Revista Ecos de Asia

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This article was written on 04 Abr 2016, and is filled under Historia y Pensamiento.

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Roda el món i torna al Born: crónicas burguesas de una vuelta al mundo I: el artista y el viaje

“Roda el món i torna al Born” es una expresión popular catalana, que alude a la importancia del hogar y las raíces. Esta expresión fue acuñada por Oleguer Junyent (1876-1956), artista multidisciplinar y relevante figura de la Barcelona del cambio de siglo, tras dar la vuelta al mundo en 1908, en un viaje de casi un año de duración. Viajero apasionado, Junyent condensaba en una sola frase la esencia de su personalidad: recorrer el mundo, sí, conocerlo en profundidad, pero volver siempre a Barcelona, a ese Born que le vio nacer y a esa Gràcia que le vio crecer como artista, en definitiva, tener siempre presente el lugar al que pertenecía.

Oleguer Junyent nació en 1876, en el seno de una familia con vocación artística y social. Su abuelo, Sebastià Junyent i Comes, fue uno de los fundadores de la Sociedad del Born, que tenía como objetivo recuperar las celebraciones tradicionales vinculadas al carnaval. No obstante, a pesar de la afinidad familiar con estas celebraciones, que implicaban la promoción de un arte popular manifestado a través de las carrozas etc., en un primer momento la vocación artística de Oleguer no fue bien recibida en su familia, ya que su hermano mayor, Sebastiá, ya había tomado el camino de las artes (estaba formándose como pintor), y era difícil asimilar la presencia de otro miembro artista, con el futuro incierto que ello implicaba.

Portada de un número de La Esquella de la Torratxa (fuente: ARCA).

Portada de un número de L’Esquella de la Torratxa (fuente: ARCA).

A pesar de ello, finalmente logró el beneplácito paterno, dado que la vocación del joven Oleguer se dirigió hacia la escenografía, una profesión que implicaba gran demanda de mano de obra para satisfacer las necesidades de los numerosos y muy frecuentados teatros barceloneses. Así pues, en 1890, contando con catorce años, Junyent ingresó en el taller del escenógrafo Fèlix Urgellés, participando también de la enseñanza nocturna en la Escuela de la  Lonja durante los primeros años, y trabajando como dibujante en la revista satírica L’Esquella de la Torratxa.

Posteriormente, pasaría brevemente por el taller de Salvador Alarma, antes de ingresar, en 1896, en el de Francesc Soler i Rovirosa, uno de los grandes nombres de la Escuela Catalana de Escenografía, que le consideraría uno de sus discípulos predilectos, como se desprende de gestos como la cesión de importantes proyectos profesionales de los que el maestro no podía hacerse cargo. Buen ejemplo de ello fue, en 1898, la escenografía de Blancaflor, para el Teatro Íntimo de Adrià Gual, un encargo que originalmente recayó en Soler, pero que cedió a Oleguer Junyent y que supuso el inicio de su carrera profesional.

La importancia de Soler i Rovirosa en la formación de Junyent no terminó ahí, sino que fue el impulsor de una estancia que Oleguer realizó en 1899 en París. Si bien esta es una de las épocas menos conocidas de la vida del artista, es fácil suponer que en la capital y epicentro del arte de la época Junyent pudiese entablar relación con otros artistas españoles que se encontraban en aquel momento en la Ciudad de las Luces.

Oleguer Junyent (derecha) junto a Maurici Vilomara, en el taller de decorados del Gran Teatre del Liceu de Barcelona, en 1906.

Oleguer Junyent (derecha) junto a Maurici Vilomara, en el taller de decorados del Gran Teatre del Liceu de Barcelona, en 1906 (fuente: El Punt Avui).

A partir de 1901, la vida de Junyent puede resumirse fácilmente en torno a dos conceptos: viajes y encargos de importancia. Es poco después de esta fecha cuando Junyent comienza a trabajar para el Teatro del Liceu, uno de los más importantes de Barcelona, con la escenografía de la obra Cristoforo Colombo. Este encargo iniciaría una larga colaboración con el Teatro, que se prolongaría hasta 1933, y ponía en evidencia la relevancia y el prestigio del que ya gozaba Junyent.

Por otro lado, sus viajes supusieron un nuevo estímulo y terminaron de forjar la personalidad de Junyent, a través de dos nuevas aficiones: a nivel artístico, el dibujo y la pintura del natural, y a nivel personal, el coleccionismo. Junyent empezó a realizar en sus viajes adquisiciones de las más variadas piezas, movido únicamente por su curiosidad y su interés personal en ellas.

Una fecha clave de manera indudable en la trayectoria de Junyent fue 1908, cuando se embarcó en una vuelta al mundo que duraría once meses, acompañado de su amigo Mariano Recolons.[1] Durante este periodo, hicieron un caprichoso recorrido a lo largo de Asia, Oceanía y Norteamérica, plagado de excursiones y desplazamientos en torno al camino principal.

