Revista Ecos de Asia

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This article was written on 07 Ene 2014, and is filled under Historia y Pensamiento.

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Bali: ¿el último paraíso? (I)

Hoy, casi todo el mundo ha oído hablar de Bali. Para algunos significa un pequeño sitio al que ir, uno de tantos puertos de un crucero alrededor del mundo; a otros, les evoca imágenes de chicas morenas con pechos bonitos, palmeras, olas, y todas aquellas nociones románticas que la convierten en un paraíso de los Mares del Sur. En general, la idea popular sobre Bali acaba aquí.[1]

Esta básica noción daba comienzo a un best seller estadounidense de 1937. La escribía Miguel Covarrubias (un artista mexicano otrora célebre, devenido antropólogo), pero podría ser perfectamente válida para nuestros días. Todo el mundo tanto hoy como en 1937, tiene una ligera idea sobre Bali… Pero esto no siempre fue así. A lo largo del siguiente reportaje intentaremos recordar cómo y por qué llegamos a tener esta cierta ligera idea sobre lo que Bali es; o, más bien, sobre lo que nos gustaría que fuera.

Ya a finales del siglo anterior Occidente, que rehuía lo conocido, quiso huir hacia el apetecible trópico. A fines del XIX, Gauguin se había marchado a Tahití y había cambiado el mundo del Arte, mientras que una nativa vestida de lady inglesa, la reina Liloukalani, había sido despojada de su corona hawaiana. Los imprecisos mares del Sur se habían estandarizado, aparecían a diario en la prensa y en la creciente industria del cine, y el mundo ansiaba algo más, exótico y desconocido… Y durante unos años lo encontró en Bali.

Mapa de la compañía K.P.M., con las primeras carreteras oficiales y las primeras rutas turísticas.

Mapa de la compañía K.P.M., con las primeras carreteras oficiales y las primeras rutas turísticas.

Bali no entró en la cultura popular occidental hasta bien entrados los años 20, por motivos tanto culturales como logísticos. Era una época frenética, en la que el mundo iba cada vez más rápido. El agobio de la vida moderna hizo necesaria la adaptación de nuevos paraísos en el imaginario popular. Y entonces llegó Bali.

Por supuesto, Bali había tenido desde hacía más de un milenio una cultura muy rica, pero ésta no interesó a Occidente hasta que este lo estimó oportuno. Fueron los Países Bajos quienes minimizaron durante siglos la importancia de la isla, abrumados por el enorme potencial de islas vecinas como Java o Célebes, pero también por ser Bali un territorio relativamente pequeño (de una superficie similar a la de Cantabria), que, no obstante, no lograron dominar hasta el muy tardío 1909, tras una serie de cruentas conquistas que concluyeron con los suicidios masivos de varios reyes con sus séquitos, y con la muerte de una importante parte de la población.

Sin embargo, una vez conquistada, los holandeses se dieron cuenta de que Bali ofrecía escasa rentabilidad como fuente de materias primas o de mano de obra. Pero sí disponía de un envidiable y fotogénico entorno natural y de una distinta y distante cultura; por lo que decidieron promocionar la isla como destino cultural, y también como uno de los primeros ejemplos de Parque Natural de la Historia.

Así, se construyeron las primeras carreteras. Se habilitaron barcos regulares que conectasen la isla con la próxima Java, tan cercana y a la vez tan diferente. En Denpasar, se abrió la primera casa de huéspedes, que luego se convertiría en el Bali Hotel (al principio apenas un edificio colonial con camas de hospital, aún muy alejado de los lujosos hoteles de otras ciudades asiáticas como Tokio o Shanghái), y unos pocos inversores compraron los primeros coches que permitirían realizar a los turistas más aventureros “cómodos” viajes de varios días por la isla, en los que visitaban los arrozales y alguno de los más de veinte mil templos que todavía pueblan su territorio.

Así, Bali pronto sería conocida como “la isla de los Dioses”. Pero no fue el gobierno colonial holandés, en pleno poder a partir de 1909, el que consiguió hacer famosa a la isla, sino la imagen que de ella transmitieron sus famosos visitantes.

El primero de importancia fue el errante, y errático, W. O. J. Nieuwenkamp (1874-1960), periodista y artista gráfico holandés, que visitó la isla en varias ocasiones y que se dedicó mediante una serie de libros ilustrados, como Bali en Lombok (1906), a difundir las bondades y beldades de la isla entre sus congéneres de la metrópoli. En una atractiva clave art nouveau, el libro de Nieuwenkamp hablaba del Bali monumental y del Bali de la ruina (el artista asistió, en 1906, a la conquista y destrucción de Denpasar, la capital balinesa), al tiempo que se interesaba por las formas de representación autóctonas. Pero todavía faltaba un elemento definitivo para que surgiese el flechazo, pues, al fin y al cabo, Europa ya tenía muy definidos sus propios vergeles románticos.

