Continuando con la estela que dejó el primer tomo, Yaro Abe prosigue con las andanzas de La cantina de medianoche en un segundo volumen de esta pequeña tasca escondida en una calle cualquiera de Japón. Funcionando igual que en la entrega anterior, este izakaya abre a partir de las doce de la noche, sin tener tampoco un menú fijo, pero dispuesto a recibir cualquier sugerencia que pueda llegar durante la noche, tanto para cocinar en sus fogones como para acompañar en sus asientos.
Es así como se va labrando su reputación en la noche del barrio de Shinjuku, destinando cada uno de los capítulos a uno de los parroquianos del local, narrando historias de lo más pintorescas, casi siempre con un matiz tragicómico, protagonizadas por prostitutas, policias, yakuzas, empresarios, cantantes, deportistas de élite… Nadie se salva de pasar, al menos una vez, por esta cantina para dejar su huella. Y a pesar de todo, si algo destaca por encima del resto de elementos, es una extraña camaradería entre los asistentes independientemente de su estatus.
De esta forma, se sigue con la línea costumbrista que ya se nos había presentado previamente, jugando con la similitud entre los sabores, los olores o las composiciones culinarias en equiparación a las formas de ser y las historias de los protagonistas de cada una de ellas, entremezclando la idiosincrasia y la filosofía japonesas con el saber de la calle y sus atípicas formas de vivir la noche.
Aunque la mayoría de historias aparecen narradas en una tercera persona prácticamente total, es el propio “protagonista” quien hace anotaciones sobre los futuros de sus clientes, sus ambiciones, sus momentos clave fuera del local… Haciéndonos comprender que la cantina de medianoche no es solo un lugar de paso, sino un lugar de encuentro, una excusa para otorgar un carácter intimista a la cotidianeidad más absoluta. No obstante, al contrario que sucede en el tomo anterior, más aséptico en sus puntos de vista sobre los acontecimientos, en este segundo volumen el autor parece poner en boca del dueño del izakaya algunos comentarios con toques morales o posiciones políticas que dejan entrever una opinión no excesivamente propia, pero sí popular, que hace de este personaje alguien más cercano y creíble y con quien, por fin, podemos empezar a empatizar (o no) de alguna manera.
Como ya se comentó en la reseña anterior, el dibujo de Yaro Abe no destaca especialmente por un alto nivel de detalle, excediendo los límites estéticos del manga convencional que llega a las fronteras del resto del mundo, aunque es esta aparente sencillez la que permite disfrutar con calma de la historia en un tono desenfadado, asemejando las vivencias narradas con la cercanía de los planos y la imperfección de los trazos. De esta manera se nos demuestra, una vez más, que la estética, aunque no sea pulida, es capaz de ser un fiel reflejo del espíritu de la obra.
En definitiva, esta nueva entrega de La cantina de medianoche sirve para aquellos que disfrutan con los distintos mangas culinarios, aunque no tanto en la línea de Food Wars, sino más bien siguiendo la estela de otros como Samurai Gourmet o El gourmet solitario, donde la comida no es sino una excusa para desarrollar la relación entre la tradición gastronómica y la modernidad de las relaciones humanas. Si existe un lugar para mostrarse sin prejuicios, ésa es la cantina de Yaro Abe.