A lo largo del siglo XIX asistimos al desarrollo del Japonismo, esto es la presencia y el impacto del arte y la cultura japonesa en el mundo occidental que, con epicentro en París, se fue extendiendo por toda Europa durante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. Este fenómeno vino de la mano del establecimiento de relaciones entre Japón y Occidente a partir del periodo Meiji (1868-1912) que permitió el conocimiento directo de la cultura y el arte japonés que causaron una enorme fascinación.
En efecto, con el fin del aislamiento del periodo Edo (1603-1868) y la llegada al poder del emperador Meiji en 1868, Japón inició un proceso de apertura al mundo que supuso la modernización del país y el intercambio comercial, artístico, cultural, económico, ideológico e histórico con las demás potencias mundiales, especialmente con Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, etc., que muy tempranamente emprendieron la disputa por el comercio exterior japonés y que consiguieron establecer unos lazos de unión muy estrechos, ya que los países occidentales supieron valorar muy positivamente todos los aspectos que conciernen al país nipón.
En España, Japón, su cultura y su arte, tuvieron una presencia y un impacto que si bien no fueron tan intensos como los que hubo en otros países occidentales, fueron más que significativos. Esta presencia fue especialmente reveladora en Cataluña. Hemos de tener en cuenta que Barcelona vivió durante el siglo XIX la época de mayor desarrollo gracias al proceso de industrialización, la modernización de las infraestructuras y de los servicios urbanos que cobraron gran importancia experimentando la innovación de la ciudad. Esta revitalización se manifestó activamente en el ámbito cultural en el que tuvieron mucha importancia las intensas relaciones comerciales establecidas entre las diversas capitales europeas (París, Bruselas, etc.) y Barcelona. Así, la apertura de Japón y el desarrollo del Japonismo coincidieron con el periodo cultural y artístico de mayor esplendor de Cataluña: el Modernismo, una tendencia vinculada a la clase social predominante del momento, es decir, la burguesía, determinada por su sensibilidad y sus novedosos gustos.
Es en este escenario y en torno a 1870, la Barcelona burguesa, culta, enriquecida e interesada en la moda por todo lo japonés, que había penetrado en Europa donde van a nacer una serie de establecimientos dedicados al comercio de piezas orientales, tal y como había sucedido años antes en las grandes capitales europeas como París, Londres y Viena, entre otras, que favorecieron el nacimiento de grandes colecciones artísticas y contribuyeron al auge del Japonismo.
Entre los locales que se dedicaron a la venta de objetos orientales en Barcelona, debemos diferenciar entre las quincallerías, las confiterías, las tiendas no especializadas en productos asiáticos y las abiertas exprofeso para la venta de estas piezas.
Las quincallerías eran los establecimientos donde principalmente se vendían productos relacionados con la industria metalúrgica, sin embargo, en ellos también se producía la compra-venta de bisutería, perfumería, porcelana, juegos y juguetes, abanicos, paraguas, sombrillas, objetos de tocador y otras piezas relacionadas con el ocio del mundo extremo oriental. Es el caso de La Dalia Azul, abierta al público en 1876 y situada en la esquina donde convergen las calles Ferran y Avinyó, las principales vías comerciales de la ciudad. Durante los años consecutivos se abrirían otros locales de las mismas características en estas calles, convirtiéndose los más frecuentados por los interesados en el arte oriental en Olivella hermanos y Cuspinera, Villa de Madrid y El Brazalete Moderno.
Del mismo modo y aunque parezca sorprendente, también en las confiterías se podían encontrar objetos japoneses, se vendían cajitas de pastas u otros productos alimenticios cuyos motivos decorativos transportaban al comprador al país nipón, o incluso muchas de las cajas eran importaciones directas del País del Sol Naciente. Las más importantes, al igual que las quincallerías, se encontraban en las calles Ferran y Avinyó y eran las siguientes: La Criolla, Massana, la confitería de Ignasi Majó, la de Joan Puig a Pelai, la confitería de la Palma, aunque la más destacada fue la Gran Confiteria de Pere Llibre, que en algunos casos se anunciaba como “Confitería y objetos de arte”.
El tercer tipo de establecimiento donde se vendían productos asiáticos eran tiendas no especializadas en arte oriental. Una de las más destacadas fue la abierta por el ebanista Francesc Vidal i Jevellí (1848-1914) el 28 de marzo de 1879 situada en el número 3 del Passatge del Crèdit y destinada a la venta de objetos artísticos y a la decoración de interiores, donde se podían encontrar piezas asiáticas como bronces, porcelanas, textiles o lacas, entre otros muchos elementos. En 1867, Vidal había visitado la Exposición Universal celebrada en París, también había viajado a Inglaterra, Austria y Alemania, donde había podido comprobar el proceso de modernización que se estaba llevando a cabo, por ello, para su establecimiento decidió seguir el modelo de estos países buscando la innovación y europeización de Barcelona. Asimismo, con la apertura de este local, Vidal instauró un nuevo tipo de comercio dedicado a la venta de objetos de decoración y mobiliario en la ciudad Condal, que poco a poco ganarían protagonismo.
