Artículo escrito en colaboración con Adrián Ruiz.
En el artículo que hoy os traemos, vamos a acercaros al que muchos consideran como el mayor descubrimiento de la era contemporánea, que no es otro que el mausoleo del hombre que unificó China, el emperador Qin Shi Huangdi.
Desde el año 350 a.C., el pueblo chino languidecía en la miseria a causa de las guerras entre los diversos estados, hasta que en el 246 a.C., el príncipe Zheng sube al trono del estado de Qin, ubicado en el noroeste del país, autoproclamándose, tal y como su nombre indica, “Primer soberano emperador de Qin”.
Qin Shi Huangdi, primer emperador de la China unificada, tuvo un corto mandato durante el que realizó toda una serie de mejoras para su imperio, así como uno de los grandes enigmas de la Historia y una de las obras de arte más importantes de la humanidad: su propia morada para la eternidad.
Con su primer ministro y mentor Li Si, tomó toda una serie de medidas para lograrla cohesión de sus territorios y evitar así la anarquía reinante que se produjo en el periodo de los Reinos Combatientes. De entre todas sus reformas, destaca la abolición del feudalismo y el establecimiento de un rígido control sobre las treinta y seis provincias, dirigidas por tres gobernantes (uno civil de carácter temporal, otro militar y un mediador entre ambos), así como el traslado de todas las familias reales de los estados conquistados a Xiangyang, para así poder mantenerlos bajo su yugo previniendo actividades rebeldes. A todo ello añadió la mejora de los sistemas de transporte, unificó los sistemas de pesos, medidas y moneda, y creo el sistema chino de escritura.[1]
Sin embargo, según algunas crónicas, se sabe que su ejército era el más poderoso de la Tierra, donde los soldados de a pie no llevaban casco pero luchaban con gran fiereza y su armadura era ligera y su caballería era la más ágil de todas. Además poseía cierta intolerancia ante cualquier filosofía o corriente de opinión que no se ajustara a las características de su gobierno tiránico originando la persecución de los seguidores de Confucio y la quema de sus libros.
A pesar de su dureza, Qin Shi Huang es considerado todavía hoy como un colosal fundador y un superhombre en la Historia de China, cuya unificación ha durado más de dos milenios. El dragón es su símbolo, que lo relaciona y coincide con otras grandes civilizaciones, como por ejemplo Quetzalcóatl para las culturas mesoamericanas, o la serpiente y el buitre para los egipcios. Para todas ellas, estos son dioses fundadores o el gobernante obtiene una relación directa de descendencia divina. Asimismo, Qin Shi Huang solía portar una o varias perlas como símbolo de la sabiduría y la fertilidad, como se muestra en algunas de las imágenes que lo representan.[2]
Como todo buen dirigente que se precie, este debía tener una morada para su descanso eterno, y es por ello que para hablar sobre el más sensacional descubrimiento de la arqueología moderna, que permaneció olvidado y enterrado durante 2000 años, deberemos viajar hasta el Monte Lí, a unos 30 kilómetros al este de la moderna ciudad de Xi’an, en la provincia de Shaanxi, al noroeste de China.
Como podemos ver en la fotografía, destaca el verde túmulo de la tumba, en forma de pirámide truncada con una base de 350 metros y una altura de 76 metros (creada a semejanza de la montaña sagrada de Taishan), sobre el borroso perfil del Monte Lí, a medio camino entre la montaña y el río Wei, con una extensión de 2,13 kilómetros cuadrados de superficie. Se sabe que se escogió esta zona siguiendo las normas geománticas o “feng shui”[3], para asegurar el reposo tranquilo del difunto sin que su sueño fuera turbado por los demonios. Junto a él, existen otras 181 tumbas extendidas por la zona, cubriendo una superficie total de unos 60 kilómetros cuadrados. Sobre este el emperador ordenó que se plantaran únicamente árboles funerarios como pinos y cipreses, ya que son muy apreciados por los antiguos chinos debido a la nobleza de su madera resinosa, creyendo que conservaba cierta vitalidad después de cortada, dando así un buen auspicio para el difunto.
