Navegando por la red encontramos muchas veces muestras interesantes de artistas que se inspiran en grandes referentes de la historia del arte, que los toman como modelos y que explotan sus vertientes más atractivas o, sobre todo, poderosas a nivel visual. Es el caso de la coreana Jung-Yeon Min, que parece tomar como punto de partida a construcciones surrealistas arquetípicas, blandas, como las de Salvador Dalí o Yves Tanguy, además de los universos oníricos de artistas como El Bosco.
Estudiante durante cuatro años en la Universidad Hongik de Seúl, amplió con posterioridad sus conocimientos en L`ÉcoleNationaleSupérieure de Beaux-arts de París, ciudad desde la que trabaja principalmente en la actualidad y a la que siempre se ha encontrado muy vinculada. Ha realizado exposiciones en París, Londres, Taipéi, Berlín o Zúrich, por nombrar tan sólo algunas ciudades a lo largo del globo. Colaboradora habitual de la galería londinense Hada Contemporary, esta artista es definida por la misma como una creadora que:
“nació con una aptitud natural para representar el producto de su imaginación, invitando al espectador a experimentar sus visiones surrealistas e íntimas. Sus bien concebidas formas orgánicas fluyen y habitan los espacios de lo imaginativo, a menudo acompañadas de su propia figura o de animales. Transportando al espectador dentro de su obra para mostrarle su interpretación de la relación entre la fantasía y la realidad. Sus pinturas suelen responder a contradicciones evidentes entre opuestos: turbulencia y tranquilidad, excentricidad y autenticidad…”[1]
Estamos de acuerdo, principalmente, con dos puntos del statement anterior: por un lado, con su capacidad para mostrar al espectador el producto surgido de su imaginación y creatividad personal, huella o firma característica de cada artista que constituye la base principal para el desarrollo de su trabajo. Por otro lado, los contrastes (resulten superficiales o no, y en distintos grados) son también habituales en gran parte de la producción artística contemporánea (y en especial en artistas actuales cuyas obras son “viralizadas” en la red mediante el apoyo de las redes sociales). Gracias a estas contraposiciones se puede lograr rápidamente un fuerte impacto en un espectador -acostumbrado al bombardeo continuo de imágenes y a no detener su mirada, casi siempre, apenas unos segundos en cada una de ellas–. Pero, si hay algo que nos parece especialmente importante en la descripción realizada por la galería sobre la obra de la artista asiática es su mención al surrealismo y a las “formas orgánicas”.
El primer manifiesto del surrealismo (publicado en el año 1924), lo definía como:
“Puro automatismo psíquico mediante el cual se intenta expresar, bien verbalmente o por escrito, la verdadera función del pensamiento. Dictado verdadero en ausencia de todo control ejercido por la razón, y fuera de toda preocupación estética o moral”
El carnaval de Arlequín de Joan Miró, pintado el mismo año que apareció el primer manifiesto surrealista, condensa en sí misma muchos de los elementos descritos en el escrito. Como destaca Juan Antonio Ramírez, en esta pintura están ya presentes “asuntos claves (…) como el automatismo poético, la ingravidez espacial y las imágenes múltiples”.[2] Años después, Miró diría sobre esta pintura que:
“No es que pintara lo que veía en sueños sino que el hambre me provocaba una especie de trance parecido al que experimentan los orientales. Entonces realizaba dibujos preparatorios del plan general de la obra, para saber en qué sitio debía colocar cada cosa. Después de haber meditado mucho lo que me proponía hacer comencé a pintar y sobre la marcha introducía todos los cambios que creía convenientes. Reconozco que El Bosco me interesaba mucho, pero yo no pensaba en él cuando trabajaba en El Carnaval. En la tela aparecen ya elementos que se repetirán después en otras obras: la escalera que es la de la huida y evasión, pero también la de la elevación, los animales y sobre todo los insectos, que siempre me han interesado mucho. La esfera oscura que aparece a la derecha es una representación del globo terráqueo, pues entonces me obsesionaba ya una idea: “¡Tengo que conquistar el mundo! (…) Trataba de profundizar el lado mágico de las cosas”[3]
