Introducción[1]
La omnipresencia del neko en Japón transciende los límites de las representaciones simbólicas y se sitúa en el panorama social y cultural del país. El gato es un animal emblemático para los japoneses, como demuestran diferentes circunstancias de la realidad nipona.
En una primera mirada podemos encontrar un ejemplo revelador en la invención y la extensión de las famosas neko no mise: cafeterías con un catálogo de gatos para que los clientes puedan disfrutar del alquiler de un gato al que acariciar mientras toman su té. Dado que en Japón no está permitido el uso de mascotas en los domicilios particulares, este tipo de establecimientos tienen un éxito muy notable: hay una gran cantidad de “cafeterías de gato”, algunas especializadas en una raza o en un color en concreto. Los japoneses encuentran en estos espacios la posibilidad de acariciar a un amigo gatuno en cuya compañía recuperan la paz y la tranquilidad necesarias ante un estilo de vida cada vez más estresante y solitario.
La adoración al animal felino lleva a los japoneses a la antropomorfización de estos animales, con muestras como el invento de las camas de juguete para muñecos restauradas como camas para gatos o la transformación en estrella de la pequeña pantalla de Tomato, el gato que sonríe y que se ha convertido en una de las mascotas más populares del país nipón.
Pero quizá el hecho más llamativo sea la existencia de Tashirojima, la isla Tashiro, en la prefactura de Miyagi, conocida como “la isla de los gatos”. Este lugar está plenamente habitado por gatos. El motivo por el cual hay tal abundancia de estos animales se remonta a la Antigüedad, en la que los isleños requerían una cantidad generosa de gatos para evitar que los ratones se comieran a los gusanos de seda que fabricaban la seda y, como se trataba de una población fundamentalmente pesquera, podían mantener a los gatos a base de las sobras de pescado. De este modo, descubrieron que estos animales eran muy sensibles a los cambios atmosféricos y la intuición gatuna para prever y comunicar posibles tormentas se convirtió en una cualidad de gran interés para saber cuándo era conveniente o no salir a la mar, sobre todo teniendo en cuenta la vital importancia de la meteorología en el archipiélago japonés. Por lo tanto, aquellos hombres, conscientes de que los gatos eran su gran aliado, cuidaron a estos animales y les cedieron la isla para que vivieran libremente en ella. Actualmente los gatos continúan favoreciendo a los escasos isleños de Tashiro, puesto que se ha convertido en una zona muy visitada por los turistas gracias al reclamo que supone la gran cantidad de gatos. Entre los atractivos del lugar en el que, por supuesto, los perros están extraoficialmente prohibidos, se encuentra la temática felina, con un templo para gatos y edificios y hoteles con la fisionomía del gato, aunque los verdaderos protagonistas son ellos, con algunas figuras destacadas, como el gato Jack, que salió hace unos años en un programa de televisión y que se convirtió en toda una celebridad.
En estas circunstancias no parece sorprendente que el día 22 de febrero, fecha que se pronuncia con la reiteración del sonido [ni] -dos-, que se asemejaría a la onomatopeya del maullido según la transcripción fonética japonesa [nyā], se celebre “el día del gato”.
Representaciones simbólicas del neko en la cultura japonesa
Una de las representaciones simbólicas del neko más antiguas y emblemáticas es la del maneki-neko. Esta conocidísima estatua felina que asciende y desciende una de sus patas, falsamente atribuida a la cultura china en el mundo occidental actual, procede de Japón. La actitud de este animal mágico es de llamada (maneku significa “invitar a pasar o llamar”), el cascabel tiene la función de ahuyentar a los malos espíritus y su propósito consiste en dar la bienvenida y atraer la buena suerte, motivo por el cual estas esculturas suelen colocarse a la entrada de los negocios.
El origen de esta imagen tiene diferentes versiones. Por una parte, una teoría sitúa la aparición de esta figura en el contexto de un viejo templo de Tokio en el siglo XVII, en el que, un día de fuerte tormenta, una gata llamó la atención de un señor feudal haciendo señas con su pata para que este abandonara el árbol que tenía como cobijo y se refugiara en el templo. El señor obedeció la indicación de la gata y, fuera del árbol, observó cómo un rayó lo atravesaba. El hombre consideró que la gata le había salvado la vida y, en agradecimiento, se encargó de la reparación del templo. Una segunda explicación afirma que la escultura felina procede del gato de una cortesana que vivió un trágico final: el dueño del burdel creyó falsamente que el animal estaba embrujado y, para evitar incidentes, le cortó la cabeza, pero esta salió volando y en su caída mordió a una serpiente que pretendía matar a la cortesana. En homenaje al acto heroico del gato un cliente de la cortesana construyó una talla con el glorioso icono. Otra de las hipótesis es que una anciana muy pobre tuvo que vender su gato para sobrevivir y, a raíz de este hecho, el gato se le apareció en sueños y le pidió una talla en arcilla a su imagen y semejanza. La anciana cumplió el deseo de su gato y desde ese momento hizo muchas más estatuas de su antigua mascota que vendió con mucho éxito, hasta lograr salir de la pobreza.
