Revista Ecos de Asia

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This article was written on 23 Ago 2017, and is filled under Historia y Pensamiento.

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Japón, 2015. El año que volvieron las protestas políticas

Las fotografías son propiedad de Elena Martín, fotógrafa afincada en Osaka, quien las ha cedido para ilustrar el texto. 

2015 era un año señalado en el calendario de Japón por muchos motivos, y lo que en él aconteció hará que sea recordado como un momento clave de la Historia nipona reciente, por la gran cantidad de giros políticos, de cierre de etapas y de apertura de otras nuevas, así como también por la reacción de sus habitantes, que protagonizaron las movilizaciones más importantes de los últimos  cincuenta años. Todo está por ver, obviamente, pero es posible que la máquina que se ha puesto en funcionamiento cambie por completo el camino que hasta ahora había seguido Japón, no sólo en su Historia, sino también en la Historia Universal.

2015 estuvo marcado para los nipones por dos hechos clave, uno circunstancial y otro histórico. El primero fue la reelección de Shinzo Abe como primer ministro, producida en noviembre del 2014, habiendo adelantado las elecciones ante el temor de que su partido perdiera más popularidad por las medidas económicas implementadas, y con la firme intención de afianzar la presencia del Jinmitou (PLD) en ambas cámaras representativas, con vistas a reformas aún más profundas, las cuales fue llevando a cabo a lo largo del pasado año y que, parece, no se detendrán ahí. El otro hecho clave fue el setenta aniversario de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, el cual en Japón volvía a sacar a relucir cuestiones peliagudas que demostraron su rabiosa actualidad, como fueron el imperialismo y los crímenes de guerra cometidos por el tenno del crisantemo y el recuerdo del horror de las bombas atómicas. Pero además, estos dos hechos no deben ser observados de forma aislada, pues fue la interacción que hubo entre ellos la que marcó los sucesos que allí se vivieron.

La Segunda Guerra Mundial ha sido sin duda el episodio que más ha determinado el devenir del mundo reciente y en el caso de Japón resulta del todo obvio. Habiendo interpretado en Asia el papel que pudo tener Alemania en Occidente, el fin de la guerra transformó el país de una potencia colonizadora a un estado casi siervo de los Estados Unidos. El trauma de ser el único país que sufrió bombardeos nucleares transformó la lealtad nipona, que abandonaba la creencia en su predestinación a dominar Asia por designio divino, y renunciaba a la idea de ser un pueblo elegido cuyos designios estaban marcados por el emperador, al cual no le quedó más remedio que aceptar su condición humana y firmar una rendición que se consideró deshonrosa, todo ello representado en el celebérrimo mensaje radiofónico que Hiro Hito enviaba el 15 de agosto a sus súbditos, a los cuales pedía “soportar lo insoportable para poder alcanzar una paz verdadera”. A partir de aquí, los EEUU impondrían una nueva Constitución que si por algo se destacaba era por su artículo 9, mediante el cual el estado nipón renunciaba al uso de la fuerza en conflictos internacionales. Japón pasaba a ser, de potencia expansionista, a embajador mundial de la paz, su ejército quedaba abolido y sólo a partir de la década de los cincuenta, debido a la delicada situación de la vecina península de Corea, se les permitía a los japoneses crear lo que se dio en llamar Fuerzas de Autodefensa, un contingente que supuestamente no podía actuar fuera del territorio y sólo podría entrar en combate bajo supuesto de sufrir una invasión externa. Todo lo referente a la defensa del país quedaba delegado en manos de unos casi plenipotenciarios Estados Unidos que subyugaban la política exterior japonesa por medio del longevo Tratado de Mutua Seguridad o AMPO.

La efeméride del final de la Segunda Guerra Mundial lleva teniendo una relevancia mayor los últimos años por dos motivos. El primero tiene que ver con el recuerdo del horror nuclear, que se ha avivado desde el terremoto de Tohoku en 2011 y los fallos del reactor de Fukushima en lo que ha sido uno de los desastres más grandes de la Historia en cuanto a energía nuclear se refiere. Aunque desde el minuto uno se nos bombardeó desde los medios con un histrionismo del todo inapropiado y se hizo contrastar con el tópico de la serenidad asiática y de cómo los ciudadanos reaccionaron con ejemplar templanza, lo único que podemos analizar con perspectiva de todo aquel accidente es que la dependencia de Japón sobre la energía nuclear es uno de los inconvenientes con los que los gobiernos tienen que verse constantemente. Podemos decir que el cambio de actitud de la población mayoritaria hacia la política, de una pasividad generalizada a una visión más crítica, comenzó a darse a medida que la gestión del accidente de Fukushima iba mostrándose más y más deficiente. Sin ir más lejos, el gobierno de aquel entonces, formado por partidos moderados que habían desbancado al PLD, no tuvo más remedio que dimitir y en las elecciones hizo un ridículo que volvió a poner al Jinmitou al frente del país.

