En nuestro anterior artículo descubrimos a Francesc y Josep Masriera, en este capítulo trataremos la figura de Lluís Masriera, el hijo de Josep.
Lluís Masriera i Rosés (1872-1958), fue un artista polifacético: orfebre, diseñador de joyas, pintor, escritor, dramaturgo, escenógrafo, crítico de arte y coleccionista, aunque su faceta más conocida es la de joyero, por lo que es reconocido como uno de los más importantes artistas españoles. Destacó en el campo de la dramaturgia a nivel nacional pero también a nivel internacional, ya que dirigió una compañía teatral llamada Belluguet, de la cual fue su fundador, autor de obras, director de escena, el actor principal, así como su escenógrafo, figurinista, ensayista, creador e ilustrador de publicaciones de difusión teatral y compositor e intérprete de música de escena. Asimismo, fue el fundador de la revista El Estilo, dedicada a todas las artes decorativas. Por otra parte, cabe mencionar que fue el presidente del Círculo Artístico de Barcelona, de la Real Academia de Bellas Artes de San Jorge de Barcelona, miembro del Salón de Barcelona, de la Real Academia de Ciencias y Artes y de la Junta de Museos de la misma ciudad. Fuera del ámbito catalán, fue miembro correspondiente en la Academia de San Carlos de Valencia y de la Academia de San Luis de Zaragoza.
Desde muy joven sintió una gran atracción hacia la pintura, especialmente por los esmaltes, y con 17 años decidió formarse en esta modalidad en Ginebra, donde estuvo dos años, hasta cultivarse en la técnica de Limoges (método que consiste en aplicar sobre una superficie metálica, capas de esmalte que vayan formando motivos, de forma que a base de la superposición de distintas capas se crean las transparencias y los juegos de luces y sombras). Viajó a París para visitar la Exposición Internacional celebrada en 1900, donde descubrió los trabajos del gran maestro joyero René Lalique (1860-1945). Esto produjo un cambio en su trayectoria, y en verano de 1901 trabajó en su nueva colección que fue expuesta el 21 de diciembre de ese mismo año en el escaparate de la tienda familiar situada en la calle de Ferran de Barcelona: un repertorio atrevido, sensual, creativo y muy renovador. El éxito de la nueva colección se debió a su temática innovadora cuya línea principal fue la imagen de la libélula de alas con nervios unidos por esmalte translucido, inspirada en las joyas de Lalique y de una perfecta ejecución, además de otros motivos vegetales y florales de clara influencia japonesa, como son crisantemos, lirios, peonías y juncos, o animalísticos como el dragón, garzas, etc., piezas con influencias japonesas bien por su temática, sus composiciones irregulares, o su técnica.
A partir de este momento Lluís es consagrado como el mejor joyero de Barcelona, equiparado a René Lalique, y a Louis Comfort Tiffany (1848 -1933), hijo del fundador de “Tiffany y Co” en América.
Por otra parte, en 1920 realizó el cuadro que le otorgó fama como pintor, titulado Sombras reflejadas, en el que recoge la influencia de Whistler y las estampas japonesas. Se encuentra en el Museo Nacional de Arte de Cataluña.
Esta pieza representa una escena amable en la que Lluís representa un paisaje costero, en concreto, una playa catalana a la que la familia Masriera acudía habitualmente en Sant Andreu de Llavaneres. En ella se ubican tres figuras femeninas bajo la sombrilla protegiéndose del sol, sus cuerpos quedan cubiertos por unas prendas de colores blancos exceptuando una joven cuyo torso y espalda quedan al desnudo. La gran protagonista de esta escena es la sombrilla, el mismo objeto japonés que se poseía la familia en su taller y que había sido adquirido por Josep. Una pieza de grandes proporciones con motivos florales y de pájaros exóticos, de un colorido fuerte, puro, sin modular que recuerda al tratamiento del color en los grabados japoneses. La sombrilla es el elemento que evidencia el gusto y la fascinación por la cultura oriental. Además, se trata de una obra en la que predominan los colores vivos y brillantes como el azul, el blanco, los rojos y los naranjas generando una obra muy colorista que recuerda a los esmaltes que el mismo artista aplicaba en sus piezas de joyería y que son conocidos como “Los esmaltes de Barcelona”.
La temática de la sombrilla japonesa, junto con el abanico, los quimonos o los biombos fueron temas muy populares, convirtiéndose en los grandes protagonistas de las obras pictóricas desde finales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, siendo plasmados por múltiples artistas como Mariano Fortuny, José Villegas, Santiago Rusiñol, Isidre Nonell y otros artistas japonistas.
