La consideración del objeto artístico sigue un criterio cambiante y dependiente de la cultura hegemónica en cada momento y lugar. Citando nuestro ejemplo más cercano, en Occidente se constituyó un canon de bellas artes frente a artesanías, que todavía rige los estudios sobre Historia del Arte a pesar de que los profundos cambios acontecidos en los últimos siglos, en lo que respecta a comunicación y medios de masas, han evidenciado su obsolescencia. Ya desde mediados del XIX comenzaron a surgir dentro de este marco reivindicaciones, como el movimiento Arts and Crafts liderado por William Morris, que trataban de derribar las fronteras entre artes y artesanías.
La brecha se vio todavía más agrandada con la irrupción de nuevas expresiones artísticas vinculadas a los avances tecnológicos: la fotografía, el cine, el videoarte…, así como con la reivindicación del valor artístico de objetos cotidianos en el arte ready-made, por mencionar algunos de los más evidentes. Por no hablar de las muchas manifestaciones que reciben una diferente consideración en función del lugar en el que son producidas o valoradas: la caligrafía tiene una consideración equiparable a la de bellas artes en culturas como la árabe, la persa, la china o la japonesa, mientras que en Occidente se ha considerado, como mucho, un elemento añadido. Y todos estos criterios, además, se han visto atados no solamente a la geografía sino también a la época, fluctuando y mutando con el paso de los años.
Japón no se ha visto al margen de estos fenómenos, de hecho, podría considerarse que los ha vivido con una especial virulencia por sus circunstancias históricas. La Restauración Meiji (1868) y la consiguiente apertura de fronteras del país tras un aislamiento prolongado durante más de dos siglos desataron un torrente cultural de gran agitación, mientras la cultura japonesa se readaptaba a su nueva posición internacional.
Sin todo este contexto, no se entendería la figura de Soetsu Yanagi. Su pensamiento supuso una reivindicación de las artesanías japonesas en un inspirador movimiento que recibió el nombre de mingei, “artesanía popular”.
Soetsu Yanagi
Para comprender la figura de Yanagi, primero debemos conocer unas pinceladas acerca de su biografía y su trayectoria. Soetsu Yanagi nació en 1889, en el seno de una familia en buena situación, lo que le permitió ingresar en 1901 en la Gakushûin (también conocida como Gakushûjo o Peers School), un prestigioso centro educativo fundado en 1847 por el que ha pasado buena parte de la familia imperial japonesa, además de numerosas personalidades de muy diversa índole.[1]
Uno de sus primeros maestros durante esta etapa fue D. T. Suzuki (1870-1966), filósofo y uno de los principales divulgadores del budismo zen, tanto en Japón como a nivel internacional. También se relacionó con algunos compañeros que se convertirían en importantes novelistas de la Era Shôwa (1926-1989), como Naoya Shiga (1883-1971) y Saneatsu Mushanokôji (1885-1976), algunos de los fundadores de la sociedad literaria Shirakabaha, y participó en la revista literaria publicada por el grupo, Shirakaba. Lo que estos jóvenes tenían en común era su rechazo al confucianismo y a la tradición literaria japonesa, a la que respondían con una fuerte influencia occidental, con excepción de las artes tradicionales. Así, Yanagi entablaría amistad con algunos artistas y artesanos occidentales, al tiempo que adquiría un mayor conocimiento de su literatura, sintiéndose particularmente fascinado por el poeta y artista británico William Blake (1757-1827) así como por el estadounidense Walt Whitman (1819-1892).
A finales de los años diez, Yanagi comenzó a acercarse a las artes populares a través de las creaciones coreanas. Su interés culminaría con la fundación del Museo de Artes Populares de Corea, en 1924. Fue precisamente su apreciación de las formas tradicionales coreanas lo que terminó conduciéndole a la reivindicación del arte popular japonés.
Así, ya en los años veinte volvería su vista hacia su país natal, y junto a los ceramistas Kenkichi Tomimoto (1886-1963), Hamada Shôji (1894-1978) y Kawai Kanjirô (1890-1966) acuñó el término mingei, un hito simbólico en el que cristalizaban sus preocupaciones y en torno al cual se generó una filosofía artística. Mingei hace referencia a los objetos cotidianos que han sido creados con la única aspiración de ser funcionales, y que precisamente por la honestidad que destilan, resultan extremadamente bellos.
El Movimiento Mingei fue oficialmente establecido en 1926, bajo el impulso directo de Yanagi, con el objetivo de rescatar y reivindicar las artesanías cotidianas producidas desde los periodos Edo (1603-1868) y Meiji (1868-1912). Todo este proceso culminaría una década después, en 1936, con la creación del Museo de Arte Popular Japonés (Nihon Mingeikan), una institución inspirada en el Museo Nórdico ubicado en Estocolmo. El museo tiene como sede la réplica de una casa rural tradicional, siguiendo las costumbres de la zona de Togichi. En la actualidad, custodia una colección de unas diecisiete mil piezas de distintas procedencias: japonesas, pero también coreanas, chinas, taiwanesas y occidentales, que a su vez abarcan múltiples formas: cerámicas, pinturas, trabajos en madera, textiles… Entre las colecciones del museo ocupan un lugar destacado las de artesanos vinculados con el movimiento mingei: desde los anteriormente citados Shôji y Kanjirô hasta Bernard Leach (1887-1979), un ceramista británico con quien Yanagi mantuvo una estrecha amistad.
