Revista Ecos de Asia

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This article was written on 06 Ene 2017, and is filled under Cine y TV.

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A propósito de Kubo y las dos cuerdas mágicas: construyendo Japón

En Ecos de Asia hemos tenido ocasión de hablar largo y tendido sobre la película Kubo y las dos cuerdas mágicas. A lo largo de varios artículos, hemos abordado ya su reseña, un análisis narrativo y otro sobre el simbolismo de la mirada en la película. No obstante, otro aspecto importante había sido relegado a un segundo plano, ya que será ahora cuando nos ocupemos de la construcción de la ambientación en clave (mayormente) nipona.

A lo largo de numerosas entrevistas,[1] dentro de la campaña promocional del film, Travis Knight, su director, ha declarado la admiración que siente hacia la cultura japonesa en general y hacia algunos aspectos de la misma de forma más particular, como puede ser el caso de Akira Kurosawa. Este tipo de declaraciones no hace sino subrayar algo que resulta evidente en la propia película: que ha sido realizada desde una perspectiva concreta, y que la elección de una historia de ambientación nipona no fue en absoluto algo anecdótico para Laika, sino que respondía a una marcada intencionalidad.

Es el propio Knight quien sirve de catalizador para toda esta clase de influencias, que agrupa en dos vertientes: la fantasía, fruto de la pasión por la literatura (especialmente, de fantasía y ciencia ficción) que le inculcó su madre, y la cultura japonesa, de la que se enamoró con apenas ocho años cuando su padre le llevó de viaje a Japón. Así pues, puede percibirse cómo la personalidad del director crea un impacto directo en el metraje, tanto en la ambientación como en el tratamiento de la idea de familia, un aspecto en el que no vamos a profundizar, pero que sí resulta interesante mencionar.

En cualquier caso, en el presente artículo vamos a prestar atención tanto a estas influencias externas como al tratamiento que se ha realizado de la cultura japonesa dentro de la producción.

En primer lugar, debe destacarse la influencia cinematográfica de Akira Kurosawa. Knight, que se define como un gran admirador del cineasta nipón, reconoce la influencia que Kurosawa ha ejercido en su forma de concebir el cine, a consecuencia de la inspiración de La fortaleza escondida en Star Wars. La guerra de las galaxias fue una de las primeras películas en dejar huella en Travis durante su infancia, de forma que al descubrir que existía una película que había servido de referente, pronto se empapó del cine de Kurosawa.

Así, Knight busca materializar en Kubo y las dos cuerdas mágicas el concepto de la épica de Kurosawa, en el que dentro de las grandes historias siguen presentes una serie de ideas fundamentales, independientes a la magnitud de la fantasía, que resultan esenciales para el ser humano. De este modo, la “pequeñez” de lo humano se magnifica y absorbe la “grandeza” de la historia épica que sirve de hilo conductor. Probablemente, más allá de lo conceptual, el rasgo más evidente de esta influencia es puramente visual, el aspecto del auténtico Hanzo, que solamente se desvela en pequeñas escenas hacia el final de la película. Hanzo es un samurái de aguda mirada, marcados rasgos y recortada barba, que recuerda al aspecto de Toshiro Mifune, el actor fetiche de Kurosawa, y especialmente a su personaje en una de las películas más célebres de ambos, Yojimbo.

No obstante, más allá de la importancia de los referentes en la construcción cinematográfica de la película, en esta ocasión queremos centrar nuestra atención en la construcción visual, en cómo se crea este Japón imaginado y verosímil, que aglutina en sí mismo una serie de rasgos más propios de la cultura occidental, que se enmascaran a la perfección dentro del metraje.

Como destacamos de manera anecdótica en el primer artículo que dedicamos a Kubo y las dos cuerdas mágicas, la historia comienza con una alusión clara a La Gran Ola de Kanagawa, el archiconocido grabado de Hokusai. Knight ha reconocido en más de una ocasión que no se trata de algo casual, sino de una referencia colocada intencionadamente para construir en la mente del espectador (occidental) la imagen del Japón tradicional que, si bien responde a ciertos estereotipos, sirve como un punto de partida para entrar dentro del universo de la película. Supone, además, uno de los más claros ejemplos del empleo del ukiyo-e como referencia estética principal a la hora de configurar la película, si bien en muchas ocasiones esta influencia se muestra de manera mucho más sutil.