Mapa con el recorrido que realizó Oleguer Junyent, publicado en Roda'l món i torna al Born.

Mapa con el recorrido que realizó Oleguer Junyent, publicado en Roda’l món i torna al Born.

Partiendo de Barcelona, se dirigió a Marsella para abandonar Europa a través de este puerto, rumbo a Egipto. En la tierra de los faraones visitó los principales enclaves arqueológicos y monumentales y realizó un viaje por el Nilo, antes de regresar a la costa mediterránea para embarcar nuevamente hacia Asia. Cruzando el canal de Suez y atravesando el Mar Rojo, con escala en Adén antes de adentrarse en el Mar de las Indias, finalmente alcanzó Bombay, para cruzar el subcontinente asiático por tierra. La India sería uno de los lugares que mayor interés le causaron, si bien tuvo que abandonarla prematuramente, deteniéndose para hacer escala en Ceilán (la actual Sri Lanka).

De allí, prosiguió incluyendo como parte de su ruta un trayecto que no solía tenerse en cuenta en los viajes alrededor del mundo de la burguesía del cambio de siglo. Se dirigió hacia el sur para bordear Australia, si bien buena parte de este tramo fue en barco, una parte del viaje que se asemejaría bastante a los cruceros modernos: recorriendo la costa en barco, haciendo pequeñas escalas para visitar distintos puertos, pero sin que fuese un territorio protagonista dentro del viaje.

De Australia, Junyent volvió a aguas asiáticas, haciendo escala en Filipinas antes de llegar a la costa china. Allí realizaría varias paradas, algunas motivadas por necesidad y obligación (como bien refleja en sus testimonios) y otras por placer, para visitar enclaves emblemáticos. A continuación, se detuvo también en Corea, otra sorpresa, ya que frecuentemente China y Japón copaban la atracción de los viajeros ociosos, que recalaban en mucha menor medida en la península coreana.

Precisamente, fue Japón el siguiente destino, donde realizó una estancia de varias semanas en la que tuvo ocasión de visitar las principales ciudades, así como otros enclaves turísticos que durante el avance de la era Meiji (1868 – 1912) se habían convertido en lugares de visita obligada para los extranjeros que acudían al País del Sol Naciente.

La siguiente etapa del viaje transcurrió por el continente americano. Tras la travesía transpacífica, desembarcó en Canadá, lejos de los destinos habituales de desembarco en la Costa Oeste estadounidense. El recorrido se centró en la zona norte del continente, alternando tramos en ambos lados de la frontera hasta llegar a Nueva York, punto de partida del viaje de vuelta. Allí, embarcó en el famoso buque Lusitania para volver a Europa, haciendo el recorrido Londres – París – Barcelona, tornant al Born después de rodar el món.

No obstante, pese a su gran interés, esta vuelta al mundo supuso únicamente un episodio dentro de la vida de Oleguer Junyent, el viaje de su vida pero un viaje más dentro de su trayectoria vital. Poco después, Junyent alcanzaría el punto álgido de su carrera profesional, con la obra L’auca del senyor Esteve, escrita por Santiago Rusiñol. La escenografía de esta obra corrió a cargo de Junyent, Maurici Vilumara y Salvador Alarma, los tres grandes representantes de la escenografía catalana en activo en 1917. Este periodo de auge concluyó en 1924, cuando Junyent prácticamente se retiró de la escenografía, debido a múltiples motivos, entre ellos, el alto precio que alcanzaban sus trabajos por consecuencia de su minuciosidad, lo que hacía que fuesen obras de gran calidad, pero más caras y por lo tanto, comercialmente menos competitivas que las de otros artistas. De manera quizás más sentimental, Junyent también achacaba este declive a la popularidad del cine, que paulatinamente desplazaba al teatro como forma de ocio predilecta de la burguesía. No obstante, Junyent realizaría una excepción volviendo a realizar un proyecto escenográfico en 1933, con los decorados de El amor brujo, de Manuel de Falla.

Habiendo abandonado la escenografía, Junyent se centró en otras facetas artísticas muy diversas. Por un lado, íntimamente ligado a su rol dentro de la sociedad y en cierto modo, herencia de su abuelo y la Sociedad del Born, se dedicó a la creación de decoraciones efímeras y organización de fiestas y eventos. Por otro lado, también realizó trabajos de decoración arquitectónica y de interiorismo.

A partir de la década de los veinte, Junyent también se entregó a la pintura, una pasión que había descubierto durante el cambio de siglo y que ya había desarrollado durante su viaje alrededor del mundo, no obstante, no fue hasta este momento cuando se dedicó de manera más plena. En  1924 realizó una exposición en las Galerías Laietanas que le otorgaría el favor del público, demostrándose como un pintor virtuoso de estilo influenciado por el postimpresionismo, un paisajista muy cotizado aunque quizás demasiado conservador a nivel técnico, frente a la mentalidad abierta y moderna de Junyent.

