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“Drive My Car” I: Murakami vs. Chéjov

Aún con los ecos de la pasada ceremonia de los Oscars resonando en nuestros oídos, vamos a aprovechar el tirón que da ganar una estatuilla dorada para analizar con mayor profundidad la mejor película internacional de esta edición: Drive My Car. En un artículo anterior ya citábamos de forma somera el filme de Ryûsuke Hamaguchi, pero ahora es el momento de diseccionar esta producción japonesa. Para ello, le vamos a dedicar dos artículos: en el primero de ellos, nos sumergiremos en las fuentes literarias que suponen los pilares narrativos del filme, el relato homónimo de Murakami y la obra teatral El tío Vania, de Antón Chéjov; mientras que en el segundo nos centraremos en la película en sí misma, explorando la construcción de la acción a partir de esa base narrativa, y comentando los retos que supone la adaptación a la gran pantalla.

Imagen de Ryûsuke Hamaguchi, director de Drive My Car, durante su discurso de aceptación del Oscar.  Fuente: AFP-JIJI en The Japan Times.

Unos Oscars “de libro”

Antes de dedicarnos por completo a la cinta que ahora nos ocupa, conviene al menos mencionar el enorme peso que la literatura ha tenido entre las películas candidatas al Oscar en 2022, siendo muchos de los largometrajes adaptaciones literarias. De este modo, cabe citar La Casa de Gucci, el relato biográfico de Maurizio Gucci, basado en el libro de Sara Gay Forden; al que se unen otras novelas como Dune, la saga de ciencia ficción de Frank Herbert; La hija oscura, de la misteriosa escritora italiana Elena Ferrante; el western de Thomas Savage El poder del perro; o El callejón de las almas perdidas, obra de William Lindsay Gresham, que ya había sido anteriormente adaptada al cine en 1947.

A esta ya de por sí nutrida lista, cabría añadir los cómics protagonizados por los superhéroes Shang-Chi y Spider-Man, cuyas adaptaciones cinematográficas estuvieron nominadas a mejores efectos visuales. Y no podemos dejar de lado el teatro, pues el Cyrano interpretado ahora por Peter Dinklage es obra de Edmond Rostand, y el bardo inmortal –William Shakespeare– también acudió a los Oscars de este año con el Macbeth de Denzel Washington o, de forma menos obvia, gracias al reboot the West Side Story, la trágica historia de Romeo y Julieta ambientada en los malos barrios neoyorquinos.

Sin embargo, la adaptación que nos interesa, por su carácter asiático, es la de la oscarizada Drive My Car,[1] cuya historia se inspira en uno de los relatos cortos del internacionalmente conocido escritor nipón, Haruki Murakami. El texto, que fuera originalmente publicado en 2014, se encuentra dentro de la colección titulada Hombres sin mujeres,[2] y consiste en apenas cuarenta páginas que han acabado convirtiéndose en prácticamente tres horas de largometraje.

Haruki Murakami, autor del relato Drive My Car.

Analizando el relato de Murakami

Drive My Car, que toma su título de una canción de los Beatles, es un relato breve y con un argumento en apariencia sencillo, aunque tanto su estructura como los temas en él tratados resultan algo más complejos.  La narración –que no la acción– comienza con un monólogo extenso en el que el narrador (omnisciente en tercera persona) comparte sus opiniones algo machistas sobre las mujeres conductoras. Esta voz narrativa es claramente una proyección de los pensamientos del personaje protagonista, y este punto de vista subjetivo se mantendrá a lo largo de todo el relato. La acción propiamente dicha se inicia cuando Kafuku, el protagonista, charla con el dueño de un taller mecánico que le recomienza a una joven chófer para que conduzca su maltrecho auto. Es a través de este diálogo como obtenemos la primera descripción, tanto física como psicológica, de la otra protagonista: Misaki.

