En 1919, Gojong, penúltimo monarca del efímero Imperio de Corea, falleció repentinamente en extrañas circunstancias, durante un momento de injerencias cada vez más fuertes por parte del gobierno japonés en Corea. Con él terminaba oficialmente cualquier atisbo de una Corea independiente –asimilada, al fin, completamente, por el Imperio Japonés–, aunque no su dinastía, ya que le sobrevivirían varios hijos. Entre ellos destacan, el que se convertiría en el Emperador Sunjong –obligado a ocupar el trono tras la abdicación forzosa de su padre y, más adelante, a abdicar y a aceptar la anexión japonesa de Corea–, y el Príncipe Imperial Yi Un y la princesa Deokhye, enviados desde su juventud a Japón, en donde se vieron abocados a un exilio forzoso.
The Last Princess (2016),[1] el filme que nos ocupa esta crítica, se trata de un biopic –ingeniosamente narrado, y con buenas dosis de reelaboración- de Yi Deokhye (1912-1989), la que fuera la última princesa de Corea. Nacida en Keijo[2] durante los inicios de la ocupación japonesa, la princesa fue la favorita de su anciano padre, a pesar de ser hija de una de sus concubinas y no de una esposa oficial, lo que haría que nunca fuera plenamente integrada dentro de la Familia Imperial Japonesa (aunque esta situación no le hubiera quitado derecho alguno en Corea). Como muchos otros miembros de la aristocracia coreana, fue obligada bajo coacciones a abandonar su país natal y a recibir una educación formal nipona, con el objetivo de –una vez alcanzada una edad apropiada– entroncar con la realeza japonesa y legitimar mediante la sangre las demandas soberanistas del Imperio del Sol Naciente a lo largo del continente asiático.
La película da comienzo durante 1961, cuando un periodista surcoreano recibe la noticia de que el Príncipe Imperial Yi Un ha sido al fin localizado, aunque al borde de la muerte. El periodista viajará a Japón con la ulterior intención de encontrar a Deokhye, de la que hace muchos años que nadie había tenido noticia, y a la que muchos daban por muerta. A través de toda una serie de flashbacks, que relatan la vida de la princesa desde el momento de la muerte de su padre, comprenderemos que el interés del periodista encontrarla trasciende por mucho el del rigor periodístico, y que en su labor se encuentran una serie de reivindicaciones políticas unidas a una estrecha relación personal.
Así pues, el filme relata la vida de la princesa desde su infancia en el Palacio Imperial de Deoksugung hasta su mediática reentrada en Corea en 1962, pasando por una larga vida de vivencias en Japón, en las que se perciben atisbos de la implicación de la princesa en el Movimiento de Independencia de Corea –un asunto que no queda demasiado claro a pesar de que Kim Jan-han (antiguo prometido de la princesa, defensor de la causa y militar de incógnito del ejército japonés) y su plan para exiliar a los príncipes al Gobierno Provisional de Corea en Shanghái[3] son elementos centrales de la trama–, así como de sus supuestos problemas mentales, que en la película son confinados a la última etapa de su vida y como consecuencia directa del mandato japonés. Diagnosticada con sonambulismo, depresión y demencia precoz desde 1930 (especialmente, tras el fallecimiento de su madre el año anterior), sus síntomas aumentaron tras su infeliz matrimonio arreglado –por la misma Emperatriz Teimei- con el Conde Sô Takeyuki, de quien en 1932 daría a luz a una hija, Masae, pasando buena parte de su vida en diversos sanatorios mentales. Divorciada y sola desde 1953 –sin que se le permitiera regresar a Corea debido al temor del nuevo presidente a una restauración monárquica, y tras el fallecimiento de su única hija–, se sabe que intentó suicidarse varias veces hasta ser “rescatada” por un periodista surcoreano en 1961.
