Fernando García Gutiérrez (Jerez de la Frontera, 1928) es uno de los mayores expertos y responsables del estudio y difusión del arte japonés en España. Se licenció en Filosofía y Letras con especialidad en Estética en la Universidad de Barcelona, para después entrar a formar parte de la Compañía de Jesús. Mientras estudiaba Filosofía en Madrid pidió a sus superiores el ir destinado a Japón, movido por el ejemplo de Francisco Javier, por el que sentía una profunda admiración. Llegó al archipiélago en 1956, donde cursó dos años de lengua y cultura de Japón en el centro de Cultura Japonesa de la Compañía de Jesús en Kanagawa, tras los cuales impartió durante un año la asignatura de arte español en la Universidad de Sofía. Posteriormente estudió en la Facultad de Teología de dicha universidad, formación que le permitió obtener la ordenación sacerdotal. Mientras cursaba sus estudios de Teología, se le propuso que realizase estudios especiales de arte oriental con el fin de impartir tal materia en la Universidad de Sofía, para la cual realizó los estudios equivalentes a una licenciatura de arte Oriental en la Facultad de Culturas Comparadas en el mencionado centro universitario.
Terminados estos estudios comenzó una larga y fructífera carrera docente, tanto en Japón como en España.[1] Más adelante sería nombrado Delegado Diocesano del Patrimonio Histórico-Artístico de Sevilla, responsabilidad que ha compaginado junto con la de profesor invitado y conferenciante en numerosas universidades europeas y americanas, organizador de actividades culturales, además de ser comisario de cinco exposiciones.[2] Compatibilizó esta amplia actividad docente con la publicación de numerosos trabajos de investigación y de síntesis, auténticos hitos historiográficos en el estudio del Arte Japonés en España, pues en el momento se trataba prácticamente de los únicos referentes sobre la materia en castellano. Su obra más famosa es El Arte de Japón,[3] dentro de la colección Summa Artis, un auténtico manual y obra de conjunto, que realizó mientras era profesor en la Universidad de Sofía. García Gutiérrez ha escrito otras muchas de carácter más específico, publicadas en prestigiosas revistas y editoriales.[4] En la actualidad, ocupa los cargos de Académico Numerario de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla y Académico Correspondiente de la de Bellas Artes de Cádiz; además, debido su dilatada trayectoria entregada a estudiar y dar a conocer el arte japonés, en 1993 le fue concedida por el Emperador de Japón la cruz de la Orden del Tesoro Sagrado, con distintivo de Rayos Dorados y Rosetas, uno de los máximos galardones entregados por el gobierno japonés. Con motivo de la publicación de su último trabajo, Panorama del Arte Actual Cristiano en India, China y Japón, desde Ecos de Asia tuvimos la oportunidad de entrevistarle y ser testigos de su afabilidad, sencillez y cercanía.
Ecos de Asia: Cuéntenos cómo empezó usted en el estudio del arte japonés y de la cultura japonesa.
Fernando García Gutiérrez: Yo estaba en Japón. Iba destinado a Japón para enseñar arte occidental, pero al llegar allí, el profesor de arte oriental en la Universidad Sofía -que es la universidad que tenemos los jesuitas en Tokio-, enfermó. Entonces, me dijeron que si no querría yo estudiar una carrera de arte oriental -claro, porque yo no sabía nada-, y a mí me encantó aquella idea. Estudié tres o cuatro años, empecé a darla en unos cursos nocturnos que se daban allí. Empecé estudiando arte japonés, pero me di cuenta enseguida que era imposible saber arte japonés sin saber arte chino, y a su vez, sin saber antes arte indio, porque yo, sobre todo, quería la parte del Budismo… Como el Budismo empezó en India, vino de India a China y de China a Japón pasando por Corea… [eso] me hizo estudiar arte indio, arte chino y arte japonés. Esto hizo que cada vez estuviera profundizando más, y así estuve durante años, en Japón enseñando esto. Esto lo hice a la vez que estudiaba teología -yo estudié teología en Japón-, y después ya estuve enseñando en la misma Universidad de Sofía de Tokio. Eso fue en el momento en el que hubo la necesidad de que uno presentara, o mejor dicho, escribiera el tomo XXI del Summa Artis, que yo no sabía que era [para] tanto… Era el libro de historia del arte que todos los historiadores del arte tienen que tener.
EdA: Sí, sí, es una institución, la referencia.
