Kumiko, the Treasure Hunter (2014)[1] es un experimento metacinematográfico, un homenaje cinéfilo, un cuento de fantasía sobre la frontera entre la realidad y la ficción, a caballo entre el realismo mágico y el surrealismo cómico.
Antes de adentrarnos en vericuetos metafílmicos, conviene explicar el argumento del filme. Nuestra protagonista, Kumiko, es una OF (Office Lady) o secretaria que trabaja en una gran empresa, pero es así mismo una aventurera nata, aficionada a buscar tesoros escondidos. En uno de estos empeños, encuentra un VHS escondido dentro de una cueva y que, milagrosamente preservado de la humedad, resulta ser una copia de la famosísima película de los hermanos Coen: Fargo (1996). Tras ver la cinta, queda convencida de que es una pista en la búsqueda de un tesoro más grande: encontrar el botín que Steve Buscemi esconde al final de dicho filme. Con este propósito, Kumiko emprenderá una odisea que la llevará hasta los más recónditos (y fríos) lugares de Minnesota, luchando contra los elementos y la incomprensión ajena.
Así pues, el filme de los hermanos Zellner (directores, guionistas y actores secundarios), toma como referencia todo un clásico del cine independiente americano como es Fargo, que desencadena la acción y da sentido a toda la película (si es que podemos considerar que tal argumento tiene algún sentido). De fama internacional, la película de los hermanos Coen nos presentaba a Jerry Lundegaard (William H. Macy), un don nadie casado con la hija de un millonario. Harto de su vida, Jerry decide fingir el secuestro de su mujer, con la ayuda de dos delincuentes, para pedir un rescate. El plan se va complicando y los asesinatos se suceden en una espiral descontrolada de situaciones tan absurdas como cómicas.
Esta intrincada historia contó con un reboot televisivo en la serie Fargo (2014-), ampliando tramas y modificando los personajes, en un fenómeno similar al ocurrido con Hannibal (2013-), ficción inspirada en El silencio de los corderos (1991) de Jonathan Demme, o la precuela televisiva de Psicosis (1960) titulada Bates Motel (2013-) e inspirada por los personajes del clásico de Alfred Hitchcock.
En el caso que nos ocupa, la historia ideada por los Coen vuelve a los cines en pequeños fragmentos expuestos a modos de cita cinéfila o componente intertextual, al mismo tiempo que articula toda la trama de principio a fin. La inserción de fragmentos de un filme en otro es un fenómeno conocido como “cine dentro del cine”, que no es sino una forma del macrogénero cinematográfico conocido como metacine, y del que ya hemos hablado anteriormente en esta revista.
En el fondo, Kumiko, the Treasure Hunter es en sí misma un juego reflexivo sobre el arte cinematográfico, que hace que nos preguntemos, en clave de humor absurdo, sobre qué hay de realidad en la imagen fílmica. Esta cuestión ha sido planteada por el mundo del cine desde sus inicios, conformando una vertiente del metacine denominada reflexividad cinematográfica. Este tipo de películas contribuyen a exponer cuestionamientos de carácter profundo sobre la relación entre la realidad y la ficción, la labor del cineasta como ordenador de imágenes, etc.
Las películas que reflexionan sobre la realidad y la ficción desde el cine se han dado a lo largo de toda la historia de este medio, desde El moderno Sherlock Holmes (1924), de Buster Keaton, hasta La rosa púrpura del Cairo (1985), de Woody Allen, destacando entre ambas producciones el caso emblemático de El Sexto Sentido (1929), de Nemesio M. Sobrevila, película esencial (a la vez que desconocida) del temprano cine español.
La historia de Kumiko es verdaderamente surrealista: una mujer que toma por veraces los hechos vistos en una película de ficción y basa en ellos su existencia. Pero lo que Zellner hace aquí es aprovechar la inercia dada por la propia Fargo que, en su inicio, cuenta con una falsa advertencia en la que se indica que la película es una historia real, y que en Kumiko, the Treasure Hunter aparece en más de una ocasión. Esto, que podría quedarse en mera cita intertextual o en justificación de las maníacas fantasías de la protagonista, adquiere otro tinte al saber que la película, nuestra película, la bizarra historia de Kumiko, está basada en hechos reales. De ahí que el prólogo de Fargo aparezca “copiado” antes incluso de que veamos el título del filme, en una imagen tomada de un VHS defectuoso. Pero, esta vez, dicho prologo es verdad.
Lo que en los Coen era una broma evidente, aquí se convierte en humor negro de dudoso gusto, y es que la trágica historia de Kumiko está inspirada en la de una mujer, Takako Konishi, que viajó a Estados Unidos en busca de su amante y que apareció muerta a las afueras de Detroit Lakes, Minnesota, en noviembre de 2001.[2] El suceso fue convertido por la prensa en leyenda urbana al decir que había fallecido buscando el dinero escondido al final de la película Fargo, y esa es la historia que recoge el filme de 2014. Zellner intenta darle así a Kumiko una verdadera aventura, sublimando la triste realidad de un suicidio por amor hasta convertirlo en una historia épica de realización personal.[3]
Centrándonos ya propiamente en la ficción, en Kumiko, the Treasure Hunter encontramos dos panoramas diferenciados que se contraponen: por un lado, el contexto de origen de la protagonista, el Japón contemporáneo; y por otro, su viaje por Minnesota.