Los conservadores, desde entonces, se han afanado en intentar demostrar que la situación en Fukushima está estable, pero los escándalos se han venido sucediendo sin cesar. En 2015, fueron al menos tres los obreros que perdieron la vida en tareas de mantenimiento de la central de Fukushima y se produjo, asimismo, la primera indemnización pública a un operario que contrajo cáncer tras haber sido empleado allí. Las quejas y demandas a la empresa propietaria, Tepco, tampoco han hecho sino aumentar, llegando el 29 de febrero a imputarse a los tres máximos directivos de la empresa durante la crisis de Fukushima, acusándoseles de negligencia. Además, ha sido también en  2015 el momento en el que, tras el apagón nuclear que se decretó por todo el país tras la crisis de Fukushima, se han vuelto a poner en funcionamiento algunas de las centrales, la primera en Sendai, en manos de Kyushu Electric Power, y precisamente durante el mes de agosto, poco después de las conmemoraciones sobre la caída de la bomba. La segunda, la de Takahama, en Fukui, a manos de Kansai Electric Power, fue puesta en funcionamiento el pasado febrero pese a las evidencias de agua contaminada que se encontraron en los alrededores. Hay además otros dos reactores que Tepco tiene pensado reactivar este verano, ambos en Niigata.

La pesadilla atómica sigue, pues, presente en el imaginario japonés y es sin duda el motivo principal para que el sentir mayoritario siga defendiendo la no-intervención en conflictos internacionales. Lo cual nos lleva al segundo motivo por el que el recuerdo del final de la Segunda Guerra Mundial ha sido importante en su setenta aniversario: la decisión del PLD de encaminar toda su política hacia el rearme y  la militarización de Japón.

Durante semanas previas al agitado agosto que allí se vivió, varias cuestiones salían a la palestra. En primer lugar, la actitud clásica del presidente Shinzo Abe hacia su pasado, que ha sido desde siempre complicada, teniendo en cuenta además la casta política de la que desciende, empezando por su abuelo, Nobusuke Kishi, conocido como Shôwa no Yokai, el “monstruo de la era Shôwa” que fue juzgado como criminal de guerra, y aún así gobernó en los cincuenta con el beneplácito de los estadounidenses, con los que firmó el tratado del ANPO, el cual supeditaba la política exterior nipona a los intereses norteamericanos.

El premier nipón sabía que sería un año más el foco de atención, no sólo de sus conciudadanos, sino también de sus vecinos de China y Corea, así como de los Estados Unidos. Se esperaba que Abe hiciera hincapié de nuevo en las disculpas por los crímenes de guerra cometidos, así como también se le presionó desde distintos frentes para que no fuera a rendir homenaje a los caídos al Santuario de Yasukuni, lugar de culto para los nacionalistas japoneses, donde lucen las efigies de criminales como el general Hideki Tôjô. Abe fue, durante muchos años y mientras ostentaba cargos políticos importantes, un firme peregrino a este santuario, pero en su última legislatura ha decidido evitarlo para intentar mejorar las relaciones internacionales con el resto de Asia. Finalmente, y por segundo año consecutivo, no acudió a Yasukuni, aunque sí lo hizo su esposa a título privado. No obstante, sí que hubo diversas polémicas al respecto: voces críticas se volvieron a levantar pidiendo a Obama que visite el Memorial de la Paz de Hiroshima, cosa que ningún presidente estadounidense había hecho antes; y por otra parte, si bien Abe presentó sus respetos a las víctimas de la guerra una vez más, lo hizo con reservas y lanzando al aire una peliaguda cuestión: “¿hasta cuándo debe Japón seguir disculpándose por lo acontecido durante su época imperial?”

Uno de los puntos peliagudos con Shinzo Abe en particular y con su gabinete de gobierno en general es precisamente el revisionismo histórico del que siempre han hecho gala. Por ejemplo, Abe ha sido miembro fundador de la Nippon Kaigi, un think tank nacionalista al que pertenece toda la plana mayor del PLD y desde el cual se promueve un sintoísmo conservador, una revisión histórica del papel de Japón durante la Segunda Guerra Mundial y que también ha hecho lobby en contra de los derechos de colectivos vulnerables como el LGTB.

