Revista Ecos de Asia

La figura del samurái en el cine. Origen y evolución del cine “chambara”

Si hablamos de transmisión de valores a través de historias, irremediablemente tenemos que hablar de Japón. El país nipón siempre ha sabido adaptar sus relatos a diversas manifestaciones artísticas y en el cine encontró un nuevo medio que le permitió llegar más allá de sus fronteras.

El país asiático está estrechamente ligado al cine desde sus orígenes. Thomas Alva Edison (1847-1931) había patentado en 1891 el kinetoscopio. Su exhibición pública no llegaría hasta la Feria Mundial de Chicago en 1893. Dos años después encontraremos su invento en Canadá y en el continente europeo, y en 1896 se importarán desde Estados Unidos las primeras películas al país del sol naciente.

Un año después, los emisarios de los Hermanos Lumière viajarían hasta Japón para mostrar el cinematógrafo, que se había presentado en un café parisino en 1895.

Estos nuevos inventos tuvieron una gran acogida entre los japoneses que no tardarían en crear su propia cultura cinematográfica.

Fotograma del filme Momijigari de Tsunekichi Shibata (1899)

La primera película propiamente japonesa se filmará en 1899 de la mano de un ingeniero de fotografía llamado Tsunekichi Shibata (1850-1929). Se trata del film Momijigari. El fragmento que ha llegado hasta nosotros está compuesto de dos trozos de la obra de teatro kabuki homónima. Narra el momento en el que Taira no Koremochi visita la montaña Togakushi para disfrutar de los arces y de los colores del otoño y cómo después luchará contra una mujer demonio de la montaña. En ella ya podemos encontrar uno de los géneros más conocidos del cine nipón que se mantendrá hasta nuestros días: el género chambara.

Con este término de chambara definimos al cine de espadachines que se ambienta en las diferentes épocas de la historia propiamente local japonesa.

El origen de este término lo tenemos que buscar en la onomatopeya del sonido que produce una katana al chocar con otra (chanchan) y al cortar el cuerpo de un adversario (barabara), definiéndose por consiguiente como chanchan barabara.

En realidad, esta tipología cinematográfica se suele enmarcar dentro del género conocido como jidai-geki y que se identifica como una producción cuya historia se enmarca habitualmente en un momento determinado de la historia del Japón Tokugawa (1603-1868) o anterior y tiene lugar en Edo, la entonces capital militar.

La figura del samurái: protagonista en la gran pantalla

La figura del samurái, junto con la de la geisha, son los dos grandes estereotipos que identificamos con la sociedad nipona. En el caso del primero, las historias de samuráis siempre han interesado a la sociedad japonesa, ya que se trata de la máxima representación de los preceptos del bushido (justicia, respeto, coraje, honor, benevolencia, honestidad y lealtad), valores que debería tener y transmitir todo japonés.

Estas historias protagonizadas por samuráis ya las encontramos representadas en diversas manifestaciones artísticas mucho antes de la aparición del cine. Ejemplo de ello son los ukiyo-e, donde la representación de guerreros constituye un género propio conocido como musha-e. Otro caso es el teatro . Considerado como una forma de entretenimiento propia de la aristocracia, sus representaciones tenían lugar en casas feudales bajo la protección de los samuráis. Por tanto, no es de extrañar que, con el nacimiento posterior del teatro kabuki en 1603 (como oposición al estatismo del ) uno de los temas predilectos sea el de los samuráis, ya que las luchas de espadachines llevan implícita la idea de dinamismo. En este teatro kabuki es donde tenemos que enmarcar la obra Momijigari, cuya adaptación ya hemos visto que es considerada la primera producción cinematográfica japonesa.

Entonces, ¿de dónde viene este cine chambara y cuál es su origen? Los historiadores lo sitúan en el llamado shinkoku-geki o teatro nacional. La excesiva teatralidad que podemos ver en los actores de los inicios del género, tanto en la interpretación como en las coreografiadas luchas, se debe a que los actores de estas primeras películas tenían sus referentes en las representaciones teatrales del teatro kabuki. Hubo un progresivo empeño de naturalización, en busca de un jida-igeki menos ritualizado y explícitamente más violento. De este cine de los inicios del género, podemos destacar al director Mansaku Itami (1900-1946). En sus películas, las historias de samuráis no plasmaban las épicas heroicidades a las que veníamos acostumbrados. Sus producciones solían ser sátiras donde utilizaba la simbología e iconografía del samurái para crear relatos en los que se pudieran reconocer aspectos tanto de la sociedad histórica como de la moderna. Ejemplo de ello es Akanishi Kakita o Capricious Young Man (1936). Basada en el cuento de Shiga Naoya (1883-1971) y ambientada en Edo, un samurái es ordenado por su señor que investigue la verdad que hay detrás del rumor de una posible rebelión contra él. Reseñable también es la producción de Sadao Yamanaka (1909-1938), que es considerado como el “padre” del chambara moderno a pesar de que su producción se enmarca entre los años 1932 y 1938. Yamanaka fue un paso más allá a la hora de sacudir los estereotipos del género y profundizó en una vertiente más crítica con la figura del guerrero. Su cine, denso y minimalista, a pesar de proponer potentes coreografías de combate, sienta las bases del género. En filmes como Humanidad y Globos de Papel (1937), podemos ver cómo su minimalismo bebía de las producciones de Yasujirô Ozu (1903-1963), director que en aquellos primeros años reconocía su predilección por el cine americano sobre el nipón.