En cuanto al contexto de origen, la película refleja la agobiante situación de Japón, representado por la cosmopolita ciudad de Tokio, así como de su sociedad. Además del contexto laboral de oficina, las calles abarrotadas y el metro, en el filme podemos apreciar la presión que sufre la protagonista por parte de su madre, interesada principalmente en que Kumiko ascienda en su carrera profesional y encuentre un marido. A ello debemos unir la difícil personalidad de la protagonista, antisocial y con graves problemas de integración, que vive sola en un pequeño piso, con la única compañía de su conejito: Bunzo.
La segunda parte del filme está centrada en el viaje de Kumiko a través de Minnesota en busca de su particular “Dorado”. En esta travesía, viajará en autobús y en coche, tomará un taxi y también caminará sola por las carreteras y bosques del agreste paisaje helado del norte de Estados Unidos. Aunque no está preparada para la aventura que le espera, su determinación hará que no se detenga ante nada, y además contará con la colaboración de muy diversos personajes que irán surgiendo en su camino hacia la localidad de Fargo. De entre estos personajes, destaca un oficial de policía (interpretado por el propio David Zellner). La relación entre Kumiko y este policía estará protagonizada por las diferencias culturales y lingüísticas, que impiden su entendimiento, tal y como señala el propio personaje: “If we didn’t have this cultural barrier, we could understand each other clearer”.[4] Con esto, la película se convierte por momentos en una reflexión sobre la soledad del viaje y la aventura que supone viajar solo.
Así mismo, este personaje al que da vida Zellner intentará disuadir a Kumiko de su empeño, haciéndole entender que lo visto en la pantalla de cine es tan solo ficción, comentando: “Documentary is real. And normal movie is fake”[5] que, de forma muy simple concentra todo el contenido metacinematográfico de la película.
Sin duda, lo esencial de este experimento fílmico es ese aire de realismo mágico, con toques de fantasía y casi de cuento, como la icónica “caperucita roja” que identifica a la protagonista a lo largo de todo el metraje. También resulta confusa la ruptura con la lógica, con la realidad e incluso con el espacio-tiempo (no desvelaremos más detalles, pero estén atentos a Bunzo, el conejito de la protagonista).
Todo esto se apoya en la impresionante calidad interpretativa de Rinko Kikuchi, que sustenta la película dando vida a un ser incomprensible, antipático y por momentos desagradable, con el que el espectador no consigue conectar en ningún momento, lo que no quita para reconocer la magnífica labor actoral que hay detrás. Esta actriz ya fue nominada a un Oscar por Babel (2006), dirigida por Alejandro González Iñárritu, aunque tal vez la reconozcan por protagonizar Mapa de los sonidos de Tokio (2009), de Isabel Coixet, o por su papel en la adaptación de la más afamada obra de Haruki Murakami, Tokio Blues (2010), del guionista y director Tran Anh Hung.
Kumiko, the Treasure Hunter podría resultar una auténtica aventura, pero es innegable que su lentitud resulta, por momentos, inaguantable. El espectador se encontrará a sí mismo deseando fervorosamente que Kumiko encuentre su tesoro, si con eso pone fin a un innecesariamente largo metraje.
Para saber más:
[1] Kumiko, the Treasure Hunter (2014). País: Estados Unidos. Director: David Zellner. Guión: David Zellner, Nathan Zellner. Música: The Octopus Project. Fotografía: Sean Porter. Reparto: Rinko Kikuchi, Nobuyuki Katsube, Shirley Venard, David Zellner, Nathan Zellner, Kanako Higashi, Ichi Kyokaku, Ayaka Ohnishi, Mayuko Kawakita, Takao Kinoshita, Yumiko Hioki, Natsuki Kanno. Productora: Lila 9th Productions / Ad Hominem Enterprises.
[2] La historia de Takako Konishi fue contada en el documental This Is a True Story (2003), dirigido por Paul Berczeller, y que se encuentra disponible aquí.
[3] Si bien es cierto que la historia en la que se inspira no aparece directamente reflejada en Kumiko, podrían verse ciertas referencias sutiles y muy poetizadas. Así por ejemplo, casi al final de la película, la protagonista debe pasar la noche a la intemperie en el bosque y su cuerpo queda cubierto por la nieve, de la que luego emerge con su característica caperuza roja. Ese “renacer” de entre la nieve podría verse como un símbolo de la muerte real de Takako Konishi, así como de su “resurrección” en la ficción cinematográfica.
[4] “Si no tuviéramos esta barrera cultural, podríamos entendernos con más claridad” (Traducción propia).
[5] “Los documentales son reales. Y una película normal es falsa.” (Traducción propia).