No podíamos terminar este análisis por entregas[1] de Kubo y las dos cuerdas mágicas sin dedicar unas líneas a hablar de los créditos finales de la película, un aspecto que resulta especialmente cuidado en esta producción, y que además resume perfectamente la esencia de la cinta. Y es que la historia termina, la película se acaba, los espectadores comienzan a abandonar la sala… y tiene lugar una secuencia magnífica, por la combinación de sus distintos elementos.
Por supuesto, una secuencia de créditos es, ante todo, funcional. Tiene que servir para recoger, acreditar y reconocer los nombres de todas las personas que han estado implicadas en la producción, con sus respectivos cargos o labores realizadas. Esto hace que, normalmente, el público no repare en ellas, ya que el aporte que pueden recibir como espectadores es escaso, máxime cuando puede accederse a este tipo de información a través de internet con relativa facilidad. Desde hace unos años, Marvel ha cultivado en su Universo Cinematográfico una estrategia que le ha dado frutos de manera más que positiva: la inclusión de una escena de metraje adicional, generalmente en clave humorística o como avance de próximas entregas, justo al final de los créditos, antes de terminar la proyección. Gracias a esta táctica, han conseguido desarrollar en el fan medio la tendencia a permanecer en las salas de cine hasta que el proyector se apaga.
Sin embargo, estos casos resultan una excepción, y en general resulta muy complicado lograr la atención del espectador, si bien muchas producciones ponen buen cuidado en hacer atractivas estas secuencias. Para ello, suelen tener una serie de recursos a su alcance, aunque en numerosas ocasiones estas secuencias se encuentran encorsetadas por su propia función y poseen una capacidad de innovación menor que, por ejemplo, los créditos iniciales (secuencias en las que solo se recogen algunos aspectos relevantes de la producción -director, protagonistas, etc.- y que pueden afrontarse con mayor creatividad desde los estudios). No obstante, a pesar de estas limitaciones, pueden darse ejemplos que sintetizan la esencia de la película, como es el caso de Kubo y las dos cuerdas mágicas.
Tras la escena final y un fundido a negro, comienzan a sonar los acordes de una melodía familiar, interpretada por un shamisen como el que permitía a Kubo desplegar toda su magia. Se trata de la canción de los Beatles While my guitar gently weeps, interpretada por Regina Spektor, que suena mientras se desarrolla la secuencia, en animación tradicional. Ninguno de estos elementos es escogido al azar, como veremos, comenzando por la propia canción elegida.
While my guitar gently weeps fue compuesta por George Harrison en 1968, y se incluyó en el famoso “álbum blanco” de los Beatles. La versión original de la canción consistía en una grabación en semiacústico, que se incluyó en el álbum Anthology 3. Sin embargo, Harrison se encontró con problemas a la hora de representar lo que él buscaba transmitir con esta canción, a lo cual no ayudaba la falta de interés del resto del grupo por este tema. Para solucionarlo, Harrison invitó a tocar con él a su amigo Eric Clapton, cuya presencia logró implicar a la banda y crear el resultado que todos conocemos. Musicalmente, el tema poseía fuerte influencia de la música tradicional india (recordemos que en 1968 se produjo la visita de los cuatro de Liverpool a la India, para asistir a un curso de meditación impartido por el Maharishi Mahesh Yogi, un hito que marcaría la trayectoria de la banda), mientras que la letra parte de un experimento de Harrison, que en aquel momento se veía influido por las filosofías orientales, no solo india, sino también china. La lectura del I Ching[2] le había impactado profundamente, convenciéndole de su máximo precepto: nada ocurre por casualidad, todo tiene relación. De este modo, cuando se decidió a escribir la canción, en una visita a sus padres, se planteó a sí mismo tomar un libro al azar, abrirlo y escribir en función de las primeras palabras que leyese, puesto que, más allá de lo que dijesen, estas palabras tendrían relación con ese momento exacto de su vida. Las palabras fueron “gently weeps”, dando origen a la canción.
A pesar de los tintes legendarios de esta historia, es llamativo ver que la canción elegida para los créditos finales de Kubo y las dos cuerdas mágicas es un tema en el que convergen Oriente y Occidente de una forma a priori tan natural. Y es que resulta natural porque los Beatles han sido el estandarte de la música moderna, la piedra de toque desde la que se ha desplegado buena parte de la música comercial en las décadas posteriores. Aunque el alcance de su influencia es discutible, la percepción de la banda como un pilar fundamental de la música de los setenta en adelante no va desencaminada, especialmente, a la hora de entenderlos como catalizadores y difusores de influencias, aspecto en el que los sonidos tradicionales de la India podrían ser un buen ejemplo. Así pues, para el público actual, los Beatles suponen uno de los elementos más representativos de la cultura occidental contemporánea, por lo tanto, recuperar uno de los temas con mayor influencia oriental es una alusión doble: a la propia cultura y a la cultura “exótica” que, por convivencia, se ha asumido como propia.
Así pues, la canción elegida subraya la idea fundamental que se plantea en Kubo y las dos cuerdas mágicas (y que ya tuvimos ocasión de plantear en el artículo anterior): la película es, en esencia, una fusión de elementos de dos culturas, japonesa y occidental, para obtener un producto artístico nuevo, que nos encaja con naturalidad en ambos contextos. Es decir, por un lado, Kubo… es tan occidental que al público occidental le resulta propia, cercana, y por otro lado, Kubo… es tan japonesa como podemos entender que sería cualquier producción nipona.
