The Lunchbox (2013), una de las últimas películas indias en llegar a nuestras pantallas, es, en pocas palabras, la historia de un error. En absoluto lo es en su interpretación, tampoco lo es su historia y quizás lo sea su tratamiento: The Lunchbox, es, simple y llanamente una historia que gira en torno a un error, haciendo de éste su argumento, y de lo necesario de algunas equivocaciones, su leitmotiv.
En Bombay existe una curiosa compañía, operativa desde hace 125 años, conocida como los dabbawalas (‘los que llevan cajas’). Desde que en época colonial un oficial decidió que prefería comer su propia comida (cuidadosamente preparada por el servicio, por supuesto) a la de su lugar de trabajo, comenzó poco a poco a gestarse una enorme red de trabajadores, que da servicio a más de un millón de clientes a la semana, quienes por razones de higiene o por propia costumbre, quieren tener la comida de sus hogares en su propio lugar de trabajo recién preparada. Arcaica pero sumamente eficaz, su organización ha sido estudiada como más que respetable por numerosas universidades; y es que los dabbawalas de Bombay nunca se equivocan.
La gente de Harvard vino hasta aquí para estudiar nuestro sistema de entregas, dijeron que no nos equivocábamos en las entregas, así que no puede ser. (…) El rey de Inglaterra vino personalmente a ver nuestro sistema de entregas. – le dice un repartidor a la protagonista.
Pero errar es humano, y esta película nos habla de una más que factible equivocación: Ila, una madre joven que se siente desatendida por su trabajador marido, decide emplear sus mejores artes culinarias para reconquistarle, pero, en una extraña e imprevisible equivocación, sus deliciosos platos llegan a manos de Saajan Fernandes, un viudo anodino y arisco al filo de su jubilación. A través de la fiambrera y de las recetas de Ila comenzará un flujo epistolar en el que, desde el reproche a la intimidad, los dos protagonistas irán compartiendo toda una serie de secretos, poniendo de manifiesto sus más que notorios problemas, que en definitiva pueden resumirse como uno mucho más grande: la incomunicación.
Y es que The Lunchbox es una película que nos cuenta una historia que, de existir el sistema dabbawala en otros lugares, bien podría suceder en muchos rincones del planeta. Pero no es que el film pierda su “indieidad” por su argumento o sus actores (de hecho, Irrfan Khan, uno de sus protagonistas, es una cara bastante conocida en Occidente), sino que se gana el favor del público, y de la crítica, de una manera mucho más digna: siendo una estupenda oda a la clase media, ésa que aunque en la India se compone de más de cincuenta millones de personas, solo en rarísimas ocasiones llega a nuestras pantallas, perdida en el abismo de las ya de por sí escasas incursiones del cine indio, que o nos apabullan con el lujo y el kitsch de buena parte de Bollywood o de su cine de acción, o habitúan a buscar el morbo y la conmoción del drama de supervivencia tercermundista.
Los problemas de Saajan e Ila (una viudedad mal asumida que le lleva a aislarse del resto del mundo, un marido con una aventura que apenas le dirige la palabra o cuida de su hija) pueden entenderse bajo la clave de la incomunicación, ese mal que acecha constantemente en la sociedad contemporánea, especial y paradójicamente en las grandes ciudades. Será precisamente esa inesperada comunicación, amparada por el anonimato (que en este caso se cataliza en mensajes en una fiambrera, en vez de en métodos hoy más habituales, como internet) la que suponga un hito en sus vidas y la que, humano desahogo mediante, les lleve a tomar toda una serie de complicadas decisiones.
A pesar de todo esto, la ópera prima de Ritesh Batra ha suscitado no pocas críticas: aunque se reconoce el trabajo de los actores (tanto Khan como la primeriza Nirmat Kaur están soberbios, y secundarios como Nawazuddin Siddiqui o Lillete Dubey han calado especialmente bien en el público), se ponen pegas a la caracterización del protagonista (que debería aparentar mayor edad) o, por norma general, al ritmo de la película. Cierto es que el tono epistolar genera un aire de repetición y estancamiento, pero, poco a poco a poco, y casi tan lentamente y con el mismo cariño con el que Ila prepara sus recetas, la película se dirige hacia un crescendo que culmina rápido y que (nos) deja a los espectadores con un extraño sabor de boca, pero plenamente convencidos de que así es como, de ser real, es más que probable que hubiera acabado una historia como ésta. En definitiva, y no sólo por esa simpatía sinestésica que nos despiertan toda una serie de films culinarios, creemos que The Lunchbox es, por su comedimiento y su contención, un plato de buen gusto y una apuesta más que segura. Esperemos que no les defraude y que la historia de este error se convierta en la historia de un acierto.
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