El pasado fin de semana se estrenó en cines El bosque de los suicidios, una película de terror de factura occidental ambientada en Japón y protagonizada por Natalie Dormer, actriz de moda por dar vida a Margaery Tyrell en la exitosa serie Juego de tronos.
Cuenta la historia de Sara (Natalie Dormer), que se desplaza hasta Japón para encontrar a su hermana gemela, Jess, que ha desaparecido en el bosque de Aokigahara, donde ha sido dada por muerta. Movida por un presentimiento de que algo malo ha sucedido, Sara decide, contra toda advertencia, adentrarse en el bosque para encontrar a Jess.
La película trata de explotar el tema de Aokigahara, un bosque a los pies del Fuji que goza de una macabra fama como principal emplazamiento de suicidios. La leyenda negra de Aokigahara viene de antiguo y son muchas las teorías sobre la relación de este bosque con lo sobrenatural (incluyendo algunas que lo relacionan con la práctica del ubasute o abandono de ancianos durante el siglo XIX, que aparece brevemente mencionado en la película), aunque lo cierto es que comenzó a cobrar fuerza de la mano de la literatura, especialmente a partir de un relato de Seicho Matsumoto publicado en 1960, en el cual dos amantes ponían fin a sus vidas en este escenario. Tres décadas después, en 1993, Aokigahara era mencionado en El completo manual del suicidio, de Wataru Tsurumi,[1] contribuyendo a asentar el oscurantismo en la cultura contemporánea y a expandirlo de manera internacional.
Para ello, se vale de (en apariencia) fuertes influencias del cine de terror japonés (que hemos tenido ocasión de analizar aquí, desde Ringu hasta la saga Ju-on), difuminando la línea que separa vivos y muertos valiéndose de un espacio especialmente receptivo para la presencia de los espíritus de aquellos que han fallecido atormentados o fruto de una maldición (que, en este caso, sería haber perdido la vida dentro del bosque). También se han querido ver influencias de cintas occidentales como El proyecto de la bruja de Blair (1999), debido al protagonismo del bosque.
Sí debe reconocerse, al respecto de Aokigahara, que durante el primer acto se trasluce una clara pretensión de dar una mayor dimensión y profundidad al mito del bosque como espacio maldito o encantado, en parte para dar esperanzas a la protagonista, pero también para dar consistencia a la ambientación. En el fondo, Aokigahara funciona como un personaje más, del que se busca que también tenga un desarrollo que no sea plano.
No obstante, aunque a priori ofrece un planteamiento original con el que sumergirse en el terror psicológico, la película pronto se descubre como una cinta de escasas aspiraciones y manufactura tosca, prefiriendo dirigirse hacia la sucesión de sustos causados por la presencia de espíritus que antes no estaban, cadáveres que aparecen repentinamente y espacios en los que el bosque parece cobrar vida y confabularse contra la protagonista, desaprovechando así la oportunidad de profundizar en lo sobrenatural como fuente de la tensión, de la tragedia y de la incomodidad del espectador en el asiento.
Es una lástima, ya que esta búsqueda de asustar al espectador a través de sobresaltos hace que la exploración psicológica de la protagonista quede excesivamente diluida a lo largo del metraje, de forma que el personaje de Sara apenas puede dedicarse a recuperar el aliento durante y tras las carreras de huída, reduciendo prácticamente a la mínima expresión un suculento trauma infantil que hubiera podido servir como motor de la película. Desafortunadamente, da la sensación de que los responsables no se hubieran encontrado completamente seguros a la hora de apoyar más peso del metraje en ese aspecto, reduciéndolo a un misterio que progresivamente se va desvelando de manera superflua, y que transmite la sensación de ser anecdótico pese a su trascendencia real (en la cual no queremos profundizar para no desvelar giros relevantes de la trama).
Por otro lado, el guion tiene lagunas evidentes, que comienzan a descubrirse a lo largo del segundo acto y se confirman sobradamente en el tercero. Estos fallos no tienen por qué afectar a un disfrute poco exigente, pero lo cierto es que suponen inconsistencias considerables, que quedan sin resolución, dejando una sensación contradictoria ante el, por otro lado, precipitado final. Estas carencias argumentales contrastan especialmente con el interés mostrado durante la primera parte de la película por explicar (o incluso, sobreexplicar) algunos de los conceptos que tendrán relevancia durante la búsqueda en el bosque (tales como la orografía del terreno o el mal funcionamiento de las brújulas, por citar algunos ejemplos).
En definitiva, constituye un intento superficial de emular el tan valorado cine de terror nipón, en la falsa creencia de que adoptando elementos japoneses la película obtendrá automáticamente esa particular sensibilidad del género producido en Japón. A cambio, juega la baza de atraer a las salas a espectadores interesados en la cultura japonesa, precisamente por esta ambientación, si bien cabría aquí intentar disuadir a aquellos en duda, puesto que la película recoge una serie de tópicos repetidos hasta la saciedad. Si bien desde la perspectiva asiática somos excesivamente duros con la cinta, debe reconocerse el esfuerzo a su director, Jason Zada, que consigue dotar a su ópera prima de una interesante ambientación.
Aunque El bosque de los suicidios no va a suponer una revolución en el género, y probablemente pase sin pena ni gloria ante el público, cumple la función más básica que debe requerirse a una película: el entretenimiento. Tampoco resulta excesivamente larga, sino que proporciona hora y media de sobresaltos con una historia que aparentemente nada entre dos aguas, pero que logra distraer y hacerse llevadera para el espectador sin grandes expectativas.
Notas:
[1] Se trata de una publicación muy controvertida en la que se enumeraban, de manera neutra y aséptica, una serie de métodos para cometer suicidio, de los cuales se valoraban distintos aspectos como el dolor, la preparación requerida, el impacto que podía tener en otras personas o la efectividad de cada una de las técnicas. A pesar de la polémica surgida a raíz de su publicación, el libro no fue censurado ni retirado del mercado, por entender que no realizaba ningún tipo de incitación al suicidio, únicamente exponía diferentes métodos valorando sus características, entendiéndose como una guía de curiosidades o, en el peor de los casos, como una orientación para aquellas personas que ya hubieran tomado previamente la decisión.