En un artículo anterior, comenzamos a hablar del Álbum Nestlé de 1932, a partir del volumen custodiado por la Biblioteca Nacional (y que puede consultarse aquí). En aquella ocasión, desgranamos las distintas referencias a Asia que se encontraban dispersas a lo largo de las distintas series de cromos, en buena parte dedicadas a animales y a la vida natural (donde se mostraban numerosos ejemplos de razas y especies procedentes del continente asiático), con algunas apariciones en series humanísticas, como eran los Caracteres de escritura (árabe, china y asiria) y los Jardines (japonés e indostánico). Dejábamos pendiente de comentar, de manera pormenorizada, la sexta serie del álbum (y quincuagésimo sexta de la colección), dedicada en exclusiva a La Vida en el Japón y que constituía un caso excepcional dentro de la tónica del álbum.
Antes de entrar a analizarla pormenorizadamente, cabe decir que La Vida en el Japón es la primera serie que aparece articulada en torno a la idea de mostrar los rasgos principales de la vida cotidiana en una cultura concreta, si bien dentro del mismo álbum se acompaña de otra serie, de similar planteamiento, dedicada a La Vida en España (decimonovena en el álbum, sexagésimo novena en la colección). Contrasta entre ambas, por un lado, que Japón aparezca bastante antes que España en un producto local, y que sea la única cultura en hacerlo, lo cual ofrece una idea bastante clara de la impronta que el japonismo había dejado durante finales del siglo XIX y comienzos del XX en la cultura popular y en la vida intelectual europea y española.
La serie se estructura, como es habitual, con una docena de cromos, dispuestos en este caso de manera horizontal, lo cual permite crear en cada uno de ellos imágenes apaisadas. A su vez, esta disposición condiciona la distribución de la página, quedando el título y el encabezado en un rectángulo vertical en el centro de la página, en lugar de sobre el folio. Aunque esta forma de colocar los cromos no es novedosa y aparece habitualmente a lo largo del álbum, es oportuno destacarla por el peso que da a la ilustración que acompaña el título: en las páginas en las que este recuadro se sitúa apaisado en la cabecera, estos diseños poseen una importancia menor.
Centrados todavía en el título de la serie, es importante también destacar cómo este segundo volumen del Álbum Nestlé supone una edición mucho más cuidada, a nivel gráfico. Mientras que en el primer álbum estos detalles poseían una gama cromática muy escasa, limitada al blanco, al negro y a una tonalidad de azul; en el que nos ocupa han sustituido el negro por una segunda tonalidad de azul, más oscura, y se ha añadido a la paleta un color crema, lo cual permite una mayor originalidad en los diseños. Ya no se trata de meras ilustraciones naif, silueteadas y con matices de color, sino que ahora se juega con manchas de color que, a partir de superficies planas, componen los diseños.
En el caso de La Vida en el Japón, en primer lugar debe destacarse que el título de la serie, así como su numeración, se presentan con la misma tipografía que se emplea en todo el álbum, contribuyendo a su homogeneización. Este aspecto resulta llamativo dado que, en fecha más reciente, es habitual emplear para estos fines una serie de tipografías de influencia oriental, que acentúen la diferencia, mientras que en el Álbum Nestlé los temas se desarrollan de manera autónoma pero subordinados a la serie. El dibujo, muy dinámico (más que los distintos cromos que tendremos ocasión de comentar más adelante), muestra a una mujer, ataviada con un kimono, peinada con un moño y portando una sombrilla, subida en un rickshaw, carro tirado por tracción humana, mientras al fondo se contempla un castillo japonés. Obligados por el espacio disponible (vertical y estrecho), los personajes se disponen con una perspectiva muy acusada, dejando a la mujer en un lugar preeminente y a la vez creando una escena con mucho movimiento.
Este mismo tema de la dama montada en un carro de tracción humana aparece en el primer cromo de la serie, titulado La Jinrikisa (denominación japonesa original, de la que deriva el término rickshaw), aunque se muestra de una forma mucho más estática, dando importancia al vehículo, del que puede apreciarse su estructura básica. También se otorga importancia, a través del colorido, a la sombrilla que porta la mujer.
