Revista Ecos de Asia

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This article was written on 23 Abr 2014, and is filled under Literatura.

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El Haiku de las palabras perdidas.

“Se llamaba Kazuo, hombre de paz, por lo que no debía tener miedo de enfrentarse a la peor de las guerras esgrimiendo como única arma el fiero corazón de un samurái enamorado.”

Portada del libro.

Portada del libro.

De esta forma tan contundente y poética nos describe Andrés Pascual a su protagonista, explicando el simbolismo de su nombre y a la vez concentrando en apenas dos líneas el espíritu del Japón más tradicional. Este mismo espíritu perdura a lo largo de toda la novela convirtiéndose al mismo tiempo en su máximo atractivo, así como en su peor hándicap.

El haiku de las palabras perdidas (Editorial Plaza Janés, 2011) puede parecer uno de esos bestsellers de título rimbombante y buscado exotismo, pero también encierra algunas reflexiones interesantes sobre la energía nuclear o el papel de la mujer en Japón.

La historia comienza el 5 de agosto de 1945 en la ciudad de Nagasaki, donde vemos florecer el amor adolescente entre dos jóvenes: Kazuo, un huérfano holandés criado por un médico japonés, y la bella Junko, hija de una artista del ikebana. Justo cuando se habían citado para compartir un haiku con el que sellarían su amor, estalla la bomba atómica que destruye por completo el valle, truncando la vida de todos sus habitantes y separando los destinos de nuestros protagonistas.

De manera paralela, el libro nos sitúa en el Tokio actual, en febrero de 2011, donde un arquitecto suizo asociado a la ONU, Emilian Zäch, intenta sacar adelante un proyecto que incluye el uso pacífico de la energía nuclear como fuente de energía. Allí se encontrará con una galerista de arte llamada Mei, obsesionada con encontrar el paradero del antiguo amor de su abuela Junko. Ambos trabajarán unidos, intentando dar cierre a una historia inacabada por la guerra, tratando de dar voz a esas palabras perdidas que, escritas en 17 sílabas, nunca llegaron a ser leídas.

El autor nos muestra así dos parejas de generaciones diferentes, con múltiples puntos en común e irremediablemente unidas por la tragedia que precipitó el final de la Segunda Guerra Mundial en Japón.

Considerablemente bien ambientada y documentada, lo más interesante de la novela es la manera en que nos traslada a ese Japón de los años 40, haciéndonos partícipes de las penurias físicas y económicas que los japoneses sufrieron durante la guerra, y el modo en el que se vivió la rendición de Hirohito. Por otra parte, es de considerar el esfuerzo de ir encajando ambas historias simultáneamente con una cadencia nada fácil de conseguir, y que como resultado nos da una obra muy fácil de leer, entretenida y casi adictiva, como todas aquellas que requieren un descubrimiento final que vamos poco a poco desentrañando.

Para los lectores occidentales medianamente versados en temas de japonismo, el libro puede resultar en ocasiones demasiado naif, pues el modo en que intenta transmitirnos la atmósfera de Japón resulta claramente eurocentrista. Yo misma no pude evitar leer con cierto recelo las primeras treinta páginas, donde intenta condensar un país tan complejo como es Japón en lo que casi podríamos considerar un “Manual básico para occidentales”. De esta forma, incluye consecutivamente y sin ningún pudor referencias constantes a tópicos muy elementales como el ikebana, el teatro Nô, los haikus, la isla de Dejima, el karesansui, las casas de té… que combina con la visión, no menos prosaica que tenemos del país en los años 40, dominada por el militarismo, el Kempeitai, las prostitutas maquilladas como geishas, etc.

Sin embargo, para aquel lector que consigue superar estos primeros capítulos sin recaer en exceso en el cinismo, queda reservada una historia de amor y guerra que por momentos se vuelve emotiva y maravillosa, trágica sin perder el optimismo, y escrita a modo de homenaje hacia el pueblo japonés y su más que demostrada capacidad de supervivencia ante la adversidad.

Precisamente, un ejemplo de ese poder de superación del pueblo japonés tuvo lugar el mismo año en que se publicó la novela. Cuando el autor se encontraba ya corrigiendo las pruebas de imprenta, aconteció el terremoto y posterior tsunami que trajo consigo el peor accidente nuclear de la última década, en la central de Fukushima. Si para el lector actual, que tiene aún en su cabeza y casi en su retina las imágenes de aquel 11 de marzo, este libro ya resulta altamente inapropiado por momentos, uno no puede imaginar lo inoportuno y polémico que debió de parecer en el momento de su publicación en 2011, meses después de los sucesos. Este hecho obligó al autor a incluir una nota aclaratoria en que confiesa que había pensado no publicar el libro tras la noticia.

Lo que resulta más polémico es la postura a favor de la energía nuclear que toma uno de sus protagonistas, defendiéndola como una fuente energética segura y no contaminante, en contraposición al petróleo o el carbón. Este planteamiento esgrimido meses antes del accidente en Fukushima podría haber resultado todo un alegato ecologista, también polémico, sin duda, pero en ningún caso tan difícil de digerir como resulta en estos momentos, pues en algunos pasajes resulta inadecuado y de mal gusto.

Si bien el autor no se posiciona, y deja hablar a sus personajes contraponiendo distintos puntos de vista, a favor y en contra del uso de esta fuente de energía, cierto es que el mero hecho de sacarlo a relucir ya resulta controvertido.

Al margen de este debate, la novela introduce otros elementos de reflexión que resultan muy interesantes y subyacen a la trama romántica, como por ejemplo la situación de la mujer en el Japón actual. Así, el libro nos muestra a una protagonista joven, trabajadora e independiente, pero que no deja de lado su tradición y pasado cultural, puesto que es capaz de llevar a cabo la ceremonia del té, y se mueve con la elegancia que todo occidental espera. Es aquí donde el libro pierde autenticidad, pues parece ir cumpliendo todos y cada uno de los estereotipos que, como occidentales, buscamos en el país del sol naciente.

Debemos comprender que ese exotismo, en algunos momentos muy forzado, se debe tanto a la procedencia del autor como a las exigencias del mercado y, de este modo, si para no defraudar a su audiencia debe incluir con calzador innumerables referencias al periodo Edo, samuráis con katanas, y preciosas mujeres de pelo sedoso enfundadas en kimonos, lo hará. Hemos de tener así mismo en cuenta el origen logroñés del autor, que casi le obliga a hablar del vino de Rioja y de las bodegas de Calatrava porque, asumámoslo, está en nuestro ADN.

Así pues, perdonémosle sus fallos, consecuencia de su inocencia occidental, y valoremos su obra como un delicioso pasatiempo y un modo de recordar con cariño a las víctimas de dos tragedias unidas por la energía nuclear. Les invito así a saborear con su lectura un breve momento de placer y belleza, como el que proporciona un haiku.

avatar Laura Martínez (173 Posts)

Licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza y Máster de Estudios Avanzados en Historia del Arte de la misma, con especialización en Cine. Actualmente realiza estudios de Doctorado en la Universidad de La Rioja.


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