La profundización en el “lado mágico de las cosas” es algo que también busca Jung-Yeon Min: en Plage presenta a dos bañistas mirando hacia un horizonte oceánico incierto conjugado en torno a formas extrañas, con algún tono antropomorfo, mientras que en 4 Minutes es una mujer que parece esperar al peluquero la que se ve rodeada por un halo selvático extraño, con una pila de agua que ha crecido para transformarse en un bosque de formas estrambóticas que la rodean. Racimos de plantas gigantes que parecen derretirse y caer sobre la zona central, donde el agua se escapa incontroladamente, como si fuera una garganta. En tanto que la mujer no puede ver directamente aquello que tiene detrás y que, por la cercanía a su oído, el ruido podría acrecentarse, la escena podría resultarle completamente normal: el surrealismo se toma como una mera inserción en lo cotidiano. Sin embargo, más allá de interpretaciones subjetivas e íntimamente personales, hay dos elementos que parecen claros en todas las obras de la artista y es el tono “blando”, del que ya hablábamos líneas arriba, y la atemporalidad que destilan todas sus obras.
A nivel superficial y en un mero examen visual, las obras de Tanguy y Salvador Dalí, muestran estas formas “blandas”, sobre todo en el caso de este último. Formas descompuestas, intumescencias o hinchazones que se contraponen a figuras rígidas, exasperantemente angulosas y esquinadas en horizontes infinitos. El recurso a estas manifestaciones de “lo blando” tiene algo de motivación por un mundo líquido, en constante cambio (sin que lo vinculemos a ninguna teoría o corriente filosófica o filosófico-artística, sino con una lectura meramente poética), como destaca Juan Antonio Ramírez, sobre El gran masturbador: “Aquí está ya plenamente desarrollada la poética daliniana de lo duro del entorno (arquitecturas o paisaje natural) frente a lo blando y delicuescente de las figuras”.[4] Concepciones que parecen derretirse en entornos totalmente atemporales, alejados de lo real pero con un pie en él. En el caso de Yves Tanguy -cuya vocación, no por nada, salió a la luz gracias a la contemplación de un cuadro de Giorgio de Chirico– constituye el mejor ejemplo: paisajes semidesolados entre los que asoman ruinas que crecen y se descomponen en capas de fluidos que se amontonan sin, por ello, perder un atisbo de cierta gracilidad. La “atemporalidad” o “intemporalidad” es definida por la RAE como algo: “Que está fuera del tiempo o lo trasciende”.[5]
Por una parte, estar fuera del tiempo es comparable a carecer de referente, de órbita sobre la que girar o depositar la gravedad de nuestro cuerpo. Es comparable a flotar. Las obras de la artista parecen ofrecer en ocasiones dicha sensación, la de la ingravidez absoluta y la falta de un asidero a través del cual poder hacer pie o sostenerse. Como si formaran una gran piscina de aire sólido y a la vez ingrávido e intocable. Por otra parte, trascender es una palabra que significa o hace referencia a ir más allá de algo, pero de algo concreto, de un límite trazado artificialmente (y con un fuerte contenido simbólico). Al margen de tópicos manidos acerca de la capacidad de la obra de arte para trascender la biografía -las manos, la mente– de su creador, o de la potencialidad para romper el limes (la frontera) que separa realidad y ficción, en la obra de Jung-Yeon Min, trascender es sinónimo de -soy consciente de que, a pesar de haber querido evitar tópicos, nos enfrentamos a otro de repente, pero permítame la licencia el lector–sugerir. La artista no impone un significado, sino que lo sugiere al lector, al que eleva en la atemporalidad de sus cuadros y le deja flotar en una amalgama de significados distintos.
