Revista Ecos de Asia

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This article was written on 08 Sep 2014, and is filled under Historia y Pensamiento.

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San Pablo Miki y el Martirio de Nagasaki.

Durante el Siglo Ibérico, el contacto entre Occidente y Japón tuvo principalmente dos propósitos: uno comercial y otro religioso. Desde la llegada de San Francisco Javier a las costas japonesas comenzó un proceso de evangelización que se desarrollaría con irregular éxito y que sería cortado bruscamente a comienzos la era Edo (1603-1868), con la prohibición definitiva del cristianismo y el sakoku o política de aislamiento adoptada por el shogunato Tokugawa.

A lo largo del siglo XVI, fueron varias las órdenes religiosas que llegaron a Japón para predicar. La primera de ellas fue la Compañía de Jesús, que tuvo gran importancia durante todo el Siglo Ibérico. La labor misional de los jesuitas en Japón se extiende a lo largo de unos cuarenta años desde su llegada hasta las primeras persecuciones. En 1579 se estima que ya hay en Japón unos cincuenta y cuatro jesuitas y unos 150000 cristianos. En estos momentos el poder del emperador había decaído bastante en favor del jefe militar o shôgun y se ha diseminado entre los principales señores feudales o daimios. Muchos de estos daimios favorecieron la expansión del cristianismo por sus intereses comerciales con portugueses y españoles. Otros, en cambio fueron fieles a su tradición, cultura y costumbres.

En 1582 Toyotomi Hideyoshi es proclamado Kanpaku,[1] tras haber alcanzado el poder después de un periodo de inestabilidad y guerras internas y tras la regencia de Oda Nobunaga. En un principio se muestra tolerante con la labor de la Iglesia en su imperio, pero en 1587 el shôgun Toyotomi prohíbe la predicación de la fe cristiana y decreta la expulsión de los misioneros; se cree que esto se debe a que quería un control total del poder y a que el cristianismo crecía con rapidez. Sin embargo, el decreto no fue aplicado de forma radical y la Iglesia continuó su labor con más cautela, aumentando de forma notable el número tanto de jesuitas como de japoneses conversos. Por el Segundo Edicto de Taicosama, Pablo Miki, junto a otros compañeros conocidos como los veintiséis mártires, son arrestados en Miyako. Dos de ellos eran también jesuitas – el escolar Juan de Soan de Gotó y Diego Kisai – y los veintitrés restantes eran franciscanos. Para servir de escarmiento a la población fueron forzados a caminar  seiscientas millas, unos mil kilómetros, desde Kioto a Nagasaki, por ser la ciudad más evangelizada de Japón, y allí fueron crucificados el 5 de febrero de 1597.

Representación contemporánea de San Pablo Miki.

Representación contemporánea de San Pablo Miki.

Pablo Miki nació en el año 1564 en Jamashiro, provincia no lejana de Miyako.[2] Pertenecía a una familia importante, en la cual su padre era militar del servicio de Nobunaga. En la corte de Miyako, los padres de Pablo conocen a los Padres de la Compañía de Jesús y deciden recibir el bautismo en 1568. Junto a ellos es también bautizado Pablo. A los once años ingresa en el colegio de la Compañía de Jesús en la capital imperial. Gracias al padre Organtino Soldi – rector y verdadero padre de la cristianidad de Miyako -, Pablo decide ingresar en el seminario de Azuki en el año 1580. Allí realiza estudios de latín, literatura japonesa, matemáticas y ciencias, aunque en lo que más destaca es en lo espiritual por lo que muy pronto acompaña a los jesuitas en los ministerios de catequesis y ceremonias litúrgicas.

En 1582 un daimio de dos pequeños reinos se apodera de la ciudad de Miyako y los rebeldes marchan a Azuki y la saquean, huyendo sus habitantes. El padre Soldi abandona el seminario y conduce a los seminaristas hasta un lago donde los embarca en una nave. Durante el trayecto son robados pero consiguen la ayuda del capitán de otra nave, que conduce a los seminaristas a Miyako. Allí, Pablo tiene la oportunidad de regresar a casa de sus padres, pero decide seguir la suerte de los misioneros. El rebelde de Akeshi muere a manos de Justo Undocono, un caballero cristiano. Este ofrece sus tierras de Takatsuki para trasladar el seminario. Allí Pablo reanuda sus estudios. A sus veintidós años pide el ingreso en la Compañía donde finalmente es admitido. En agosto de 1586 entra al Noviciado de Todos los Santos, en la ciudad de Nagasaki.

