Tras este largo e interesante periplo, concluimos hoy el repaso a la presente edición de los premios Oscar dedicándole un espacio a ese gran olvidado del cine que es el cortometraje. Como ya comentamos en el artículo introductorio, la presencia asiática dentro de este apartado consistía en tres películas, que abarcaban tanto el género de ficción como el documental, aunque hoy nos centraremos en analizar dos de ellas: por un lado, el cortometraje documental Tres canciones para Benazir (2021) y, por otro, el que fuera ganador de la estatuilla dorada, The Long Goodbye (2020) de Riz Ahmed. Las razones que justifican esta selección son, en primer lugar, prácticas, ya que ambos filmes resultan accesibles al público y de fácil visionado (el primero en la plataforma Netflix, y el segundo en Youtube), por lo que nuestros lectores podrán hacer el ejercicio de ver las películas y juzgar por ellos mismos si nuestras valoraciones son más o menos acertadas; la otra motivación es algo más profunda, y responde a la temática de dichos documentales pues, aunque tratan un asunto similar, como es el de la violencia, lo hacen desde enfoques opuestos: uno en forma de crónica verídica y el otro guionizando una situación que, a pesar de no ser real, no por ello resulta menos creíble.
Tres canciones para Benazir (2021)[1] es un corto documental que gira en torno a una joven pareja: Shaista y su mujer Benazir, que viven en un campo de refugiados de Kabul, sufriendo las consecuencias de la guerra en Afganistán. Al principio del filme los encontramos felices a pesar de la pobreza que les rodea, aunque destaca el contraste entre la dureza del trabajo de Shaista –haciendo ladrillos y secándolos al sol– o del entorno en el que viven –en una rudimentaria choza–, con la dulzura de las canciones de amor que le canta a su sonrojada esposa. Todo ello en medio de una guerra que pende sobre sus cabezas cual espada de Damocles. Esto se ve a la perfección cuando Shaista ve un globo que sobrevuela el campamento y dice “nos bombardearán los extranjeros o nos matarán los talibanes”, haciendo referencia a esa doble amenaza a la que debe hacer frente el pueblo afgano.
A pesar de esta situación, y a la vez motivado por ella, nuestro protagonista desea buscar una vida mejor para su mujer y el hijo que esta espera, por lo que, en contra de los deseos de su familia, rechaza unirse al negocio del opio recolectando amapolas, y opta por unirse al ejército nacional para luchar por su país, siendo pionero en hacerlo, tanto dentro de su tribu como del campamento en su totalidad. Su casi absoluto analfabetismo es un obstáculo, puesto que necesita ayuda para cumplimentar los formularios que ha recogido en la oficina de reclutamiento, pero el verdadero impedimento es la oposición de su familia quienes, aterrados por las posibles represalias de los talibanes, tratan de disuadirlo avisándole de que no se harán cargo de su mujer durante su ausencia. Así pues, tras el nacimiento de su hijo, Shaista no tiene más remedio que ceder ante las presiones, abandonar sus aspiraciones militares, y unirse a la recolección de opio.
La película da entonces un salto temporal, de forma que vemos a los protagonistas cuatro años después para comprobar las consecuencias de las decisiones tomadas. Vemos así cómo Shaista está internado en un centro para el tratamiento de las adicciones y su mujer aprovecha el día de visita para que sus hijos se reencuentren con su padre. Las esperanzas frustradas no han conseguido, sin embargo, quebrar el espíritu soñador de Shaista quien, incluso en mitad de su tratamiento, continúa cantándole canciones de amor a su adorada Benazir.
La historia que relata el documental es interesante a la par que dramática, aunque también cuenta con momentos de enorme dulzura, capturados con maestría por la cámara, como la escena final en que el matrimonio disfruta de los primeros copos de una nevada sobre el campamento. El mensaje de superación resulta motivador, pero lo cierto es que pierde algo de brillo narrativo por la lentitud y aparente irrelevancia de algunas escenas.