Para colmo, miembros de su gabinete de gobierno, como Eriko Yamatani, destacada activista en contra de las políticas por la igualdad de género, han sido fotografiadas con miembros del Zaitokukai, una agrupación filofascista que realiza convocatorias racistas y que, en un año como el 2015, con el desafío que supusieron la avalancha de refugiados de guerra, el tema de la xenofobia estuvo particularmente candente.

El actual presidente también es miembro activo de la Sociedad para la reforma de los libros de texto, la cual niega el estatus de masacre a muchas matanzas llevadas a cabo por el ejército nipón en suelo asiático, como la de Nanking, y discute el significado de las llamadas “mujeres de confort”, las esclavas sexuales de los soldados japoneses en tiempo de guerra, insinuando que no fueron forzadas sino que ejercían la prostitución por elección.

Este último asunto también tuvo protagonismo destacado en los últimos días de 2015, cuando Japón y Corea del Sur acordaban, después de décadas de tira y afloja (y curiosamente pocos días después del cincuenta aniversario del reestablecimiento de relaciones entre ambos estados), una compensación económica de mil millones de yenes (unos siete millones de euros), para las cuarenta y seis mujeres supervivientes que fueron víctimas de la violencia sexual. Es este un movimiento político que contradice los anteriores postulados de la derecha nipona y del propio Shinzo Abe, que incluso cargó con la acusación de haber censurado al canal público NHK cuando este emitió un documental sobre el tema allá por 2001, pero también es muy posible que estuviera motivado por cuestiones diplomáticas, como modo de afianzar los lazos entre el bloque de potencias capitalistas de la zona, siempre bajo la atenta mirada de Estados Unidos, para seguir ejerciendo de contrapeso al imparable gigante chino. Al fin y al cabo, también fue el año pasado cuando falleció Zhang Xiantu, la última mujer de confort china que hizo su protesta pública, y al ejecutivo nipón no pareció importarle demasiado sus reivindicaciones, aún sabiendo que gran parte de las casi doscientas mil mujeres forzadas por sus soldados eran de procedencia china. Otras olvidadas son las de procedencia filipina, que también exigieron una disculpa oficial sin mucha fortuna cuando el actual emperador visitó su país el pasado mes.

Esta teoría de que la política exterior japonesa sigue en gran medida dependiendo de la agenda geoestratégica norteamericana se sustenta con hechos y gestos. Por ejemplo, respecto a las disculpas enviadas a Corea, fue John Kerry y ni siquiera Ban Ki Moon (el actual presidente de la ONU, también coreano) la primera figura pública que felicitó a Japón por limar asperezas. Meses antes, Obama ya se había ofrecido como mediador para solucionar ese conflicto. Al mismo tiempo, durante los últimos años ha existido un claro aumento de tensión hacia los antagonistas norcoreanos, en el cual tanto Japón como Corea del Sur han encontrado un enemigo capaz de hacer que los dos gigantes asiáticos dejen a un lado su rivalidad. De hecho, el propio Obama presidió una cumbre extraordinaria que juntó por primera vez en casi dos años a Shinzo Abe y la premier surcoreana Park Geun-Hye.

La colaboración con la política exterior de los Estados Unidos pasa necesariamente por el apoyo militar, por ello decimos que la remilitarización nipona forma parte de una necesidad estratégica estadounidense. Y si bien es cierto que el objetivo claro del actual PLD es la reforma constitucional, la militarización es algo que viene de lejos. Aunque durante gran parte de la Guerra Fría imperó la llamada Doctrina Yoshida, que consistía en delegar toda la responsabilidad en materia defensiva a los Estados Unidos y centrar el esfuerzo económico en el crecimiento y expansión de otros sectores clave (tecnología, construcción, etc.), ya desde los setenta se ven cambios de orientación. En 1976 se crea junto a EEUU el Comité Consultivo de Seguridad (llamado coloquialmente “2 +2”, por incluir dos representantes en materia de política internacional de cada país) que fundamenta el primer reglamento de cooperación militar entre ambas potencias, las Directrices para la Cooperación en Defensa, con las que se empezarán a aumentar la responsabilidad militar que Japón debía a los americanos, que hasta aquel entonces tenían control casi absoluto en la materia, virtud del AMPO.