Uno de los momentos que evocan La Gran Ola de Kanagawa.

Uno de los momentos que evocan La Gran Ola de Kanagawa.

Por supuesto, el origami tiene un papel fundamental en la historia. La centenaria tradición del plegado del papel se combina con el uso del shamisen, uno de los instrumentos tradicionales por excelencia, para desarrollar la magia que supone la fuente de poder de Kubo. Este recurso permite la doble función de esta magia: por un lado, empoderar la acción de contar historias como un acto relevante (como ya vimos), y por otro lado, transmitir que el origen de esta magia es plena y puramente japonés.

Las Tierras Lejanas dan la posibilidad de una mayor flexibilidad y fantasía, a la hora de crear escenarios que evocan por igual a ambas culturas. Unas tierras frías, donde los temporales y la nieve cubren el paisaje, del que únicamente asoman grandes esculturas. Es inevitable evocar en estas formas emergentes los daibutsu o grandes Budas, en particular el de Aomori, pero también traen a la memoria algunas grandes construcciones de la Antigüedad, como el Coloso de Rodas, una idea que se refuerza al encontrarse derruidas, semienterradas, en un recurso que se ha utilizado tradicionalmente para evocar la Antigüedad clásica.

Del mismo modo, el monstruo que custodia la Espada Irrompible es un esqueleto cuyo aspecto y movilidad suponen una sorprendente combinación de referencias orientales y occidentales. Por un lado, los enormes monstruos en stop motion de Ray Harryhausen en las superproducciones mitológicas de mediados del siglo XX; y, por otro lado, varios grabados ukiyo-e de fantasmas, entre los que destacan El fantasma de Kohada Kohki y Gashadokuro, el esqueleto hambriento. Estos grabados han sido popularizados ligados a los artistas Hokusai y Utagawa Kuniyoshi, dos de los más importantes nombres dentro del grabado ukiyo-e, si bien debe tenerse en cuenta que se trataba de iconografías muy difundidas que prácticamente todos los artistas reproducían de la misma manera, con escasas variaciones. Este hecho es el que ha favorecido que la amplia difusión de estos grabados de fantasmas hayan generado unas imágenes únicas y fácilmente reconocibles dentro del imaginario colectivo occidental, si bien en Occidente han tenido mucha menor trascendencia de la que tuvieron en Japón. De hecho, esta referencia se pone de manifiesto de manera bastante explícita en la Fortaleza de Escarabajo.

El esqueleto de la película.

El esqueleto de la película.

El fantasma de Kohada Kohke, de Hokusai.

El fantasma de Kohada Kohke, de Hokusai.

Gashadokuro, de Utagawa Kuniyoshi.

Gashadokuro, de Utagawa Kuniyoshi.

Dentro de la ambientación, cabe destacar también el hecho de que la película se sitúe en otoño. Esto tiene cierto sentido (quizás un poco forzado) a nivel cronológico, como veremos más adelante, pero funciona tanto a nivel cultural como narrativo. Cuando el otoño tiñe de rojo las hojas de los arces, en Japón tiene lugar una costumbre de observación, similar al hanami de primavera en el que se contemplan las rosadas flores del cerezo. Aunque en la actualidad está mucho menos extendido como evento social y contemplativo, el momiji sigue conservando su popularidad, especialmente a través de dulces típicos del momento. En cualquier caso, más allá de que en la actualidad vaya ligado o no a celebraciones, sí debe entenderse el momiji como un momento significativo dentro del desarrollo cíclico de la vida, un punto de cambio y transición. A nivel narrativo, el paisaje otoñal resulta más que conveniente para que Kubo pueda crear con su magia el barco, formado por hojas de árbol caídas, que les permitirá cruzar el lago. No obstante, el segundo momento en el que adquieren importancia, para ilustrar la historia de Mona, las hojas de arce que revolotean como estrellas comparten, en cierto modo, ese espíritu de cambio, la transformación que experimenta la madre de Kubo al descubrir la humanidad.

El pequeño Hanzo de origami marca el rumbo en el barco que Kubo crea con hojas caídas.

El pequeño Hanzo de origami marca el rumbo en el barco que Kubo crea con hojas caídas.