Fueron numerosos los reconocimientos que Yanagi recibió durante su carrera, llegando a ser nombrado Persona de Mérito Cultural en 1957 por su labor al frente del Museo de Arte Popular, pero también por sus numerosos escritos y las reivindicaciones culturales que defendía. Ya a título póstumo, en 1984 recibió también la Orden del Mérito Cultural de Corea,[2] siendo el primer extranjero en obtener este reconocimiento.
La belleza del objeto cotidiano
La belleza del objeto cotidiano es una compilación de dieciséis ensayos de Soetsu Yanagi, publicados en distintos momentos de su trayectoria y obtenidos de dos obras, a su vez, recopilatorias: Mingei yonju-nen (“Cuarenta años de artesanías populares”) y Yanagi Soetsu korekushon 2: mono (“Colección Soetsu Yanagi 2: Objetos”). La obra escrita de Soetsu Yanagi va mucho más allá del establecimiento de una serie de principios que cohesionan y filtran una heterogénea variedad de piezas, sino que es, en sí misma, una reflexión filosófica sobre aquello que nos rodea.
Los textos que conforman el volumen son: ¿Qué es la artesanía popular?, La belleza de los objetos misceláneos, Un karatsu pintado como objeto de reflexión, ¿Qué es un patrón?, El bashofu de Okinawa, La belleza del kasuri, Las características del kogin, La perspectiva japonesa, La historia del descubrimiento de Mokujiki, Xilografía, Otsu-e, Sesshu y la artesanía, Washi, Ver y conocer, Carta a mis amigos coreanos y El Museo de Artesanías Populares de Japón. En ellos podemos ver una muestra representativa del trabajo escrito de Yanagi y la manera en que se construye su pensamiento, abordando tanto la reflexión sobre casos particulares como sobre las propias bases de su ideario.
Esta edición de La belleza del objeto cotidiano corre a cargo de la Editorial Gustavo Gili, especializada en literatura sobre arte y diseño con gran relevancia internacional. La selección de textos proviene de una edición inglesa de 2017, Soetsu Yanagi. Selected Essays on Japanese Folk Crafts. En conjunto, constituye un corpus de gran interés para aproximarse a un pensador que, hasta esta obra, se encontraba inédito en castellano. El propio tomo parece imbuido del espíritu del mingei, emanando belleza a través de su sencillez y utilitarismo.
Soetsu Yanagi no pudo poner freno a la modernización, pero la vigencia de su pensamiento en el mundo actual no ha perdido ni un ápice de fuerza. Las reflexiones contenidas en La belleza del objeto cotidiano suponen una lección fundamental, no solamente para aquellos interesados en el arte y en la estética, sino para todos aquellos que nos dejamos arrastrar por la vorágine cotidiana. A través de las palabras de Yanagi, podemos reencontrarnos con nuestras raíces materiales y reaprender a valorar de otro modo todo aquello que nos rodea.
Notas:
[1] Por citar algunos de los más célebres, entre los estudiantes de Gakushûin podemos encontrar al escritor Yukio Mishima, a la artista Yoko Ono, el director y fundador de Studio Ghibli Hayao Miyazaki o Tarô Asô, 92ª primer ministro de Japón entre 2008 y 2009 y actual Viceprimer Ministro y Ministro de Finanzas.
[2] La Orden del Mérito Cultural de Corea del Sur cuenta con cinco grados: Geumgwan, Eungwan, Bogwan, Okgwan y Hwagwan, ordenados de mayor a menor importancia. La otorgada a Soetsu Yanagi es la Bogwan o tercera clase, que comparte con personalidades como el director de cine Park Chan-wook (nombrado en 2004, especialmente conocido por su Trilogía de la Venganza o la más reciente The Handmaiden). Por encima, encontramos, por citar algunos ejemplos, a Kim Ki-duk (2012, Arirang, Pietà) o Bong Joon-ho (2019, director de títulos como The Host o Parásitos), ambos directores de cine que comparten el reconocimiento Eungwan o de segunda clase con Martina Deuchler, académica sueca especializada en estudios coreanos que fue galardonada en 1995; así como al artista Paik Nam-june (2007), considerado el creador del videoarte, que posee el grado Geumgwan o primera clase. Por debajo de Yanagi, encontramos también algunas celebridades destacadas, como Cho Min-sik (2004, actor, conocido por su papel en Old Boy) o el cantante Psy (2012, responsable del éxito musical Gangnam Style), ambos con una Okgwan o cuarta clase, o la boy band BTS, que en 2018 obtuvo la Hwagwan o quinta clase.