La canción que suena durante estos créditos finales no es la versión original, sino una versión grabada ex profeso, con modificaciones que hacen que se ajuste mejor a este espíritu. En primer lugar, la interpretación a shamisen, que ya anticipábamos, la relaciona directamente con el protagonista de la película. En segundo, la voz elegida para cantarla es Regina Spektor. No se trata de una elección casual, sino plenamente intencionada para reforzar esta idea de unión de culturas. Esta cantante, de origen judío, nacida en Rusia y criada en Estados Unidos, es conocida por su eclecticismo y versatilidad, moviéndose con soltura en todo tipo de géneros musicales, desde el hip hop hasta el punk. Esta capacidad le ha permitido alcanzar una fuerte evolución en su carrera, plagada de temas diferentes y alejada de un estilo único e identificable.
En este sentido, la interpretación de Regina Spektor supone la reafirmación de la fusión cultural: ella versiona y hace suyo un tema ya existente, del mismo modo que Kubo y las dos cuerdas mágicas se vale de la cultura japonesa para conseguir la verosimilitud de la historia y su funcionamiento a todos los niveles, desde el narrativo al homenaje, pasando por la globalización.
En el aspecto visual, la secuencia comienza con una sucesión de escenas en animación tradicional, en las que se van sucediendo los distintos escenarios en los que se ha ambientado la película: desde la cueva en la roca donde vivía Kubo, pasando por la Fortaleza de Hanzo, hasta el fondo del lago con las criaturas submarinas, que sirven para presentar al director y a los responsables de producción. A partir de aquí, se reviven algunas secuencias de la película, que presentan a los personajes para poder acreditar a los actores que les han dado vida. Todo ello ocurre con una serie de transiciones, al ritmo de la música, que crean una dinámica propia, y que se intercalan con escenas en las que existen alusiones claras a grabados ukiyo-e, adaptando el estilo del grabado xilográfico nipón a las necesidades estéticas de la película. En este sentido, destaca la inevitable alusión a La Gran Ola de Kanagawa, que esta vez sí aparece de manera explícita como recurso visual (recordemos que, en la película, se realizaba una alusión a este grabado, aunque de manera mucho más sutil, tal como analizamos en el artículo anterior).
Lo interesante de esta secuencia es que, una vez presentados todos los responsables de la producción, los actores e incluso la interpretación de la música de los propios créditos, la animación concluye con una escena muy similar a la escena final de la película, con Kubo arropado por los espíritus de sus padres en forma humana. De ellos surgen tres trazos, que se desplazan hacia abajo, alusivos a las tres cuerdas mágicas que componen el shamisen de Kubo. En un determinado momento, la imagen se transforma, y estos trazos se convierten en cuerdas reales sobre un fondo verde, en un travelling vertical que conduce hacia el gran esqueleto que custodiaba la Espada Irrompible. A partir de ahí, una cámara se desplaza por el plató de grabación, mientras a un ritmo muy acelerado, se ve a los trabajadores y operarios preparando la secuencia para ser animada. Finalmente, la cámara se aleja y cae un telón negro, sobre el cual se hace una transición, creando el efecto de papel antiguo, y comienza la sucesión de nombres de todos los artistas y técnicos que han tomado parte en la película.
Así pues, durante los créditos tiene lugar una escena con una referencia metacinematográfica utilizada para reconocer el trabajo de los profesionales que han intervenido en el film, es decir, le otorga una nueva dimensión a la función propia de esta secuencia. No solamente se recogen los nombres, sino que se muestra al espectador todo el trucaje, todo lo que se escode tras la creación de la escena, las horas de trabajo, de planificación, las pequeñas modificaciones que se requieren para llevar a cabo tan solo una escena de una animación en stop motion… Nuevamente, durante el final, el peso vuelve a recaer en la importancia de contar historias. En el fondo, este pequeño making off es una autoafirmación: el equipo de Laika está ahí para contar historias, y es lo que hacen, dentro de sus posibilidades.
En su afán por transmitir, han convertido la película Kubo y las dos cuerdas mágicas en su mejor obra hasta la fecha. La complejidad de la cinta, que hemos ido analizando a lo largo de esta serie de artículos, pone en evidencia que no se trata de un proyecto casual, sino de una obra cuidadosamente pensada y realizada con mimo, en la que volcar de forma sutil una visceral declaración de intenciones.
Notas:
[1] En anteriores artículos, tratamos en primer lugar la película de manera general, a continuación nos ocupamos de estudiar la estructura narrativa, comprobando cómo se trataba de un guion muy cuidado en el que no se dejaban aspectos al azar sino que todo tenía una marcada intencionalidad dirigida a transmitir el mensaje de la importancia de las historias en la vida diaria y como necesidad humana. Un tercer artículo se centró en analizar la mirada como un tema recurrente, una suerte de leit motiv dentro de la película que se repetía en varias ocasiones, dando distintos puntos de vista sobre el acto mismo de mirar. Finalmente, el artículo anterior a este se centró en la manera en la que se recreó en el film la cultura japonesa.
[2] El I Ching, o Libro de las Mutaciones, es uno de los Cinco Clásicos confucianos, es decir, una de las cinco obras previas a Confucio que se incluyen dentro de la doctrina confucianista. El I Ching era un manual de adivinación, cuya antigüedad se remonta hasta el siglo XI a.C., si bien su contenido más filosófico, los apéndices, pudieron haber sido redactados por el propio Confucio o por sus discípulos.