La película nos presenta a la princesa como una joven atrapada entre dos tierras, entre dos contextos que le dan la espalda, embriaga de una nostalgia por un mundo que ya no existe. Por una parte, una Corea natal que adora y anhela y que paulatinamente va desapareciendo: primero el Imperio, luego, el Emperador (y con él, la familia), después, el ambiente idílico en el que había sido criada (cuando es obligada a marchar a estudiar a Japón), y, por último, cualquier posible identificación con el pueblo coreano, ya que tanto sus intentos de alzar su voz denunciando las vejaciones sufridas por su pueblo por parte de los japoneses, como –más adelante– los de regresar a su tierra natal, fueron vetados y vistos como amenazantes por autoridades de los diferentes bandos. Por otro lado, un Japón que desde un primer momento se percibe como amenazante y opresor, aunque, afortunadamente, el filme no cae en el maniqueísmo de presentar a todos los personajes nipones como meros antagonistas e inhumanos.
Ante todo, este drama –con fuertes dosis de acción– se trata de una película correcta –no falla en ninguno de sus elementos principales–, con una fuerte solvencia actoral y una coherencia y ritmo narrativo bastante envidiable. Al estar la trama abordada desde un punto de vista fuertemente emocional, la historia relatada resulta apetecible tanto para entendidos en la materia como para quienes se sumergen en ella por primera vez. No obstante, existen algunos elementos que no acaban de encajar por completo y que hubieran requerido de una mayor justificación, como la facilidad con la que se asimila la causa de la princesa con la del Movimiento de Independencia de Corea –fuertemente republicano, como se demostrará más adelante–, y la presencia de esta dentro del mismo, o la situación de Deokhye como miembro asimilado de la aristocracia japonesa (y de su caída en desgracia tras la desaparición de los privilegios de la nobleza con la ocupación americana), así como del progresivo deterioro de su situación familiar y mental.
En este sentido, y a pesar de lo dicho, se trata de una película altamente recomendable para un público general por la empatía que es capaz de generar, solvente al mostrar –de una forma sobria y comedida– las incoherencias e injusticias del Japón Imperial, un esfuerzo en el que buena parte del reciente cine coreano parece haberse volcado con decisión. Si bien para ello se refugia en una historia altamente dramática y sentimental, lo hace a través de un retrato que, a pesar de concreto y sesgado, permite empatizar con el espectador general a partir de emotivas escenas –especialmente, las protagonizadas por las Damas de la Corte– y de la noción que las injusticias políticas, sociales e, incluso, de la salud, no respetan la cuna o el dinero, y que incluso los más privilegiados pueden estar destinados a una vida desgraciada. Aunque no es probablemente que el filme triunfe en las salas extranjeras, no dejen pasar esta emotiva ocasión de adentrarse en la Historia reciente de Corea.
Para saber más:
https://www.youtube.com/watch?v=cSINxwvkhPU
Notas:
[1] The Last Princess / Deokhyeongju (2016). País: Corea del Sur. Director: Hur Jin-ho. Música: Yong-rak Choi, Sung-woo Jo. Reparto: Ye-jin Son, Hae-il Park, Mi-ran Ra, Sang-hun Jeong , Nae-sang Ahn, Jae-wook Kim, So-hyun Kim, Joo-mi Park, Shin Rin-Ah, Je-mun Yun. Idioma: coreano, japonés. A pesar de que su título ha sido traducido como “princesa”, cabe destacar que el título que Deokhye recibe en Corea es “ongju”, referido a hijas de concubinas reales e imperiales, diferente de “gongju”, referido a las hijas de las reinas.
[2] Keijô es el nombre que los conquistadores nipones que dieron a la ciudad de Seúl durante la ocupación japonesa (1910-1945).
[3] Entre 1919 y 1948 existió en China (primero con sede en Shanghái y, después, en Chongqing), moderadamente reconocido por la República de China, un gobierno en el exilio de la Corea ocupada por los japoneses, de vocación republicana y conocido como Gobierno Provisional de la República de Corea. Formado en 1919 tras el Movimiento Primero de Marzo, coordinó la resistencia armada al ejército japonés durante las décadas de los 1920s y 1930s, integrándose en 1940 en el Ejército de Liberación Coreano, que colaboró con el Ejército Aliado en diferente ligares de Asia durante los años de la Segunda Guerra Mundial. El primero de sus presidentes, activo como tal entre 1919 y 1925, sería Syngman Rhee, quien más adelante se convertiría también en uno de los líderes de la Guerra de Corea y en el primer presidente de Corea del Sur (1948-1960).