Hay pocas cosas mejores que la música para trasladarse a otras épocas y experimentar nuevas emociones. Y qué mejor que lanzarse a ello con motivo de este Año Dual España-Japón que ahora conmemoramos. Para la ocasión, hemos escogido una propuesta discográfica que rebosa calidad, mimo y buen hacer.
Se trata de The Road of HasekuraTsunenaga (2013), el más reciente álbum de Rodrigo Rodríguez, maestro de shakuhachi, o flauta tradicional japonesa, nacido en Argentina (1986), criado en España y formado musicalmente entre la piel de toro y el país del Sol Naciente.
El disco, grabado y difundido con apoyo de la Fundación Japón, de Casa Galicia Japón,el Ayuntamiento de Coria del Río e incluso la embajada del país nipón, explora con audacia las posibilidades del instrumento para hacer un homenaje más que digno al diplomático japonés Hasekura Rokuemon Tsunenaga. Éste fue el líder de la llamada embajada Keichô (1613-1620), suceso histórico que ya ha hecho aparición en diversos números de nuestra revista, y que le llevó a visitar las Américas, España, Francia o Roma.
Pero el disco de Rodríguez también supone un segundo homenaje a todo un honorable linaje de maestros en el arte del shakuhachi. De entre ellos, Miyata Kohachiro[1]es quizá la influencia más poderosa (y alegremente reconocida) en términos de estilo y repertorio.
Rodríguez constituye una rara avis en el mundo del shakuhachi, en el que pocosoccidentales han llegado al rango de virtuoso.[2]Hasta la fecha, el músico puede enorgullecerse de haber completado cuatro álbumes ambiciosos y dispares, alternando el repertorio clásico (honyoku) con el contemporáneo e incluso elNew Age. El espíritu musical de Rodríguez es inquieto, y su última apuesta va más allá: su shakuhachi nos contará historias, pero también Historia, haciendo de su portador un embajador de la interculturalidad.
Así, The Road of HasekuraTsunenaga nos ofrece cortes tradicionales alternados con composiciones de nuevo cuño, que ponen banda sonora a momentos señalados del periplo del japonés por tierras extranjeras.[3]
Entre las melodías pertenecientes al repertorio tradicional destaca la intensidad y belleza de Shika no tone, tema perteneciente a la escuela KinkoRyu,[4] y que evoca el cortejo de dos ciervos llamándose mutuamente. Más difícil es la belleza de piezas como la inicial, Kumoi Jishi, de inicio extraño y recóndito, pero que finalmente cautiva con la fuerza de un embrujo. El shakuhachi, parece, es todo un gusto adquirido.
Tampoco faltan, decimos, las melodías propias, que de algún modo justifican el concepto y título escogidos para el álbum. En 5 October 1614, Rodríguez recrea la llegada de un barco: aquél con el que Tsunenaga tocó tierra en España después de diversas escalas alrededor del globo. El misterio de las tierras lejanas, la extrañeza, curiosidad y el temor del descubrimiento cobran vida en clave de shakuhachi.
Igualmente, la audiencia del diplomático con el monarca español del momento puede leerse en clave musical: el arpa y el shakuhachi parlamentan –primero más tímida, luego más airadamente–, en Dialogues: King Philip III, de admirable capacidad evocadora.
Cabe preguntarse qué tipo de oyentes podrá llevar Rodríguez a su terreno: la estética tradicional del shakuhachi es abiertamente zen, y sus raíces se hallan en la cultura monacal japonesa, siendo sus intérpretes originales monjes mendicantes (komuso)[5] que, según se dice, buscaban elevación[6] o sustento (en forma de donativos) en la práctica del instrumento.
En este sentido, la inclusión de nuevas composiciones y arreglos de piezas tradicionales queda más que justificada: es un intento personal por parte de Rodríguez de encontrar una voz propia como intérprete, pero también una manera inteligente de tratar de dar salida a un producto destinado, en principio, a iniciados. Igualmente, Rodríguez se halla inmerso en una extensa gira de presentación que le ha llevado a tocar dentro y fuera de España. Escenarios todos donde, sin duda, la fuerza electrizante del shakuhachi, esa flauta de bambú, habrá dejado a más de un espectador inmerso en una mezcla de desconcierto y trance. Si tienen ocasión, no se lo pierdan.
Para saber más:
Notas:
[1] Kohachiro, fundador de la escuela de shakuhachi Mu-Ryu (literalmente, ‘sin estilo’), se ha distinguido por contar entre sus discípulos a diversos occidentales. Al caso de Rodríguez se unen, así, los de Clive Bell o Larry Tyrrell.
[2] Otro de ellos, el británico Justin Williams, le acompaña en los duetos de este disco.
[3] Este enfoque conceptual puede recordar al del maravilloso disco de Jordi Savall Francisco Javier: La Ruta de Oriente (2007),que nos brindó la oportunidad de seguir los pasos del fundador de la Orden jesuita, dedicando un breve apartado a la música tradicional japonesa para evocar los años del misionero en Asia Oriental. En él no falta el shakuhachi, pero tampoco elshinobue, o flauta travesera, ni el laúd llamadobiwa.
[4] En el siglo XVIII, el monje Kinko Kurosawa, de la secta Fuke del budismo zen, recibió el encargo de recorrer Japón para recopilar música escrita para shakuhachi. El resultado fue una colección de treinta y seis piezas que, aunque modificadas por intérpretes posteriores, constituyen el repertorio básico de esta escuela de música para shakuhachi.
[5] Los komuso, o ‘monjes de la nada’, hacían honor a su nombre con un tocado de lo más intrigante: el tengai, una especie de cesta de paja que ocultaba total o parcialmente su rostro.
[6] Suizen, o meditación soplada, era el nombre otorgado a la práctica del shakuhachi como medio de meditación en el seno de las comunidades budistas japonesas mencionadas, si bien algunos autores han manifestado sus reservas acerca de la ligereza con la que en Occidente se ha otorgado una pátina de espiritualidad a tantos aspectos de la realidad japonesa. Véase al respecto, para este caso concreto, Deeg, Max, “Komuso and Shakuhachi Zen: From Historical Legitimation to the Spiritualisation of a Buddhist Denomination in the Edo Period”, Japanese Religions, 32 (2012), 7-38.