Revista Ecos de Asia

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This article was written on 22 Sep 2014, and is filled under Arte, Historia y Pensamiento.

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Algunas notas sobre las iglesias católicas del Japón.

Después de que Gonroku aquí persiguió a los vivos, comenzó a perseguir a los muertos, mandando desenterrar todos los que había en los tres cementerios de esta ciudad, que eran el de la Misericordia, de Santa Cruz y Santa María, y que los pasasen al de San Miguel, que queda fuera de ella. (…) Al mismo tiempo mandó deshacer y asolar algunas iglesias que aun quedaban en pie, pero como cuerpos sin alma y difuntos; pues desde el año 1614 en que nos desterraron de Japón estaban yermas y sin celebrarse en ellas el divino Sacrificio. La principal era la de la Misericordia, que solo con verla los fieles de esta ciudad se consolaban y animaban. Las otras fueron las de San Miguel, San Lorenzo, Todos los Santos en los arrabales de Nagasaki, la de Santa Clara en Urakami a media legua de aquí, y otra que estaba en la banda de allá de este puerto llamada Inasa; y con estas se acabaron del todo cuantas iglesias teníamos en Japón. [1]

Durante el llamado ‘siglo cristiano de Japón’,[2] que en verdad no duró ni apenas setenta años, se desarrolló en el archipiélago japonés, especialmente en las islas de Kyushu y Honshu, toda una serie de producciones de arte cristiano (kirishitan bijutsu – término que preferimos ante el más popular namban bijutsu, que haría referencia también al arte profano de referencia occidental), de entre las cuales las iglesias –y los edificios que junto a ellas se construían– fueron sin duda uno de los ejemplos más singulares. De algunas, como la de Inasa, no ha perdurado apenas ni el nombre, pero lo cierto es que las iglesias fueron no poco habituales, y además de en la ciudad de Nagasaki –llamada por algún contemporáneo la “Roma de Oriente”– existieron templos en lugares como Kioto, Bungo, Yamaguchi o Hirado, además de colegios y seminarios en Arima, Azuchi y Funai. Debido a las intensas vicisitudes que acaecieron durante estas décadas, en las que las conversiones, persecuciones, apostasías y martirios se sucedieron en varias oleadas, el testigo de estas iglesias fue más bien desgraciado, pero aunque no conservamos restos materiales de las edificaciones, no es poco lo que podemos conocer de ellas. Esta  ausencia material ha creado consistentes controversias en la historiografía, pero los estudios más concluyentes han coincidido en indicar una serie de elementos que pasamos ahora a presentar.

Son dos los tipos de fuentes principales que nos permiten conocer estas iglesias:

• Los biombos namban (namban byobu) realizados por artistas japoneses, especialmente de la Escuela Kano, que, muy ligada al shogun, realizó múltiples representaciones de ciudades, en las cuales por supuesto aparecieron representaciones de los templos. Quizás una de las más célebres sea la vista de Kioto realizada por Kano Motohide para un abanico, donde se observa un colegio jesuita.

Kano Motohide, vista de Kioto, país de abanico, s. XVII.

Kano Motohide, vista de Kioto, país de abanico, s. XVII.

• Las fuentes religiosas –esencialmente jesuíticas– compuestas por una multitud de tratados, libros de diferente clase y, especialmente, cartas, que hablan tanto de cómo deberían ser estas iglesias como de los  acontecimientos que les fueron sucediendo a algunas de las más importantes: en ellas se hace referencia  tanto a los materiales y las técnicas constructivas de la arquitectura vernácula y sus sistemas de  proporción, como a las maneras en las que los occidentales adaptaron la arquitectura nativa, proporcionando en ocasiones múltiples y cuidadas descripciones.

Las ilustraciones de la discordia, que representarían  la Casa de la Compañía de Jesús en Azuchi y el  Colegio de la misma compañía en Funai.

Las ilustraciones de la discordia, que representarían la Casa de la Compañía de Jesús en Azuchi y elColegio de la misma compañía en Funai.