Japón y su situación sociopolítica cambiarán bruscamente en veinte años y eso se reflejará en sus producciones cinematográficas. El militarismo exacerbado llevó a Japón a la invasión de Manchuria en 1931 y a la II Guerra Mundial, que concluyó con el lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki el 6 y el 9 de agosto de 1945. Ello obligó al país a firmar una rendición humillante en 1945 y a estar ocupado por EE. UU. hasta 1952.

En este contexto tenemos que enmarcar a la producción de los años cuarenta. Se hará bajo el intervencionismo estatal, estando así al servicio de un desaforado nacionalismo contagioso en el que los directores tenían que pasar por el aro de la industria. Muchos de ellos se negaron, pero hubo otros tantos que no pudieron evitarlo. En este complicado contexto es en el que tenemos que situar a Kenji Mizoguchi (1898-1956). En su cine hará un análisis de la transición de Japón del feudalismo hacia la época moderna. Su filmografía durante las décadas de los veinte y los treinta estuvo marcada por su compromiso contra el totalitarismo hacia el que se encaminaba Japón, pero durante la guerra esto cambiará y dirigirá películas de propaganda para la productora japonesa Shochiku, la más importante del momento en el país nipón. Aquí es donde tendremos que situar a películas como Los leales 47 ronin (1941), donde adapta la famosa historia del incidente de Ako de 1702. Una historia reconocida por todos los japoneses y tan importante que la encontramos como argumento de la obra de teatro kabuki Chûshingura y aparecerá representada en multitud de estampas, siendo una historia recurrente en la producción de artistas como Utagawa Kuniyoshi entre otros. Esta película, a pesar de su popularidad actual, supuso para Mizoguchi un batacazo comercial y fue su única incursión en el cine chambara. Otros ejemplos de la producción de Mizoguchi son La victoria de las mujeres (1946) y La espada de Bijomaru (1945), película que precisamente hizo que se librase de ir a la cárcel.

Los leales 47 ronin (1941), de Kenji Mizoguchi.

Es así como llegamos a las décadas de los años cincuenta y setenta, donde el cine chambara alcanzará su momento más álgido. Como hemos ido viendo, Japón se encontraba en un periodo convulso y de humillación. El país nipón pasó de ser un país feudal a una modernización democrática asombrosa y a convertirse así en el país líder tecnológico que conocemos hoy en día.

Durante esta etapa encontramos dos figuras fundamentales con una visión completamente distinta de la figura del samurái. Estos directores son Masaki Kobayashi (1916-1996) y Akira Kurosawa (1910-1998).

Masaki Kobayashi, tras graduarse en 1941 en la Universidad de Waseda, entró como asistente de dirección en los estudios de la mencionada Shochiku. Poco después de iniciar su aprendizaje en estos estudios, fue reclutado por el Ejército Imperial Japonés durante la II Guerra Mundial y lo enviaron a Manchuria. Él, que era abiertamente pacifista, se negó a combatir y a hacer una carrera militar. La brutalidad del ejército que vio en Manchuria no hizo más que reforzar su desprecio a la institución y marcó aún más si cabe sus valores antiautoritarios. Una de sus obras más conocidas es Harakiri (Seppuku, 1962). Se trata de una película de total desprecio al mundo del samurái, cuya filosofía enraizada en el bushidô identificaba con la militarización japonesa y, por tanto, con la entrada del país en los conflictos bélicos internacionales. Todo ello derivaba en el sufrimiento de la población nacional. En esta película, Kobayashi critica la doble moralidad del samurái y centra el argumento en un sólo escenario donde, a través de una serie de flashbacks, intenta señalar que nada es lo que parece. Al final, esta película se convirtió en una de las mejores películas de samuráis, sin perder esa intencionalidad crítica que perseguía el director.

Harakiri (Seppuku, 1962), Masaki Kobayashi

Como podemos ver, el país nipón estaba en un momento de crisis de valores derivada de sus derrotas militares. Este relato histórico necesitó historias en las que Japón pudiese recomponerse de esas humillaciones, así que encontraremos también películas donde la recuperación del samurái es la recuperación del código moral del bushidô. En esta época habrá directores que recuperaran la figura del samurái para convertirlo en un nuevo código moral.

Esto es lo encontraremos en las películas de Akira Kurosawa, donde el cineasta, pacifista y de izquierdas como Kobayashi, hará que el samurái ambicioso que exalta la violencia acabe derivando en catástrofes, muerte y destrucción, mientras que el samurái humilde y que protege a los débiles será el que termine triunfante. Es aquí donde encontramos Yojimbo (1961). Ambientada en el Japón del siglo XIX, Sanjurô (Toshirô Mifune), como samurái sin señor, llega a un pequeño pueblo dominado por los Ushi-Tora y los Seibei. Ambos bandos, en pugna por el poder, serán engañados por Yojimbo, quien finalmente los eliminará de la ciudad. Fue nominada al Óscar a mejor diseño de vestuario en 1962 y Mifune ganó la Copa Volpi en el Festival de cine de Venecia por su interpretación.

