Aunque ella no se defina como surrealista, lo cierto es la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud es clave para (intentar) entender la obra de la artista japonesa Mari Ito, protagonista de una de las exposiciones más interesantes de la temporada. Ubicada en los bajos del zaragozano Torreón Fortea (C/ Torrenueva, 25), con acceso gratuito, la exposición Mari Ito. El jardín de los deseos del Japón contemporáneo, nos invita a sumergirnos en la obra de esta artista, a medio camino entre la tradición nipona y la rabiosidad pop del Japón actual.
Comisariada por la especialista en arte contemporáneo japonés Alejandra Rodríguez Cunchillos –ocasional colaboradora de esta revista, donde ya tuvo ocasión de introducirnos en la obra de Ito-, esta exposición representa el creciente interés del Ayuntamiento de Zaragoza por promover propuestas artísticas diferentes, pero aptas para todos los públicos. De hecho, esta exposición se completa con toda una serie de actividades como talleres y visitas guiadas que han tenido una gran afluencia por parte de un público muy diverso, que sin duda ha quedado cautivado por el particular estilo colorista de la japonesa.
Nacida en Tokio en 1980, Mari Ito se formó en la Universidad de Bellas Artes y Diseño Joshibi, donde se especializó en nihonga, la pintura tradicional japonesa. Afincada en Barcelona desde 2006, la artista ha ido a dándose a conocer progresivamente, realizando exposiciones en países como Francia, Turquía, China, Estados Unidos o Canadá –además de en Japón y en España-, portando como seña de identidad unas muy particulares flores y formas vegetales, que con colores vibrantes –casi radioactivos-, nos transportan a unos bosquianos y caleidoscópicos jardines, en los que, al detenernos, descubrimos multitud de rostros y personajes, entre los cuales aparece, con frecuencia, la propia Mari Ito, bien inmersa o sumergiéndose (en algunos casos, literalmente) en sus propios deseos y pensamientos.
Aunque no se trata de una retrospectiva sino de uno muestra temática, la exposición se divide en varios ámbitos que nos ayudan a explorar los diferentes temas tratados en la obra de la artista, así como a percibir la variedad de formatos en los que trabaja: desde su intervención en la parada Universidad del Metro de Barcelona (que se nos presenta aquí bajo la forma de un vídeo acelerado, en el que podemos observar buena parte del proceso), a unos parches para ropa que realizó para Berskha, pasando por toda una serie de pinturas, esculturas e instalaciones, en las que se aprecia tanto su formación en la tradición japonesa como su amor por algunos mediáticos artistas de los siglos XX y XXI, tanto nipones como occidentales.
No obstante, catalogar la obra de Ito dentro del Surrealismo, o de las reutilizaciones de temas florales de Yayoi Kusama, Takashi Murakami o Georgia O’Keeffe (influencias confesas de la autora) sería demasiado sencillo, ya que, formalmente, su obra responde y bebe directamente del ámbito neotradicional japonés: el uso de papeles como el oguniwashi, de pinceles fude (su manera de pintar se observa, además, en una gran fotografía de su estudio que nos da la bienvenida a la exposición), el formato mismo de biombo, el amplio uso de dorados (reminiscentes, como bien explica la comisaria, de las escuelas Kanô y Rinpa) o la manera de representar ciertos elementos naturales (algo que se aprecia, por ejemplo, en la obra Vuelta al animismo) o la importancia de algunos elementos como el cabello largo y despeinado, que se convierte en un elemento más de los frondosos jardines de sus pinturas.
No queda duda de que las obras de la exposición nos invitan a reflexionar sobre el mundo de los deseos (tanto de los reprimidos como de los que afloran), pero no lo hace solo sobre los intereses particulares de la artista, ya que muchos de los temas abordados son estructuralmente relevantes para intentar comprender la sociedad japonesa contemporánea. Esto queda especialmente patente en el último ámbito de la exposición, en el que se exhiben diferentes materiales derivados de la catástrofe nuclear de Fukushima, que, a pesar de haber reabierto heridas mal cicatrizadas en la sociedad nipona, todavía continúa siendo un tema tabú del que no se suele poder hablar con la misma potencia gráfica –aunque lírica- con la que Ito lo hace en sus obras. Sin duda, su particular aporte a la iconografía de la imaginación del Japón post-nuclear, así como la simpatía que despierta su obra llena de simbolismo y detalle, se convierten en una de las bazas más atractivas de una artista que, gracias a exposiciones como esta, está destinada a permanecer en el imaginario artístico colectivo.
En definitiva, la visita a la exposición (ya sea de forma guiada o leyendo los explicativos textos o catálogo que la acompañan) es una de las actividades obligadas de la temporada (la exposición estará disponible hasta el 23 de junio), que no dejará indiferente a ningún tipo de público.