A pesar de ello, estas fuentes no siempre son concluyentes, lo que ha ocasionado no pocas polémicas entre  los historiadores. Aunque en la actualidad de manera general se admite que durante las primeras décadas  de la evangelización se reutilizaron antiguos recintos budistas y se obró de una manera más arbitraria en la  construcción (y, ciertamente, mucho más desconocida), tampoco queda muy claro si a partir de 1580 se  efectuaron, como sostienen autores como Ishikawa, “construcciones a la occidental” –con construcciones en materiales como el ladrillo y utilizando arcadas, que no existen en la arquitectura tradicional japonesa  como tal–. Un argumento a favor de tal opción lo encontraban autores, como Sato, que creyeron al pie de la  letra las ilustraciones de un libro de Ciappi, [3] editado en Roma tras la embajada Tenshô de 1582, y que  mostraba edificios de clara construcción occidental: años después se explicaría esta particularidad cuando  se supo que las mismas placas de grabado eran reutilizadas para edificios de la Compañía alrededor de  todo el mundo y que aludían a edificios genéricos. Para el mismo Sato, el propio San Francisco Javier  habría traído consigo al Japón una edición italiana del de Re Aedificatoria de Vitrubio, una teoría que no  fue capaz de demostrar y que tampoco hubiera bastado para explicar la rápida formación de unos  hipotéticos constructores japoneses.

Una opinión más generalizada es que a partir de 1580 se siguieron con particular regularidad las recomendaciones dadas por el visitador Alessandro Valignano,[4] que, llegado a Japón en 1579, dictó una serie de prescripciones relacionadas con la nueva arquitectura religiosa que habría de realizarse en el Japón, proponiendo un modelo ciertamente híbrido que parece aproximarse mucho más al representado en las pinturas de la Escuela Kano. Así, el padre Valignano, en sus Advertimentos e Avisos acerca dos costumes e catangues de Jappao cuenta cómo hay que acomodarse a las costumbres constructivas del país –consultando para ello a buenos maestros locales–, señala las diferencias de su modelo con los templos budistas (que colocan la imagen religiosa en la  pared más larga, dando lugar a otra distribución), y prescribe una serie de elementos que da por necesarios: que se incluyan salas  de estilo japonés (con puertas correderas –shoji– desmontables) y que la iglesia esté rodeada por una amplia varanda y un patio  que contenga una fuente o pozo para que los fieles puedan  lavarse antes de entrar a la iglesia cuando vengan en época de  lluvias. De este texto se aduce que el suelo de la misma estaría  recubierto de tatamis –tal como sabemos que se aplicó en  muchas–, a la manera japonesa, y que por ello los fieles deberían  lavarse antes de entrar, y que igualmente en la varanda[5] se  aplicaría una arquitectura vernácula, siendo grandes corredores  abiertos arquitrabados.

Por tanto, ¿cómo serían pues estas iglesias japonesas?

Fragmentos de biombos que muestran el interior  y el exterior de las iglesias.

Fragmentos de biombos que muestran el interior
y el exterior de las iglesias.

Por lo que conocemos por las pinturas, la mayoría de esas iglesias seguían la arquitectura tradicional japonesa, utilizando materiales como madera y papel, y por lo general no alcanzarían demasiada altura – consecuencia tanto de los elementos constructivos como de la propia estética vernácula, que tiende hacia una integración con la naturaleza mediante la horizontalidad. Sin embargo, al igual que en los templos budistas, éstas solían levantarse sobre el suelo con algunas gradas, y podía haber estructuras de varios pisos, tal como se aprecia en el abanico de Kano Motohide; sabemos también, por las descripciones, que algunas de ellas tuvieron torre campanario o torre del reloj. Lo que las diferenciaba claramente de los templos budistas eran los elementos estrictamente cristianos, pues se buscaba que se integrasen en la arquitectura urbana japonesa:[6] al exterior destacaban únicamente las cruces que coronaban algunos de los edificios, pero en el interior se aplicó un mobiliario litúrgico y artístico verdaderamente híbrido. Los altares no utilizaron grandes retablos según la estructura europea, sino que, por lo que se aprecia en las pinturas, se conformaban en torno a la imagen devocional colocada sobre una estructura lígnea, que habitualmente recibía profusa decoración y sobre la que reposaban otros elementos litúrgicos tradicionales como candelabros. La imagen solía ser pintada, bien al novedoso óleo (importada o de creación local) o incluso mediante sumi-e: gracias a esta  característica fueron muchas las imágenes que se salvaron, enrolladas, de las persecuciones y destrucciones. Una de las iconografías más habituales fue la del Salvator Mundi, aunque también tenemos noticias de imágenes de diferentes advocaciones de la Virgen y de algunos de los santos más importantes. En ocasiones, la imagen misma se ocultaba a la vista general por cortinajes, tal y como sucedía en muchas iglesias españolas.

