El teatro kabuki cuenta con más de cuatrocientos años de historia y un amplio repertorio temático que va desde las reyertas épicas a los líos amorosos y de las atmósferas más terroríficas a las absurdamente hilarantes.
Una de las cualidades más características de este tipo de representaciones es el fastuoso vestuario y espectacular maquillaje que utilizan sus actores, sumergiendo al espectador en un mundo insólito de moda y diseño. De hecho, el término “kabuki” proviene de “kabuku”, que significa “hacer cosas extravagantes, llevar ropa de vanguardia superior al resto”. Curiosamente, la inspiración de estos diseños pudo provenir del contacto con mercaderes portugueses y españoles que comenzaron a abrir nuevas rutas comerciales hacia el este y las Américas a comienzos de la Edad Moderna[1].
Las representaciones de teatro kabuki y su atmósfera de color y extravagancia llamaron la atención, desde muy temprano, de los artistas japoneses. Los grabadores de ukiyo-e, género xilográfico que conoció durante los siglos XVII al XX su máxima expresión en la cultura burguesa y opulentadealgunos centros metropolitanos como Edo, Osaka o Kioto, se sintieron profundamente fascinados por sus actores y personajes. Tanto es así que llegaron a especializarse en el grabado de esta temática teatral, desarrollando un subgénero propio dedicado a la representación de escenas y estrellasdel kabuki conocido como yakusha-e (“cuadros de actores”).
Uno de los más célebres autores grabadores de ukiyo-e, y especialmente del subgénero yakusha-e, fue Tôshûsai Sharaku (1770-1825), cuya corta carrera artística (diez meses) fue, sin embargo, muy prolífica, con un total de 150 obras, de las que 140 son estampas de Kabuki (ocho de ellas, dibujos para un libro de ilustraciones teatrales que nunca llegó a publicarse) y, el resto, diez dibujos preparatorios de estampas de luchadores de sumo, nueve de los cuales se perdieron en el terremoto de O Kantôde 1923. También desapareció un valioso abanico de temática mitológico-religiosa, coloreado manualmente, que mostraba el busto de un anciano con perfiles estampados. Sharaku es, por ello, considerado como un maestro que se dedica al retrato de actores de medio busto, o cuerpo entero, exclusivamente.
Poco se sabe de este artista, cuyas obras fueron realizadas en su totalidad entre el quinto mes de 1794 y el primero de 1795 para el más aclamado y exquisito editor de la época: Tsutaya Juzaburo (1748-1797) cuyo sello puede observarse en la estampa aquí analizada, al final del título y tras el del censor. Este tipo de sellos son los utilizados desde 1790 hasta 1805, y son siempre de forma redondeada con la palabra kiwame inscrita. En periodos posteriores se usarán sellos como los de Gyoji (1805-1841) o los Nanushi (1842-1846) en los que los propios editores actuarán de censores; el sello kiwame, por consiguiente, facilita la datación de esta obra.
La biografía más destacada de esta época sobre los artistas del ukiyo-e, conocida como Ukiyo-e ruikô, no arroja luz sobre la verdadera identidad de Sharaku, que irrumpió en la escena artística tan súbitamente como desapareció. Según esta fuente, Sharaku podría haber sido un actor del teatro nô, Saito Jurobei, al servicio de un daimyo de Awa, en la isla de Shikoku.
Otras teorías afirman que Sharaku podía ser el citado editor Tsutaya, o quizá el artista Choki (entre los siglos XVIII y XIX) o el gran maestro Hokusai Katsushika, ya que éste desapareció entre los años 1792 y 1796, periodo coincidente con la entrada en escena de Sharaku. Además Hokusai utilizó distintos nombres a lo largo de su carrera, por lo que este hecho abonaría la teoría. Sin embargo, para muchos estudiosos Sharaku no sería una persona, sino un proyecto derivado de una idea ingeniosa, a modo de “broma codificada” entre un grupo de artistas. El nombre derivaría de sharakusai, que significa “sin sentido”, y ello explicaría los cuatro estilos marcadamente diferentes en su corta trayectoria, probablemente fruto de un trabajo artesanal en taller, con hasta diez miembros, que jamás revelaron el secreto.
Ichikawa Komazô III en el papel de Shiga Daishichi: un ejemplo de teatro kabuki en la xilografía japonesa
El teatro Kabuki es una forma de teatro japonés tradicional que se caracteriza por su drama estilizado y por el uso colorido y efectista de sus maquillajes y vestuario. Es un género que fue muy apreciado por las clases burguesa y popular de la ciudad de Edo, como denota la excelente aceptación y rápida difusión que tuvieron estas estampas en su momento. Tuvo su origen a finales del siglo XVI, cuando Izumo no Okuni, una miko (sacerdotisa de los templos sintoístas japoneses)del Santuario Izumo, comenzó a realizar un nuevo estilo de danza dramática en las riberas secas del río Kioto. Se fue desarrollando a lo largo de la segunda mitad del siglo XVII y primera mitad del XVIII, época en la que las obras fueron ganando en calidad literaria, las formas de interpretación se fueron definiendo y los escenarios se enriquecieron en mecanismos y posibilidades.