G. G.: La referencia, sí. Me dijeron: ¿usted se animaría? Y dije: ah, yo sí. Tardé dos años en escribirlo porque seguía dando clase. Salió la primera edición en 1967, la última vez que lo vi fue en 1999, porque yo vendí los derechos, y ya ellos van sacando y no me dicen a mí nada. En 1999 iba por la novena edición, porque es una cosa completa. Ahora ya hay más libros sobre Japón, pero [no] cuando yo vine aquí, hace 40 años. Después estuve enseñando en la Universidad de Sevilla, varios semestres durante años, y yo hice comprar un gran número de esos tomos para que sirvieran de introducción. Ese fue el comienzo de mis estudios y, cuando uno empieza, no tiene más remedio que seguir ampliando más. Además, una de mis manías, que yo creo que es buena, es escribir, y he escrito muchísimo… Por eso, creo, que las personas que estudian arte aquí en España se ayudan bastante con los libros míos.
EdA: Efectivamente, es una verdadera institución, por eso aquí conocemos perfectamente sus publicaciones, ya que Elena Barlés (profesora de arte japonés de la Universidad de Zaragoza) nos las presentó desde el primer momento. ¿Cómo comenzó usted a involucrarse en el ambiente de estudio del arte japonés de la Universidad de Zaragoza?
G. G.: Recuerdo la primera vez que vine a Zaragoza, fue el año1970 o 1971, porque don Federico Torralba -eso lo digo yo en la introducción cuando os dedico el libro a todos los que aquí estudiáis arte japonés- organizó una conferencia sobre arte de Japón. Yo di tres, pero me acuerdo de nada más que una; el título era “El paisaje en el arte oriental”, [sobre] todas las diferencias que había entre el de China y el de Japón. Entonces, eso me hizo hacerme muy amigo de don Federico, hasta el final yo le decía que yo era el continuador y él decía: ¿El continuador? ¡Usted es mi maestro! -me decía el pobre. Eso fue lo que hizo que yo conociera a Elena [Barlés] y a David [Almazán], cuando yo ya llevaba varios años viniendo aquí, aunque no habían empezado estas jornadas así instituidas. Esto empezó más tarde, y bueno… de hecho, creo que este año será el año 16.
EdA: Mmm… ¿14 ó 16? No estamos seguros…
(Interviene David Almazán): Es que algunas ediciones han coincidido con el Congreso de Estudios Japoneses en España y con el Foro Español de Investigación en Asia-Pacífico y entonces…
G. G.: Yo creo que es la 16 vez que yo tengo esto aquí, y aún no he faltado a ninguna, porque además vengo con mucho gusto, algunas veces doble. Este año dos veces, porque tuve la de la exposición de teatro hace cuatro meses, en diciembre. Enseguida que me invitan, vengo, porque me encanta, porque veo que aquí es donde hay más interés -de lo que yo conozco de España-, por los estudios del arte oriental, con una gran diferencia, sobre todo desde que se consiguió desde el Departamento de Historia de Arte, que [lo] pusieran como asignatura obligatoria… ¿eso sigue siendo todavía así?
EdA: Sí, efectivamente.
G. G.: Es una ventaja enorme, porque es que si no, en la mayor parte de España se ignora el arte de miles y millones y millones de personas, como si esa cultura no tuviera nada que dar. Eso me impresionó tanto que yo tenía interés en dedicarles algún libro, y este se me ocurrió, que como era el último, dedicárselo.
EdA: ¿Qué diferencias existen con respecto a cuando usted empezó a involucrarse en el estudio y la difusión del arte y patrimonio japonés -y oriental de manera más general-? Parece que ahora que ha cambiado todo, ¿verdad?
G. G.: Yo noto, por las conferencias que doy, que ahora hay muchas más gente que estudia y sabe arte. Quizás no tanto como aquí, porque por ejemplo yo no creo que haya tantos doctorandos en alguna parte fuera de aquí, – que yo conozca- en España. ¿eh? No sé en Barcelona, porque ahí…
EdA: En Salamanca, en Salamanca.
G. G.: Ah, en Salamanca también hay. De cultura sí, porque yo di una semana de arte japonés en Salamanca, recuerdo que había un centro. Yo veo que esto ha ido cambiando, noto que hoy día mucha gente te sigue más que antes. Yo procuraba, sobre todo al principio, no decir ningún nombre, porque los nombres les parecían los mismos. Y ahora ya veo que no, que cuando se dicen nombres, por lo menos algunos muy importantes, ya te siguen. Con lo cual se ve que es que el estudio este se está haciendo menos extraño, por lo menos.
