mao se caracterizó por su exposición relativamente divulgadora y por saber aplicar las teorías de Lenin a la situación concreta de China.[2]
La novedad del maoísmo no hay que buscarla en el terreno de la teoría comunista, sino en la inculcación, por parte del régimen de Mao, de una serie de principios y normas de conducta al pueblo chino con el fin exclusivo de garantizar resultados concretos en la vida social, económica y política.
Una de las principales diferencias entre el marxismo-leninismo y el maoísmo radica en que el primero tiene como epicentro al proletariado, mientras que el Pensamiento Mao Zedong defendió la idea de que era el campesinado la verdadera fuerza revolucionaria que podría ser movilizada bajo la dirección del PCCh. El maoísmo partía del hecho de que China era un país inmerso en el feudalismo, con una innumerable masa campesina oprimida por los terratenientes latifundistas; y precisamente, este amplísimo estrato social fue el motor de la revolución que habría de venir. Por eso la Revolución China fue del campo a la ciudad, con un modelo de lucha armada con bases agrarias, el cual llevó al PCCh al poder.
Pero el tema de la clase social protagonista no fue la única divergencia chino-soviética. La cuestión de la inevitabilidad de la Guerra Fría, el desarme, las comunas populares y el método revolucionario fueron otros de los focos de discusión entre Moscú y Pekín. Son temas, como puede verse, que giran en torno a la táctica, a la estrategia; no son, por tanto, cuestiones de ideología estrictamente hablando. Pero esto no quita para que, como describió el líder comunista español Santiago Carrillo «al movimiento comunista le habían salidos dos cabezas, los rusos y los chinos.»[3] Esto se percibía, como se ha dicho, en cuestiones de importancia como la Guerra Fría, ante la que «había dos actitudes: la de que se podía evitar y había que evitarla, expuesta por Jruschev y la de que con guerra o sin guerra, derrotaríamos al capitalismo, que era un “tigre de papel”.»[4]
Otra de las ideas fundamentales que distinguen al maoísmo del marxismo-leninismo es la afirmación de que tras la toma del poder ―dictadura del proletariado― la lucha de clases continúa. Por su parte, el comunismo internacional con sede en Moscú afirmaba que, una vez conquistado el poder, las otras clases sociales desaparecen y sólo existe la clase obrera, cuya vanguardia es el Partido Comunista. Frente a esta idea, Mao Zedong pensaba que, incluso cuando el proletariado y el campesinado han alcanzado el control del Estado mediante la revolución, la burguesía puede seguir en pie y en condiciones de restaurar el capitalismo, lo que justifica la tesis de la revolución permanente.
El best-seller de Oriente
El régimen de Mao Zedong tuvo el honor de poner en marcha el segundo libro más vendido de la historia, sólo superado por la Biblia. Salió a la luz en 1964 y es conocido en Occidente como Libro Rojo; aunque su verdadero título reza: Citas del presidente Mao.
Este texto fue publicado por el gobierno de la República Popular China. Como su propio nombre indica, recoge citas y discursos pronunciados por el líder de la nación. Desde su aparición se han imprimido más de novecientos millones de ejemplares. No en vano todos los miembros del PCCh debían llevar siempre un ejemplar y su lectura era obligatoria en los colegios y en los lugares de trabajo.
El Libro Rojo no sólo fue un éxito ―ineludible― en China. Durante los años sesenta, al calor de la eclosión de los nuevos movimientos sociales y de liberación, la obra maoísta por excelencia se vendió, en muchas ocasiones clandestinamente, en las librerías de todo el mundo: Reino Unido, Francia, España, Japón, Unión Soviética, las dos Alemanias, Italia, Nepal, Indonesia, Birmania, Irán… En el caso español, por ejemplo, la lectura del Libro Rojo se convirtió en un lugar común entre la juventud antifranquista que se situaba a la izquierda del PCE, aunque el simple hecho de poseer este manual revolucionario era causa segura de encarcelamiento.
La obra consta de 33 capítulos que recogen 427 citas del presidente Mao. Entre los temas tratados figuran el Partido Comunista y la lucha de clases; pero también hay lugar para la educación y el adiestramiento militar, los jóvenes, las mujeres y la cultura y el arte.
Un absurdo cataclismo: la Revolución Cultural
Según el Pensamiento Mao, lo que estaba sucediendo en la Unión Soviética era que el aparato del PCUS había dado lugar a una burocracia estatal que corría el riesgo de convertirse en una nueva burguesía que trajera de vuelta el sistema capitalista. Fue para evitar que esto sucediese en China por lo que se orquestó la llamada Gran Revolución Cultural Proletaria (1966-1976), con el objetivo de profundizar en el socialismo y desenmascarar a aquellos aburguesados o revisionistas dentro del Partido. Así, durante diez años el Estado persiguió a altos cargos e intelectuales a los que Mao acusó de traicionar los ideales revolucionarios por ser «partidarios del camino capitalista.» Lo que a la larga sucedió fue que cualquiera que hubiera expresado en su vida pública un interés cultural o artístico hacia asuntos que no fueran la exaltación de la figura de Mao corría peligro de ser acusado de reaccionario. No es de extrañar, pues, que muchos intelectuales chinos fueran perseguidos, detenidos y ejecutados, mientras otros tantos vieron su salvación en el suicidio.
