Oleguer Junyent fue una figura de relevancia dentro de la burguesía catalana del cambio de siglo. Ya tuvimos ocasión de presentarle, así como de explicar brevemente la ruta que siguió durante la vuelta al mundo que llevó a cabo en 1908, en un artículo anterior.
Sentadas las bases tanto de su trayectoria vital como de su viaje, es necesario que nos detengamos ahora en analizar las consecuencias materiales que tuvo dicho periplo. A ello dedicaremos el presente artículo, antes de adentrarnos en las distintas etapas del viaje.
Inmediatamente a su vuelta, se organizó una exposición que presentaba los apuntes del natural, dibujos y pinturas que realizó durante estos once meses. Este evento fue cubierto por la revista L’Ilustració Catalana, que le dedicó un extenso reportaje.
En esta exposición se combinaban dos tipos de piezas: por un lado, la documentación del viaje, sobre los trayectos, los alojamientos, los transoceánicos utilizados… Por otro lado, las piezas artísticas, una exhibición de sus apuntes tomados del natural a lo largo de todo el trayecto y de las distintas escalas.
La muestra estaba concebida para acercar el viaje a sus muchos amigos, conocidos e iguales, la flor y nata de la sociedad barcelonesa, en una época en la que, como bien se refleja en el reportaje de L’Ilustració Catalana, tales desplazamientos no estaban al alcance de casi nadie (y no únicamente por motivos económicos).
Posteriormente, esta misma revista también patrocinó la publicación de Roda el món i torna al Born, un diario del viaje en el que el propio Junyent relataba su experiencia, aderezada con apuntes artísticos y fotografías realizadas durante el trayecto. Este libro de viajes, que fue ampliamente anunciado antes incluso de su publicación, constituye un documento indispensable para conocer de primera mano el viaje de Oleguer Junyent, pero también para acercarse a la persona detrás del personaje público y al artista más reflexivo tras el escenógrafo de prestigio.
Todo ello nos habla de la posición reconocida de la que Oleguer Junyent gozaba dentro de la sociedad catalana de la época. En este sentido, el libro entronca muy bien con esta posición, ya que Junyent realiza una narración para sus contemporáneos, que en cierto modo puede definirse como coloquial, no tanto por su lenguaje sino por sus intenciones como relato. Del mismo modo, esta concepción impregna la estructura de la obra: Junyent otorga a cada capítulo o a cada apartado del viaje la extensión y la profundidad que considera necesarias únicamente atendiendo al criterio de la importancia que tenía en sus vivencias.
La obra es prologada por Miquel Utrillo,[1] buen amigo de Junyent. A lo largo de la presentación, Utrillo, de manera coloquial, defiende con admiración la decisión de Junyent de emprender un viaje de tal calibre, que suponía además una inversión económica importante. Alaba, precisamente, el hecho de que, ante las numerosas tentaciones del mundo moderno, Junyent haya escogido precisamente dedicar una suma de dinero considerable a un viaje de estas características. Utrillo argumenta que se trata de la decisión más enriquecedora, si no a nivel económico o rentable, sí a nivel moral, y plantea el recorrido como una suerte de viaje iniciático, el paso definitivo de joven respetado a adulto respetable. Estas páginas ayudan a comprender en la vuelta al mundo una trascendencia que, si bien puede atisbarse en las palabras de Junyent, no queda explicitada debido a que se trata de una percepción no consciente por parte del protagonista.
En Roda el món i torna al Born puede encontrarse el relato de Junyent acerca de su viaje, narrado en primera persona, con la familiaridad de quien escribe una misiva a un conocido, y profusamente ilustrado. El libro se estructura en varios bloques y capítulos, dedicados a los distintos lugares visitados. Únicamente contemplando la estructura, puede apreciarse la subjetividad del texto, ya que Junyent no se toma la molestia de equilibrar las distintas partes para distribuir la información de manera proporcionada, sino que, como ya adelantábamos, otorga a cada destino una extensión diferente, en función del impacto que le causase cada uno. De este modo, puede percibirse que existen tres bloques principales: Egipto, la India y Japón. Estos países acaparan la mayor atención, y por tanto, componen apartados más extensos y con mayor número de ilustraciones.
A lo largo de todo el texto, se combinan distintos tipos de informaciones e ideas. La predominante es la exposición subjetiva de sus impresiones ante los lugares visitados, que en ocasiones se adereza con datos académicos o legendarios aprendidos de terceros, que Junyent incluye a modo de anécdotas para complementar la narración o para subrayar la importancia de algunos enclaves. En cualquier caso, cuando utiliza este recurso, lo hace de manera muy ligera, sin perderse en explicaciones que le distraigan de su objetivo principal.
