Si hay una imagen de Japón que ha trascendido océanos y centurias, esta es la del cerezo en flor o sakura. El público en general suele estar familiarizado con su simbolismo (cambiante a lo largo del tiempo) y la importancia de la fiesta del hanami (contemplación del florecimiento de estos árboles) en el país nipón. Sin embargo, pocos conocerán la rocambolesca historia de Collingwood Ingram: un inglés nacido en la época eduardiana que se propuso salvaguardar la diversidad botánica del País del Sol Naciente. A este personaje dedicó la periodista y escritora japonesa Naoko Abe una exhaustiva investigación a lo largo de cuatro años, tras la cual publicó un libro en japonés que más tarde adaptó al inglés. Ahora nos llega traducido al español por Juan Manuel Salmerón Arjona, de la mano de la editorial Anagrama.
A medida que avanzan los capítulos del libro, breves y articulados en siete partes con una introducción y un epílogo final, Naoko Abe va entrelazando pasajes de su vida personal (y la de sus padres e hijos) con las averiguaciones sobre la vida de Ingram que fue descubriendo tanto a través del estudio de fuentes documentales como en incontables entrevistas con personas que lo conocieron, a uno y otro lado del globo. Este caótico relato que huye de convencionalismos lineales, está además aderezado por ilustraciones y fotografías del propio Ingram, sus familiares, sus coetáneos pero, fundamentalmente, de su creación más relevante: los cerezos ornamentales japoneses.
La vida de la familia Ingram daría para una novela de aventuras, pues incluye (sin ánimo de hacer ningún spoiler) momias, leones y naufragios. La trayectoria vital del propio Collingwood Ingram nos mantendría pegados a nuestras butacas en caso de adaptación cinematográfica pues, antes de dedicarse por entero al estudio de los cerezos, combatió en Francia durante la Primera Guerra Mundial y recorrió el mundo en expediciones ornitológicas. En efecto, su primer amor en el ámbito del saber (al margen de su esposa Florence, por supuesto) fueron los pájaros. No será hasta que el matrimonio Ingram se mude a Kent cuando decida configurar su jardín en The Grange, la hacienda familiar, coleccionando para ello múltiples variedades de cerezo e iniciando así una misión que le inspirará para el resto de sus días. Pero también la vida de sus sucesores sería digna de llevarse a la gran pantalla, como la historia de su hijo Alastair, que luchó durante la Segunda Guerra Mundial y estando destinado en Hong Kong se enamoró de una enfermera llamada Daphne, que sobrevivió en un campo de prisioneros japonés durante tres años para, a su regreso a Inglaterra, casarse con su amado, en lo que fácilmente podría ser una sidequel de Pearl Harbor.
Sin embargo, el libro de Naoko Abe no es una obra de ficción, ni siquiera una biografía de Collingwood Ingram, aunque sea este el eje en torno al cual se construye el relato. Tampoco es, aunque por momentos lo parezca, un tratado de botánica ni un libro sobre la Historia de Japón desde la época Namban a la actualidad. En el fondo, El hombre que salvó los cerezos es todo eso a la vez y mucho más. Es un compendio de haikus de la era Tokugawa y canciones militaristas de los años treinta. Es un escaparate por el que desfilan variopintos personajes relevantes de la política y la cultura con los que Ingram tuvo contacto, desde el abuelo de las hermanas Mitford[1] hasta el yerno de Graham Bell. Es, a fin de cuentas, una oda al esfuerzo y la perseverancia de un hombre que, entre varapalos y éxitos, consiguió tender un leñoso puente entre Oriente y Occidente, configurando un legado que el mundo entero vuelve a disfrutar cada primavera, cuando observamos los pétalos blancos y rosados de los cerezos en un éxtasis de floración.
Para saber más:
Notas:
[1] Sobre las hermanas Mitford puede leerse este interesante artículo de la BBC. Aunque tal vez la más conocida sea Nancy, autora de libros como el afamado A la caza del amor (1945), novela adaptada recientemente a la televisión en una miniserie protagonizada por Lily James y estrenada en mayo de 2021.