La película transcurre, mayoritariamente, en escenarios naturales, cuevas, bosques, el lago… lo cual hace que cobre un particular interés la Fortaleza de Hanzo, por convertirse en muestra representativa de la concepción de la arquitectura tradicional japonesa dentro del universo de la cinta. De este modo, aunque su aparición es muy breve, puede intuirse en ella la disposición de la casa tradicional japonesa, así como las ostentosas decoraciones pictóricas de las paredes. Además, por tratarse del estudio en el que Hanzo preparó su gran aventura en busca de la armadura y la espada, pueden atisbarse entre los papeles y objetos revueltos algunas alusiones pictóricas y visuales a elementos significativos que han servido de inspiración durante la película. Cabe destacar la pared pintada en la que aparecen los padres de Kubo sosteniéndole cuando era un bebé. Se trata de una serie de paneles corredizos o fusuma en tonos dorados, muy próxima estilísticamente a la Escuela Kanô, uno de los estilos pictóricos nipones desarrollado a partir del siglo XV, que gozó de gran éxito en círculos militares de elevada posición, siendo el estilo predilecto a la hora de realizar la decoración interior de los grandes castillos japoneses. Resulta muy acertado, por lo tanto, recurrir a este estilo dentro de la fortaleza del legendario guerrero.

Uno de los fusuma de la fortaleza, en el que se ve a la familia de Kubo.

Uno de los fusuma de la fortaleza, en el que se ve a la familia de Kubo.

Habíamos obviado hasta el momento uno de los rasgos fundamentales, por su trascendencia narrativa, de la cultura japonesa presentes en Kubo y las dos cuerdas mágicas. Se trata del festival del O-Bon, una celebración dedicada a honrar a los muertos. Este festival supone el comienzo y el final de la aventura, con gran peso argumental en ambos momentos. Al comienzo, cuando la anciana Kameyo le cuenta a Kubo en qué consiste esta celebración, Kubo se ve tentado de participar, para poder entablar contacto con su difunto padre. Al caer la noche con Kubo en el festival, su familia los localiza y desencadena la persecución. Durante la batalla final, el poder de Kubo trae de vuelta a los espíritus de los difuntos, cuya reconfortante visión a su vez retroalimenta la fortaleza de Kubo para vencer definitivamente a su rival. Y, ya en el desenlace, las linternas del festival permiten una última ventana de comunicación entre Kubo y sus padres, quienes arropan a su hijo por última vez bajo el canto de las garzas doradas, un animal vinculado simbólicamente al ciclo vital. La primera vez que estos animales aparecen, Mona, desde su posición de maestro, explica que los cantos de la garza transmiten el mensaje de que los seres humanos no desaparecemos, sino que nos transformamos para continuar en otro lugar o, dicho de otro modo, transmiten el precepto budista de la reencarnación que se manifiesta, sutilmente, en los cambios de identidad que sufren los padres de Kubo en distintos momentos de la historia.

Escena final, con Kubo rodeado por los espíritus de sus padres. Es notable el parecido del padre con Toshiro Mifune.

Escena final, con Kubo rodeado por los espíritus de sus padres. Es notable el parecido del padre con Toshiro Mifune.

El festival del O-Bon tiene lugar durante el verano, en distintas fechas, y en él se realizan distintas celebraciones, como las danzas Bon Odori, un animado baile al ritmo de los tambores o taiko en el que se da la bienvenida a los ancestros que visitan el mundo terrenal. Este baile aparece representado al comienzo de la película, el día previo a que las Hermanas ataquen la aldea. No obstante, esto tiene que ver con el aspecto quizás algo forzado de la cronología, que comentábamos anteriormente. El festival del O-Bon tiene lugar en distintas fechas dependiendo de la región, pero siempre en verano, las variaciones oscilan únicamente entre el mes de julio y el mes de agosto. Es en este festival cuando se desencadena el ataque a la aldea y la huida de Kubo a las Tierras Lejanas, de modo que puede tener cierta coherencia cronológica considerar que el festival se estaba celebrando en agosto, y que el viaje por las Tierras Lejanas supone una elipsis de un tiempo mayor del que parece a simple vista, de modo que cuando encuentran a Escarabajo ya ha comenzado el otoño. Sin embargo, esta lógica se ve alterada en el momento en que, al volver a la aldea, esta se encuentra completamente en ruinas, con sus habitantes escondidos y atemorizados y las linternas en el agua del río, como si no hubiera pasado el tiempo. No obstante, este detalle queda lejos de entorpecer la conexión que mantiene al espectador dentro de la película.

