Tokio, 1923, Taki, una muchacha del norte de Japón, se establece con una joven familia como su criada. Casi un siglo después el sobrino de Taki lee los diarios que esta mujer, que no ha tenido ni hijos ni familia propia, ha dejado tras de sí. Estos diarios construyen una imagen de su existencia que refleja mucho más que su propia vida, y que nos hablan de los cambios del Japón Shôwa, desde principios del siglo XX hasta el trauma de la Segunda Guerra Mundial. Unos tiempos caracterizados por el ambiente militar y agresivo que llevó al Imperio del Sol Naciente a una política exterior de la que sus descendientes, como el sobrino de Taki, reniegan.
Pero no es éste el tema de la película que tenemos entre manos, pues en este film se prefiere hablar del cambio de vida de las familias japonesas, algunas cercanas al modo de vida Meiji, o incluso a uno más antiguo y atemporal (como en el propio pueblo de la protagonista), y otras que se acercan al modo contemporáneo y a lo globalizado.
Puede parecer, tal y como denuncia el sobrino de Taki, que la versión del Japón que se nos presenta aquí está dulcificada, pues estamos, al fin y al cabo, ante una criada y ante el Japón imperialista que llegará a la Segunda Guerra Mundial, pero los tintes bélicos o negativos que pudieran agregarse a esta historia apenas aparecen hasta el mismo final. Así, La casa del tejado rojo es un relato más cercano a la obra de Ozu, una historia de pequeñas familias y sus vicisitudes. Como Ozu, su director recreará los problemas de una burguesía nostálgica, especialmente de las mujeres de esta clase social, y los mundos psicológicos en los que éstas se mueven. La familia Hirai es el eje central de esta historia, asentada en los suburbios de Tokio en una casa con el tejado rojo inspirada en las casitas occidentales de esta misma época. La casita es el escenario donde transcurre la mayor parte de la trama, y en ocasiones llegará a adquirir un papel propio, como reflejo de la situación familiar que acoge.
En el relato Taki, como criada, hará de narradora privilegiada, describiendo, mediante los escritos que lee su sobrino, a sus integrantes: Masaki, el padre empleado en una compañía de juguetes, todo un sararyman que podemos reconocer al instante como a un ser ocupado, frío, estresado y volcado hacia el mundo público; al pequeño Kyoichi, el adorable vástago con el que Taki tendrá un cercana relación, quizás más cercana de la que tendrá este niño con su propia madre; y por último Tokiko, la que será la auténtica protagonista de este film. Tokiko, ejemplo de buena mujer, bella, complaciente y siempre con el quimono perfecto para cada ocasión, se enamora de un compañero de trabajo de su marido, un hombre sensible, cariñoso y creativo. Este amor, para desesperación de Taki, es correspondido y traerá con él toda la tensión que sustenta la trama.
Yoji Yamada en La casa del tejado rojo desarrolla, con la excusa del amor inconveniente, una larga y delicada descripción de personajes que pasan por las más diversas emociones delante del telón de fondo de una cada vez más cercana Segunda Guerra Mundial. Un melodrama basado en una novela ya premiada, y que ha pasado por el Festival de Berlín sin grandes reconocimientos. Quizás sea por pecar de novelera, dado que el melodrama no alcanza las cotas de estética y estática sensibilidad de una callada obra de Ozu, ni llega a producir una eclosión empática por parte de un espectador occidental acostumbrado a dramas mucho más desgarradores, frente a los cuales queda esta obra minimizada e incluso un poco cursi.