No es casualidad que el mundo de la cultura fuera el mayor damnificado de la Revolución Cultural. De hecho, numerosas obras de arte fueron destruidas y hasta la religión tradicional china y al sistema de escritura sufrieron modificaciones. En lo que respecta a la religión, la mayor parte de los templos budistas y taoístas fueron cerrados y muchos monjes fueron obligados a seguir programas de reeducación. El pensamiento confuciano también sufrió el tsunami de la Revolución Cultural, se le identificaba con la sociedad feudal antigua. En cuanto a la escritura china, se simplificaron los caracteres como consecuencia de ese espíritu de ruptura con el pasado impulsado por el gobierno. En este sentido, muchas de las diferencias culturales que se perciben en la actualidad entre la China continental y las sociedades chinas de Taiwán, Hong Kong y Macao tienen sus raíces precisamente en la Revolución Cultural, cuyos efectos se han prolongado hasta nuestros días. Y no es para menos, puesto que «el Gran Timonel [Mao] suprimió la práctica totalidad de la enseñanza superior durante la Revolución Cultural.»[5]
Si atendemos a las vidas humanas, esta campaña de masas organizada por el PCCh de Mao dejó un balance de miles intelectuales fallecidos y de tres millones de militantes del partido desaparecidos.
Estrategia militar
La cuestión de la lucha armada ocupa un lugar central dentro del maoísmo. No hay más que atender a la frase de Mao: «el poder nace del fusil.» Su estrategia principal fue la guerra de guerrillas, que se desarrollaba en tres fases: a) movilización y organización del campesinado, b) establecimiento de bases rurales y el incremento de la coordinación entre las guerrillas y c) transición a una guerra convencional ―que fue la Guerra Civil china (1927-1949)―.
El propio Mao fue un brillante estratega militar. Sus escritos sobre la guerra de guerrillas y la noción de guerra popular son considerados clave a la hora de comprender estas metodologías bélicas. No obstante, no fue hasta después de la revolución cubana cuando Mao fue considerado el «astro guía de los revolucionarios.»[6] A día de hoy, en pleno siglo XXI, las ideas militares maoístas han adquirido más relevancia en los países circundantes de China que dentro de la propia República Popular, la cual cuenta con una situación política e incluso ideológica radicalmente distinta a la de la primera mitad del siglo XX.
Un legado marcado por el delirio de un líder
Tres son las estaciones del vía crucis del pueblo chino durante el período maoísta: la fulminante colectivización de la agricultura campesina entre 1955 y 1957, el Gran Salto Adelante de la industria en 1958 ―seguido por la terrible hambruna de 1959-1961, probablemente la mayor del siglo XX― y los diez años de Revolución Cultural.
Hay quórum entre los historiadores y orientalistas al declarar que estos cataclismos se debieron en buena medida al propio Mao, cuyas directrices políticas solían ser recibidas con aprensión por la cúpula del partido, y a veces ―especialmente en el caso del Gran Salto Adelante― con una franca oposición, que el amo de China sólo superó con la puesta en marcha de la Revolución Cultural.
Inhumanidad, oscurantismo y absurdos surrealistas. Esa puede ser una tríada útil a la hora de describir las décadas de gobierno de Mao Zedong. No obstante, no pueden dejarse a un lado los logros alcanzados en la República Popular China de aquellos años. Por ejemplo, el consumo medio de alimentos estaba por encima de muchos países sudamericanos y africanos, la esperanza de vida subió de 35 años en 1949 a 68 en 1982 y la población creció de unos 540 millones de chinos en 1949 a 950 en el momento de la muerte de Mao. En cuanto a la educación, es cierto que se vio muy castigada debido a la Revolución Cultural, pero no se puede negar que en 1976 el número de niños que acudían a la escuela primaria era seis veces mayor que en el momento en que Mao llegó al poder: hablamos de un 96 % de niños escolarizados en comparación con el 50 % en los años cincuenta.
En resumen, aunque los logros del período maoísta no puedan haber impresionado a los observadores occidentales contemporáneos, sí podrían sorprendido a los observadores de buena parte de lo que conocemos como Tercer Mundo. Sea como fuere, Mao Zedong es una de las figuras clave del siglo XX y su etapa al frente del gigante asiático es el período central de la historia reciente del país, matriz de todo lo que vino después. Mao refundó una nación, creó una nueva China a partir del marxismo-leninismo y fue fuente de inspiración en todo el globo. Pero por encima de todo ello se alzan las sombras de un régimen todavía desconocido, en buena medida, en Occidente.
Para saber más
Notas:
* El título del artículo hace referencia a una expresión utilizada por Mao Zedong para referirse al capitalismo e imperialismo estadounidense.
[1] Caben matizaciones, ya que, al contrario que la Unión Soviética, la China de Mao no experimentó un proceso de urbanización masiva. No fue hasta los años 1980 cuando la población rural china bajó del 80 %.
[2] La Vanguardia, 10/09/1976, p. 16. Disponible aquí.
[3] Carrillo, Santiago, Memorias, Planeta, Barcelona, 2008, p. 572
[4] Ibídem, pp. 572-573.
[5] Hobsbawm, Eric, Historia del siglo XX, Crítica, Barcelona, 1995, p. 299.
[6] Hobsbawm, Eric, op. cit., p. 86.