Entre el 2 y 23 de febrero, el Centro Cultural Coreano alberga la exposición de xilografías de Lee Chul Soo “Vuelan pájaros”. Un total de treinta y siete obras de uno de los artistas más conocidos y representativos de Corea que llegan a la capital de España.
Durante sus comienzos en los años ochenta este artista trabajó dentro del movimiento estético Minjung, un ejercicio de crítica política contra la dictadura y la progresiva americanización del país tras la masacre de Gwangju. El término Minjung se entiende en Corea como una referencia a aquellos que están oprimidos, explotados o marginados y que con el tiempo se ha ido adhiriendo a la idea de la lucha por la democracia que se llevó a cabo durante el último tercio del siglo XX. Artísticamente se crea tras la citada masacre ordenada por Chun Doo-hwan y suele formalizarse con pinturas y grabados que claman por la democracia y la reunificación, lo que conllevó a la detención y tortura de algunos de sus defensores, acusados de comunistas y aliados del régimen norcoreano. Con la llegada de la democracia en los años noventa, el arte Minjung empezó a perder su fuerza reivindicativa y entró en los peligrosos terrenos de lo común y aceptado perdiendo su función principal. Por ello, no es de extrañar que Lee Chul Soo, una vez restaurada la democracia en 1987 se retirara al campo con su familia para cuidar una pequeña granja de arroz desde donde crea sus grabados, además de sus propios alimentos. Lo que no evitó que su obra alcanzará reconocimiento internacional y se haya expuesto por todo el mundo.
Esta pequeña colección que nos ofrece el Centro Cultural Coreano corresponde al trabajo de los últimos treinta años, por lo que la visión con la que nos encontramos es la correspondiente a su perspectiva y testimonio del mundo rural que le rodea. La sabiduría de la observación, el recogimiento y la humildad de la cultura popular coreana se recogen en sus sobrios grabados de escaso y medido color.
Nos encontramos en ellos con una continua búsqueda de la naturaleza acompañada de aquellos que la habitan y trabajan en ella. La sencillez y humildad del trabajo del agricultor que araña la tierra para vivir felizmente. No solo rompe con el modo de vida capitalista e imperialista filoamericano, sino que también decide romper constantemente los límites que encuadran las artes y salta sin miedo las barreras entre la poesía y la imagen figurativa mezclando los trazos de la escritura coreana con los de las ramas y pájaros que pueblan su cielo, su vida y su imaginario.
Cabe destacar, que, como tantos otros sabios zen, no se ha formado en ninguna escuela oficial por lo que sus trazos son muy fuertes, casi bruscos, en comparación con la elegancia de la pintura tradicional coreana. Pero esa parte cruda y cortante de su hacer no resulta tan agresiva como podría parecer una vez nos encontramos con estos grabados de pequeño formato.
Espiritualmente, Lee es uno de los muchos coreanos que se acercaron al cristianismo que se introdujo en la segunda mitad del siglo XX en este país, gracias a movimientos revolucionarios que acompañaban a la teología de la liberación y jesuitas conectados con las corrientes del Minjung. Por ello, no es de extrañar que nos vayamos topando con pequeños mensajes en su obra que puedan ser leídos tanto desde la perspectiva bíblica más social como desde el budismo (concretamente el del maestro Baizhang), tan denostado durante la dictadura.
Todos sus grabados son un testimonio de su vida que nos es relatada como una conjunción de ciclos y pausas dentro de la lectura zen de lo cotidiano. Líneas elementales, manchas sugerentes y poemas encierran un mensaje que se nos escapa a los occidentales en todos sus matices pero que dejan una puerta abierta a la reflexión sobre las relaciones de las cosas y los hombres con su entorno. En definitiva, nos encontramos con el budismo y folclore coreanos, un reclamo social, su apreciación del valor del trabajo y un testimonio del equilibrio y la armonía que residen bajo todas las cosas que estará disponible hasta finales de esta semana en el Paseo de la Castellana.