En cualquier caso, la imagen del maneki-neko simboliza prosperidad, protección y abundancia, por lo que se considera una figura de gran importancia en la iconografía animal japonesa, tal y como demuestra la gran profusión de manifestaciones escultóricas y pictóricas.
En la literatura japonesa el gato también tiene una presencia relevante y un gran alcance simbólico. Uno de los gatos más ilustres de la narrativa del país es el protagonista y narrador de Soy un gato, la novela de Sôseki Natsume escrita en 1905. El famoso gato sin nombre que observa y describe la realidad de su hogar y de su barrio, en una sátira a la sociedad burguesa de finales del siglo XIX y muy principios del XX. Natsume elige el personaje del gato como testigo que transmite al lector los comportamientos y los valores conservadores de la sociedad de la Era Meiji.
Este peculiar narrador, que se define a sí mismo como “un gato, un ser extremadamente sensible a los más sutiles cambios en la mente o el alma del mundo”,[2] es ideal para transmitir al lector, desde su mirada sincera, inteligente y crítica, las grandes contrariedades que suscita el Japón de la época, así como la necesidad de un cambio y de una apertura ideológica. Si bien no es el primer gato que actúa como narrador de una novela, puesto que, como él mismo cuenta, hay otros antecedentes como el gato germánico Murr.[3] El modo en que Natsume lo utiliza para poner en práctica la técnica del extrañamiento y visibilizar los problemas de su tiempo revela la confianza en la sagacidad, en el ingenio y en la capacidad de reflexión de este animal.
En la narrativa japonesa contemporánea los gatos continúan teniendo una presencia notable, como reflejo de la propia cultura. En la arquitectura narrativa del autor Haruki Murakami, por ejemplo, los gatos se hospedan con asiduidad, entran y salen de las novelas, habitan en ellas como un Leitmotiv. En Crónica del pájaro que da cuerda al mundo el gato marca los ritmos y las pautas de la novela, su desaparición será el motor que reactive la(s) búsqueda(s) del protagonista, y su misterio confluirá con el propio misterio que impregna la trama. Satoru Nakata, uno de los protagonistas de Kafka en la orilla, tras un trauma infantil solo sabe comunicare con los gatos y en esta misma obra empiezan a aparecer gatos asesinados en extrañas circunstancias. En Sputnik, mi amor se narra la historia derivada del cuento “Los gatos antropófagos”, publicado en Sauce ciego, mujer dormida, que trata sobre la lectura de la noticia de una mujer anciana que fallece y cuyos gatos, víctimas de la ausencia de comida y de la imposibilidad de salir de la casa, terminan comiéndose la carne de su dueña. El pueblo de los gatos en 1Q84 es un lugar completamente habitado por los mininos que forma parte de una trama paralela a la central, pero cuyo enigma será clave para el desarrollo general de la obra. El parecido de este pueblo con Tashirojima, “la isla de los gatos”, enlaza, una vez más, realidad y ficción, ficción y realidad. Los gatos murakamianos devuelven a los protagonistas al mundo secreto, onírico, mágico.
Por otra parte, una de las fórmulas poéticas más características y esenciales de la literatura japonesa, el haiku, también tiene su conexión con el mundo felino. Desde la aparición de la imagen del gato en algunos textos, como es lógico, dentro de la presencia de la naturaleza, hasta el subgénero denominado “amor de gatos” (neko no koi) que recoge aquellos haikus que versan sobre la primavera, con motivo de la revolución temperamental de estos animales con la llegada de la estación. Como muestra de poema dedicado a la plenitud del mirar felino, podemos citar el siguiente haiku de Yorie: “Ojos del gato: / color de mar en ellos / al sol de invierno”.[4] En los haikus de “amor de gatos”, por su parte, en que se vincula de nuevo a estos animales con la meteorología, el propósito suele estar más cerca de la diversión, la ternura y el entretenimiento que de la solemnidad. Algunos haikus clásicos que asocian el neko con la primavera y el amor, según la selección realizada por Fernando Rodríguez-Izquierdo, son: “Tras sestear / bostezando se yerguen / gatos en celo”, “Ese gatito / aun puesto en la balanza / juega que juega”, “Se mofan, gato, / de ti peloteando…, / mientras maúllas” de Issa; o “¡Cosa espantosa! / ¡Encelados, los gatos / tiran la tapia!”.[5] Como se aprecia, la tierna y/o burlesca imagen de los gatos enamorados es, en cierto modo, una metáfora de la conducta humana y animal en general.
