En la actualidad, menos del 2% de la población china practica el Islam, sin embargo, la cifra no resulta insignificante al tener en cuenta que en el país residen más de 1.300 millones de personas. Este grupo minoritario se encuentra disperso por todo el territorio, aunque una parte importante se concentra en la zona noroeste y en la provincia de Sinkiang, donde habitan nueve grupos étnicos que profesan esta religión, conservando lenguas y estructuras sociales propias,[1] mientras que la mayoría musulmana de habla china, los hui, reside por todo el país en pequeñas comunidades.
La provincia de Sinkiang se encuentra en un área periférica del territorio, por lo que no fue integrada de forma definitiva en la administración china hasta finales del siglo XIX, ya que la presencia de las dinastías imperiales en la región se dio de forma intermitente. Por ello, este lugar se ha visto marcado por las múltiples invasiones de pueblos indo-europeos, turcos y mongoles, y actuó como puerta de acceso de diferentes corrientes religiosas.
Se han planteado una serie de factores que han favorecido la permanencia del Islam como religión minoritaria en el seno de la cultura china. Debemos tener presente que la cultura china es hábil en la asimilación de influencias extranjeras, pero tuvo que lidiar con la presencia de una cultura extraña (y con una personalidad tan definida) dentro de sus fronteras. No obstante, el Islam no estaba arraigado en un territorio determinado, ni tampoco se concentraba en amplios grupos poblacionales, sino que los musulmanes siempre se encontraron dispersos entre los principales núcleos urbanos del país. Además, este credo no era uniforme, ya que dentro de la minoría encontramos esos pequeños grupos éticos que mantienen características propias. A ello se añade que la lejanía de estas tierras implicó que los musulmanes de la región estableciesen pocos contactos con las grandes corrientes de la fe, por lo que no se dio con frecuencia la presencia de intelectuales en el país, ni la llegada de nuevos movimientos.
Los primeros contactos de los árabes con China tuvieron un carácter comercial. Las caravanas procedentes de la Península Arábiga llegaron al Imperio, al menos, dos siglos antes del nacimiento del Profeta Mahoma (570-632). El comercio por tierra, a través de los caminos de la Ruta de la Seda, y por mar, a través de los puertos del sur del país, fue la principal vía de intercambio cultural entre el este y el oeste del continente asiático. Por ello, es posible que algunos árabes se asentasen en ciudades costeras, como Cantón (Guangzhou), con anterioridad a la Hégira.[2]
Se considera el año 651 la fecha clave de la llegada del Islam a este territorio. Al fallecer el Profeta, fue sucedido al frente de la nueva religión por los llamados “califas ortodoxos”: Abû Bakr (632-634), Umar (634-644), Uthmân (644-656) y Alí (656-661). Ellos desarrollaron una importante política expansiva por la Península Arábiga, el norte de África y Asia. El califa Uthmân envió una embajada a la corte china, que fue recibida con honores en Chang’an (actual Xi’an) en el año 651, estableciendo así los primeros contactos oficiales entre el mundo islámico y la China de la dinastía Tang (618-907). Desde entonces, hasta 798 se enviaron treinta y siete embajadas de Arabia, y las relaciones diplomáticas continuaron durante el califato abasí (750-1258), pero más tarde, las guerras que tuvieron lugar al oeste del continente implicaron el progresivo abandono de las rutas comerciales terrestres, cobrando mayor importancia la comunicación marítima.
Todavía existe una versión legendaria del acontecimiento, que afirma que la llegada de los primeros árabes a la región sucedió unos años antes, cuando el tío materno del Profeta, Saʿd ibn Abî Waqqâs, y cuatro compañeros, desembarcaron en la costa de Cantón en el año 632, procedentes de Medina. El grupo se dirigiría a la capital, donde serían recibidos por el emperador Tang Gaozong (645-683), al que pidieron permiso para construir tres mezquitas que serían erigidas en Xi’an, Nankín y Cantón. La tradición cuenta que Abî Waqqâs se estableció en Cantón, donde falleció y fue enterrado; la que se cree su tumba, es considerada por los musulmanes chinos el edificio islámico más antiguo del país.