A pesar de sus suspicacias, Kafuku accede a que Misaki le lleve a dar una vuelta de prueba, en lo que supone una suerte de entrevista laboral. En ese primer encuentro, a través del diálogo, conocemos algo más sobre la conductora, originaria de las montañas de la isla de Hokkaidô, y también se nos desvelan las motivaciones del personaje para necesitar chófer: tras un accidente de tráfico causado por el alcohol y unos problemas de visión, se le detectó un glaucoma que le genera un punto ciego, y le retiraron el carnet. Kafuku necesita pues que le lleven al teatro donde actúa interpretando el papel protagonista de El tío Vania, de Antón Chéjov (que más adelante analizaremos) pero ambientada en el Japón de la era Meiji. Le gusta además aprovechar el viaje de ida para repasar sus líneas, acompañado de un casete, aunque a la vuelta suele preferir distraerse con algo de música.

Los viajes en coche le animan a reflexionar sobre su vida pasada, y así se nos da a conocer que Kafuku es viudo y su mujer murió hace tiempo de un cáncer de útero. Aunque, según él, se trataba de un matrimonio bien avenido, en realidad su mujer le era infiel con muchos hombres. Además, la pareja hubo de superar un doloroso trance cuando su hija murió, siendo un bebé de apenas tres días, por un problema congénito de corazón. Lo más llamativo es que si esa niña hubiera vivido, ahora tendría la edad exacta de Misaki.

Durante otra de sus charlas, la chófer relata la historia de su familia. Su madre alcohólica murió en un accidente de circulación cuando Misaki solo tenía 17 años, y su padre las había abandonado siendo ella una niña “porque yo he sido fea desde que nací”[3] – según ella.

Cuando Kafuku y Misaki hablan sobre la amistad, en relación al hecho de que ninguno de los dos tiene amigos, el actor relatará la historia de la última vez que entabló una relación amistosa con otro hombre. Se trataba de uno de los amantes de su esposa y era seis o siete años más joven que él. Murakami introduce aquí un largo y significativo flashback (entre las páginas 34 y 45) para narrar la relación entre Kafuku y Takatsuki, un actor de unos cuarenta años, separado, y con no demasiado talento. Se conocen seis meses después del fallecimiento de la esposa y quedan para tomar algo y charlar sobre la mujer a la que ambos amaban (aunque Takatsuki no llega a confesar la infidelidad). Se hacen compañeros de copas y, lo que comienza siendo una misión para sonsacarle información, se torna en amistad. Takatsuki le hará ver que nunca llegamos a conocer del todo a los demás, y que lo único que podemos hacer es ser sinceros con nosotros mismos, en clara alusión al aforismo nosce te ipsum.

Cuando regresamos a la línea temporal del argumento principal, Misaki le confiesa a Kafuku que se ha leído El tío Vania porque “a fuerza de escuchar todos los días fragmentos de la pieza sin orden ni concierto, me entraron ganas de saber de qué iba la historia”.[4] Kafuku le contará entonces que la idea de trabar amistad con Takatsuki era una treta, que buscaba hacerle sufrir para vengarse de él; pero al final la rabia desapareció y solo le queda la duda de “¿por qué tuvo que sentirse atraída y acostarse con un hombre sin importancia, como él?”.[5] Lo que Misaki tratará de hacerle ver es que a veces no existe una razón porque “las mujeres tenemos esas cosas”,[6] y que debe seguir adelante. Concluyendo así el relato.

Portada de la edición española del libro.

El texto se centra en el personaje de Kafuku, que es actor, y esto abre una línea de reflexiones en torno a la vida y el teatro. Los protagonistas debaten sobre si el mundo es en realidad un gran teatro y todos somos los actores, y hablan de cómo vivir es igual que interpretar un papel. Cuando Kafuku actúa, es otra persona, pero luego regresa a su verdadero yo, aunque cambiado ligeramente, y esto es lo que hace del teatro su pasión.

Por otro lado, las habilidades de Kafuku como actor le llevan a ser una persona muy intuitiva, capaz de conocer los pensamientos de los demás: “«Este hombre se siente confuso», concluyó Kafuku. «Lucha intensamente contra el deseo de confesar algo».[7] El lado negativo de los grandes actores es que suelen tener tendencia a ser algo egocéntricos y neuróticos, y esto en Kafuku se ve por sus inseguridades y dudas, todas ellas dominadas por el gran interrogante que supone el por qué de las infidelidades de su mujer. Sin embargo de lo que no parece albergar ninguna duda es de las infidelidades en sí, a pesar de que al lector le puedan aparecer suposiciones infundadas. De hecho, cuando Misaki trate de llegar al fondo de este asunto, recibirá una respuesta vaga:

-¿Y cómo se enteró usted?