El Surrealismo (de una manera más o menos superficial en función del caso) ha ejercido bastante fascinación en numerosos pintores o ilustradores actuales. Basta con escribir la palabra “surrealismo” en Google y bucear en sus casi millón y medio de resultados sobre los que poder empezar a deglutir formas visuales (se alejen o no de la concepción original del Surrealismo). Sin embargo, Jung-Yeon Min no se inserta dentro de las corrientes actuales de fuerte influencia surrealista, sino que reconoce a un autor por encima de otros en lo que respecta a sus obras,[6] el mismo al que se refería, sin reconocerlo totalmente, Joan Miró: Hieronymus Bosch, conocido como El Bosco.[7]
Enigmática y misteriosa resulta la obra del artista holandés y, en especial, su famosísima El jardín de las delicias, sita en el Museo del Prado siempre rodeada de pintores aficionados, turistas que siguen con fervor las guías de sala y los itinerarios “imperdibles” de la capital y su milla de oro museística y, por supuesto, de falsos (o verdaderos) expertos que alardean de el significado de una u otra figura. Como destaca Pilar Silvia Maroto, la obra provoca la zozobra característica de lo que no es sino la representación del pecado, “único punto unión entre las tres tablas”[8]: Eva toma la manzana del árbol prohibido y con ello introduce el pecado original en el mundo, un Paraíso engañoso para los ojos de los hombres, a los que sólo queda la condena eterna del Infierno.
El sarcasmo y lo grotesco pueblan por doquier en sus pinturas, ejecutadas alla prima (pinceladas de color sobre el lienzo sin ningún tipo de proyecto previo, sumando en húmedo y no en seco) pero, y aunque parezca contradictorio, con un meditado proyecto detrás, como en el caso de Jung-Yeon Min, donde el caos de su surrealismo cotidiano responde a una idea muy ordenada del mundo, un mundo de ensueño, pero apegado en muchos aspectos a la realidad más cotidiana.
Para saber más: Nada mejor que consultar la amplia obra de la artista (gran parte de la misma puede encerrar para el lector una amplia variedad de metáforas personales, como aquellas a las que ya hemos hecho referencia a lo largo del artículo), y compararla con las obras de maestros de la historia del arte como Hieronymus Bosch -conocido como El Bosco–, Salvador Dalí o Joan Miró. Puede resultar útil pasearse por páginas como:
Notas:
[1] En el original en inglés: “Min Jungyeon was born with a natural aptitude of depicting her eccentric imagination inviting the onlooker to experience her surreal and intimate visions. Her beautifully created organic forms flow and inhabit the imaginative spaces often together with her own figure or animals. Conveyed within the works is her interpretation of the relationship between fantasy and reality. Her paintings accommodate contradicting imageries of turbulence and tranquillity, eccentricity and authenticity, combined and successfully transferred on to canvas in a calm and believable way”. http://www.hadacontemporary.com/minjungyeon/ [22/11/2014].
[2] Antonio Ramírez, Juan Antonio, “Las vanguardias históricas: Del cubismo al surrealismo”, en Antonio Ramírez, Juan Antonio (Coord.) Historia del Arte 4. El mundo contemporáneo, Madrid, Alianza Editorial, 2005, p. 252.
[3] Ibídem, p. 253.
[4] Ibídem, p. 256.
[5] http://buscon.rae.es/drae/srv/search?id=aOpqyvl1JDXX2RmRSsKV[25/11/2014].
[6] http://culturacolectiva.com/mundos-extraordinarios-creados-por-jung-yeon-min/ [22/11/2014].
[7] Aunque, en verdad y como en muchas otras ocasiones, las influencias son diversas: Plage parece la combinación de un estilo cibernético a lo Tron (disculpe el lector lo banal del vínculo) o de algunas corrientes de New Media Art. Hace referencia la playa, quizás a la playa de la creatividad o al entretejido de sus pensamientos, como en Tissage.
[8] https://www.museodelprado.es/enciclopedia/enciclopedia-on-line/voz/jardin-de-las-delicias-el-el-bosco/[25/11/2014].