Los primeros pobladores musulmanes de China fueron comerciantes árabes y persas que se establecieron en la capital, Xi’an, y en las ciudades costeras como Cantón, Quanzhou, Yangzhou y Hangzhou. Los nuevos habitantes residieron en barrios separados del resto de la población, donde crearon las primeras mezquitas y cementerios, mantuvieron su modo de vida conservando sus nombres árabes, su vestimenta y su lengua, y practicaron su religión de forma independiente. Además, establecieron lazos matrimoniales con mujeres nativas, ya que con frecuencia eran compradas por los comerciantes, de manera que la comunidad musulmana fue creciendo con el tiempo, iniciando su asimilación étnica y dando lugar a los conocidos hui, que se dispersaron por toda China. Las antiguas mezquitas construidas en estas ciudades conservan estelas de piedra que recuerdan a aquellos comerciantes extranjeros.
El testimonio de algunos viajeros nos aporta información al respecto. El relato más antiguo conservado es un manuscrito árabe titulado Akhbâr al-Ṣîn wa’l-Hind (“Las notas de la China y la India”), que contiene los relatos de dos viajeros árabes, fechados en el siglo IX. El manuscrito se encuentra en la Biblioteca Nacional de Francia, y fue copiado tres siglos después de esta visita y recoge la conversación de uno de los árabes con Ibn Wahab, un comerciante musulmán que se había entrevistado con el emperador Tang. El relato nos proporciona datos verdaderamente interesantes, pero en él no se alude a la existencia de mezquitas ni se menciona a musulmanes que residieran en el lugar.
La dinastía Song (960-1279) contó con mercenarios de esta religión a su servicio, ya que un grupo de jóvenes árabes ayudó al emperador Shenzong (1048-1085) en su guerra contra el Imperio Liao. Tras su misión, el emperador concedió un título honorífico al líder de los guerreros y les invitó a establecerse en las tierras obtenidas en el noreste de China, de manera que un gran número de musulmanes se instalaron en la zona en torno al año 1070. Una década después, miles de hombres y mujeres se asentaron en los territorios del norte y del noreste, y así el emperador colonizó la zona que separaba a los chinos de los pueblos nómadas del norte. Por otro lado, se conoce que en este momento los niños musulmanes eran educados en la cultura tradicional china, con el fin de adaptarles a la sociedad.
Cuando las tropas de Gengis Kan (c. 1062-1227) se desplazaron hacia el oeste, los musulmanes que se habían establecido a lo lago de los caminos de la Ruta de la Seda terminaron uniéndose a su ejército o huyendo hacia el este, donde muchos se asentaron en la zona de Sinkiang e incluso penetraron hasta Gansu y Ningxia. El emperador Kublai Kan (1271-1294), nieto de Gengis Kan, invadió China con un ejercitó que incluía miles de soldados musulmanes traídos de las conquistas del resto del continente. Tras tomar el control, inaugurando la dinastía Yuan (1279-1368), les otorgó cargos de altos funcionarios en el gobierno central y en los gobiernos provinciales, siendo también decretados ciudadanos de segundo rango.
La tolerancia religiosa de la dinastía Yuan propició que los seguidores del Profeta y otros grupos religiosos se instalasen bajo el Imperio. La población musulmana creció considerablemente, de manera que el Islam se convirtió en una de las principales religiones del país. Durante este periodo, se establecieron colonias mercantiles en las zonas costeras, y estos nuevos moradores trajeron consigo grandes avances técnicos en el campo de la ingeniería, la medicina, el transporte, el comercio, la agricultura y la artesanía. Asimismo, se crearon mezquitas y madrazas (escuelas de estudios religiosos o seculares), y también se estableció una red de albergues que permitió gozar de mayor seguridad a los viajeros.