En 1587 sobreviene el cambio. El “regente” dicta un decreto de expulsión para todos los misioneros de Japón, por lo que el noviciado de Nagasaki es trasladado a Arie, una pequeña localidad de la isla de Arima. Pablo es destinado a una misión estrictamente pastoral: primero es catequista y después predicador. Le corresponde predicar, instruir, disponer al bautismo, preparar las confesiones, dirigir la Eucaristía, bendecir matrimonios y asistir a los moribundos; al mismo tiempo escribe. En el Japón central realiza sus estudios de Teología y es aceptado en la ordenación sacerdotal a los 33 treintaitrés años.

En 1593 Hideyoshi adopta el título de Taicosama o Taiko (“regente retirado”) aunque siguió ejerciendo el poder de manera absoluta en nombre del Emperador. Tres años más tarde, en 1596, el galeón español San Felipe, encalla en el puerto japonés de Urando y Hideyoshi decide requisar la carga. Entre los pasajeros viajan cuatro sacerdotes agustinos, dos franciscanos y un dominico. El capitán del barco, para desviar la atención, acusa a los misioneros de ser espías, y dice a Hideyoshi que España y Portugal se apoyan en el cristianismo para conquistar posteriormente y someter a los países. Esto sirve de desencadenante para que Hideyoshi emita un decreto de persecución hacia los misioneros cristianos, mucho más radical y duro que el de 1587; de hecho, se decreta la expulsión de todos los misioneros extranjeros bajo pena de muerte.

Cuando comienzan las persecuciones Pablo Miki y los catequistas Juan Soan y Diego Kisai están una residencia jesuítica. Ninguno de los tres está comprendido en el edicto de Hideyoshi, pero finalmente los guardias deciden arrestarlos y ninguno de ellos hace nada al respecto.

Al llegar a la cárcel de Miyako, Pablo Miki saluda a todos y se pone a predicar. Les habla de la eternidad, de la gloria de los bienaventurados, de la Pasión de Jesucristo y de su propio deseo de dar la vida por la fe. Les recuerda que él tiene la misma edad de Jesús y que su Vía Crucis es el camino a Nagasaki donde le espera la muerte en la cruz. También les dice que con su sacrificio desea salvar a su pueblo, como lo hizo Jesucristo.

El 3 de enero de 1597, losveinticuatro detenidos son sacados de la prisión, con las manos atadas a la espalda y son llevados a una plaza donde se les corta a todos un pedazo de la oreja izquierda. Se trata del inicio del derramamiento de sangre en la Iglesia de Japón.

Después toman rumbo hacia la ciudad de Sakai, de la cual partirán el 9 de enero hacia Nagasaki, a donde llegaran un total de veintiséis prisioneros el 4 de febrero de 1597. Fueron crucificados el día 5 de febrero de 1597, entre ellos, los tres jesuitas, Pablo Miki, Juan Soan de Gotó y Diego Kisai, seis franciscanos y diecisiete fieles japoneses (tres de ellos eran niños que ayudaban en misa a los sacerdotes). Se les condujo a la colina de Nishizaka, frente a la ciudad, donde se habían preparado las cruces.

La cruz japonesa consiste en un tronco con dos travesaños, uno más largo arriba para los brazos y otro más corto abajo para los pies. En medio tiene una saliente que sirve de asiento al condenado. La víctima queda aprisionada al madero con cinco anillos de hierro: dos a los pies, dos a las muñecas y una al cuello. Y la muerte se da con dos lanzazos, que entran por los costados, atraviesan el pecho y salen por los hombros.

Representaciones del Martirio de Nagasaki.

Representaciones del Martirio de Nagasaki.

Las veintiséis cruces fueron levantadas al mismo tiempo. Se dice que las últimas palabras de Pablo Miki fueron:

Por favor, escúchenme. Yo no soy extranjero. No he venido de Filipinas. Soy japonés como Uds. Y religioso de la Compañía de Jesús. Estoy condenado a la cruz, no por alguna falta que haya cometido, sino por haber predicado la ley de Nuestro Señor Jesucristo. Morir por la fe es mi gloria y alegría.

