Los bajos fondos son un constructo universal, una sugerente evocación en la que sumergirse a través de la ficción (ya sea literatura, cine, videojuegos o cualquier otro medio) para vivir experiencias que quedan fuera de nuestro alcance en la vida real. Y, si bien en cada cultura presentan diferentes características, supeditadas a la historia que cada autor quiere contar y a la manera en que quiere plantearla, no es menos cierto que está presente en innumerables ámbitos culturales y que posee una gran popularidad en el mundo contemporáneo.
Es por este motivo que el género negro, en su más amplio sentido, es un punto de encuentro intercultural. Pueden cambiar detalles y contextos, pero al final, el mundo de la mafia, matones organizados, asesinos, traficantes y un largo etcétera no dejan de ser arquetipos que se desarrollan según unas reglas diferentes a las de la sociedad para introducir al lector en un ambiente tan ajeno como un mundo de fantasía, pero a la vez en cierta medida realista, verosímil.
Por todo ello, su difusión no suele responder tan estrictamente a las etiquetas geográficas que suelen destacarse en el mercado literario, y se corre el riesgo de que su presencia se diluya entre las constantes oleadas de novedades que reciben las librerías.
Los planificadores, editado por Maeva, es uno de estos títulos que en un primer momento nos pasaron desapercibidos. Esta novela fue escrita en 2010 por Un-Su Kim, y supuso la consagración del autor en Corea del Sur, donde ya gozaba de una trayectoria prestigiosa (en 2006 ganó el premio Munhakdongne, uno de los más destacados del país), así como su descubrimiento a nivel internacional. Ha sido traducida al inglés, francés y alemán, entre otros, y ha recibido numerosos reconocimientos en estos mercados, en forma de galardones y nominaciones.
En el corazón de Seúl hay una vieja biblioteca que sirve de refugio a Viejo Mapache y a su red de sicarios y asesinos a sueldo. Allí se ha criado Reseng, el protagonista, no conociendo otra cosa que la violencia y la obediencia ciega hacia las normas. Reseng no deja de ser una máquina de matar, una pieza en el engranaje de un sistema paralelo en el que la justicia personalizada se aplica sin dejar rastro. Con el paso de las páginas, conocemos mejor a este personaje que, pese a no regirse por las convenciones sociales habituales, es capaz de mostrar una cierta humanidad que permite empatizar con él, hasta el punto de contemplar el asesinato como un simple asunto laboral, por extraño que parezca.
Sin embargo, aunque la línea principal de la trama resulta bastante universal, la idea misma de estos planificadores que organizan planes para asesinar a determinados objetivos hunde sus raíces en la historia contemporánea de Corea, cuyo desconocimiento general resta una pequeña parte de la fuerza de su contenido. Así, la crítica social se difumina ante nuestros ojos, pues tan solo atisbamos un trasfondo que ayuda a cohesionar la novela, pero que por lo demás puede resultar ajeno. En cualquier caso, a pesar de que los hechos concretos que sirven de urdimbre a esta red de planificadores son en esencia locales, comparten una serie de lugares comunes para terminar con una moraleja que, nuevamente, resulta universal y aplicable a prácticamente todos los contextos del mundo moderno.
En cualquier caso, aunque esta reflexión crítica subyace, no perdamos de vista que lo que tenemos entre manos al enfrentarnos a Los planificadores es una novela trepidante, de tiempos por lo general muy bien medidos (quizás con algún flashback excesivamente largo), donde la información se dosifica con habilidad para generar una tensión que encara un crescendo final quizás un poco precipitado, pero efectivo. En general, un entretenimiento funcional que permite al lector crítico, si lo desea, ir más allá, pero igualmente disfrutable únicamente por lo que es en sí mismo: una historia bien contada que juega a encadenar sorpresas. Esperemos que Un-Su Kim haya llegado para quedarse.