El siguiente capítulo de nuestro particular recorrido histórico por la Ruta de la Seda es el que contiene los mayores cambios. Abarca, de manera aproximada, desde mediados del siglo X hasta el siglo XV, los últimos siglos en los que esta ruta comercial estuvo en activo. Después vendrían otras rutas similares para intercambiar productos más o menos parecidos, pero las circunstancias fragmentarias y los distintos trazados imposibilitan que sigamos hablando de Ruta de la Seda a partir de esta última fecha.
En China se produjo un cambio de dinastía, instaurándose en el poder la familia Song.[1] En el mundo islámico, los turcos selyúcidas[2] asumieron la dirección política del Islam oriental a partir de mediados del XI, iniciando una política de expansión. El Imperio Bizantino está en declive, en 1071 una derrota ante los turcos les hizo perder una influencia muy notable en el Mediterráneo oriental.[3]
En Europa se estaba experimentando un cambio demográfico,[4] una época en la que se intensificó el sentimiento religioso y el poder de la Iglesia.[5] En este contexto floreciente, los núcleos comerciales europeos, y especialmente, las ciudades italianas, adquirieron una notable relevancia. Venecia, Florencia, Génova y otras se convirtieron en las capitales comerciales de Europa, coincidiendo con el auge del comercio de especias y la recuperación de las rutas mediterráneas, con el intercambio de lanas, metales y manufacturas, entre otros productos. Las principales especias fueron la pimienta, el cardamomo, la canela, la nuez moscada, el azafrán y el clavo, que llegaron a adquirir valor monetario.
Esta situación política, relativamente inestable pero no lo suficiente como para impedir los movimientos comerciales, se vio transformada por completo por la irrupción, en el ámbito asiático, de la figura de Gengis Kan (1162 – 1227). Este líder mongol consiguió unificar a varias tribus del noroeste del actual territorio de Mongolia, e inició una expansión que alcanzó toda Asia continental. Las claves de su éxito, además del carisma de su líder, fueron la fortaleza y estructura del ejército,[6] y el código de leyes mongol o Yassa.[7] Apoyaron y valoraron extraordinariamente sus relaciones comerciales con los países vecinos. Todos los mercaderes y embajadores que transitaban por sus dominios eran protegidos por los mongoles (siempre y cuando tuvieran las documentaciones adecuadas), lo que favoreció la llegada física de europeos a China (un hito que apenas se había logrado de manera puntual en periodos anteriores).
A lo largo del dominio mongol, hubo una serie de Grandes Kanes: Gengis (1206 – 1227), Ogodai (1229 – 1241),[8] Kuyuk (1246 – 1248), Mongke (1251 – 1259) y Kublai (1260 – 1294). La expansión de los mongoles fue progresiva, y en 1260 comenzó la fragmentación. A partir de ese momento, la figura del Gran Kan se volvió más teórica, y el territorio se transformó en la práctica en una confederación de kanatos.
En Asia central se estableció el kanato de Yagatay, que tras una fase de expansión, comenzó su declive a la muerte de Kaidu, enfrentado a Kublai (1301), mientras se islamizaba progresivamente. Tas sufrir el embate de Tamerlán (finales del XI) y la presión de los rusos, se dividió en varios kanatos que fueron progresivamente absorbidos por el imperio ruso.
Al noroeste, se encontraba el kanato de la Horda de Oro (Quipcap), en la zona de Siberia occidental. En su momento de auge logró imponer su autoridad a los principados rusos y llegó a amenazar a Bizancio, pero a finales del siglo XV se escindiría en tres kanatos: Kazán, Astrakán y Crimea.
Las conquistas en Persia llevaron a la fundación del Imperio de los llkharies o Iljanes. Éstos acabaron convirtiéndose al Islam a finales del siglo XIII, lo cual no impidió la disgregación de su imperio a la muerte de Abu Said (1335).
Al este, quedó el territorio de China, gobernado por una dinastía puesta en el poder por los mongoles, la dinastía Yuan, que fue inaugurada por el propio Gran Kan, Kublai Kan.
La amplia expansión geográfica del imperio mongol impidió el control, hubo rivalidades entre las tribus, conflictos sucesorios y figuras dominantes menos carismáticas. A todo esto, ayudó también la asimilación de las culturas dominadas por parte de los mongoles, y la obsolescencia del sistema militar que les había elevado a la hegemonía en el continente asiático.
Pese a todo, la mera existencia del Imperio Mongol tuvo una importancia capital estimulando el contacto con Occidente: por un lado, la tolerancia de este imperio hacia la religión cristiana hizo que desde Europa se viese como un potencial aliado contra el mundo musulmán, y por otro lado, el hecho de que fuera un sistema político unitario hacía que el comercio con los mongoles eliminase intermediarios, ajustando los precios y permitiendo un mayor lucro a los europeos.