Este cuadro fue expuesto por primera vez en la Exposición General de Bellas Artes de Madrid en 1920, en la que recibió un premio, también se exhibió en Londres y hasta en Japón, y en 1925 fue galardonado con un gran premio en la Exposición de Art Decó de París. Tuvo un éxito extraordinario, tanto entre la crítica especializada como por parte del público y fue reproducida mediante copias, tanto que llegando a encontrar reproducciones hasta el País del Sol Naciente:
Un amigo mío que al cabo de unos meses fue a Oriente, me trajo una reproducción del cuadro, pintada en un abanico japonés, que había comprado en una tienda de Tokio. La copia era exacta, solo habían tapado las figuras desnudas con quimonos.[1]
Incluso posteriormente, realizó distintas versiones de la misma, donde la protagonista seguía siendo la sombrilla japonesa.
Otra de las obras pictóricas, expuesta en el MNAC, en la que se refleja la impronta japonesa es un óleo sobre madera titulado Composició decorativa, que de formato horizontal, emulando a los emakimonos nos presenta un paisaje invernal donde los protagonistas son la nieve y una grulla, animal característico de la fauna japonesa y que Lluís pudo copiar de una efigie nipona perteneciente a la colección particular de la estirpe Masriera.
Por otra parte, la moda por todo lo japonés, además, abarcó otras manifestaciones culturales dirigidas a la burguesía: el teatro. La producción teatral de este artista es muy amplia, y algunas de sus obras están inspiradas en el País del Sol Naciente, son las siguientes: Sota l’ombrella, Fantasía Japonesa y Okaru. Influenciadas por la historia, la cultura y el arte japonés, reflejan este nuevo gusto de la sociedad burguesa por una cultura muy rica, exquisita y dispar a la occidental, tales obras son consideradas como japonistas.
Estrenada en 1930, Sota l’ombrella relata una historia sucedida en Occidente. Sin embargo, es considerada japonista ya que su estética y todo lo que concierne a la escenografía remite al mundo oriental. Por otra parte, la escenografía plástica de esta pieza está inspirada en su obra pictórica Sombras reflejadas (1920) y así lo refleja en los escenarios compuestos para su representación. Por otra parte, Fantasía japonesa, es una obra estrenada en 1931, que frente la historia occidental que relata Sota l’ombrella, si esta contextualizada en Japón, pues es una pieza teatral inspirada en la crónica La historia de Genji, de Murasaki Shikibu del siglo XI, una novela clásica de la literatura japonesa que narra la historia del príncipe Genji, en la que se cuenta su vida amorosa, la recuperación del poder imperial y la vida de sus hijos tras su muerte.
No obstante el mejor vestigio de pieza teatral japonista y por tanto en el que centramos nuestra atención es Okaru,[2] siendo quizás la más importante de la trayectoria de Lluís Masriera como dramaturgo. Estrenada el 26 de diciembre de 1921, nació tras un verano dedicado íntegramente a la lectura de la literatura japonesa, expuesta anteriormente, y además constituye la primera obra teatral escrita por el artista para la Compañía Belluguet, que había sido fundada este mismo año. Okaru es un nombre femenino del Lejano Oriente, y es el que da título a esta comedia en “tres estampas japonesas” en palabras de Lluís Masriera, es decir, articulada en tres actos, pero que bajo esta denominación pretende orientalizar más, aún si cabe, la pieza que relata historia de amor en la que todo es japonés: escenografía, decorados, vestuario, maquillaje, diálogos y expresiones, etc. Su representación fue precedida por un coloquio denominado “Conferencia sobre algunas costumbres japonesas”, pronunciado por el propio artista, en ella habla de política, costumbres sociales, religión, fiestas populares, etc., lo que demuestra su amplio conocimiento y entusiasmo por esta cultura, siempre manifiesta en su vida. La autenticidad de la obra radica en el retrato de las costumbres y aspectos tradicionales japoneses.
Al igual que otros muchos artistas como Edgar Degas, Claude Monet, Vincent van Gogh, Paul Gauguin, Mariano Fortuny, etc., Lluís nunca viajó a Japón, pero su vasta formación profesional en diversos campos artísticos le permitió realizar múltiples viajes por Centroeuropa. Gracias a estas estancias pudo conocer las nuevas tendencias que se estaban desarrollando en las demás potencias europeas, donde además pudo establecer contacto directo con artistas, galeristas, comerciantes, etc., que le proporcionaron nociones sobre el arte japonés. Sin duda, fue la Exposición Universal de Barcelona de 1888 una de las principales fuentes de conocimiento sobre el arte nipón, también la de París de 1900 y 1925, así como la literatura, los libros de viajes y todos aquellos documentos que había leído sobre Japón, su historia, su cultura, y especialmente, la colección de arte japonés que la familia Masriera atesoró y de la que hablaremos en nuestro próximo artículo.
Para saber más:
Notas:
[1] “Lliurament d’una obra de Lluís Masriera al Museu”. Butlletí dels museus d’art de Barcelona, nº59, vol. VI, abril de 1936, pp. 118-120.
[2] Kim, Sue-Hee. La presencia del Arte Extremo Oriente en España a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Tesis Doctoral, Madrid, Universidad Complutense de Madrid, 1987 pp. 503-534.