En su mayoría, las opiniones de Occidente con respecto a la mujer se fundamentan en las noticias difundidas en los medios de comunicación que ofrecen información sesgada o transmitida desde el punto de vista occidental, por lo que es una realidad deformada.
Nuestra perspectiva está inundada por cientos de nociones culturales que nosotros, como occidentales, creemos las mejores, las desarrolladas, las racionales, las válidas universalmente y las únicas justas. Por eso, cuando miramos a Oriente vemos en ellos a los subdesarrollados, los atrasados, los irracionales que tienen leyes injustas, con origen irracional y religioso. Que las mujeres de estos países no saben que lo que les ofrece, que Occidente es mucho mejor: van a ser libres, porque ahora son casi esclavas. Es una de las opiniones paternalistas más frecuentes.
Las noticias habituales en la prensa son titulares que despiertan interés entre el público, dada la preocupación general creada en torno a la violencia ejercida por los grupos integristas islámicos contra algunos países occidentales como el 11-S, el 11-M, los atentados de París o Bruselas, y más recientemente, Barcelona, y un largo etcétera cuya publicación, en ocasiones, obedece a intereses comerciales y políticos. La propia Laura Bush, que por entonces era Primera Dama de EEUU justificó en parte la invasión a Afganistán amparándose en la brutalidad con que el régimen talibán y al-Qaeda trataban a las mujeres del país.[1]
Esto provoca que, en parte, la sociedad occidental, que es tan intolerante como cualquier otra con las costumbres ajenas, acaba por achacar ciertas costumbres y mitos a toda la comunidad islámica, culpando a la religión, y no a una cultura patriarcal, que limita los derechos de las mujeres, como en cualquier otra parte del mundo.
Los occidentales tenemos ciertas percepciones del mundo oriental cuyo origen podría remontarse siglos atrás, pero que es fácilmente apreciable en la literatura y la imaginería del siglo XIX. Entre ellas está la concepción del harem.
Para una gran parte del público occidental es inconcebible:
La monogamia occidental frente a la poligamia oriental viene a ser una forma de afirmación cultural contrapuesta. Si bien está claro que bajo la ley islámica los hombres disfrutan de un derecho que las mujeres no, en las sociedades occidentales se veía más aceptable para los hombres que para las mujeres la ruptura de los votos matrimoniales.
Por otro lado, el Corán permite la poligamia, pero no obliga y, de hecho, no la recomienda. Teniendo en cuenta la obligación de un hombre de proveer para sus esposas tener más de una (o incluso tener una) es un lujo y precisamente es percibido como tal dentro de la sociedad árabe. Por tanto, al igual que la acumulación de riqueza no es lo general, la poligamia tampoco lo es.
El harem es el gran mito oriental de las novelas románticas (decimonónicas y actuales), una enorme prisión de oro, sedas y mármol para las mujeres que lo habitan. Esta visión no se corresponde ni siquiera con la realidad de los harenes del sultán otomano o el Sha de Persia cuando estos existían en el siglo XIX. En realidad, el harem no lo componen solo esposas y concubinas, sino que incluye madres, hermanas, tías, sobrinas, que por alguna razón deban vivir bajo el mismo techo familiar.
Si en Occidente se creía a estas mujeres prisioneras en su harem, las mujeres turcas pensaban, viendo a una dama inglesa quitarse el corsé en los baños que estaba prisionera de un artefacto metálico.[2] A veces es solo cuestión de interpretación distinta.
La cuestión del velo es un debate muy latente en la actualidad. Para empezar, es conveniente aclarar que es un error llamar al atuendo de las mujeres musulmanas únicamente como “velo”. Las prendas de ropa que las mujeres utilizan para cubrir más o menos su cuerpo son, atendiendo a regiones geográficas y a las preferencias religioso-culturales:
Hasta finales del siglo XX en los países árabes llevar velo o no era una cuestión personal y tenía más que ver con una herencia cultural que religiosa. En la actualidad, su uso responde más al enfrentamiento con los valores occidentales y la necesidad de reafirmación de conciencia cultural de las mujeres árabes o musulmanas como tal. La obligatoriedad del mismo solo está impuesta en algunos países en los cuales se da con mayor énfasis el fanatismo de algunas corrientes religiosas como el wahabismo.