Es la gran gracia del Señor por mis trabajos. Me encuentro en el último instante de la vida. Creo en la vida eterna y sé que el camino para ella es la fe cristiana. Esta fe nos pide perdonar, aún a los enemigos. Perdono a Taicosama y perdono a todos los que toman parte en mi muerte. A nadie tengo rencor, ni odio. Deseo y pido que todo el Japón se salve y para lograrlo, que sea cristiano.

Al fin, los guardias deciden acabar con Pablo, dándole los golpes finales y los dos lanzazos.

Cabe destacar la gran cantidad de fieles que ya había en Japón, entre otras cosas, gracias a la labor de los Jesuitas. De hecho, se cuenta que la muchedumbre que rodeaba las cruces, en el momento de la crucifixión, terminó rompiendo el cerco y se abalanzaron para poder empapar sus paños en la sangre de los mártires y cortar trozos de sus vestiduras a pesar de los duros golpes que los guardias les daban. Posteriormente los cristianos plantaron árboles en los agujeros de la colina que habían quedado tras quitar las cruces. Todos los mártires fueron canonizados por el Papa Pío IX en 1862.

En cuanto a la iconografía, San Pablo Miki no tiene atributos particulares, suele ser representado en el momento de su martirio y se puede decir que se le identifica, al igual que al resto de los mártires crucificados junto a él, con las dos lanzas cruzadas y la cruz japonesa de dos travesaños y anillas metálicas. Su festividad se celebra el 6 de febrero, día en que se conmemora tanto a San Pablo Miki como al resto de sus compañeros en el martirio.

Desde el día de la crucifixión el tema de los veintiséis mártires de Nagasaki se propagó con rapidez de forma textual, lo que conllevó a que también fuese plasmado artísticamente, especialmente en templos de jesuitas y franciscanos y en grabados de libros que relatan la vida y el martirio de estos santos.

Una de las representaciones más tempranas de los Mártires de Nagasaki se encuentra en los frescos de la catedral de Cuernavaca, México, que datan de mediados del siglo XVII (poco después de que los mártires fuesen beatificados en 1627 por Urbano VIII); se desconoce su autor y se cree que pudo ser local. Las escenas se narran en un registro horizontal enmarcado por dos bandas decorativas y básicamente representan escenas del vía crucis de los veintiséis mártires y su crucifixión.

La representación más importante de estos santos se encuentra en el Museo y Monumento de los veintiséis mártires, inaugurado en 1962 con el motivo del centenario de la canonización de los veintiséis mártires por Pío IX en 1862. Se ubican en la colina de Nishizaka, Nagasaki, en el lugar donde fueron crucificados.

La persecución de los cristianos no acabó con el episodio de los veintiséis de Nagasaki, sino que se recrudeció a lo largo del siglo XVII. Miles de japoneses convertidos al cristianismo sufrieron martirio. Los veintiséis de Nagasaki, con San Pablo Miki al frente, fueron los primeros, pero unos años después, en 1867, también Pío IX canonizó a 205 más. Ya en época más reciente, Juan Pablo II hizo lo propio con otros veintiséis en 1987, siendo los últimos canonizados, los 188 de Benedicto XVI en 2012.

Se ha llegado a comparar la crueldad sufrida por los cristianos en la evangelización del Japón, a la padecida por los primeros cristianos bajo el imperio romano. Tras el decreto de expulsión promulgado por Toyotomi Hideyoshi en 1597, en el que se vio envuelto Pablo Miki, se van a ir sucediendo periodos de recrudecimiento en las persecuciones de los cristianos, en función de quien sea el shôgun que detente el poder, con el propósito final de barrer totalmente el cristianismo de Japón.

Entre 1599 y 1616 llegó al poder Tokugawa Ieyasu. Si bien en un primer momento pareció mostrar una mayor afinidad que su predecesor, pronto pareció ver en el influjo creciente del cristianismo un impedimento a sus pretensiones de poder total. Le inquietaban las relaciones de los cristianos con los extranjeros. El shogunato comienza a sospechar de las misiones cristianas, considerándolas precursoras de una conquista militar por fuerzas europeas, portuguesas y españolas principalmente. A todo esto habría que añadirle el odio que sentían algunos bonzos budistas hacia estos misioneros cristianos ya que veían disminuir a sus seguidores, así como las sospechas que lanzaban sobre comerciantes españoles y portugueses, los navegantes ingleses y holandeses.