Con respecto a la animación y el manga, componente cultural tan importante y representativo de la sociedad japonesa, constan ejemplos de protagonistas de origen felino mundialmente conocidos, como Hello Kitty o Doraemon. La figura del gato como protagonista aparece también en obras cuya trama argumentativa se basa en un slice of life, en la contemplación del transcurrir de la vida, sin acciones extraordinarias ni poderes fantásticos. Mangas como El dulce hogar de Chi y La abuela y su gato gordo, de Konami Kanata, o Plum, historias gatunas, de Hoshino Natsume, despliegan relatos gráficos de vivencias cotidianas de estos animales, sin ningún factor sobrenatural y con la actuación natural del gato como único atractivo. Esta característica no surge con el mismo éxito en otros mercados del cómic, tal vez por el magnetismo y la pasión que este animal, en su visión más realista y sencilla, despierta en la sociedad lectora japonesa.
En definitiva, tal y como hemos comprobado en este pequeño muestrario representativo, el gato se esconde en el arte con gran frecuencia y en gran diversidad de formas y sentidos, en analogía con la propia inclinación de la sociedad japonesa hacia este animal.
Conclusiones
El elogio al felino doméstico se yergue como una constante en la cultura japonesa, desde las representaciones simbólicas más antiguas hasta las que nacen en la actualidad; desde la pintura, la escultura y la arquitectura hasta la narrativa, la lírica, el anime y el manga; desde la voluntad de simbolizar la buena suerte o lo misterioso hasta la de expresar el mundo animal y el humano; desde la emblemática figura del maneki-neko hasta “la isla de los gatos”, las neko no mise y otros muchos elementos de la realidad de Japón.
Esta fascinación generalizada podría explicarse, además de por la utilidad de los gatos como mensajeros para intuir cambios atmosféricos en el país de las tormentas y por los sentidos mágicos que se les atribuyen, por la analogía que la cultura japonesa tiene con algunos aspectos clave de la psicología de este animal. La preferencia por el silencio es una de estas singularidades, así como la elegancia, la sutileza y la discreción, características esenciales y evidentes en el movimiento del gato, tal y como reconoce el célebre gato sin nombre de Natsume:
Las patas de los gatos parece como si no existieran. Allá donde pisan, no hacen nunca el más mínimo ruido. Los gatos caminamos como si lo hiciéramos por el aire, como si pisáramos encima de las nubes, tan silenciosamente como una piedra que se hunde en el agua, como una antigua arpa china tocada en lo profundo de una cueva. El caminar de los gatos es la realización instintiva de todo lo más delicado.[6]
La naturaleza inteligente, enigmática y equilibrada del gato confluye y coincide con el carácter de la sociedad nipona. Por lo tanto, la relación tan especial con este animal nacería, por una parte, del significado simbólico y real de protección y prosperidad, y, por otra parte, de la empatía con la propia filosofía de conducta de la cultura japonesa.
En conclusión, el neko sintetiza el anhelo de armonía siempre en búsqueda de la cultura japonesa. El gato, la sociedad japonesa y las distintas maneras en que convergen ambos elementos se encuentran en el concepto de “aware”, en la sensibilidad artística, en la armonía social y natural, animal y mítica.
Notas:
[1] Este reportaje nace a partir de un estudio previo realizado para el “Programa 47: Perros y Gatos de Japón” de “Ojos de oriental”, emitido el 5 de marzo de 2012 en Radio USAL, grabado junto a Óscar Gómez Rollán y bajo la dirección de David Gómez Rollán, disponible en: http://ojosdeoriental.blogspot.com.es/p/podcast.html.
[2] Natsume, Sôseki. Soy un gato, Salamanca, Impedimenta, 2011, p. 259.
[3] Protagonista de la novela Opiniones del gato Murr, escrita por Ernst T. A. Hoffmann en 1820.
[4] Recogido por Rodríguez-Izquierdo, Fernando, “XXVII. La mujer en el haiku japonés”, El Rincón del Haiku: http://www.elrincondelhaiku.org/pub_int_haikucam27.php.
[5] Rodríguez-Izquierdo, Fernando, “Amores gatunos en el haiku japonés de primavera”, Vuelta (México D.F.), vol. 19, 1995, pp. 19-20.
[6] Natsume, Sôseki, Soy un gato. Salamanca, Impedimenta, 2011, pp. 157-158.