El Bon Odori que se celebra en la aldea.

El Bon Odori que se celebra en la aldea.

Finalmente, sería interesante prestar también algo de atención al Rey Luna. Su forma monstruosa, a priori, parece pura fantasía, sin embargo, existe un referente también para esta criatura. Se trata de los ohmu, los insectos gigantes de Nausicaä del Valle del Viento, opera prima (y manga) de Hayao Miyazaki. Evidentemente, el Rey Luna presenta considerables diferencias, pero la estructura y el diseño general recuerdan vagamente a estas criaturas. Además, una de las principales características de los ohmu es que poseen múltiples ojos, de modo que la asociación de ideas resulta evidente. Por otro lado, Travis Knight ha reconocido su admiración por Studio Ghibli, y ha llegado a declarar que para él resulta un honor que haya quien considere a Kubo y las dos cuerdas mágicas como una sucesora natural de las películas del estudio nipón. Así pues, no parece difícil sospechar que el equipo de Laika tomase inspiración de uno de los clásicos por excelencia de Ghibli, quizás incluso de manera inconsciente, para diseñar a este monstruo.

El Rey Luna convertido en monstruo.

El Rey Luna convertido en monstruo.

Un ohmu de Nausicaä del Valle del Viento.

Un ohmu de Nausicaä del Valle del Viento.

Sin embargo, la faceta antropomorfa del Rey Luna resulta también interesante de analizar, y posee un referente mucho más antiguo, que se remonta incluso a los tiempos de El cuento del cortador de bambú, bien conocido en los últimos años gracias a la adaptación animada llevada a cabo por Isao Takahata, El cuento de la Princesa Kaguya. En este relato, Kaguya es una habitante de la Luna que ha sido enviada a la Tierra como castigo. En el mundo terreno, Kaguya aprende a sentir y vive como una humana, durante años ignorando su propia naturaleza. Sin embargo, cuando su castigo concluye, los habitantes de la Luna vuelven en una gran comitiva para recogerla y Kaguya, con todo el dolor de su corazón humano, vuelve con su familia, en el momento en el que viste con las ropas propias de los suyos, pierde nuevamente la capacidad de sentir. Salvando las distancias, porque el Rey Luna demuestra ser capaz de sentir emociones muy similares a las humanas, este personaje responde en cierto modo a esta misma tradición de seres desnaturalizados que, por su carencia de aptitudes humanas, se les atribuye la Luna como procedencia: lo bastante cercana como para que puedan, ocasionalmente, visitarnos, y lo bastante lejana como para que sean incapaces de comprender el funcionamiento del alma humana.

Por otro lado, otra de las declaraciones realizadas por Travis Knight (en este caso, para The Film Stage) destacaba la influencia de Kiyoshi Saitô, un artista nipón dedicado al grabado. El arte de Saitô (1907 – 1997) suponía una nueva forma de entender plásticamente el grabado japonés, en un tiempo en el que el ukiyo-e había caído en desuso y apenas quedaban artistas que utilizaban esta técnica como algo experimental, muy alejada de los preceptos en los que se había desarrollado durante el periodo Edo (1603 – 1868).

Saitô no solo supone una renovación estética dentro del grabado, sino que esta nueva estética es fruto de la asimilación e interiorización de una combinación de influencias propias de la cultura japonesa con la de algunos artistas occidentales que ejercieron un papel fundamental durante el siglo XIX, como podría ser el caso de Matisse o Gauguin. Así pues, su principal innovación (y la influencia que ejerce en la película que nos ocupa) es, esencialmente, conceptual: la fusión de dos culturas para la obtención de un producto artístico nuevo, que encaja con naturalidad en ambos contextos.

No obstante, tendremos ocasión de profundizar en este aspecto más adelante, en el último artículo de esta serie de aproximaciones a Kubo y las dos cuerdas mágicas.

Notas:

[1] Para realizar este artículo han sido consultadas entrevistas al director en los siguientes medios: Bustle, Rolling Stone, Wired, The Film Stage, Cartoon Brew, Slash Film y The Mary Sue.

avatar Carolina Plou Anadón (272 Posts)

Historiadora del Arte, japonóloga, prepara una tesis doctoral sobre fotografía japonesa. Autora del libro “Bajo los cerezos en flor. 50 películas para conocer Japón”.


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