Fragmento de biombo que ilustra el interior de una iglesia, en el que podemos  apreciar la hibridación entre las formas japonesas y occidentales.

Fragmento de biombo que ilustra el interior de una iglesia, en el que podemos
apreciar la hibridación entre las formas japonesas y occidentales.

Por último, al igual que en Occidente y en el Nuevo Mundo, las iglesias solían estar acompañadas por toda una serie de edificios como colegios, seminarios, residencias para distintas autoridades, casas para los misioneros, hospitales, salas de visita, talleres de pintura y grabado…

Más allá de toda esta serie de generalidades, tenemos datos concretos sobre toda una serie de iglesias y, a modo de introducción, vamos a concentrarnos únicamente en las que fueron las tres principales de Nagasaki, capital indiscutible de la cristiandad japonesa, que, como toda arquitectura que se precie, no tuvieron una historia constructiva ni remotamente simple.

La más antigua de ellas fue la Iglesia de Todos los Santos –de la que hoy apenas queda un pozo–, situada en el actual montecillo de Todosan, que recibió de ella su nombre. Tres iglesias se levantaron sobre este terreno, que hoy ocupa un templo budista zen: la primera, instalada a finales de 1569 en un pequeño templo budista, sirvió de “campamento base” al padre Villela para comenzar la predicación. Al año siguiente, en 1570, teniendo ya numerosos conversos, desmontó el templo y con la misma madera hizo construir una “pequeña pero fresca iglesia”, que ardería en 1574 durante un ataque rival a la ciudad; se reconstruiría pero sólo duraría hasta 1603, cuando fue sustituida por un edificio de nueva planta, más grande. Al quedar más a desmano del centro de la ciudad, esta iglesia sirvió de refugio a muchos misioneros durante las persecuciones de 1587, 1592 y 1597. Del templo de nueva planta apenas sabemos que debió ser bastante grande, pues a lo largo de los años tuvo allí residencia el Provincial, y más tarde fue sede del Noviciado, y de parte del Seminario y el Colegio. Clausurada en 1614 como muchas otras iglesias, permanecería en pie hasta 1619.

Nuestra Señora de la Asunción fue en cambio la iglesia más popular y bulliciosa de la ciudad: San Martín de la Ascensión, uno de los mártires de Nagasaki, llegó a decir que era tan transitada como la Casa de Contratación de Sevilla, y existen testimonios que la relatan siempre llena (“con haber en esta ciudad otras tres iglesias en las que se dice misa todos los días festivos, y hay en ellas predicación, a ésta concurre tanta gente que los domingos se llena tres y cuatro veces”);[7] sabemos también que acudían gentiles a contemplarla, pues era considerada como una de las maravillas de la ciudad. Conocida también como Iglesia del Cabo (Misaki no Kyokai), por su ubicación, se trató en realidad de cuatro construcciones sucesivas. La primera fue una muy pequeña, provisional, levantada por el padre Belchior de Figueiredo en 1571. En 1581 se inauguró una iglesia de nueva planta, de la que sabemos que fue profanada en una persecución, y que tuvo varios altares, un retablo, y el suelo cubierto por tatami. La tercera iglesia, más grande que la anterior, se inició en 1585 con dinero de las limosnas; al no estar acabada para cuando en 1587 se prohibió el cristianismo, se dejó cerrada en vez de destruirse, y así pudo reabrirse cuando en 1590 se levantó la prohibición. Pero nuevamente sufrió envites por parte del shogunato: en 1592 se ordenó su derribo para reutilizar la madera en edificios de la cercana Nagoya, pero el clamor popular consiguió parar este desmonte e iniciar la reconstrucción en 1593, quedando reinaugurada para la  Navidad de ese año. En 1594 se levantaría, anexo, el Colegio  de San Pablo, con una casa para los misioneros jesuitas.

