Shigeru Mizuki es, sin lugar a dudas, el autor clásico de manga con la vida más atropellada posible: vivencias de guerra en primera persona, cambios radicales de gobierno, enfermedades, pérdida de extremidades… Y a pesar de todo ello es el autor de una de las obras más reconocibles por el imaginario popular japonés: GeGeGe no Kitarô. Por tanto, no es raro pensar que aún a día de hoy siga difundiéndose la imagen de Kitaro entre generaciones, renovando videojuegos, series de anime o merchandising, pero si existe algo inamovible dentro del recorrido del personaje es el manga.
Así, Kitaro recorre las páginas de algunas publicaciones periódicas entre 1959 y 1969, sin tardar demasiado en convertirse en la lectura infantil de cabecera de toda una nación. Posiblemente, su principal virtud, y la que ha hecho que se convierte en una obra transgeneracional, sea la de mantener vivo el imaginario colectivo de los yôkai.
Con este componente tan tradicionalmente japonés, Mizuki plantea una serie de tramas autoconclusivas en las que Kitaro, como protagonista principal de la obra, se enfrente a diversos problemas, siempre de corte fantástico, con la ayuda de su padre, el hombre rata y otros personajes del mundo sobrenatural nipón. Sin embargo, aunque Mizuki acostumbra emplear el mundo rural para ambientar las aventuras de sus personajes en un espacio atemporal, en esta ocasión escoge ampliar las fronteras, físicas y cronológicas, para llevarnos a un folklore internacional que abarca desde sus recurrentes yôkai hasta los monstruos de la Universal, pasando por clásicos literarios como Drácula.
Por supuesto, a nivel narrativo no podemos esperar una gran profundidad, ya que los héroes son muy buenos, los villanos son muy malos y el alivio cómico es una constante a lo largo de todas las historias, creando de esta forma una especie de terror familiar que aunque no sorprende, sí entretiene. Bien es cierto que el empleo de la elipsis cronológica a veces hace que debas estar más pendiente de la historia de lo que realmente propone el ritmo ligero de lectura que tiene Mizuki.
A pesar de todo, en este octavo volumen editado por Astiberri, en un triple salto mortal hacia atrás, recopila algunos de los experimentos del propio Mizuki en los que el mangaka decide coprotagonizar un episodio junto a Kitaro. De esta forma hace consciente al lector de la relevancia social que habían cobrado sus viñetas para aquel entonces, interpelando en otras ocasiones a las altas esferas políticas o entrometiendo a compañeros de profesión. Esta combinación de elementos veraces y fantásticos combina a la perfección con un estilo que entremezcla lo caricaturesco de los yōkai con el realismo de los fondos o de la representación de monstruos extranjeros, dotando así a la obra de un interés basado en sus contrastes.