A la izquierda, una de las ilustraciones del libro de Nieuwenkamp. A la derecha, relieve de un templo de Medwe Karang, donde el artista aparece inmortalizado en su característica bicicleta.

Este paso llegaría con un libro de inesperado éxito, debido a un entregado alemán, Gregor Krause (1883-1959). Éste, tras extrañas vicisitudes relacionadas con el ejército, llegó a Bali en 1912, destinado a la aldea de Bangli como médico de la administración colonial. Krause no se encontró con un Bali de templos monumentales, ni tampoco con un fluido puerto colonial infestado de comerciantes extranjeros, como podía ser Singaraja. Lo que encontró fue el Bali de los kampong; un Bali rural, enfermo, hambriento y débil tras las guerras coloniales, y que, a pesar de ello, luchaba por transmitir y embellecer sus tradiciones.

Hubo que esperar al final de la Gran Guerra para que “Bali 1912”, con texto de Krause y más de cuatrocientas fotos seleccionadas de entre las muchas que tomó durante el ejercicio de su profesión, fuese publicado, y para que tanto la isla como el autor alcanzaran la fama. Krause dio a la isla lo que le faltaba: bellas mujeres semidesnudas. Sus retratos de la pobreza rural y la religiosidad tradicional fueron entendidos, especialmente en los Estados Unidos, como un ejemplo de libertad y de exuberancia femenina. El cambio se había obrado: aunque a la gente todavía le costaba situar Bali en un mapa, se sabía que era un lugar de hermosas mujeres morenas, apacible y tranquilo, algo completamente diferente de lo que había mostrado Nieuwenkamp en sus dibujos. En 1926, la traducción del libro de Krause al inglés coincidió con la irrupción de Bali en el mundo del cine, paso definitivo y casi totalmente irreversible.

Algunas de las fotografías de Gregor Krause en Bali 1912.

En este mismo año llegaba a la isla su visitante más ilustre, aunque, ciertamente, Walter Spies fue todo menos un turista. Nacido en Moscú, en una familia de diplomáticos alemanes, se formó como músico y pintor (naïf, expresionista, cubofuturista… en fin, como todos y como ninguno en Dresde) en Alemania durante la década de los 20. En 1923 aceptó un puesto en la orquesta de gamelán del sultán de Yogyakarta (Java), y tres años más tarde llegó a Bali. Algo tuvo la isla que le hizo sentirse enseguida como en casa. Así, pronto, y mientras se dedicaba a estudiar las artes locales (en especial la música y la danza, sobre las que a posteriori teorizaría), Spies se autoproclamó embajador de los extranjeros en Bali, ofreciéndose como guía y anfitrión de todo recién llegado.

Spies coincidiría con algunos estudiosos, como Roelof Goris (1898-1965), el primero que se preocupó por la historia antigua de Bali, y quien estudió y tradujo las antiguas inscripciones en kawi, un sistema de escritura abugida derivado del sánscrito y de más de mil años de antigüedad. Pero en poco tiempo Spies logró ser el más experto conocedor de la isla (no ya de su pasado, sino de la del presente), y requerido y amado por todos. A partir de 1938, se haría construir un “refugio” de montaña en la confluencia de dos ríos, en la que se alojarían, entre otras celebridades, Charles Chaplin, Noël Coward, Vicky Baum o Colin McPhee.

Por ello, no es extraño que cuando los primeros cineastas recalaron la costa balinesa acudieran a la búsqueda de este particular hombre blanco (que, además de ser rubio y particularmente pálido, acostumbraba a vestir de blanco impoluto) para que les ayudase a rodar películas de aventuras. Tal fue el caso de André Roosevelt (1879-1962) y Armand Denis (1896-1971). El primero había llegado a Bali incluso antes que Spies, en 1924. Pero no fue hasta 1928 cuando Roosevelt y Denis, siempre asesorados por Spies, comenzaron a rodar la que fuera la película más importante sobre Bali: Goona-Goona (también conocida como The Kriss, Black Magic y muchos otros títulos exóticos). Con una trama bastante convencional, combinaba las dosis justas de romance, esoterismo y aventuras selváticas con alguna que otra mujer en topless, y se convirtió en un éxito tras su estreno en 1930. Goona-Goona no fue, en realidad, la primera película sobre Bali, pero sí la más importante: el término llegó a hacerse tan popular que incluso un club de ambiente y de intercambio de parejas de la década de 1930 recibió este nombre.

