Es complicado imaginar la historia de la animación sin hacer siquiera mención al largometraje del estudio Disney de 1937 Blancanieves y los siete enanitos. Esta película, cuya estela todavía saboreamos hoy día, abrió un gran camino para la animación cinematográfica en general, puede que no tanto a nivel estético, sino por el boom que supuso para la sociedad de los años treinta, incapaz de imaginar que un dibujo en movimiento pudiera servir como algo más que un recurso publicitario o propagandístico o como un mero entretenimiento infantil. Sin embargo, y a pesar de la poca fe que se puso a nivel popular en él y una nominación fallida en la gala de los Oscar de 1938, este largometraje recibió en 1939 un premio honorífico por su significativa innovación en el mundo del entretenimiento, siendo una de las estatuillas más icónicas por su originalidad compositiva. Sin embargo, para entonces, la animación únicamente tenía reservado el logro de Mejor Cortometraje Animado en los premios de la academia, un mérito que en su mayoría estaba ocupado por las Silly Symphonies de Disney, las Merrie Melodies de la Warner Bros. y algunas producciones esporádicas de la MGM o de la Paramount Pictures.
Así, no sería hasta 1968 cuando encontraríamos al primer director de origen asiático nominado en esta categoría: Jimmy Murakami. Este animador japonés, formado en la prestigiosa empresa Toai, presentó The Magic Pear Tree, un cortometraje con una estética que se asemeja en simplicidad a la de algunas ilustraciones de la revista satírica La Codorniz, con una ambientación en una suerte de barroco francés y una trama que bien pudiera ser una de las aventuras amorosas del Don Juan, de Tirso de Molina, y aunque no ganó el certamen, abrió camino a muchas obras posteriores que sí han recibido su reconocimiento.
Cabe mencionar la figura del indio Ishu Patel, quien fue nominado en dos ocasiones. La primera de ellas en 1977 por Bead Game, un cortometraje donde, con ritmos y coloridos propios de su india natal, nos narra la historia de la violencia en el reino animal con un estilo fácil de identificar con el cortometraje An Optical Poem (1937) que Oskar Fischinger había realizado para la Metro Goldwyn Mayer. Esta mezcla entre abstracción y figuración fue continuada en 1984 en Paradise, un cortometraje que le valdría su segunda nominación y que, en cierta manera, recordaría al segmento de Tocatta and Fugue in D Menor de Fantasia (1940).
Pasarían un par de nominaciones asiáticas en esta categoría, la de Koji Yamamura con Mt. Head (2002), con aires surrealistas y una estética algo feista pero muy cuidada, y la de Sejong Park con Birthday Boy (2004), donde se nos convierte el conflicto bélico en un juego de niños, hasta que en 2008 la animación asiática se hiciera con un mayor hueco. Si bien el paso por la obra Oktapodi (2007) del iraní Emud Mokhberi es breve pero intenso, ya que en apenas dos minutos y medio es capaz de contarnos la historia de amor entre dos pulpos de una zona rural costera de Grecia a ritmo de sirtaki (que bien mereció una nominación), sería La Maison En Petits Cubes (2008) la que ganara el galardón. En esta producción, su director, Kunio Kato, nos narra una suerte de Up (2009) a la inversa, donde un anciano construye un hogar a base de bloques sobre el mar, intentando huir de las inundaciones que asolan su casa de manera continua hasta que se ve forzado a ir descendiendo por éstos como si de un descenso por sus propias memorias se tratara, todo ello compuesto por ilustraciones casi a modo de instantánea de sus recuerdos.
Lamentablemente, hasta la fecha, la historia del cortometraje de animación asiático no ha vuelto a brillar con este mismo resplandor a pesar de sus dos últimas nominaciones. La primera de ellas, Adam and Dog (2011), nos muestra una obra realizada por un todavía desconocido Minkyu Lee que ya nos deja entrever unos trazos aprendidos en Tiana y el sapo (2009) que posteriormente veríamos en algunas de las últimas grandes obras del estudio Disney como Rompe Ralph (2012) o Frozen (2013). Con estos diseños tan sencillos pero llamativos nos remite a la historia de Adán y Eva sin ningún tinte religioso, narrada desde el punto de vista de uno de los compañeros de éstos en el Paraíso: un perro. Así, con planos estáticos de amplios paisajes donde el único movimiento proviene de los animales, que queda reducido en la mayoría de las ocasiones a algo casi accidental, nos narra este relato anecdótico que usa, pero no abusa, de la ternura del ser humano.