-Ella me lo ocultó, como es obvio, pero yo simplemente me enteré. Contártelo me llevaría una eternidad. En cualquier caso, no había duda. No eran imaginaciones mías.[8]

Como hemos visto a través de este análisis, Drive My Car es un relato que trata temas profundos, como el amor y la infidelidad, la pérdida, el duelo y la superación, o la incapacidad de conocer verdaderamente a los demás. Asimismo, se tocan tangencialmente otras cuestiones, por ejemplo, el machismo, la sexualidad, el alcoholismo o el mundo del teatro y los actores. Algunos de estos motivos aparecen también en El tío Vania, la obra que el protagonista está interpretando, lo que nos permitirá hacer un estudio cruzado entre ambos relatos.

La influencia literaria original: El tío Vania

Si bien la película Drive My Car se supone una adaptación del relato de Murakami, en realidad, como veremos en nuestro próximo artículo, las diferencias entre ambas son más que numerosas. Sin embargo, lo que sí tienen en común es el empleo de una obra de teatro como trasfondo de los acontecimientos. Esta pieza teatral es El tío Vania, de Antón Chéjov, subtitulada como “Escenas de la vida en el campo en cuatro actos”, que fue estrenada en Moscú en el año 1899. En el relato de Murakami las referencias expresas a Chéjov son escasas y se reducen solo a dos momentos puntuales: uno al comienzo, para establecer que las palabras del autor ruso suponen el telón de fondo de los desplazamientos automovilísticos de Kafuku y Misaki; y otro al final, cuando la conductora reconoce haber leído la obra y ambos la comentan brevemente. Pero, además, algunos de los temas que hemos visto presentes en el relato se encuentran también en la obra de Chéjov. Por lo que respecta a la versión cinematográfica, en ella la presencia de la obra teatral será mucho mayor, pues aparecerán fragmentos (de diálogo, pero también escenificados) y se crearán bellos paralelismos entre ambas historias que contribuirán a dar profundidad a la película.

Portada de la edición de Cátedra.

El tío Vania relata la historia de una familia rusa en el campo: Alexandr Serebriakov es un ex catedrático que junto a su segunda esposa Elena, considerablemente más joven que él, se muda temporalmente al campo, a la casa donde viven Sonia, hija de su primer matrimonio, María, abuela materna de esta, e Iván Voinitski, tío materno de Sonia y por todos conocido como “el tío Vania”, que da título a la obra.

El amor es un tema central en la obra de Chéjov, pero se trata de un amor no correspondido que traerá la desgracia a la familia. Sonia está enamorada del médico Astrov, pero este solo tiene ojos para Elena, quien a su vez es pretendida por Vania, configurando un complicado polígono amoroso plagado de frustración. Las tensiones se verán exacerbadas por el alcohol, otro asunto que también estaba presente en la obra de Murakami, además del tema de la pérdida y el duelo, pues no olvidemos que ambos protagonistas son viudos (si bien uno de ellos ha vuelto a casarse). En la obra de Chéjov el sentimiento de pérdida se traspasará al hermano de la difunta, el tío Vania, que es quien la recuerda y añora.

Dado que Elena está casada con Alexandr, la posible infidelidad femenina también adquiere un rol hegemónico en el argumento de este drama. Sin embargo, tal transgresión no llegará a manifestarse y la esposa desechará los acercamientos de sus pretendientes:

VOINITSKI. (Besándole una mano.) Querida mía. Amada mía…

ELENA ANDRÉIEVNA. (Contrariada.) Déjeme. Esto resulta ya fastidioso. (Mutis.)[9]

 

ASTROV. […] ¡Cuánta hermosura! ¡Qué manos! (Le besa las manos.)