Numerosos viajeros se desplazaron hacia Oriente, atendiendo fundamentalmente al motivo religioso, y muchos de ellos redactaron libros, cartas o relatos sobre sus experiencias.[9] Estos testimonios de religiosos, unidos a los de viajeros laicos como el comerciante Marco Polo o John Mandeville, crearon una primera descripción presencial de los mundos exóticos del otro lado del continente desde una perspectiva europea, forjando la imagen oriental de lo misterioso, lo inaccesible y lo diferente.[10]
Con la disolución del Imperio Mongol, se produjo también una fragmentación económica y cultural de los estados en el camino de la Ruta de la Seda. Mientras que Europa se veía alcanzar una modernidad que impulsaba a todas luces el comercio, en Oriente la situación era de una profunda recesión, en parte por la imposibilidad de competir con los precios occidentales y en parte como consecuencia de la fragmentación. Si todo esto repercutía en la ruta terrestre, la marítima no sufrió menos: con la caída de Constantinopla a manos de los otomanos, la ruta marítima fue clausurada, ya que los otomanos estaban en enfrentamiento directo y prolongado con Occidente, y al obtener la plaza fuerte de la capital del Imperio Bizantino, emplearon su poder para bloquear el acceso de Occidente a la ruta marítima.
A partir de este momento, en función de la situación política de cada momento fueron surgiendo nuevas rutas alternativas, que saciaban las necesidades comerciales[11] entre los distintos pueblos a uno y otro lado del continente euroasiático, pero ninguna de ellas alcanzó la magnitud ni la universalidad de la Ruta de la Seda.
Notas:
[1] La dinastía Song (960-1279) puso fin a la época de inestabilidad en la que se había sumido China desde la caída de los Tang en 907, una época que se conoció como el periodo de las Cinco Dinastías y Diez Reinos. Uno de los principales hitos de la dinastía Song fue la invención del papel moneda, aunque durante los tres siglos que rigió China se produjo un avance abrumador a todos los niveles: tecnológico (se produjeron notables avances en campos tan variados como el armamento de pólvora, tecnología vinculada a los viajes y transportes, imprenta de tipos móviles, ingeniería civil o siderurgia), científico (el conocimiento en campos como la botánica, zoología, geología, astronomía, medicina, farmacéutica, matemáticas o arqueología experimentó un gran desarrollo), artístico…
[2] El Imperio Selyúcida se extendió por los territorios que actualmente integran Irán, Irak y Anatolia, entre los siglos XI y XIII. Sirvieron de barrera entre Europa y el Imperio mongol, aunque finalmente cayeron a manos de estos últimos, convirtiéndose en vasallos, en el siglo XIII.
[3] En 1071, el Imperio Bizantino era ya apenas una sombra de lo que había sido. Con la pérdida de numerosos territorios, apenas conservaba ya dos regiones, los Balcanes y Anatolia. La batalla de Manzikert tuvo lugar después de una crisis interna en el imperio, provocada por el fin de la dinastía macedonia, y que había enfrentado a dos bandos: militares y funcionarios civiles. Los primeros habían resultado vencedores y, puesto Romano IV Diógenes en el trono, emprendió una campaña contra los turcos, en cuyo contexto tuvo lugar esta batalla. Las consecuencias de la derrota fueron relativamente benévolas: la cesión de unas pocas plazas y la rendición de tributos anuales. Sin embargo, cuando Romano IV regresó, se encontró con que había sido derrocado. A partir de aquel momento, la extrema debilidad del Imperio Bizantino lo expuso a constantes ataques, a los cuales sobrevivió como pudo hasta su final definitivo, en 1453.
[4] Caracterizado por una tendencia hacia el crecimiento de la población (si bien se vio interrumpida en el siglo XIV por los episodios de peste negra) y una nueva organización territorial: abandono de las zonas rurales en favor de las grandes urbes y una mayor movilidad.
[5] Lo cual derivaría en el fenómeno de las Cruzadas, campañas militares para controlar política y administrativamente Jerusalén y otros lugares de Tierra Santa.
[6] La principal fortaleza de este ejército residía en su caballería, con una disciplina férrea, gran movilidad y velocidad en el ataque. El ejército se dividía en una caballería pesada que rompía las fuerzas enemigas, una caballería ligera, que permitía la velocidad de ataque y retirada, y finalmente los cuerpos auxiliares de ingenieros y de infantería, formados por los pueblos sometidos. Era un ejército disciplinado y muy sobrio.
[7] La Yassa, o código de leyes que en un principio rigieron el imperio mongol, recogía la tradición mongola, enriquecida por las reflexiones de Gengis Kan. Entre sus disposiciones, se encontraba el reconocimiento de que todos los individuos son iguales (siempre que sean nómadas), la libertad religiosa, un control férreo sobre la población (se permitía la tortura), pero con un sistema que también reconocía los méritos. Se favoreció un gobierno muy estricto, encabezado por una figura poderosa que controlase la heterogeneidad de los pueblos sometidos. Resulta llamativo que diese total libertad a las religiones, sin imponer ninguna creencia por encima de otras ni vetar ninguna.
