La exposición La fascinación por el arte del País del Sol Naciente: El encuentro con el arte japonés en el periodo Meiji (1868-1912), que se desarrolló en el Museo de Zaragoza entre el 10 de mayo de 2012 y mayo de 2013, proponía un interesante viaje a través de uno de los periodos más fructíferos del país nipón: la era Meiji.
Aprovechando que precisamente ahora se celebra el Año Dual España-Japón que conmemora los 400 años de relaciones entre España y Japón, realizaremos una breve aproximación a una de las estampas que se podían contemplar dentro de la muestra y que llevaba por título Diversiones de los extranjeros de Yokohama en Bushū. La misma nos sirve para realizar una aproximación al modo en el que precisamente estas relaciones entre Japón y Occidente se plasmaron en el arte.
El periodo Momoyama supone toda una época de apertura. A partir de 1543 llegaron comerciantes portugueses a Japón, y un poco más tarde (en 1549) los primeros misioneros, la mayoría jesuitas capitneados por Francisco Javier (también dominicos o franciscanos). Fruto de todas estas interrelaciones surgió el arte Namban (bárbaros del Sur), dentro del cual destacan los biombos, donde ya se representan a los extranjeros españoles y portugueses. Lamentablemente esta convivencia acabó de forma trágica. Los shogunes expulsaron a los extranjeros y suprimieron todo lo relacionado con sus nuevas creencias (cristianismo como elemento de inestabilidad). Este rechazo llevó a que Japón a comienzos del periodo Edo cerrara todas sus puertas al exterior. Se prohibió la salida de japoneses del país y la llegada de extranjeros. Sí que había relaciones comerciales, pero se limitaban al puerto de Nagasaki, a la isla de Deshima. Solo podían acudir chinos y holandeses.
El periodo Edo (1603-1868) supone una época de estabilidad política y social (shogunato del clan Tokugawa, política de aislamiento). Se produce a su vez un gran auge del grabado japonés ukiyo-e, que poco a poco evoluciona desde formas monocromas hasta conseguir una gran variedad de colores. Dentro del mismo surge el género nagasaki-e (1750-1850). Derivado de la presencia holandesa en el puerto de Nagasaki, empiezan a darse grabados japoneses cuyo tema son precisamente los holandeses. Se postula como antecedente de la gran demanda de manufacturas japonesas de la era Meiji y su proceso de occidentalización.
Las distintas crisis económicas internas de mediados del S. XIX, el debilitamiento de los últimos shogunes y la violenta irrupción de las potencias occidentales dan como resultado el final del periodo Edo. Es en estos instantes cuando Japón se ve obligado a abrir sus fronteras.
Con el periodo Bakumatsu (1853-1867) se produce la desaparición del monopolio holandés en Japón. Es en 1859 cuando se abre el puerto de Yokohama y Japón inicia un proceso de modernización. Muchos occidentales marcharon al país nipón para dirigirlo hacia la “senda del progreso”.
El inicio del periodo Meiji (1868-1912) se produce con la firma del Tratado de Kanagawa (1854) por parte del comodoro Perry (Estados Unidos). A éste siguieron otros tratados con el resto de potencias: Francia, Inglaterra, Rusia y Holanda (“las cinco naciones”, etapa “de los tratados desiguales”). España por su parte ocupó un lugar secundario.
En el periodo Meiji (1868-1912) Yokohama sustituye a Nagasaki como ventana al exterior. Se produce además una evolución del ukiyo-e, que se sitúa entre los cambios llegados desde Occidente y la necesidad de salvaguardar la riqueza de su tradición nacional. También se dan nuevas temáticas e innovaciones estilísticas.
Surge el género yokohama-e (década de 1860), cuyos artistas fueron miembros de la Escuela Utagawa. En el mismo encontramos cromoxilografías [1] con los nuevos temas de los occidentales. La mayoría presentan como tema central el aspecto de los extranjeros, aunque también renovaron la temática del paisaje japonés. Interés histórico de las revistas ilustradas occidentales.
Buen ejemplo de ello es la estampa Diversiones de los extranjeros de Yokohama en Bushū, de Utagawa Yoshitora, con la que queremos ejemplificar esta renovación temática.
En la estampa encontramos dos escenas. En la primera de ellas, situada en la parte superior, vemos cuatro occidentales, un japonés y cuatro japonesas. Los occidentales están representados como se veía a los holandeses en los nagasaki-e: alta estatura, llamativos cabellos pelirrojos y narices alargadas (deshumanización de los europeos y asimilación con lo salvaje), mostrando también gran cuidado en la representación de las vestimentas. No aparecen en interrelación con los japoneses. Dos de las mujeres japonesas aparecen sentadas tocando el shamisen, [2] las otras dos se disponen delante de los occidentales bailando. El individuo japonés se encuentra mirando a éstas, entre las otras dos mujeres y los occidentales. Por las actividades que están desempeñando podemos deducir que las mujeres japonesas son geishas (ataviadas a su vez con kimonos tradicionales).
En la segunda escena encontramos de nuevo una serie de individuos occidentales. Aparecen entre otros dos mujeres occidentales en la parte izquierda de la composición hablando y portando una de ellas una sombrilla (a la moda occidental, no japonesa). En el fondo de dicha imagen aparecen dos individuos japoneses, uno de ellos llevando al otro en un medio de transporte típicamente japonés.
A la derecha observamos en el fondo un hombre occidental, tal como podemos deducir por su aspecto (vestimentas, cabello pelirrojo) montado a caballo. En primer término vemos a su vez otro individuo que monta a caballo, y que seguramente será de nuevo un occidental (cabello pelirrojo). Entre ambos encontramos una tercera figura, de tamaño menor y a pie.
En esta segunda escena se disponen de nuevo cuatro cartelas en color rojo(que seguramente contendrían los diálogos u otras claves para comprender la escena), y en la parte inferior del lado derecho lo que parece ser la firma del autor.
La aproximación de Japón a Occidente había restado el elemento de exotismo al arte del grabado japonés. Aunque sus autores fueron los mismos y las fechas fueron paralelas, en Occidente tuvieron una mayor consideración artística aquellas obras que recuperaban una nostálgica mirada hacia las costumbres nacionales. El encanto del país del Sol Naciente hizo que en Occidente se siguiese la moda de la tradición japonesa (Madama Butterfly), algo que terminó derivando en el fenómeno del japonismo.[3]
Notas:
[1] Grabados que presentan color impresos por medio de bloques de madera.
[2] Instrumento tradicional de cuerda vinculado al mundo de las geishas.
[3] Uno de los movimientos culturales más significativos en el campo de las influencias culturales entre Japón y Occidente en la Edad Contemporánea.