EdA: Ahora hay mucha gente que se introduce en al arte japonés por el anime, por el manga, el cine japonés… ¿y antes como se conseguía captar la atención?
G. G.: Pues mira, no había nada de eso, esto era un modo milagroso. Fue el ukiyo-e, o sea, los grabados, lo primero que se conoció en España. En Europa los impresionistas tuvieron que acercarse a ese arte porque el realismo suyo había llegado a tal grado que ya no había nada que hacer. Entonces, los impresionistas, que eran una escuela que empezaba con mucho ánimo, encontraron grabados y [dijeron] “¡toma! aquí está lo que nosotros buscamos”. Esto fue después de la apertura de Japón a Occidente, con el siglo XIX bastante avanzado, y gracias a ellos empezó el conocimiento, claro, pero vamos, de un modo como muy superficial.
Ahora hay muchísimo más interés del que había hace 20 años, y hay más gente. Y, por ejemplo, si uno pone una exposición -yo he puesto varias en varias ciudades-, de arte japonés, el interés que despertaba era enorme. En la Universidad de Sevilla, donde no hay arte oriental, creo que durante 6 años, yo era profesor invitado de una serie de asignaturas opcionales. La última vez tuve a 242 [matriculados] en el curso de arte japonés. Eso acabó conmigo porque cuando me jubilé no había quien enseñase, ni quien supiera; habría alguno pero como tampoco hay dotación allí para eso…
EdA: Usted empezó con el estudio del arte japonés clásico, pero ahora ha publicado un libro de arte cristiano oriental contemporáneo.
G. G.: Trato la pintura moderna y la pintura contemporánea. Esto es un tema muy concreto: el arte cristiano, católico y protestante -cristiano en general, porque varias de las iglesias que vienen son protestantes-. Hay alguna cosa enteramente abstracta. El arte abstracto hay que tratarlo aparte porque a ellos era algo que les resultaba connatural, porque desde siglos muy pasados el arte abstracto es una cosa propia de ellos. En una casa de té de Katsura, salen unos dibujos hechos en la pared que son enteramente como de Mondrian: cuadrados azules y blancos. Por eso el arte abstracto allí encajó perfectamente, porque ya ellos lo tenían.
Esto[5] es la venida del Espíritu Santo. Es un autor muy unido a la caligrafía. La caligrafía en Japón es un arte igual que la pintura. Para mí ha sido importantísima esta pintura . La conservaba para publicarla y ha llegado el momento, como lo más moderno que se puede publicar en algo abstracto, pero que indica la fuerza de lo que quiere significar.
Creo que [traté el contemporáneo] desde el principio. Yo fui muy amigo de José Camón Aznar, profesor de aquí [la Universidad de Zaragoza], que entonces era el director de la Revista Goya, de la fundación Lázaro Galdiano, que también tiene un museo magnífico. Él me hizo corresponsal de la Revista Goya en Japón, en Tokio, y yo tenía que ir todas las semanas a ver las exposiciones que había, para mandar cada mes una relación o informe de lo que iba viendo. Allá mucho era contemporáneo, otras cosas eran clásicas… había de todo. Por tanto, mi interés por la cosa actual fue a la vez. No podemos decir que yo empezara con el clásico y lo demás no me importara.
EdA: ¿Y había mucho arte cristiano en esas exposiciones?
G. G.: No, no, había poco. Lo poco que sale está todo; no sé en India y China… En la introducción digo que, naturalmente, de Japón trato mucho más que de India y de China por mi familiaridad con el arte japonés; he estudiado arte indio y arte chino pero no estoy tan familiarizado como con el arte japonés. Pero supongo que esto es una buena representación de esos dos artes también.
EdA: Además hay ejemplos muy diferentes y muy variopintos, además, con muchos lenguajes diferentes desde el más abstracto al más figurativo…
G. G.: Sí, sí, y algunos que son figurativos pero muy modernos. ¿Habéis visto un pintor que se llama Watanabe Sadao? A mí me impresiona porque es un hombre que tiene unas características muy propias, que apenas ves una obra suya dices “este es Watanabe Sadao”. Cuando algo que tiene fuerza, en seguida dices “este sabe lo que está haciendo”. Más que otros que lo que hacen es copiar…
EdA: ¿Y cómo dio con estos artistas? ¿Fue a lo largo del tiempo, poco a poco iban apareciendo… o fue una búsqueda intensiva?