Ejemplo de pintura al óleo de Oleguer Junyent (fuente: Enciclopedia Catalana).

Ejemplo de pintura al óleo de Oleguer Junyent (fuente: enciclopedia.cat).

Su máximo reconocimiento como miembro destacado o prohombre de la sociedad catalana tuvo lugar en su madurez, y se manifestó de manera indiscutible en su nombramiento como presidente del Real Círculo Artístico, donde pudo participar más activamente (y con mayor poder) en la vida cultural barcelonesa.

Como lo describían Xavier Fàbregas e Irene Peypoch en uno de los primeros estudios (muy breve) que se realizaron sobre su figura, Oleguer Junyent era un

 […] espíritu sensible, […] curioso impenitente capaz de hacer kilómetros de viaje, de sufrir las incomodidades que hicieran falta, con tal de vislumbrar un monumento o contemplar una pintura. Oleguer Junyent, con todo su gusto por la síntesis y por la anécdota, continúa dando calor hoy a las páginas de su libro Roda el mon i torna al Born.[2]

Esta breve semblanza de Oleguer Junyent ha sido la introducción a una serie de artículos en los que tendremos ocasión de desgranar las distintas etapas del viaje, utilizando como principal apoyo y fuente fundamental Roda el món i torna al Born, un libro en el que Junyent recogió su propio relato y experiencia en este viaje.

A lo largo de los próximos artículos, nos centraremos con mayor detenimiento  en distintos aspectos. En primer lugar, la siguiente entrega se centrará en este libro de manera general, analizando su estructura, contenido, etc. A continuación, nos adentraremos ya en las distintas etapas del viaje. En este sentido, Asia será protagonista no solo porque así lo requiera la línea editorial de Ecos de Asia, sino también porque, como veremos, ejerce un papel muy destacado dentro del viaje de Junyent. A excepción de Egipto, ningún otro lugar visitado ofrece a Junyent tal atractivo como lo hacen, por ejemplo, la India o Japón.

En definitiva, a lo largo de esta serie tendremos ocasión de acompañar a Oleguer Junyent alrededor del mundo, conociendo y aproximándonos a sus filias y sus fobias, al tiempo que descubrimos sus experiencias. El objetivo es compartir sus vivencias para percibir cómo ha cambiado en un siglo la percepción de los países asiáticos a un nivel cultural y turístico, y también, de manera indirecta, ver cómo el viaje de placer en sí mismo ha evolucionado tanto en formas (diferentes medios de transporte, diferentes concepciones) como en objetivos (no tan diferentes destinos, pero sí otros intereses y motivaciones).

Notas:

[1] Aunque realizaron el viaje juntos, en esta serie de artículos se referirá generalmente en singular a Oleguer Junyent, debido a que las principales fuentes para conocer este viaje (especialmente el libro que Junyent publicó a la vuelta, que tendremos ocasión de tratar más adelante) obvian frecuentemente a este acompañante, centrándose únicamente en la figura del artista.

[2] «[…] esperit sensible, […] curiós impenitent capaç de fer quilòmetres de viatge, de sofrir les incomoditats que calien, per tal d’albirar un monument o contemplar una pintura. Oleguer Junyent, amb tot el seu gust per la síntesi i per l’anècdota continua donant escalf aviu a les pàgines del seu llibre Roda el món i torna al Born.» Traducción de la autora. Fàbregas, Xavier y Peypoch, Irene, “Prólogo”, en Junyent, Oleguer, Roda el món i torna al Born, Barcelona, Edicions de la Magrana, 198., p. 8.

avatar Carolina Plou Anadón (272 Posts)

Historiadora del Arte, japonóloga, prepara una tesis doctoral sobre fotografía japonesa. Autora del libro “Bajo los cerezos en flor. 50 películas para conocer Japón”.


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2 Comments

  1. Eduardo
    18/04/2017
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    Encontré la frase Roda el món i torna al Born en una biografía de Juan Prim escrita en 1860… Pudiera ser una frase mucho más antigua, pero aún así muy pertinente para la biografía expuesta. Saludos.

  2. Carolina Plou Anadón
    22/04/2017
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    Hola, Eduardo. ¡Muchas gracias por tu apreciación! Es muy posible que la frase fuese mucho más antigua, no lo pongo en duda. Lo que es indiscutible, más allá de la pertinencia, es que su popularidad estuvo ligada al impacto que generó el libro de Junyent en la sociedad de su época. Eran pocos los viajeros que se embarcaban en una aventura semejante, y menos todavía los que luego lo compartían con una celebrada exposición y con un libro como el que publicó este artista, así que se convirtió en un auténtico fenómeno social, y el título del libro se convirtió en una expresión habitual en la época. Es posible que, incluso, de ahí provenga su consideración actual de refrán de Barcelona, aunque eso pertenece ya a unos campos de historia del lenguaje que desconozco por completo.

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