El siguiente artículo es una continuación al publicado en el número anterior de Ecos de Asia y en el que planteábamos la cuestión del coleccionismo de porcelana china en la corte otomana en los siglos XV y XVI. A continuación, con el fin de profundizar en el tema, vamos a exponer brevemente los usos a los que se destinaban estas piezas.
La alta estima y admiración que los otomanos mostraron hacia la porcelana china plantea la cuestión de la función a la que estaba destinada. La variedad de usos era enorme, tal y como se puede imaginar. De los documentos conservados de la época se pueden desprender algunas de esas funciones.Destacaban, por ejemplo, las piezas destinadas a la limpieza de las manos y las jarras vertedoras de agua, cosa que no ha de extrañarnos si atendemos a la importancia que tienen para el Islam la purificación y las abluciones rituales.Pequeñas jarras se empleaban para guardar encurtidos, mermeladas, medicamentos y tintas, y algunos cuencos se reservaban para propósitos y ceremonias especiales. Aparte de estas funciones,el servicio y la presentación de los alimentos parece su principal cometido, ya que en los banquetes celebrados en las cortes de Próximo Oriente el protocolo y la presentación de los alimentos requería de una gran cantidad de platos y bandejas alargadas.
Para todas estas funciones la porcelana reunía una serie de ventajas prácticas que le conferían un lugar destacado por encima de la cerámica, tales como su durabilidad y su fácil limpieza. El celadón, un tipo de cerámica procedente de China que destaca por su esmalte de tonalidad verdosa, además, contaba con el mérito fantasioso de ser capaz de revelar la presencia de veneno; razón por la cual muchos viajeros europeos le achacaban su escasez y sus elevados precios.
Además de estas razones de índole práctica, existen motivaciones religiosas que también propiciaron la popularidad de la porcelana china. El Islam consideraba pecado que en las comidas se empleasen objetos realizados en metales preciosos, como el oro y la plata. La porcelana no se encontraba entre los materiales condenados, cualidad que resulta esencial para entender la estima que sentían los otomanos hacia ella. En principio, el Corán no expresa desaprobación hacia el uso del oro y de la plata. Al contrario: una de las recompensas que aguardan a sus fieles en el paraíso son las bebidas servidas en resplandecientes cálices de oro. Sin embargo, las lecciones del profeta Mahoma sí son intransigentes en su condenación hacia aquellos que coman o beban en objetos de oro y de plata: “Cualquiera que beba de una copa de plata está bebiendo del fuego del infierno”. Sin embargo, esta desaprobación no persuadió a las cortes musulmanas de usar objetos de oro y de plata en los banquetes.
Esta contradicción con los principios religiosos fue evidente en la corte otomana. En una descripción de Ibn Battuta sobre un banquete celebrado en un emirato de Anatolia, el cual visitó en 1331, comenta que los alimentos se sirvieron en cuencos de oro y plata, siendo las cucharas de los mismos metales,y además añade: “al mismo tiempo se trajeron algunos cuencos de porcelana, conteniendo los mismos alimentos, junto con cucharas de madera, y sólo los que sentían escrúpulos usaron las porcelanas y las cucharas de madera”. De manera similar, otros viajeros occidentales recogen en el siglo XVI que, a pesar de estar considerado pecado, el uso de cucharas de plata estaba generalizado entre los turcos.
Existe en principio una complementariedad entre la porcelana y los metales preciosos. En la práctica, los objetos eran intercambiables. Recogen los cronistas que la mesa de Bayecid II (1481-1512)estaba plagada de objetos de plata,y que para calmar su conciencia, los objetos de metales preciosos se empleaban para servir la comida a incontables pobres tres veces por semana. El sultán Solimán el Magnífico(1520-1566)pareció ser insensible a esas sutilezas en sus primeros años de reinado, pero al final de su vida se habría vuelto más cuidadoso,como recoge un embajador de los Habsburgo en sus escritos: “el sultán se vuelve día a día más escrupuloso en sus observancias religiosas, mucho más supersticioso… solía usar para comer un servicio de plata, pero alguien se encargó de recordarle tal falta, por lo que ahora solamente usa platos de cerámica.” Estas palabras son de 1578, y para aquel entonces parece que los sultanes habían abandonado la costumbre de comer con objetos de metales preciosos, decantándose en favor de la porcelana.
Existe, sin embargo una solución a la cuestión religiosa. El principal problema radicaba en que los alimentos tuviesen un contacto directo con el oro o la plata, mientras que en cambio no existían objeciones para usar tapas o cubiertas de metales preciosos sobre los objetos de porcelana, así como para cubrir las bandejas. Así, en las miniaturas del período, siglos XV-XVI, se describen tapas de oro o doradas sobre los celadones y las porcelanas del tipo azul y blanco, y se conservan tapas de cobre dorado en el museo Topkapi de Estambul. Una pintura conmemorativa de la visita de un embajador polaco en 1677 nos da información sobre cómo se realizaban los banquetes y del empleo de las porcelanas.
Posteriormente, en el siglo XVII y XVIII, el celadón se convirtió en el material por excelencia, mientras que las tapas se realizaban en plata o en cobre estañado. El uso de los metales preciosos en los banquetes privados se fue volviendo más raro con el tiempo, viéndose totalmente desplazados por el empleo de porcelana, no solamente en el palacio imperial sino también en las residencias de los visires.
Sea como fuere, parece que el abandono de los metales preciosos a mediados del siglo XVI habría obedecido a varios motivos, entre ellos los preceptos religiosos, a los que se sumó una elevada presión financiera, que forzó a los sultanes a fundir muchos de los bienes de oro y plata pertenecientes al tesoro. Junto a estas razones, no hay que olvidar que las nuevas conquistas propiciaron un incremento en la disposición de porcelana, al controlar los otomanos puntos clave del comercio con Extremo Oriente.
Recapitulando, sabemos que el uso de los metales preciosos fue constante en la corte otomana en el siglo XVI, y que este uso con el tiempo se fue volviendo cada vez más escaso, mientras que, en cambio, el uso de la porcelana y de celadones fue en aumento. Esto nos trasmite la idea de que los gustos de los otomanos viraron hacia una predilección por las porcelanas, lo que propició la aparición de importantes colecciones. Buena muestra de ello es la colección de porcelana procedente de China que se conserva en el museo Topkapi de Estambul, que constituye la mayor colección de porcelana que se encuentra fuera de las fronteras de China.
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