Así, en los años siguientes surgirían toda una serie de películas de explotation balinesas, algunas de las cuales reutilizaban escenas incluso de otras películas o de archivo. Entre ellas destacan la alemana Insel der Damonen (1933), o las americanas Virgins of Bali (1932), Legong (1935) y Wajan, son of a witch (1937). En plena Depresión, América necesitaba escapismo y divertimentos, y el recién impuesto Código Hays censuraba prácticamente cualquier atisbo de sexualidad en pantalla, así que hubieron de ser estos films (que se ampararon en las diferencias culturales y que incluso llegaron a presentarse como “desnudez para todos los públicos”) los que colmaran las expectativas de sensualidad en las pantallas, gozando, por ello, de un gran éxito y rentabilidad. La conocida como “épica Goona-Goona” (el término era, supuestamente, una palabra nativa para referirse a un afrodisiaco) estuvo en pleno auge durante toda una época, y se realizaron películas que poco o nada tenían que ver con Bali (¡algunas incluso ambientadas en África!), aunque siempre mostraban mujeres de armas tomar, desvestidas para la ocasión.

Carteles promocionales de algunas películas sobre Bali. El cartel de “Goona-Goona” promete “un drama de extrañas y grotescas costumbres… hechicería, brujería y los sensuales encantos de sirenas salvajes” y “el gozo del amor en la isla de Bali, el último paraíso en la Tierra”.

Sin embargo, justo antes de que se estrenase Goona-Goona, llegó a la isla (y por motivos muy diferentes a los que Hollywood se ocupó de vender) uno de sus visitantes más ilustres: Miguel Covarrubias. Covarrubias (1904-1957) era mexicano, aunque había sido todo un chico prodigio desde que un verano de 1923 llegase a Nueva York. Su carrera empezó a lo grande, como caricaturista para Vanity Fair y Vogue. Poco después vendrían el New Yorker, Fortune, Colliers, Life y muchas otras; también le llegarían los libros ilustrados y toda una serie de premios por publicidad. Cuando se casó a los veintiséis años con la bailarina y modelo Rosa Rolando, Miguel ya era toda una estrella.

Covarrubias había conocido Bali, como muchos otros, por el libro de Krause, y fue uno de los pioneros en irse, en 1930, de luna de miel a la isla. Pero su viaje fue un tanto peculiar. No fue, como muchos otros, en un crucero de lujo (pues estos todavía no arribaban), sino en un carguero, y durante el trayecto se tomó las molestias de aprender malayo (que entonces funcionaba como lingua franca en toda la región). Esto permitió a la pareja un mejor entendimiento de la cultura balinesa.

En un principio, Miguel tomó bocetos y pintó algunos gouaches, y Rosa se interesó por la gastronomía y por el baile. La pareja, guiada en un principio por Spies, residió en la isla durante nueve meses, viviendo incluso en la casa de un noble local (pues el Bali Hotel les desagradaba en exceso), y se convirtió pronto en experta en el microcosmos balinés. A su vuelta a Nueva York, en 1932, Miguel realizaría una exitosa exposición de pinturas de tema balinés, que, alabada por Diego Rivera, despertó el interés de la alta cultura (pues la baja ya había sido cautivada por las imágenes cinematográficas) por esta pequeña isla del Pacífico.

Tras Covarrubias, llegarían a Bali la mayoría de turistas y celebridades: las cifras se triplicaban año a año, y comenzaron a construirse los primeros hoteles de lujo, que a menudo contaban incluso con su propia compañía de música y bailes tradicionales. Bali se fue definiendo como un lugar de lujo y voluptuosidad, además de un lugar de libertad religiosa y sexual al que viajaban todos los que querían y podían. Bali se hallaba en boca de todo el mundo, y siempre con generosas palabras. Pero la ola definitiva de la balimanía todavía estaba por llegar.

Relieves de un templo balinés que representan a un oficial holandés empinando el codo, y a un hombre reparando un coche cargado de turistas. Ambos incluidos en Island of Bali (1937).

Continuará.

Para saber más:

  • Vickers, Adrian. Bali: Paradise Created. Penguin Books, 1989.
  • Covarrubias, Miguel. La isla de Bali. Palma de Mallorca: José J. de Olañeta, 2012 (edición original de 1937, en inglés, disponible en archive.org).

 

Notas:

[1] Covarrubias, Miguel. La isla de Bali. Palma de Mallorca: José J. de Olañeta, 2012. P. XIX.

avatar Marisa Peiró Márquez (145 Posts)

Marisa Peiró Márquez (marisapeiro@ecosdeasia.com) es Doctora en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza. En esta misma universidad se licenció en Historia del Arte y realizó el Máster en Estudios Avanzados de Historia del Arte, así como el Diploma de Especialización en Estudios Japoneses. Se especializa en el Arte y la Cultura Audiovisual de la primera mitad del s. XX, y en las relaciones artísticas interculturales, especialmente entre Asia y América Latina (fue becaria del Gobierno de México), con especial interés en el Sudeste Asiático y en Oceanía.


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