Esta xilografía japonesa de Tôshûsai Sharaku del periodo Edo se agrupa en el género artístico yakusha-e o de “cuadros de actores”, dentro del subgénero okubi-e, (“retratos de torsos”) perteneciente a la técnica de grabado ukiyo-e (“escenas del mundo flotante o fluctuante”) desarrollada en Japón entre los siglos XVII y XX.
Representa al actor Ichikawa Komazô III en el papel de Shiga Daishichi, personaje de la obra de teatro Kabuki titulada Sasaki Ganriu: Katakiuchi Noriyaibanashi (Colección de cuentos de venganza). El drama Sasaki Ganriu se representó en el teatro Kiri el quinto mes de 1794, momento exacto del que data esta estampa, por lo que puede deducirse que el éxito de la misma propició la aparición de estampas sobre sus actores más populares destinadas al consumo de las clases burguesas y populares de Edo, al modo que hoy hacen las revistas de la prensa rosa.
La obra estaba basada en una venganza filial, lo cual es muy habitual en este género teatral: dos muchachas, Miyagino y Shinobu, vengan a su padre, Matshushita Mikinoshin, un samurái arruinado y reconvertido en campesino, que fue asesinado por Shiga Daishichi. El duelo entre los dos hombres se produce cuando Mikinoshin, tras descubrir un precioso espejo robado por Daishichi, el corrupto gobernador de la región, decide devolverlo a su legítimo dueño.
Esta estampa xilográfica podría representar el momento en que Shiga Daishichi va a asesinar a Mikinoshin. Con la mano derecha se dispone a desenvainar la catana; sus ojos entornados captan el momento exacto de fría y cruel determinación, enmarcados por el rojo de la pintura y exaltado todo ello por el negro de los cabellos y ropajes que se destacan sobre un fondo amenazante y plateado de polvo de mica. Este fondo era el resultado de un costoso y complejo procedimiento, lo que ha llevado a pensar que la popularidad de Sharaku tuvo que ver con algún tipo de apoyo económico relacionado con asociaciones de aficionados al teatro, o por los mismos actores. En el kimono del gobernador aparece estampado el mon (emblema) del clan feudal al que pertenecía.
Sharaku representa a Shiga Daishichi con una expresión de vigorosa masculinidad y malevolencia, a través de unos rasgos faciales exagerados, con una prominente nariz que sobresale de la línea izquierda facial y unos finos cabellos en las sienes que evocan, en su desorden, la violencia contenida del instante que la hará desencadenarse en toda su locura. La boca ha sido dibujada con una sencilla y contundente línea negra, y la palidez de la piel contrasta con la oscuridad general de los tonos del resto de la estampa. Las facciones exageradas de los torsos del okubi-e, subgénero desarrollado por Tôshûsai Sharaku, serán una muestra del “manierismo” al que llegó el grabado ukiyo-e a finales del siglo XVIII, en la que se considera su edad de oro. La dramatización se obtiene a través de la distorsión, creando un completo estudio psicológico con una finalidad caricaturesca, que tiene como base una extraordinaria capacidad de observación.
La fina línea del dibujo delimita la figura, ya sea en negro, como en el rostro, o en blanco, como en los ropajes y cabello; los colores aparecen planos, con tintas muy fuertes y exageradas, en un espacio irreal sin perspectiva, con fondo de plata al modo de los fondos dorados de la tradición pictórica japonesa. En esta imagen puede apreciarse el estilo expresivo y estimulante de Sharaku, pese a la escasa variedad de color, en comparación con otras obras suyas. En la esquina superior izquierda se muestra escrito el nombre del autor, junto al sello del censor (“kiwame” que significa “aprobado”) y al del editor citado con anterioridad, con lectura descendente. Sin embargo, para considerar su mensaje artístico hay que entender otros aspectos que rodean su obra: a día de hoy, todavía no se puede saber con certeza absoluta qué escena, obra o acto representan sus xilografías.
Resulta difícil establecer hipótesis interpretativas de su producción en relación con los diez meses que duró su actividad, ya que los dramas más populares del teatro Kabuki, ya fuesen los jidai mono (hechos míticos e históricos) o los sewa mono (temas de actualidad), eran constantemente modificados y entremezclados, por lo que es difícil reconstruir plenamente sus argumentos.
El drama representado podría estar inspirado en época del Shogunato Tokugawa (1603-1867), como demuestran los ropajes de Daishichi, propios de un gobernador de este tercer y último shogunato de los que rigieron el destino de Japón. Durante este periodo, dentro de la era Edo, el clan centralizó y unificó el país, que había sido arrasado por las continuas guerras de la anterior era Sengoku, y estableció un sistema de clases estrictamente diferenciado. Se adoptó, a su vez, una postura de aislamiento absoluto frente al resto del mundo (sakoku), prohibiendo el establecimiento de extranjeros en el país y expulsando a los que hubiera en ese momento.