Otra de las tiendas destacadas fue la armería de Lluís Vives, que especializada en material para la caza vendía armas y armaduras japonesas que compraron artistas como Apel·les Mestres y Francesc y Josep Masriera i Manovens, entre otros muchos. También en sastrerías como La Ciudad de Nueva York, se podían encontrar objetos orientales como sombrillas japonesas.
Aunque, sin duda, uno de los establecimientos de mayor repercusión mediática fue el del fabricante de paraguas Bruno Cuadros que recibió el nombre de Casa Bruno Cuadros y estaba ubicada en La Rambla. En ella vendían paraguas, sombrillas y abanicos extremo orientales, bien de estilo japonés o bien fabricados en el país nipón. En el año 1885 la tienda fue reformada y para ello Bruno contó con los diseños orientales de Josep Vilaseca y Josep Lomas para su establecimiento, conservados hasta la actualidad. Hoy se puede contemplar el edificio cuya fachada está adornada por sombrillas japonesas y un dragón. Por último, debemos señalar otras tiendas como La proveedora y La Villa de Baccarat donde se vendían porcelanas japonesas o las tiendas de los señores Deu i Llorens, la del señor Bassols, o la botiga Fortuny.
Por otra parte, gracias al intenso desarrollo comercial de piezas orientales que se dio durante la segunda mitad del siglo XIX en Barcelona, la ciudad estaba imbuida por todo lo japonés y ello dio origen al nacimiento de tiendas especializadas en objetos y piezas artísticas niponas. En el año 1885 se abrió la primera tienda dedicada exprofeso a estos productos, creada por Alimundo y Ruiz i Catala, esta recibió el nombre de El Mikado. Era un establecimiento situado en la Baixada de Sant Miquel, en las proximidades de la tienda de Vidal, en cuya fachada poseía un rótulo con inscripciones con kanjis (sinogramas utilizados en la escritura japonesa), ejecutado por el pintor Hermegildo Queralt. En El Mikado se podían encontrar todo tipo de productos nipones como bronces, sombrillas, textiles, armaduras, grabados ukiyo-e, joyería, mobiliario o papeles para decorar las habitaciones, no obstante, también se podían hallar, aunque en menor cantidad, piezas y productos de China, India, Marruecos y otros países árabes. Un año más tarde de su apertura, en 1886, la empresa fue adquirida por Odón Viñals i Mayoral, quien innovó el negocio gracias a las exposiciones organizadas en él, convirtiendo el local, en uno de los lugares más frecuentados por artistas y que gracias a la Exposición Universal celebrada en 1888 adquirió un éxito rotundo. En la década de los 90 del siglo XIX, el empresario Santiago Gisbert, quien había establecido negocios directos con Asia Oriental en 1891, abrió varias sucursales de sus famosos Almacenes del Japón en Barcelona. Poco después, abrió una oficina en Kôbe en 1894, y en Yokohoma.
También destacó Clapés y Compañía, que importaba directamente productos muy diversos desde Japón (donde tuvo oficinas). Asimismo, fue importante la tienda de Lluís Folch, dedicada a la venta de objetos de arte y mobiliario, decorada por Francesc Soler i Rovirosa (quien fue maestro de Oleguer Junyent). Otros establecimientos fueron los Almacenes de género de China, Japón y Europa de Bassals, Gotzens y Compañía en comandita (1894), José Bassals y Cía. (1897), Sucesores de Bassals (1903) y la tienda El Celeste Imperio que perduró hasta bien entrado el siglo XX, entre otras.
Como vemos estos productos venían a los establecimientos a través del comercio directo con Japón que se conseguían gracias a los contactos con proveedores europeos, fundamentalmente de París. Precisamente, el comercio directo se potenció a partir de la década de los ochenta, cuando en 1879 la compañía Olano Larrinaga y Cía. creó una línea regular de barcos a vapor que conectaba Barcelona y Manila con las islas japonesas. Aunque no fue hasta 1888 cuando se creó la primera Casa hispano-portuguesa en Japón denominada Gil y Remedios que se convirtió en la responsable de los primeros contratos de exportación de objetos japoneses a España.
Todo este comercio hizo que Barcelona se sumiera en el mundo oriental: la cultura, la historia, el arte, etc., habían llegado a la ciudad y los artistas, así como los coleccionistas se sentían entusiasmados con toda la renovación cultural que estaban viviendo y que cobraría mayor auge con la participación de Japón en la Exposición Universal celebrada en el año 1888 en la ciudad.
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