ELENA ANDRÉIEVNA. Basta ya… márchese… (Retirando las manos.) Se está propasando.[10]

A pesar de que no se produce, la infidelidad de la esposa en este caso parece casi justificada por la diferencia de edad entre los cónyuges, tal y como comentan varios de los personajes:

ASTROV. ¿Le guarda fidelidad al profesor?

VOINITSKI. Desgraciadamente, sí.

ASTROV. ¿Por qué desgraciadamente?

VOINITSKI. Pues, porque esa fidelidad es falsa de punta a punta. Contiene mucha retórica pero ninguna lógica. Ser infiel a un marido viejo a quien no se puede soportar, es una inmoralidad. Y en cambio no es inmoral que una mujer sofoque dentro de sí su pobre juventud y un sentimiento vivo.[11]

SONIA. […] ¿te gustaría tener un marido joven?

ELENA ANDRÉIEVNA. ¡Qué criatura eres! ¡Claro que me gustaría! (Ríe.)[12]

Al final del tercer acto, Alexandr reúne a la familia para decirles que pretende vender la hacienda familiar para obtener dinero, pero esta noticia será recibida con verdadera furia por parte del tío Vania, quien junto a su sobrina y su madre se ha encargado de mantener el legado familiar a flote. El acto concluye con Vania disparando (sin acierto) a Alexandr, lo que precipitará las despedidas de todos en el cuarto y último acto. Tras un pequeño amago de intento de suicidio, cuando Vania coja un frasco de morfina del maletín del doctor, la obra concluye con la relativa vuelta a la normalidad: Vania y Sonia juntos, firmando facturas y resolviendo los problemas diarios de la casa. En su monólogo final, Sonia tratará de consolar a su tío, explicándole que la vida es sufrimiento y que la muerte –cuando les llegue– les traerá el descanso que tanto ansían. Un mensaje de resignación que, sin duda, recuerda las palabras finales de Misaki con Kafuku en el relato de Murakami.

Conclusiones

Como se puede apreciar a través de este análisis, la inserción de la obra de Chéjov dentro del relato de Murakami no es un ejemplo de metaliteratura casual, sino totalmente estudiado. Ambos textos tratan como temas claves la infidelidad y el duelo, además de compartir otros muchos motivos de menor relevancia. Además, la relación entre Misaki y Kafuku recuerda al vínculo que comparten Sonia y su tío Vania, lo que queda perfectamente plasmado en el final de ambas obras. Así y todo, quien mejor explotará el texto teatral en todas sus posibilidades será Ryûsuke Hamaguchi, director y guionista de Drive My Car, pero de ello ya tendremos tiempo de hablar en otro artículo.

 

Notas:

[1] Drive My Car / Doraibu mai kâ (2021). Duración: 179 min. País: Japón. Dirección: Ryûsuke Hamaguchi. Guion: Ryûsuke Hamaguchi, Takamasa Oe. Historia: Haruki Murakami. Música: Eiko Ishibashi. Fotografía: Hidetoshi Shinomiya. Reparto: Hidetoshi Nishijima, Tôko Miura, Reika Kirishima, Sonia Yuan, Satoko Abe, Masaki Okada, Perry Dizon, Ahn Hwitae. Productora: Bitters End, C&I Entertainment, Culture Entertainment, Asahi Shimbun. Distribuidora: Bitters End, The Match Factory.

[2] Para futuras referencias, la edición que manejamos es la traducción al español publicada por Tusquets: Murakami, Haruki, “Drive My Car”, en Hombres sin mujeres. Barcelona, Tusquets, 2015, pp. 11-51.

[3] Ibid., p. 31.

[4] Ibid., p. 47.

[5] Ibid., p. 50.

[6] Loc. Cit.

[7] Ibid., p. 43.

[8] Ibid., p. 32.

[9] Chéjov, Antón, La gaviota. El tío Vania. Las tres hermanas. El jardín de los cerezos. Madrid, Cátedra, 2003, p. 179.

[10] Ibid., p. 198.

[11] Ibid., p. 165.

[12] Ibid., p. 188.

avatar Laura Martínez (173 Posts)

Licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza y Máster de Estudios Avanzados en Historia del Arte de la misma, con especialización en Cine. Actualmente realiza estudios de Doctorado en la Universidad de La Rioja.


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