Al igual que para Ozu el cine americano supuso una referencia en sus inicios, Yojimbo será la referencia de vuelta al continente americano, sirviendo de inspiración a Sergio Leone para rodar en 1964 Por un puñado de dólares, realizada como homenaje a Kurosawa, según el propio director. Pero este no será el único ejemplo de cine japonés adaptado al western. Un ejemplo anterior lo encontramos con Rashômon (1950). Considerada una de las obras maestras de Kurosawa, fue la que le hizo mundialmente conocido por ganar en 1951 el Óscar a mejor película extranjera. En esta película, el protagonista vuelve a ser un samurái y, como con Yojimbo, Martin Ritt la adaptó al western en 1964 llamándola The Outrage (Cuatro confesiones). El ejemplo más conocido, por la fama que tuvieron las versiones tanto de oriente como de occidente, es el de Los siete samuráis (1954) y su versión adaptada al western, Los siete magníficos (1960). La primera obtuvo el León de plata en la Mostra de Venecia y tuvo dos candidaturas a los Óscar. La segunda, dirigida por John Sturges, es considerada un clásico del género y fue imitada por varios westerns posteriores. Además, ganó el Óscar a mejor banda sonora, compuesta por Elmer Bernstein.

Pero estas influencias del cine de samuráis en el cine americano no sólo llegan al género del western. Tendremos que trasladarnos a La fortaleza escondida (1958) para buscar la historia en la que se basa George Lucas a la hora de rodar La Guerra de las Galaxias (1977).

Rashômon (1950), de Akira Kurosawa.

Como hemos ido viendo, las historias de samuráis han sido una constante en el cine japonés prácticamente desde sus orígenes en el país nipón. Y es que, hoy en día, en la cultura de los mass media, estos relatos de samuráis se han adaptado a los nuevos medios. Esto, junto al proceso de globalización en el que nos encontramos y el momento que está viviendo Japón (en el que es la tercera potencia mundial y sede de los próximos Juegos Olímpicos), hace que encontremos innumerables ejemplos de historias de samuráis en los medios de masas japoneses más icónicos: el manga y el anime.

Podemos encontrar ejemplos donde el samurái está presente como Bakumatsu Rock, Pace Maker Kurogane o Samurai Champloo (2004-2005) donde, a través de una historia ficticia ambientada en el periodo Edo, una joven acompañada de un estoico ronin y un libertino y vagabundo espadachín, va en busca del “samurái que huele a girasoles”.

Pero sin duda, uno de los ejemplos por excelencia de historia de samuráis presentes tanto en el manga como en el anime, es la de Kenshin, el guerrero samurái. El manga se publicó entre los años 1994 y 1999, en cambio, el anime se emitió entre 1996 y 1998. Además, se ha rodado una película de animación, dos series de animación originales (OVAs) y cinco películas de acción real divididas en la trilogía original por un lado y, por otro, dos filmes que se estrenan este año 2021. Esta historia, ambientada en la era Meiji (1868-1912), está protagonizada por Himura Kenshin, un samurái que, tras haber sido un asesino, decide ayudar a los demás para redimirse.

Kenshin, El Guerrero Samurái (1996-1999)

El samurái es la figura del héroe que, con mayor o menor suerte, consigue superar las adversidades. Estas historias ejemplificantes para el país nipón siempre se han ido adaptando a los nuevos lenguajes conforme la sociedad ha ido cambiando y, en el cine, Japón encontró su refugio cuando su figura estaba en crisis por la primera derrota de toda su historia, tras la II Guerra Mundial y la posterior ocupación americana. Los directores de cine supieron adaptar su figura a los nuevos relatos que la sociedad nipona demandaba y, gracias a figuras como Kurosawa, los espadachines nipones consiguieron cruzar las fronteras encontrando su homónimo en la figura del cowboy. A pesar de ser una figura presente en la historia de Japón a lo largo de los siglos, los valores que representa hacen que el samurái continúe estando presente hasta nuestros días.

Para saber más:

  • CORRAL, J.M., Cine de samuráis. Bushido y chambara en la gran pantalla, Madrid, Líneas Paralelas, 2014.
  • El periodo Meiji en películas. Disponible aquí.
avatar Alba Finol (6 Posts)

Graduada en Historia del Arte (2017, Unizar) y Máster de Estudios Avanzados en Historia del Arte (2018, Unizar). Actualmente está cursando el Diploma de Especialización de Estudios Japoneses (Unizar) y es doctoranda del área de Asia Oriental en el Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza donde trabaja sobre el legado del mecenas Juan Carlos Cebrián Cervera (1848-1935). Fruto de su labor investigadora ha colaborado con el Museo Nacional de Artes Decorativas (Madrid) en la revisión catalográfica de más de 40 estampas. Además, se encuentra trabajando dentro de la estancia de Investigación Gonzalo M. Borrás Gualis de Territorio Mudéjar.


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