El emperador dedicó cerca de 38 años a construir el mausoleo, contando con la participación de más de 700000 obreros, realizándolo según el plan urbanístico de la ciudad de Xianyang, que se encontraba dividida también en dos partes: interior y exterior. Respetando esta disposición podemos ver cómo la colina elevada contiene en su interior el túmulo imperial donde descansan tanto el ajuar funerario como el propio cuerpo del emperador.[4]
Existen restos arqueológicos que dejan constancia de que en el 210 a.C, este complejo estaría rodeado por dos murallas que lo protegían, aunque actualmente solo se ven campos de cultivo. Asimismo y siguiendo las labores arqueológicas, se han encontrado en el entorno, varios edificios funerarios, como por ejemplo un ala del palacio llamado “del sueño” o “de la muerte”, ya que en las costumbres funerarias del Imperio en las cercanías de una tumba imperial siempre se construían unos palacios dedicados a la veneración del difunto, donde se enterraban los guardianes, siervos y las diversas concubinas.
El túmulo de Qin Shi Huang se identifica como la expresión del orgullo del Primer Emperador por haber fundado un reino tan inmenso, por ser la representación de la Cúspide del Cielo, algo único y poseer una finalidad cósmica.
Sin embargo, algo por lo que destaca este monumento funerario, y que le da fama internacional, es el increíble ejército de terracota del emperador conservado como parte de la propia tumba descubierta en 1974 cuando un campesino que cavaba un pozo desenterró el primer soldado de terracota de Xi’an. Se descubrió entonces que el emperador había rodeado su mausoleo con un ejército completo de terracota, perfectamente alineado, en el que convivían soldados, arqueros, palafreneros con sus caballos, mozos de cuadras, etc., siendo un total de más de 8000 hombres, entre guerreros y funcionarios civiles, que supervisarían todo su aparato militar en el más allá.
Todas estas esculturas están repartidas entre cuatro locales subterráneos o fosas, siendo la fosa número uno, situada a 1’5 km del túmulo, la contenedora de los casi siete mil soldados de infantería de tamaño natural, perfectamente formados en cuarenta filas.
La fosa dos está conformada por más de mil cuatrocientas puntas de flecha, guerreros y carros de combate, todos ellos comandados por dos de los generales del ejército. Pero quizás la más importante de todas ellas sería la fosa número tres, ya que conformaría una especie de cuartel general del ejército de barro cocido, puesen ella se conservan los restos del carro de combate del comandante supremo del ejército, el propio Qin Shi Huang, rodeado por setenta y ocho oficiales que custodiaban la figura. Esta fosa, fue saqueada pero no incendiada en la revuelta campesina del 206 a.C.. La última fosa, la cuarta, permanece completamente vacía, y se cree que jamás fue utilizada para albergar figuras.
Todas las fosas han sido construidas con gran habilidad para evitar derrumbamientos; en la imagenpodemosver que los pasillos y las galerías estaban reforzadas a los lados con contrafuertes de tierra batida. Además, cada fosa estaba pavimentada con baldosas y el techo de madera estaba sostenido por robustos maderos y vigas transversales, y para evitar la humedad se revistió con una estera más una capa de arcilla. A pesar de ello, tanto las fosas dos y tres se han vuelto a rellenar de tierra para mantener las condiciones atmosféricas y evitar la degradación de las piezas, puesto que parte de sus figuras muestran restos del incendio de la sublevación contra la dinastía Qin.[5]
Estos guardianes de barro cocido custodian la cámara funeraria del Primer Emperador, que se encuentra en el centro del palacio subterráneo del mausoleo situado bajo el túmulo, y que es conocido gracias a las nuevas tecnologías y a la descripción del historiador principal de la dinastía Han, Sima Qian. Se sabe que el sarcófago estaría ubicado entre una réplica de la China de Qin, con ríos y lagos de mercurio, montañas, valles, etc., bajo una cúpula de la cámara con joyas y pinturas simulando a las estrellas, potenciándolas a su vez con cápsulas de mercurio en el techo para simular sus destellos. Toda la estancia estaría completamente iluminada gracias a lámparas de aceite de ballena. El cuerpo de Qin Shi Huang estaría recubierto por un traje de piezas de jade, similar a lo que podemos ver, tanto en la tumba del Señor de Pakal, como en los cuerpos de los príncipes Liu Sheng y Tou Wan.[6]
Para garantizar la eternidad, el palacio subterráneo estaría protegido por trampas con ballestas cargadas, lanzadores de flechas y dobles puertas con corredores para despistar a los intrusos. Si a esto unimos la toxicidad del mercurio, comprenderemos porqué la tumba permanece todavía inédita, ya que los respectivos arqueólogos responsables han decidido no explorar en el interior, hasta que los avances científicos no mejoren y se garanticen tanto la seguridad como la conservación de lo que permanece en su interior.