[8] Ogodai fue quien estableció la capital en Karakorum.
[9] Algunos de los viajeros religiosos más destacados fueron Giovanni del Pian del Carpine, Guillermo de Roubrouck, Giovanni de Montecorvino y Odorico de Pordenone.
Giovanni del Pian del Carpine (circa 1182 – 1252) fue uno de los principales discípulos de San Francisco de Asís, muy tempranamente designado para la predicación por el propio San Francisco. El papa Gregorio IX le envió como embajador a Túnez. Posteriormente, Inocencio IV lo designó como enviado para negociar la paz con el kan mongol. Emprendió el viaje a los 63 años, partió de Lyon hasta llegar a Karakorum en el momento de la coronación de Kuyuk en 1246. Acompañado de un intérprete, permaneció cuatro semanas en la corte mongola, recogiendo numerosas informaciones sobre el origen y la genealogía mongola, la organización del imperio y de su ejército… Plasmó sus conocimientos en dos obras, Historia Mongolorum y Relación Tártara, los primeros textos europeos relativos a los mongoles.
Guillermo de Rubrouck (1215 – 1295), también franciscano, fue enviado por el rey francés San Luis (1224-1270). Partió de Constantinopla en 1253, realizando la ida por vía terrestre. Llegó en 1254, realizando una breve estancia, partiendo de vuelta ese mismo año. También él recogió su experiencia en un libro, al que normalmente se alude como Viaje por el Imperio Mongol, simplificando su título original (Itinerarium fratris Willielmi de Rubruquis de ordine fratrum Minorum, Galli, Anno gratia 1253 ad partes Orientales). En esta obra, describió con suma veracidad lo que vio, manifestándose como un gran antropólogo y etnólogo. Estuvo presente en una celebración de la iglesia nestoriana, visitó pagodas, mezquitas, centros taoístas… recogiendo en su texto la libertad religiosa de Karakorum, en el que cuenta que el 30 de mayo de 1254 asistió a una especie de foro de distintas religiones, donde se analizaban tres tendencias religiosas diferentes: budistas, nestorianos y musulmanes, con un claro enfrentamiento entre las religiones monoteístas y la budista.
Giovanni de Montecorvino (1247 – 1328), llegó a ser arzobispo de Pekín. Fue enviado por el papa Nicolás IV a predicar el cristianismo a la zona de Persia. A su vuelta, fue enviado como legado romano a visitar al gran Kan, viaje que empezó en 1289, con una ruta que alternaba lo terrestre y lo marítimo. Se dirigió a Pekín, que ya era capital de China, a la que llegó en 1294. Reúne a chicos abandonados por sus padres, a los que instruye de una manera global, en el cristianismo, idiomas, música… Aprende y asimila el idioma nativo, llegando a traducir al chino el Nuevo Testamento y los Salmos. Se dice que llegó a alcanzar seis mil convertidos, según las fuentes históricas cristianas. Se conservan numerosas cartas entre 1305 y 1306, dando idea de su labor apostólica. En 1307, el papa Clemente V envió a siete franciscanos, entre ellos Andrés de Peruggia, con la misión específica de nombrarlo arzobispo de Pekín, donde permaneció hasta su muerte.
Otro misionero de gran importancia que dejó testimonio escrito de sus viajes fue Odorico de Pordenone (1265 – 1331), franciscano, del que a día de hoy se cuestiona su origen italiano. Vivió durante largo tiempo una vida eremítica, realizando labores apostólicas solo en su ámbito local. Recibió el encargo de ir a predicar, y su viaje se dilató durante largo tiempo, más de tres décadas desde Venecia hasta China, así que llegó ya en un momento en el que ya había una notable presencia cristiana, pero aun así, su labor fue ampliamente reconocida, llegando a ganarse el sobrenombre de “apóstol de los chinos”. Fue llamado de nuevo a Avignon y regresó, ya estaba en Europa un año antes de su muerte, debida a una enfermedad; durante su convalecencia dictó a un compañero suyo el relato de sus experiencias.
[10] Se considera a estos testimonios los primeros relevantes, ya que los textos de la Antigüedad que nos han llegado y que hemos ido mencionando en esta serie de artículos (Plinio el Viejo, Virgilio, etc.) recogían nociones sobre Oriente adquiridas de manera indirecta, pues no se conoce ningún autor clásico que viajase a Oriente y posteriormente lo reflejase en un escrito que se haya conservado.
[11] Además, el descubrimiento de América por parte de Cristóbal Colón hizo que Europa dirigiese sus intereses comerciales en dirección opuesta, hacia las nuevas tierras, pensando en un momento que reviviría esta Ruta de la Seda a través de un nuevo recorrido, y posteriormente, con pleno interés en las posibilidades de los nuevos territorios conquistados.