En muchos casos, esta información se aporta supeditada a las impresiones, desvirtuando así la realidad de los enclaves al servicio de la experiencia turística vivida por Junyent. Ejemplo claro de esto son las Torres del Silencio que contempla en Bombay. Estas edificaciones poseían un carácter funerario dentro de la religión zoroástrica, se trataba de lugares concebidos para depositar los cadáveres de los fallecidos, considerados impuros, para que realizasen allí el proceso de descomposición y, posteriormente, poder proceder al enterramiento de los huesos. Durante su visita, Junyent tuvo ocasión de visitar un complejo formado por cinco de estas torres. En su narración, explica la función que poseen, si bien esta información se ve fuertemente condicionada por la valoración personal que emite acerca de esta visita, de la cual dice que, si bien puede parecer a priori macabra, es en realidad un lugar tranquilo y pacífico. Observaciones como esta, en cierto modo, contribuyen a turistizar estos enclaves, restándoles importancia simbólica en favor de una combinación de interés cultural y deleite estético.
Cabe destacar también, por otro lado, el escaso protagonismo que posee su compañero de viaje, Mariano Recolons. La discreción en torno a su figura hace que muy habitualmente se proyecte la sensación de que Oleguer Junyent realizó el viaje en solitario, si bien Recolons es mencionado ocasionalmente en algunos pasajes, normalmente por sus habilidades con el inglés, y, por lo general, son episodios que responden a un carácter más personal. En este sentido, pueden destacarse un suceso acaecido en Egipto, cuando Recolons traduce a Junyent las explicaciones de un guía turístico que provocan una fascinación todavía mayor en el artista; o bien una serie de encuentros que tuvieron lugar en la India con prohombres locales que deseaban conocerles por ser viajeros que provenían de tierras tan alejadas. En cualquier caso, Junyent se muestra exquisitamente discreto con la privacidad de su acompañante, a quien únicamente menciona cuando es necesario.
Además del texto, ya hemos comentado que el libro se encuentra profusamente ilustrado. Pueden encontrarse principalmente dos tipos de ilustraciones: en un conjunto se engloban todas las manifestaciones pictóricas, desde esbozos hasta reproducciones de óleos; y por otro lado una gran cantidad de fotografías realizadas durante el viaje.
Muy frecuentemente, Junyent menciona su afición a tomar apuntes del natural. Estos bocetos y esbozos, concebidos en muchos casos como entretenimiento (especialmente, en las largas travesías en barco), constituyen una parte importante del grueso de las ilustraciones del primer tipo. Su carácter inconcluso y apuntado participa, visualmente, de la misma filosofía que el relato, dando la sensación de que son esbozos realizados por Junyent para ilustrar aquellas anécdotas que va contando en cada momento al interlocutor/lector.
Por otro lado, también aparecen reproducidas algunas pinturas de Junyent, realizadas igualmente durante el viaje, si bien figuran en número mucho menor. Cumplen una función muy definida: la ilustración de paisajes, generalmente naturales, que han despertado en el artista una especial belleza. Al igual que el resto de la obra pictórica de Junyent, presentan una marcada influencia impresionista y postimpresionista, que acentúa esa subjetividad y sublimación de la naturaleza. Si bien en el libro las reproducciones son en blanco y negro, perdiendo espectacularidad y parte de este efecto pretendido, debe tenerse en cuenta que las pinturas se exhibieron en la exposición celebrada a la vuelta de Junyent, de modo que para muchos servirían únicamente de recordatorio, una pauta para iluminarlas mentalmente según habían podido contemplar de los originales.
El segundo conjunto del apartado gráfico lo conforman las fotografías, que componen el grueso de las ilustraciones del libro. Nuevamente, se trata de imágenes que tomó el propio Junyent, hecho confirmado por las numerosas menciones que realiza durante su crónica sobre tomar fotografías de distintos lugares, del mismo modo que aludía a la realización de bocetos y pinturas, mayoritariamente paisajes.
Estas fotografías muestran, mayoritariamente, paisajes y monumentos. Así como la obra pictórica tenía como objetivo transmitir las impresiones subjetivas de Junyent, la fotografía actuaba más como descriptora, plasmando “la realidad”, una realidad inevitablemente condicionada por la mirada del fotógrafo, pero en cualquier caso alejada de pretensiones artísticas. Por lo general, las fotografías presentan muy pocas innovaciones, generan composiciones visualmente estables y poco arriesgadas, ya que lo que importa es mostrar los edificios (principalmente) tal cual son y tal cual han sido vistos. En este sentido, las fotografías no distan mucho de las que se pueden realizar en la actualidad por cualquier turista.[2]
Aunque los paisajes y monumentos sean el tema principal, existen también fotografías dedicadas a los tipos sociales, siguiendo los mismos códigos visuales de este tipo de fotografía practicada durante el siglo XIX, imitando a título particular el trabajo de los grandes estudios profesionales que comercializaban imágenes souvenir.[3] Estas imágenes son visualmente muy poderosas, y a pesar de que, de nuevo, no poseen pretensiones artísticas, sino etnográficas, consiguen transmitir en muchos casos una gran fuerza y expresividad.