Se piensa que puede haber otros complejos subterráneos que formen parte de la tumba que todavía no han sido descubiertos, ya que por el momento solo se ha excavado una pequeña parte de todo este yacimiento, debido a que se pretende conservar la policromía original y se está esperando a mejorar los sistemas de conservación.
Como ya adelantábamos anteriormente, el historiador Sima Qian cuenta con detalle, en sus Memorias Históricas, la obsesión de Qin Shi Huang por la inmortalidad, quien se hizo rodear de alquimistas, astrónomos y médicos con la pretensión de que le ayudasen en su propósito. Tal obsesión, unida a su gusto por lo monumental y la magnificencia imperial, dieron lugar a este gran monumento funerario, con el que, en su viaje a la inmortalidad, le acompañarían sus servidores, concubinas y todo su ejército. Es por ello que mandó enterrar junto a su tumba una reproducción en terracota de sus fuerzas armadas, para demostrar la supremacía y fiereza que poseía en vida y continuarla en el más allá.
Estos “sustitutos” se conocen por el nombre de “mingqi”, provenientes de la tradición de la dinastía Zhou del este de la época de los Reinos combatientes también conocidos como los Siete reinos en el siglo III a.C., ya que ellos consideraban el más allá como una continuación de la vida terrenal. Por este motivo, podemos comparar su significado con el que daban los faraones a sus tumbas reales. En ambos casos se llevan las pertenencias y todo aquello necesario para la vida más allá de la muerte.
Y de igual forma a los faraones y siguiendo esa necesidad de Qin Shi Huang de establecer una relación con lo divino, se han descubierto a lo largo de toda la tumba una serie de referencias al culto al sol, gran astro que influye en nuestras vidas, y venerado por otras culturas universales ya enunciadas. Así, podemos ver como los radios de las ruedas de los carros son referencia a los rayos del sol por su posición. O bien el número de soldados de la fosa número uno (siete mil veintinueve exactamente) o el número de los carros existentes (noventa y seis) están relacionados con los valores de los ciclos magnéticos aportados por el Sol a la Tierra en un ciclo solar. Por lo tanto, la tumba y sus soldados guardianes son considerados como una pasarela hacia la vida después de la muerte, símbolo de la gracia divina ejecutada a través de la mano de Qin Shi Huang.[7]
Para saber más:
Notas:
[1] Wetzel, Alexandra, “Qin Shi Huangdi” y “Li Si” en China, Colección Grandes Civilizaciones, Milán, RBA Edipresse, 2008, pp. 10-15.
[2] Cotterell, Maurice, The Terracota Warriors, The Secret Codes of the Emperor’s Army, Londres, Headline Book Publishing, 2003, pp. 57-63
[3] El feng shui es una forma de geomancia desarrollada en China, siendo esta una forma de conocimiento que estudiaba los cambios que ocurren en la naturaleza, el clima y los astros, para la mejora de la vida terrenal o del más allá.
[4] Cotterell, Maurice, op. cit., pp. 78-81
[5] Cotterell, Arthur, The First Emperor of China. The story behind the terracotta army of Mount Li, Londres, Penguin Books, 1981, pp. 16-53
[6] Cotterell, Maurice, op. cit., pp. 148-168
[7] Cotterell, Maurice, op.cit., pp. 177-211