Por su parte, el talento creativo de Riz Ahmed nos trae una historia de xenofobia en The Long Goodbye (2020),[2] donde una familia de origen punjabi afincada en un agradable barrio residencial de Gran Bretaña deberá hacer frente a un ataque inesperado. En las primeras escenas del filme, la cámara y su mirada intrusiva, casi voyeurista, se adentra en el hogar de esta familia de clase media y su cotidianeidad. Vemos así a un niño que trata de enseñarle una coreografía de Tik Tok a su tío, los jóvenes absorbidos por el móvil, y el patriarca que trata sin demasiado éxito de ver las noticias de la BBC mientras se queja en urdu. Son precisamente esas noticias una especie de auspicio premonitorio que, mientras se reproducen en el fondo, nos hacen intuir la amenaza que está por venir. A su vez, en el piso de arriba, varias mujeres bailan despreocupadas, cotillean y se acicalan en mitad del dholki o celebración que tiene lugar antes de una boda.
En mitad de los preparativos, comienzan a oír gritos en la calle y, aunque tratan de huir, un grupo de hombres armados entra a la fuerza en su casa. Algunos miembros de la familia son montados en furgonetas y otros son obligados a arrodillarse en mitad de la calle, a punta de pistola. Todo esto se desarrolla bajo la atenta mirada de vecinos impasibles y con la complicidad de la policía, que da el visto bueno a los asaltantes. Esta trepidante escena, cargada de tensión, resulta impresionante y potente, sobre todo cuando el propio Riz Ahmed se dirija a cámara, rompiendo la cuarta pared, y comience a rapear una crítica mordaz sobre la situación de la inmigración, el racismo y la otredad en la Inglaterra contemporánea. Una auténtica fusión de música y cine que no dejará indiferente al espectador, como les ocurriera al jurado de los Oscars que, merecidamente, reconoció el buen hacer de Riz Ahmed otorgándole la estatuilla dorada.
Conclusiones
Aunque pueda parecer complicado explotar toda la potencialidad del drama en tan pocos minutos, lo cierto es que los dos ejemplos aquí analizados son una muestra evidente de que es posible transmitir mucho con muy poco. Ambos cortometrajes buscan poner el foco sobre problemas reales de la sociedad actual en la que vivimos, y que muchas veces pueden pasar desapercibidos: desde los débiles rayos de esperanza que caen, como la nieve, sobre un campamento de refugiados afganos, hasta el aviso premonitorio ante las posibles repercusiones que pueda acarrear la escalada de odio y violencia contra los inmigrantes en el Reino Unido. Tres canciones para Benazir nos lleva de la esperanza a la desolación, y en The Long Goodbye llegamos de la calma a la rabia, todo ello en pocos minutos.
En cualquier caso, ambas películas causan un fuerte impacto en el espectador. Podría parecer que el género documental es el más propicio para este fin, pues supone un reflejo real de las situaciones que plasma, pero si algo ha probado Riz Ahmed con su galardón es que no conviene menospreciar el poder de la ficción o la fuerza de las historias para transmitir emociones reales, conmover al público, remover conciencias, y comentar de forma crítica el contexto real en el que estas obras son creadas.
Para saber más:
Notas:
[1] Tres canciones para Benazir / Three Songs for Benazir (2021). Duración: 22 min. País: Afganistán. Dirección: Elizabeth Mirzaei, Gulistan Mirzaei. Fotografía: Elizabeth Mirzaei. Reparto Shaista Khan, Benazir Khan, Shadi Khan.
[2] The Long Goodbye (2020). Duración: 12 min. País: Reino Unido. Dirección: Aneil Karia. Guion: Aneil Karia, Riz Ahmed. Fotografía: Stuart Bentley. Reparto: Riz Ahmed, Hugo Nicholson, Toby Sauerback, Sudha Bhuchar, Nikkita Chadha, Taru Devani, Asmara Gabrielle, Marissa Hussain, Reynah Rita Oppal, Hussina Raja, Ambreen Razia, Rish Shah. Productora: Somesuch, WeTransfer Studios.