Sabemos que el culto en esta iglesia fue muy popular, y que  en momentos de máxima afluencia “corría peligro la misma  vida”; en 1600 se levantó un cancel que separaba la zona  masculina de la femenina. Tan pronto como en 1601 comenzó a levantarse la versión definitiva, consagrada ese mismo año pero en construcción durante más tiempo. Esta nueva iglesia, de nueva planta y más grande, seguía las instrucciones del Padre Valignano: sabemos sus medidas (31 x 13 tatami, es decir, 58 x 25 m), que iba rodeada de amplias varandas (por las que se procesionaba todos los años) y que tuvo un patio tan grande –o más– que la iglesia, contando también con un jardín interior con árboles frutales.

El interior fue muy ricamente ornamentado, con lámparas de plata y varias imágenes: sabemos que tuvo  un “retablo”, y que la advocación del templo pudo estar dedicada a la Virgen –Pacheco opina que ésta sería  una imagen al óleo obra del Padre Juan Nicolao o de su taller. La iglesia tuvo igualmente un campanario  “que es de gran ornato”, con tres campanas y un curioso reloj astronómico, que era de gran novedad y  conmoción para los japoneses y en el que las horas estaban escritas tanto en latín como en japonés. En 1604 se completó el conjunto con una escuela primaria, quedando finalmente organizado en cuatro  bloques:

Planta de la iglesia y el recinto de la Iglesia del Cabo, o  Nuestra Señora de la Asunción. Fuente: Pacheco, 1977.

Planta de la iglesia y el recinto de la Iglesia del Cabo, o
Nuestra Señora de la Asunción. Fuente: Pacheco, 1977.

• La iglesia
• La escuela primaria.
• Las Casas del Obispo y el Seminario Mayor.
• El Colegio de San Pablo, con residencia de misioneros y salas de huéspedes, parte de la imprenta y taller de grabado y pintura. Éste fue considerado el centro de la vida religiosa de la ciudad.

La iglesia vería su última gran ceremonia en 1614, cuando se ordenó su desalojo y su deconstrucción: por gran devoción, parece ser que los habitantes de la ciudad se negaron a ello y que hubieron de utilizarse trabajadores de una población vasalla; finalmente, harto el gobernador, mandó prender fuego a lo que todavía quedaba en pie, incautando el terreno, en el que en los años venideros se construiría la Residencia del Gobernador, que quedaba así estratégicamente instalado frente a la isla de Dejima.

Muy importante, por estar ligada a la Casa de la Misericordia (que en Nagasaki se funda en 1583), fue su iglesia, dedicada a la Visitación de Nuestra Señora – por lo que en algunos documentos es llamada de Santa Isabel). Ésta se levantó entre 1583 y 1584, y compartía terreno con la propia Casa de la Misericordia y con  un cementerio; sabemos que tuvo también una torre campanario con reloj, y que en tiempos de  persecución dio refugio a muchos misioneros célebres. En 1606 sería erigida parroquia. En 1608 se levantó  otra iglesia de nueva planta “más grande y capaz” gracias a las limosnas: sería la única de las iglesias del  centro de la ciudad que no se destruyó en 1614, pues fue destinada a servir de almacén de tatamis y shoji. Cuando la oleada final de destrucción aconteció en 1619, se  llevaron los restos de su cementerio al de la iglesia de San  Miguel, situada extramuros.

En Nagasaki hubo además muchas otras iglesias; tenemos  noticia de otras trece: San Juan Bautista (que tenía el  Hospital de San Lázaro, para leprosos), Santa María del  Monte –primero ermita y luego iglesia “grande y capaz”–,  San Lázaro de Urakami (que también tuvo un hospital de  leprosos), Santiago (que tuvo un hospital para enfermos  comunes), Santa Clara de Urakami –que también comenzó  como ermita–, San Antonio –construida para el hijo del  vicegobernador, el padre Antonio Murayama– San Pedro,
San Lorenzo, Santo Domingo, San Francisco, San Miguel – situada extramuros, y con un cementerio al que se llevaron  los restos de otros–, San Agustín y la iglesia de Inasa, de la  que nada se sabe. Y es que –continuando con la cita con la  que dábamos comienzo a nuestro artículo– después de la  destrucción de iglesias, cementerios y hospitales, vendrían  también la Casa de Misericordia, hospitales y leproserías:

(…) así con esta inhumana crueldad quedaron sin albergue más de cuatrocientos pobres (…) El  intento de este gentil (…) es procurar que no quede en Nagasaki señal de que hay cristianos (…) A  su vuelta, que será de aquí a tres o cuatro meses, vendrá el último golpe de la persecución en Nagasaki.[8]

Y así fue. Cierto es que, desde la época de la reapertura, existe una pequeña pero consistente comunidad católica en Japón, que hoy cuenta con notables iglesias, todas ella de cuño mucho más moderno. Igualmente, desde el campo de la Historia del Arte y sobre todo, de la arqueología –pues fueron muchos los cristianos que continuaron sus prácticas bajo la clandestinidad– se está adquiriendo un conocimiento cada vez mayor sobre el tema del que aquí nos hemos ocupado. Pero esto ya queda fuera de las limitaciones de
nuestro especial y nos dedicaremos a ello en otra ocasión.

Para saber más:

  • Pacheco, Diego. “Iglesias de Nagasaki durante el “Siglo Cristiano”, 1568-1620.”, Boletín de la Asociación Española de Orientalistas, 1977, pp. 49-70.
  • Arimura, Rie. “Las misiones católicas en Japón (1549-1639): análisis de las fuentes y tendencias historiográficas”, Anales de Investigaciones Estéticas, vol. 33. No. 98, noviembre de 2011. Disponible online en: http://www.scielo.org.mx/scielo.php?pid=S0185-12762011000100002&script=sci_arttext
  • García Gutiérrez, Fernando. “Introducción y desarrollo del arte occidental en Japón en los siglos XVI y XVII.”, en Gómez, Anjhara (ed.), Japón y su relación con Occidente. Conmemoración de los 400 años de relaciones España-Japón. Sevilla, Universidad Internacional de Andalucía, 2014. Pp. 81-104.


Notas:
[1] Matheus de Couros, Nagasaki 20 de Marzo de 1620, Jap. Sin 35, 137-138, citada en Pacheco, Diego. “Iglesias de Nagasaki durante el “Siglo Cristiano”, 1568-1620.”, Boletín de la Asociación Española de Orientalistas, 1977, pp. 69-70.
[2] Lo cierto es que este es un término controvertido –prefiriéndose el llamado “Siglo ibérico”–, pues el cristianismo no fue en Japón una corriente mayoritaria (aunque sí novedosa) ni definidora del mismo – además, pasó gran parte de estos supuestos años cristianos perseguido y en la  sombra. Sin embargo, lo usamos aquí por respeto a los grandes estudiosos de la materia, a los que citamos, y a los que no nos gustaría contradecir.
[3]Ciappi, Marco Antonio. Compendio delle heroiche et gloriose attioni, et santa vita di papa Greg. XIII, Roma, Stamperia degli Accolti, 1596, pp. 39-40.
[4] Sería Valignano la persona que más insistiese en la creación de centros educativos a lo largo del país, además del introductor de la imprenta en Japón, algo que divulgaría tanto los modelos iconográficos cristianos como su literatura.
[5] La RAE define como veranda una “galería, porche o mirador de un edificio o jardín.”

[6] En uno de los proyectos de construcción de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Nagasaki se dice que el edificio irá rodeado por una varanda “de la manera que usamos en Japón, por ser así más cómodas y apacibles a los ojos de los japoneses”.

[7] Gabriel de Matos, Nagasaki, 1 de enero de 1603, British Museum add. Ms. 9859 f. 194-195. Pacheco, op. cit.

[8] Matheus de Couros, Nagasaki 20 de Marzo de 1620, Jap. Sin 35, 137-138, citada en Pacheco, op. cit. pp. 69-70.

avatar Marisa Peiró Márquez (145 Posts)

Marisa Peiró Márquez (marisapeiro@ecosdeasia.com) es Doctora en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza. En esta misma universidad se licenció en Historia del Arte y realizó el Máster en Estudios Avanzados de Historia del Arte, así como el Diploma de Especialización en Estudios Japoneses. Se especializa en el Arte y la Cultura Audiovisual de la primera mitad del s. XX, y en las relaciones artísticas interculturales, especialmente entre Asia y América Latina (fue becaria del Gobierno de México), con especial interés en el Sudeste Asiático y en Oceanía.


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