A la hora de analizar cómo se integran las ilustraciones en general y las fotografías en particular dentro de Roda el món i torna al Born, es necesario subrayar la independencia de las imágenes respecto al texto. Las ilustraciones realizan un discurso paralelo, pero autónomo en relación con la narración escrita, y por lo tanto no quedan al servicio de esta última, sino que se van desarrollando siguiendo su propio ritmo. Esto hace que, en muchas ocasiones, se produzca un desfase entre imágenes y texto, figurando en las mismas páginas ilustraciones pertenecientes a una etapa del viaje y texto relativo a otra. En ocasiones, este desajuste es leve, de una o dos páginas, pero hay pasajes, especialmente los referidos a China, Corea y Japón, que presentan un desajuste importante, llegando a darse el caso de que las imágenes relativas a Pekín ilustran el texto relativo a Corea, y las primeras páginas sobre la estancia en Japón recogen las fotografías coreanas. En la mayoría de los casos, los distintos desajustes entre fotografía y texto responden a la necesidad de mostrar cuantas más imágenes mejor, cribando lo menos posible. No obstante, hay algún caso que responde a problemas de maquetación y no a limitaciones de espacio.[4]
Roda el món i torna al Born constituye un testimonio de gran valor que permite conocer en detalle el viaje realizado por Oleguer Junyent, así como sus impresiones a lo largo del mismo, lo cual aporta información muy valiosa tanto a su faceta artística como humana. Es una obra escrita sin grandes pretensiones, un documento a medio camino entre el cotilleo social y la guía turística, que permite transmitir una serie de impresiones personales sobre los distintos destinos visitados al círculo social en el que se desenvolvía el artista.
Pero, más allá del conocimiento profundo de Oleguer Junyent, Roda el món i torna al Born nos permite deleitarnos con sus anécdotas e historias. El río de imágenes que ilustra la publicación transmite la pasión por la experiencia viajera, en la que prácticamente cada paso constituye una aventura hacia lo desconocido y un descubrimiento fascinante.
Presentada ya la obra, a partir de la próxima entrega nos adentraremos, por capítulos, en los distintos episodios, para desgranar pormenorizadamente la imagen transmitida de cada destino, así como los aspectos más interesantes de cada uno de ellos.
Notas:
[1] Una de las figuras destacadas de la Barcelona del cambio de siglo, Miquel Utrillo fue un personaje polifacético (ingeniero, pintor, decorador, crítico y promotor artístico), que participó activamente en las dos grandes exposiciones barcelonesas (tanto en 1888 como en 1929, cuando fue designado uno de los directores artísticos de la misma). A lo largo de su vida, desempeñó una gran cantidad y variedad de tareas relacionadas con el mundo de la cultura, desde la dirección artística de la Enciclopedia Espasa hasta la restauración monumental. En este sentido, quizás el aspecto más destacado de su figura fuera su amistad con Santiago Rusiñol y Ramón Casas y su participación en las tertulias de Els Quatre Gats, estableciéndose como una de las figuras principales del modernismo catalán.
[2] Si bien aspectos como los móviles y las redes sociales han constituido un avance y un paso más en la fotografía turística estrictamente personal, incluyendo nuevas pretensiones y nuevos intereses (la necesidad de ser compartidas y de establecer interacciones en torno a las imágenes), los preceptos básicos de la idea de la fotografía turística permanecen estables e inalterables y permiten la conexión y empatía entre viajeros de distintas épocas a través de las fotografías obtenidas.
[3] Tuvimos ocasión de aludir a este modelo de negocio al hablar de la llegada de la fotografía a Japón, si bien no se desarrolló exclusivamente en el País del Sol Naciente, y hubo estudios fotográficos dedicados a la comercialización de fotografías souvenir en otros puntos de Asia, especialmente en aquellos de tránsito o con contacto más intenso con Occidente.
[4] Tal puede ser el caso de las imágenes pertenecientes a Ceilán y Australia. En su correcta posición, las de Ceilán hubieran cabido a modo de colofón del capítulo, no obstante, se prefirió plantear la maquetación de otra manera para evitar que se acumulasen varias páginas únicamente con texto.