El segundo cromo, Cultivadores, se centra en un grupo de campesinos, entre los que destaca uno ataviado con un abrigo de paja, utilizado para protegerse de las inclemencias del tiempo, y portando el sombrero típico, del mismo material. La presencia de los dos personajes que se encuentran a ambos lados es más anecdótica. Aparecen vestidos con ropajes indefinidos, y se sitúan de forma que la composición de la imagen resulte estable.
El tercer cromo, Hilandera, muestra un tema cotidiano como es una muchacha hilando con una rueca. La imagen se sitúa en un interior doméstico, en el que se puede contemplar un kakemono pendiendo de la pared, con una pintura a la tinta representando un tema natural, unos pájaros volando. Además, tras la mujer que hila, hay un jarrón con una composición floral o ikebana. La escena tiene lugar en el suelo, sobre un tatami. La hilandera viste un colorido kimono, ceñido con un obi estampado, y cubre su cabello con un pañuelo, dado que se encuentra inmersa en realizar una tarea doméstica.
La cuarta ilustración, Herreros, muestra un taller en el que dos artesanos se encuentran sumidos en sus tareas diarias. Aunque se trata de una escena bastante convencional, en la que los dos hombres aparecen con el torso descubierto por motivos obvios, resulta bastante indefinida, ya que carece de los elementos tradicionales de una herrería, como la forja o el yunque, y tampoco aparecen ni herramientas diferenciadas ni objetos realizados o en proceso de realización que apunten al trabajo de metalistería. En este sentido, podemos pensar que se trate de un cromo incluido con una función más evocadora que educativa: reflejar, a través de estos artesanos del metal, el proceso de fabricación de las espadas japonesas, que tanta curiosidad habían despertado durante el japonismo. De este modo, se satisfacía al público infantil masculino mediante la inclusión metafórica de las espadas y del mundo del guerrero, sin romper en ningún momento el tono amable y cotidiano de las distintas escenas que se suceden en esta serie.
Juegos infantiles es un cromo con una composición mucho más dinámica y cargada de movimiento. En primer plano, dos niños juegan a la peonza: uno de ellos acaba de arrojarla mientras el otro parece estar cogiendo impulso para hacer lo propio. Al fondo, un niño que parece algo mayor sopla burbujas con una pajita, mientras un niño más pequeño trata de alcanzar las pompas de jabón. Todos visten con kimonos, muy sencillos, lisos o con motivos de rayas. Presentan unos peinados característicos del ámbito samurái, si bien los niños tan pequeños generalmente no llevaban estos cortes de pelo. De nuevo, de manera sutil se procuraba relacionar para el público infantil las figuras de los guerreros mitificados con algunas de las distintas imágenes que componen esta serie.
A continuación, el sexto cromo de la serie se dedica a un taller de alfarería. Mucho más detallado que la herrería de la que hablábamos anteriormente, aparece un maestro alfarero moldeando una pieza en un torno sobre el suelo, mientras al fondo otro artesano trabaja con lo que parece un pincel sobre una pieza acabada, probablemente pintándola de blanco para que fuese coloreada en otro taller (según el proceso de trabajo que a lo largo del siglo XIX se desarrolló en regiones como Kutani). Entre las diversas tipologías de piezas que se están realizando en este taller, puede apreciarse una taza con asa, de diseño occidental, lo cual relaciona este taller con las producciones de alfarería realizadas para exportación que nutrieron a Occidente, especialmente durante la segunda mitad del siglo XIX.
El séptimo cromo, titulado Las visitas, responde al estereotipo de extremada educación y cortesía de la sociedad japonesa. Se muestra una salita tradicional en las que tres mujeres se reúnen, sentadas en el tatami en torno a una mesa, mientras una cuarta les sirve un refrigerio. Al fondo, nuevamente aparecen piezas tradicionales, un arreglo de ikebana y una serie de pinturas colgando en la pared. En este caso, los kimonos de las tres damas permiten intuir unos tejidos más nobles, con mayor ornamentación, mientras que la mujer que les atiende viste de forma más humilde y cubre su cabeza con un pañuelo (del mismo modo que la hilandera de un cromo anterior). Domina la escena el abanico que porta una de las damas sentadas, y que exhibe abierto, de forma que centra la composición.