G. G.: Estando en Japón, mucho de este material lo he tenido preparado desde entonces, desde hace años. Pero claro, en Japón, de todas las exposiciones salen relaciones, informes en los periódicos, en las revistas, quizás más que aquí porque allí el arte significa mucho. Yo enseguida sabía dónde estaban las exposiciones, e iba conociendo. Incluso personalmente conocí a algunos de estos pintores actuales -bueno, alguno acaba de morir- e incluso algunos me dedicaron obras suyas.
EdA: A usted también le debemos el haber organizado la exposición Momoyama: la Edad de Oro del Arte Japonés, que fue un hito en España.
G. G.: ¿Vosotros la visteis? Creo que fue en el 95, erais muy pequeños. Fue una cosa que llamó la atención en Madrid. Fui el comisario por parte del Gobierno Español, porque había otro por parte del Gobierno japonés, pero nos entendimos muy bien. Aquello fue grandioso, porque además trajeron obras muy buenas. Fue en el Palacio de Velázquez del Retiro, y además el Ministerio se volcó, porque yo era muy amigo del Director General de Arte y de Cultura en el Ministerio y me ayudaba todo lo posible. Aquello fue una cosa fantástica.
EdA: Y además de su labor académica y de difusión, ¿continúa ejerciendo como comisario de exposiciones?
G. G.: Acabo de ser comisario este año pasado de una exposición en Bilbao.[6] Yo soy muy amigo del Director del Museo de Bellas Artes de Bilbao, que es un gran museo. Este me hizo comisario de una exposición, de una colección que le dieron a él, [me dijo] “quiero que me clasifiques esta colección”. Así lo hice, pero además de estudiarla -dije- si te parece, vamos a llamar a otros profesores: a la profesora de Oviedo Yayoi Kawamura y a David [Almazán] para los grabados. Porque para mí, hoy día -ahora que no nos oye-, es el que sabe más de grabados japoneses en España, con una exactitud hasta lo más mínimo; sabe muchísimo más que yo desde luego. Dicen que ese gran escultor sevillano que era Montañés, decía que su gloria era el ser superado por el discípulo, que era Juan de Mesa, que quizás fuera mejor todavía que Montañés. Pues eso digo yo, que ellos me han superado a mí, porque saben más que yo ahora. Eso es muy importante porque significa que esto sigue aunque uno ya no siga aquí hay una estela larguísima.
Por iniciar y preocuparse de que esta larga estela siga cada vez más viva, así como por su tiempo, sus palabras y por dedicar a todos los estudiosos de arte oriental su tan especial libro, le dedicamos a Fernando García Gutiérrez nuestro más que sentido agradecimiento, teniendo la esperanza de volver a contar con su presencia entre nuestras páginas en alguna futura ocasión.
Notas:
[1] En Japón fue profesor de arte oriental y arte español en la Universidad de Sofía hasta 1970, momento en el que se le encomendó que viajase a España para encargarse de la oficina de conexión en Sevilla con la Misión de Japón. En la península fue profesor, durante cinco cursos, de la asignatura Arte Extremo Oriental de la Licenciatura de Historia del Arte en la Universidad de Sevilla.
[2] Entre ellas, destaca Momoyama: la Edad de Oro del Arte Japonés, celebrada en Madrid entre noviembre de 1994 y febrero de 1995.
[3] García Gutiérrez, F., El Arte de Japón, col. Summa Artis, Historia General del Arte, tomo XXI, Madrid, Espasa Calpe, 1967.
[4] Por ejemplo, resaltaremos las dedicadas a las influencias entre Japón y Occidente, tanto la del arte occidental en el arte japonés que ocasionó el arte Nambán durante el periodo Momoyama, como la influencia del arte japonés en el occidental durante la Edad Contemporánea. También ha sido objeto de su estudio la Escuela Rimpa y el arte vinculado al Zen, siendo Sesshû uno de sus artistas favoritos. Del mismo modo, la arquitectura contemporánea junto con al arte del jardín ocupan un lugar preeminente en su producción. Para más información, tanto biográfica como sobre su obras, véase Barlés Báguena, Elena, “Luces y Sombras en la Historiografía del Arte Japonés en España”, Artigrama, n. 18, 2003, pp. 60-64.
[5] Señala a una obra de Ishii Shigeo, La Bajada del Espíritu Santo. La misma puede verse en García Gutiérrez, F. Panorama del arte actual cristiano en India, China y Japón. Sevilla, Compañía de Jesús, 2015, p. 81.
[6] Se refiere a la exposición Arte japonés y japonismo del Museo de Bellas Artes de Bilbao. Para más información, véase este enlace.