Ibn Baṭṭûṭa es conocido como “el viajero del Islam”, y en el relato de sus aventuras habla de la vida de los musulmanes en China bajo este periodo. Debido a los problemas cronológicos que plantea la obra, se cree que visitó el país en torno al año 1346, y al menos estuvo en las ciudades portuarias de Quanzhou y Hangzhou. Este marroquí relata que los mahometanos eran respetados y residían en las ciudades en barrios separados que incluían mezquitas. Nos señala que estas gentes se alegraban mucho al recibir visitas de correligionarios extranjeros y que todas las ciudades contaban con un jeque (superior que gobierna un determinado territorio o provincia) y con un cadí (juez que atiende las causas civiles y actúa como gobernador y líder religioso) que controlaban la comunidad. Ibn Baṭṭûṭa habla incluso de la existencia de zagüías (escuelas o monasterios religiosos), de zocos y de los albergues para viajeros.
Algo más tarde tuvieron lugar las hazañas del famoso marino Zheng He, un gran navegante de etnia hui, que viajó a través del Océano Índico en siete ocasiones durante el siglo XV. Él envió embajadas a La Meca y dibujó un mapa de Tierra Santa, mejorando las peregrinaciones. Una lápida funeraria le honra en la ciudad de Nankín, aunque bajo ella no se hallan restos algunos.
A comienzos de la dinastía Ming (1368-1644), estos habitantes gozaron de libertad política, económica, social y religiosa, pero más adelante se llevó a cabo una política de aculturación. Se instó a muchos chinos a instalarse en las zonas fronterizas donde los musulmanes residían en mayoría, con la intención de fomentar las conversiones, aunque muchas personas fueron sometidas de manera violenta. Se regularon sus costumbres, por lo que debieron adoptar tanto los nombres chinos como la vestimenta y el lenguaje, y establecer matrimonios con el resto de la población. Así los musulmanes en China se convirtieron en “musulmanes chinos”. Igualmente trataron de introducirse prácticas rituales y filosóficas locales, los libros árabes y persas se tradujeron al chino, y sólo algunos términos originales se mantuvieron en el ámbito de vida religiosa.
Cuando los manchúes conquistaron China y establecieron la dinastía Qing (1644-1911) estos creyentes protagonizaron distintas rebeliones. En este momento se creó un clima de violencia hacia la cultura y la religión islámica, que fue especialmente intenso a lo largo del siglo XIX, sumiendo en el caos las zonas del norte del Imperio. Durante este periodo, los seguidores del Profeta trataron de vivir su religión de forma discreta, ocultándola en las calles, y construyeron sus mezquitas sin minaretes que pudieran llamar la atención o rivalizar con los templos chinos.
Finalmente, bajo la República (1911-1949), quienes practicaban el Islam fueron reconocidos como una minoría nacional, y se trató de evitar oprimirla con la intención de mantener buenas relaciones políticas con los países de Oriente Próximo y Asia Central. La República Popular China trajo consigo momentos de represión ideológica en los que las minorías religiosas fueron atacadas: se confiscaron tierras, se destruyeron mezquitas y muchas personas fueron forzadas a someterse a la reeducación comunista. Tras las revueltas y disturbios acontecidos en la década de 1990, el país ha tenido que lidiar con los grupos radicales establecidos en el norte.
A lo largo de los siglos, la convivencia de dos culturas con estéticas tan propias produjo una asimilación de formas y soluciones que dio lugar a unas manifestaciones artísticas únicas en el mundo islámico. Es interesante ver cómo las primeras mezquitas construidas en la región mantuvieron las formas características de la arquitectura religiosa islámica, y con el tiempo fueron diluyéndose entre las formas de la arquitectura tradicional china, especialmente bajo la dinastía Ming. Así que puede resultarnos curioso encontrar escritura árabe en la característica porcelana china, o mezquitas que toman el aspecto de templos chinos, donde se desarrollan trabajos de caligrafía con caracteres chinos y con letras árabes sobre los mismos muros. Estos aspectos artísticos los trataremos en detalle en artículos posteriores.
Para saber más:
[1] Estos grupos étnicos son los uigures, kazajos, tayikos, kirguís, uzbekos, tatar, dongxiang, salar y bao’an. Con la excepción del pueblo tayiko, en China se practica un Islam suní de tradición Ḥanafî, una de las principales escuelas jurídicas suníes.
[2] La Hégira indica la migración del Profeta Mahoma desde La Meca a Medina en el año 622 y supone el inicio del calendario musulmán.