En 2013 las nominaciones continuarían con Possessions, de Shuheu Morita, una composición que forma parte de un proyecto de mayor envergadura: Short Peace (2014). Las cuatro piezas que forman Short Peace muestran fragmentos de temática diversa con una estética que entremezcla el manga, la pintura de paisaje y el videojuego, siendo este último uno más de los elementos del proyecto. En el caso de la obra de Morita nos encontramos con un viajero del Japón feudal que busca recogerse en un pequeño santuario para pasar la noche y que, de manera simpática, es intervenido por los espíritus de la zona. Si bien los diferentes relatos recibieron varios premios, el de la academia no fue uno de ellos.
Como puede verse, la presencia del cortometraje asiático en la gala de los Oscar es irregular y con temáticas y estéticas de lo más variadas, pero siempre con un tratamiento de la imagen que bien merece sentarse delante de una pantalla para poder apreciarlo en su máximo esplendor. En la gala de 2015 hemos encontrado en este mismo ámbito la figura de Daisuke Tsutstumi en colaboración con Robert Kondo, ambos grandes artistas de los estudios Pixar que, una vez más, muestran una imagen sencilla, casi como si de un libro infantil se tratara, con una historia que, por lo que podemos ir viendo, tocará la sensibilidad de los más adultos.
Sin embargo, la AMPAS (Academy of Motion Pictures Arts and Sciences) se resistió durante largo tiempo a la idea de un Oscar periódico para películas animadas considerando la poca producción que se llevaba a cabo, aunque, como se ha mencionado anteriormente, no se cerraba a ofrecer galardones especiales a largometrajes como Blancanieves y los siete enanitos en 1938, ¿Quién engañó a Roger Rabbit? en 1989 o Toy Story en 1996, contando con un único antecedente de cine animado como nominado a la categoría de Mejor Película con La bella y la bestia en 1991.
A lo largo de la siguiente década empezarían a proliferar serios competidores para el estudio Disney en el mercado del cine de animación con ejemplos como DreamWorks Animation, Pixar Animation Studios o Studio Ghibli, haciendo que la academia reconsiderara seriamente la aprobación de este galardón, aunque bajo una normativa que declararía que el premio no podría ser otorgado en un año en el que menos de ocho películas elegibles fueran estrenadas en cines, pudiendo encontrar algunas de ellas en ambas categorías. Por supuesto, a día de hoy esta cifra rebasa con creces los límites, siendo Estados Unidos y Japón las mayores potencias a la hora de producir este tipo de largometrajes.
Así, y al contrario de lo que pudiera parecer, los largometrajes animados no serían tenidos en cuenta en este ámbito, al menos no de manera independiente, hasta 2001, siendo una película como Shrek, la cual consiguió romper con todos los arquetipos de los cuentos de hadas, la que ganaría este primer Oscar de nueva categoría. Poco tardaría el cine asiático en hacerse un hueco y, como no podría ser de otra manera, sería el estudio Ghibli el que se haría con la primera nominación y triunfo en este ámbito con El viaje de Chihiro (2002). En esta aventura de apariencia sencilla encontramos lecturas de lo más variadas sobre los pasos del niño a adulto, sobre la comprensión de las emociones y sobre uno de los temas principales en la obra de Hayao Miyazaki: La contaminación ambiental y la naturaleza. Varias películas asiáticas han vuelto a ser nominadas desde entonces, aunque ninguna, al menos hasta el momento, ha vuelto a conseguir el galardón.
Apenas tres años después, de nuevo de la mano de Miyazaki, llegaría una nueva nominación para el cine de animación japonés con El castillo ambulante (2004), una adaptación cinematográfica de la novela de 1986 de la autora británica Diana Wyne Jones donde, siguiendo con una estética en relación con el anime, reitera algunos de los temas anteriores y juega con la idea del belicismo y de los posicionamientos éticos en un período de entreguerras, siendo ésta, posiblemente, una de las películas más conocidas del estudio en la actualidad.