En este contexto se va a promulgar el decreto de 1614, por parte de Tokugawa Ieyasu, en el cual se decide la extinción de la fe cristiana. En esta segunda persecución, padecen el martirio numerosos misioneros y millares de cristianos japoneses. Entre estos mártires encontramos de todas las clases sociales: nobles, samuráis, autoridades civiles, artesanos, profesores, campesinos, ex bonzos convertidos… así como de todas las edades, desde niños hasta ancianos, pasando por la eliminación de familias enteras. Se puede constatar la internacionalidad de los mártires, aunque la inmensa mayoría serán japoneses. Entre los misioneros, que fueron casi un centenar, hubo portugueses, españoles, italianos, franceses, flamencos, polacos…

Es imposible concretar con exactitud el número de mártires. El cálculo más conservador dado para el primer tercio del siglo XVII hasta el cierre de la frontera japonesa es de unos 10000 mártires. Como muestra citaremos sólo algunos de ellos: En 1613 en Edo, 23 mártires. En 1614 en Kuchinotsu, 43. En 1619 en Kyoto, 53. En 1622 en Nagasaki, 53. En 1623 en Edo, 74. En 1624 en Akita, 84. En 1629 en Okusanbara, 49. En 1630 en Omura, 83…

A la hora de infligir tormento y martirio a los cristianos, los shogunes fueron especialmente crueles y sanguinarios, dando episodios que incluso harían palidecer a la Santa Inquisición. Así, aquellos que se convertían al cristianismo y eran descubiertos, fueron decapitados, lapidados, degollados, crucificados, arrojados a aceite hirviendo, quemados a fuego lento, apaleados, sufrieron amputaciones de sus miembros, envenenados, lanzados al mar, ahogados en agua, ahorcados, alanceados, arrojados a estanques helados (a algunos, cuando estaban a punto de morir helados, se les sacaba del agua y se les quemaba a fuego lento), sufrieron el tormento de la fosa (colgados boca abajo y metida la cabeza en una fosa) e incluso arrojados a los sulfatos del Monte Unzen en Nagasaki.

Estas persecuciones aún se recrudecieron más con la llegada al poder de Tokugawa Iemitsu en 1632. Reclamó obediencia absoluta a su autoridad por parte de los cristianos, por encima de la fe y de la conciencia. Como los cristianos seguían el primer mandamiento, el de “amar a Dios sobre todas las cosas”, tenían que ser eliminados ya que el shôgun era la ley suprema.

Tras la Rebelión de Shimabara (un levantamiento causado por el descontento de los campesinos de la región debido a los altos impuestos y a las hambrunas que padecían),  las autoridades culparon a los cristianos: dieron muerte a treinta mil japoneses bajo la acusación  de ser cristianos, prohibieron la práctica de esta religión y expulsaron a los religiosos occidentales. A partir de este momento, los cristianos pasaron a profesar su fe en la clandestinidad, conociéndose como kakure kirishitan (literalmente, “cristiano oculto”).

En 1639, Tokugawa Iemitsu, ordenó el cierre de Japón a toda relación con el mundo exterior, a excepción de contactos restringidos con mercaderes chinos y neerlandeses en la ciudad de Nagasaki. Este aislamiento se prolongó hasta 1854, cuando se forzó la apertura del Japón con occidente. No fue hasta el año 1873 cuando se permitió la libertad religiosa en Japón.

Para saber más:

  • Gª Gutiérrez, Fernando, Los mártires de Nagasaki. IV centenario (1597-1997). Sevilla, Guadalquivir, 1996.
  • Butler, Alban, Vida de los santos, México, John W. Clute, 1965.
  • Pacheco, Diego, Vidas ejemplares. San Pablo Miki. Madrid, Apostolado de la Prensa, 1961.

Notas:

[1] Título con el que se distinguía al regente imperial.

[2] Nombre por el cual los occidentales denominaban la capital de Japón en ese momento, Kioto.

avatar Marc Taulé (1 Posts)

Actualmente estoy cursando el Grado en Historia del Arte (4º curso), en la Universidad de Zaragoza. Especial interés en el Arte de Asia Oriental, y también en lo relacionado con la restauración y conservación.


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