La siguiente imagen también pertenece al ámbito femenino, mostrando en esta ocasión el arreglo personal. Aparece una joven arreglándose el pelo con varios adornos o kanzashi, ante un pequeño mueble de tocador de factura tradicional (una pequeña cajonera sobre la que se sostiene un espejo ovalado de posición regulable). La habitación se compone de varios tatami, donde se sitúan este mueble, la muchacha arrodillada ante él, y dispersos por la sala dos maceteros con sendos bonsáis o árboles en miniatura. En las paredes se aprecian, de nuevo, pinturas colgantes o kakemono, y a través de un panel descorrido puede atisbarse el jardín exterior de la casa.
El noveno cromo muestra una escena más curiosa, y que de nuevo pone énfasis en el mundo infantil. Se trata de una escena titulada Los escolares, y en ella pueden verse cuatro muchachos que reciben clase de un maestro. La habitación de nuevo es una sala con tatami y con las paredes decoradas con pinturas, de las que apenas se ven los ángulos inferiores, ya que se ha dotado a la composición de una perspectiva desde un punto de vista alto, centrándose en la actividad que se realiza en el tatami. Dos de los cuatro escolares aparecen inclinados trabajando, sin que pueda apreciarse en qué. Un tercero escribe, adoptando posición de calígrafo. El cuarto niño sostiene un rollo escrito, tratando de leerlo. Tanto en este último rollo como en el papel que escribe el niño anterior y en una de las pizarras que se sitúa detrás del maestro, pueden contemplarse garabatos, que en algún caso corresponden a los silabarios e ideogramas japoneses, en otros muestran números a la occidental, y en otros casos se limitan a ser signos inteligibles que simplemente “evocan” la caligrafía occidental.
A continuación, el décimo cromo se dedica al Plantío de arroz. Muestra varios campesinos cosechando arroz, inclinados sobre la balsa de agua que inunda la plantación, y cubiertos con sombreros de paja de ala ancha que les protegen de los rigores del día en el campo.
El penúltimo cromo se titula Vendedor de hortalizas, y muestra a un vendedor ambulante con las cestas de productos apoyadas en el suelo, atendiendo a una clienta que observa la mercancía con interés. Las cestas se estructuran superpuestas en los dos extremos de una vara alargada que, en el momento de reposo, se apoya sobre un travesaño vertical. Cuando el vendedor se ponga en marcha, cargará sobre su cuello la vara y llevará las cestas con mayor facilidad.
El último de la colección lleva por título De paseo. En él, puede apreciarse a una mujer, elegantemente vestida, que cruza un puente sobre un pequeño estanque con un niño de la mano. El niño, por su parte, está más interesado en atender a los patos que hay en el estanque que en seguir a su madre, que le espera paciente. Nuevamente, se trata de una escena que entronca con la infancia, ya que apela a una acción tan cotidiana y universal como salir a pasear acompañado de la madre y deleitarse y mostrar curiosidad hacia la naturaleza que aparece alrededor. La escena se ubica en un jardín tradicional (en alusión al jardín que ya vimos en la entrega anterior), del cual apenas puede percibirse la espesa vegetación y, al fondo, una lámpara de piedra. La actitud y posición del niño transmiten de manera muy eficaz la sensación de movimiento, tirando del brazo de su madre para ver a las aves nadar en el agua. Ambos, niño y madre, visten elegantes kimonos y la madre además se protege con una sombrilla.
A lo largo de esta serie, hemos podido comprobar cómo se han ido sucediendo una serie de elementos característicos: los sombreros cónicos de paja, las sombrillas, los kimonos… En el fondo, se están reproduciendo de manera básica algunos de los iconos que se establecieron durante el japonismo como parte intrínseca de la vida japonesa, muchos de ellos potenciados por el comercio. Objetos como las sombrillas, los abanicos o los propios tejidos resultaban fáciles de transportar y causaban gran impacto entre el público, generando grandes beneficios.
Cabe valorar que esta página que hemos analizado es heredera de la curiosidad que Japón había despertado medio siglo antes, una impronta que todavía perduraba y que no se extinguiría del todo hasta la Segunda Guerra Mundial. Pese a ello, no supone más que un pequeño oasis en un álbum en el que Asia posee un papel más anecdótico, en parte debido a su enfoque naturalista.
*Todas las imágenes señaladas con un asterisco pertenecen a la digitalización del álbum realizada por Biblioteca Nacional, disponible aquí.