Siguiendo en la línea de las adaptaciones literarias al mundo del cine, en 2008 veríamos nominado el largometraje Persépolis (2007), que parte de la novela gráfica autobiográfica de Marjane Satrapi y se convierte en una colaboración entre Francia, Estados Unidos e Irán que muestra la vida de una joven con la revolución iraní como telón de fondo para una reflexión sobre la abrupta pérdida de la inocencia de la protagonista. Si bien recibió varios premios y menciones, en la 80ª gala de los Oscar perdería frente a Ratatouille (2007).
Dos películas asiáticas más han sido nominadas a esta categoría desde entonces, ambas de Studio Ghibli y ambas casi a modo de antes y después de la marcha del propio Hayao Miyazaki como director del estudio. La primera de ellas, El viento se levanta (2013), levantó ampollas por el posicionamiento político que mostró Miyazaki tanto en la propia película como a través de algunos artículos y entrevistas donde determinaba que, como pacifista, albergaba algunos sentimientos muy complejos respecto a la participación japonesa en la II Guerra Mundial. Para bien o para mal, la controversia generada por El viento se levanta le valió una recaudación que cuadruplicaba lo invertido en su producción y una lista de alrededor de medio centenar de nominaciones.
Por supuesto, y como no podía ser de otra manera, tras la marcha de Miyazaki, el estudio no quiso dejar de seguir produciendo y llevó a la gran pantalla a finales de 2013 El cuento de la princesa Kaguya, un pequeño drama inspirado en el cuento tradicional japonés del cortador de bambú donde entremezcla un Japón tradicional con toques de fantasía en una estética que abandona el anime más puro para disponerse al servicio de un dibujo que se asemeja más a una pintura sumi-e.
Si bien éstas son poco más o menos las producciones asiáticas que han pisado la gala de los Oscar en cuanto a animación se refiere, es inevitable caer en la mención de la presencia asiática en las creaciones externas a ésta, especialmente en el mundo del largometraje, donde encontramos dos claros ejemplos en los últimos años. El primero sería Kung Fu Panda 2 (2011), un compendio de tópicos orientales en clave de humor que si bien cuenta con una producción en su totalidad norteamericana, destaca por contar con un doblaje que incluye figuras como la del actor Jackie Chan o la modelo Michelle Yeoh, así como la figura de Jennifer Yuh Nelson, la directora de origen coreano que se hizo cargo del largometraje como la primera mujer, al margen de su nacionalidad asiática, en afrontar esta labor que consigue ser nominada a los Oscar por una película animada.
Por otro lado, de manera mucho más reciente, encontramos el referente de Big Hero 6 (2014), ganadora del Oscar a la Mejor Película de Animación en la gala de 2015, que compone una mezcla entre el ideal del sueño americano y un Japón actual como enclave de la tecnología más puntera. Así, San Fransokyo, bajo el lema “Where East meets West” (“Donde el este se encuentra con el oeste”) nos muestra habitaciones de algunos jóvenes repletas de mechas y kokeshis y sótanos de otros con cajas llenas de cómics de superhéroes o trajes de mascota de la universidad. Cierto es que se trata, una vez más, de una antología de tópicos bajo la lectura de Marvel y Disney, pero bien merecería la pena pausar uno a uno los fotogramas de las vistas de San Fransokyo y los interiores de las casas para encontrar los numerosos detalles que hacen que, aunque de manera anecdótica, sea una película con una lectura mucho más profunda que la que ofrece a simple vista.
En definitiva, el mundo de la animación asiática, aunque pasando ligeramente desapercibido al lado de algunos de los grandes gigantes de esta industria, nunca ha dejado de luchar por tener un hueco propio en el cine de proyección internacional, algo que, poco a poco, ha ido aumentando con el paso del tiempo. En la actualidad la estética asiática en toda su generalidad y complejidad continúa fascinando igual que lo hizo en el siglo XIX, aunque las comunicaciones y los formatos permiten crear obras de gran éxito que, de una u otra manera, hacen que la presencia de países como la India, China o Japón estén siempre presentes en el imaginario colectivo.
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