Verdaderamente, el más usado de todos los “velos” es el hiyab. El hiyab no disminuye en absoluto la libertad de movimientos de la mujer. Por el contrario, son los prejuicios occidentales en su contra los que limitan la acción de muchas mujeres musulmanas, sobre todo a la hora de incorporarse al mercado laboral, especialmente en los trabajos que requieran trabajar cara al público, donde son rechazadas por su imagen (la imagen que los occidentales tienen del velo, no la real o la que las musulmanas quieran transmitir, debo aclarar).
El último y peor de los males es que esto ha llegado a afectar al derecho a la educación de niñas en países como Francia, donde la polémica que se ha levantado, como en otros países occidentales, en contra del velo tiene más que ver con los fines políticos de los gobiernos, estrechamente relacionados con el petróleo y la geopolítica internacional, y con la mala comprensión de una cultura hacia otra, que con la pretendida defensa de la libertad y derechos de la mujer, como en el caso que aquí relata Joan Scott.[3]
Occidente ve con extrañeza el velo religioso de las mujeres musulmanas, pero no ve de la misma forma el velo religioso de las monjas cristianas, o el de una novia en su boda. En España, también estamos familiarizados con las peinetas. Es un acto curioso, dado que todas esas prendas tienen como fin cubrirse la cabeza como un acto de honra a Dios.
Conclusiones
Si bien es cierto que la mujer del llamado mundo árabe ve ampliamente recortadas sus libertades, este hecho no es causado por la religión islámica, sino por la herencia de las sociedades patriarcales anteriores a la aparición de la doctrina coránica y reforzada a través de una determinada interpretación de la misma, favorecida por los intereses de los líderes políticos, medievales y actuales.
En mi opinión, el Corán designa claramente al hombre como superior a la mujer, si bien no ontológicamente, sí como seres sociales, asignando a cada sexo roles preferibles determinados. No obstante, esto debe ser entendido como tal en el contexto histórico de su producción escrita y hay que tener en cuenta que supuso un gran avance en cuanto a los derechos de la mujer árabe del momento y que la carga misógina no es mayor que en los textos de otras religiones monoteístas, como la Biblia cristiana.
En definitiva, el conflicto de la mujer árabe no es con la religión sino con la sociedad, exactamente igual que el resto de mujeres del mundo, pero su situación de desigualdad es altamente publicitada por los medios de comunicación occidentales.
El grado de libertad de la mujer en el mundo árabe depende de la ideología política operante en el gobierno de su país y de sus propias circunstancias familiares, exactamente igual que en Occidente. Si bien algunos regímenes les niegan cualquier derecho humano, no se debe tomar esto como una situación general en todo el mundo árabe.
En cuanto al cuerpo, la mujer árabe no se ve sometida a una presión mayor que la occidental, sino diferente, que tiene que ver con la herencia cultural propia, especialmente de aquello que es denominado “femenino”, “atractivo” y “hermoso”.
Para saber más:
Bramon, Dolors. Ser mujer y musulmana, Barcelona, Ediciones Bellaterra, 2009.
Moulhahi, Djaouida. “Mujeres musulmanas: estereotipos occidentales versus realidad social”, Papers, nº 60, 2000 pp. 291-304. Disponible aquí.
Scott, Joan. “Sexualidad en el debate francés sobre el pañuelo islámico” Clepsydra: revista de estudios de género y teoría feminista, nº 9, 2010, pp. 85-102. Disponible aquí.
Notas:
[1] Archivos de la Casa Blanca. Presidencia de George Bush. Disponible aquí[26/12/2017].
[2] Bramon, Dolors. Ser mujer y musulmana, Barcelona, Ediciones Bellaterra, 2009, p. 109.
[3] Scott, Joan, “Sexualidad en el debate francés sobre el pañuelo islámico”, Clepsydra: revista de estudios de género y teoría feminista, nº 9, 2010, pp. 85-102.