Los grabados de Tôshûsai Sharaku son el culmen de una tradición yakusha-e que se remonta a las primeras escuelas pioneras especializadas en los carteles y programas para los principales teatros de Edo, como el Ichimura, el Morita y el Nakamura. Sharaku es heredero de los primeros grabadores especializados en retratar a los actores del Kabuki y en describir sus poses (mie), como Torii Kiyonobu (1664-1729), fundador de la escuela Torii (h.1687 en Edo), que mantuvo durante mucho tiempo la tradición del yakusha-e con un estilo muy enérgico que influyó en muchos artistas.
Otros miembros destacados de la segunda generación de la escuela Torii fueron Kiyomasu, Kiyonobu II, Kiyomasu II, Kiyotada y Kiyohiro, quienes trabajaron durante el siglo XVIII afinando sus pomposas y expresivas imágenes, aunque siguieron presentado rostros idealizados y sin características diferenciables.
Hacia 1765 surgió el nishiki-e, el grabado en color o “pinturas brocado”. Se desarrolló el procedimiento de estampación en colores, utilizando una plancha de madera y una estampación distinta para cada uno de los colores de la obra final. Uno de sus primeros representantes fue Suzuki Harunobu (1725-1770), que tuvo mucho éxito con estampas de alegre colorido, principalmente de bijin-ga, pero también de yakusha-e. El género de actores cobró entonces un gran auge, ya que el nuevo colorido permitía la creación de estampas más ricas, detallistas y vistosas, especialmente en los ropajes y los maquillajes de los actores.
Aparte del color, apareció un estilo menos idealizado que el de la escuela Torii. Este cambio en la historia del yakusha-e lo dirigió, sobre todo, la escuela Katsukawa, encabezada por dos grandes artistas, como fueron Katsukawa Shunshô (1726-1792) y Katsukawa Shunkô (1743-1812), especialistas en temas de teatro. A estos siguieron otros como Katsukawa Shûnei (1762-1819), que puso especial énfasis en la gestualidad y el estudio fisonómico, con retratos de gran fuerza dramática, para llegar al culmen con su principal maestro, Tôshûsai Sharaku (1770-1825), que plasmó el rostro con sus características somáticas propias, hasta alcanzar la caricatura.
Existen otras dos estampas del mismo drama analizado, Katakiuchi Noriyaibanashi, que se relacionan entre sí y ayudan a entender la analizada en este estudio. Una de ellas muestra al actor Onoe Matsusuke I en el papel del campesino Mikinoshin, ilustrando los antecedentes de la venganza que efectuarán sus hijas. Sin embargo, resulta difícil determinar a qué instante de la obra pertenece; podría tratarse del momento previo al duelo fatal con Daishichi, o a la turbación que experimenta al enterarse de que su hija se ha vendido a un prostíbulo para ayudar a pagar las deudas familiares.
La segunda obra es una de las más célebres realizadas por Sharaku, y representa dos personalidades muy contrastadas: a la derecha, Nakajima Wadaemon, en su papel de Chozaemon “el flaco”, cliente de una casa de placer, que discute violentamente con el fornido Nakamura Konozo, que interpreta a Kanagawaya no Gon, un barquero sin casa. Las diferencias enfrentadas entre los rostros, los colores y la complexión suponen un elenco de virtuosos detalles dentro del trabajo general de Sharaku. Parece ser que el barquero está implicado, en alguna medida, en el duelo entre Mikinoshin y Daishichi, y revela, pese a su aparente humorismo caricaturesco, aspectos profundos de la lucha entre el bien y el mal.
A comienzos del siglo XX se realizaron numerosas reproducciones de los trabajos de Sharaku, que se han extendido hasta la actualidad. Sin embargo, el Museum of Fine Arts de Boston conserva un original de 1794, que fue reunido junto a otras ciento diecinueve obras de Sharaku en una gran retrospectiva organizada en 1995 en Tokyo.
En España, los trabajos de los maestros del ukiyo-e influirán, especialmente, en maestros como Mariano Fortuny, pero destacarán en el ámbito de la ilustración, donde se aprecia, más notablemente, en artistas como Apel·les Mestres, Alexandre de Riquer, Ramón Casas y José Triadó. Otros ejemplos se podrían encontrar en revistas ilustradas a mano de Joaquín Xaudaró, Federico Ribas, Salvador Bartolozzi, o Francisco Cidón.
Para concluir este breve estudio resta apuntar que Sharaku continuará siendo un misterio mientras no aparezcan nuevas fuentes que lo identifiquen y eso, en parte, dota a su obra de un encanto estremecedor, que la sumerge en el mundo de las sombras, tan apreciadas en la historia del Japón y de sus gentes. Sharaku es un enigma fluctuante, que como “…aquella calabaza que flota en la corriente de agua”, representa la esencia del ukiyo-e en su significado más absoluto.
Para saber más:
Notas:
[1] Kesako, Matsui, “El aura del Kabuki”, Revista Nipónica, 2010.