A partir de aquí, las Fuerzas de Autodefensa empezarán a ir hinchándose sigilosamente hasta convertirse en uno de los mayores ejércitos del mundo (especialmente en materia tecnológica) y a Japón se le empezará a pedir mayor participación, sobre todo a raíz de la caída de la URRSS y el nuevo contexto internacional. En los noventa, dos hechos clave van abriendo la posibilidad de tomar parte activamente en misiones bélicas: uno es la no-participación en la Guerra del Golfo, ofreciendo sólo una aportación económica de trece mil millones de dólares, en un gesto despreciado por Estados Unidos como “diplomacia de cheque”. Tras ello, se creará la Ley para la Cooperación en Operaciones de Mantenimiento de la Paz, que dejaba actuar a las FAD con la bandera de la ONU únicamente bajo supuestos muy restrictivos. Y el otro será el Informe Higuchi, base para unas nuevas directrices de cooperación militar en las que el concepto de “disuasión” está presente, significándose el apoyo de EEUU frente a amenazas, principalmente nucleares (Corea del Norte, en este caso); pero en el que también se insta a Japón a mostrar apoyo logístico y tecnológico a Estados Unidos como contrapartida.

Esto deja la puerta abierta para que, en la época en la que Junichiro Koizumi y Shinzo Abe eran  cabezas visibles del PLD, a comienzos de la década pasada, se ofrezca un pequeño contingente de tropas para la invasión de Irak de 2004, bajo la condición de que no entraran en combate jamás (ya que eso hubiera supuesto una violación de la Constitución). Abe, que tomará la presidencia en 2007 por primera vez, creará el Grupo Consultivo para la Reconstrucción de la base jurídica para Seguridad al que se le encarga la elaboración del Informe Yanai, donde se habla por primera vez de tomar un rol activo en la defensa de Estados Unidos y el uso de las armas bajo el supuesto de la “Autodefensa Colectiva”, derecho reconocido internacionalmente que el PLD interpreta en clave de defensa activa de sus aliados americanos. La renuncia de Abe al año siguiente y la inestabilidad política de los siguientes años, en los que el PLD pierde el poder, paraliza el proceso, que no se retoma hasta 2014, acelerándose hasta hoy día.

Pero quizás el hecho clave que brindó justificación al neomilitarismo durante 2015 fue el conflicto internacional con el Estado Islámico de Irak y Siria. En febrero, un conocido periodista japonés, Kenji Goto, era secuestrado junto con otro compañero de profesión y semanas más tarde era asesinado con toda la pompa y circunstancia que a ISIS le gusta representar en sus grabaciones.

El shock que supuso para el país este asesinato permitió inventarse a Shinzo Abe un nuevo marco legal en la que la “Autodefensa Colectiva” consideraba la necesidad de defenderse de ataques a los ciudadanos o intereses nipones “aunque no se produjeran bajo suelo japonés”. El episodio de Kenji Goto pronto comenzó a definirse popularmente como “el 11-S japonés”, pues al igual que aquel, la amenaza terrorista fue usada para implementar políticas conservadoras, de control poblacional y de orden militar.

Con esta idea en mente, Shinzo Abe pudo sacar adelante unas enmiendas, ya que una reforma constitucional aún supondría un desgaste político y democrático, que, pese a haber sido declaradas como inconstitucionales por comités de expertos legales incluso en el propio parlamento el 4 de junio. Todavía no está muy claro hasta donde pueden llegar los soldados japoneses con esas nuevas enmiendas. En un principio, pueden rastrear minas en el estrecho de Ormuz y neutralizar ataques con misiles en el área del Pacífico (Hawái y Guam), pero las alarmas saltaron cuando el ministro de defensa Gen Nakatani sugirió que a partir de ahora sería posible que las Fuerzas de Autodefensa transportaran material nuclear en apoyo a sus aliados. Para acallar el descontento, Shinzo Abe tuvo que salir enseguida para desdecir a su ministro y, en un gesto de cara a la galería, asegurar que su país llevará adelante una iniciativa en la Asamblea General de Naciones Unidas para la eliminación del armamento nuclear. El hecho de que, por primera vez en su Historia, las FAD llevaran a cabo entrenamientos militares conjuntos con el ejército estadounidense en los que se les enseñaron técnicas ofensivas tampoco alienta mucho a pensar que la idea es mantenerse en la retaguardia.

Todo este plan empezó a ir tomando forma a mediados de primavera, dando lugar a un verano que estuvo jalonado de protestas como nunca se habían visto en las últimas décadas en el País del Sol Naciente. Irónicamente, también fue aquel verano el aniversario de las protestas más multitudinarias que vivió nunca Japón, las de 1960, que precisamente se sucedieron por la remilitarización de Japón, la firma del Tratado de Mutua Seguridad con los Estados Unidos, y que habían estado marcadas por la violencia en las calles y la durísima represión (una estudiante, Michiko Kamba, fue asesinada durante aquellas movilizaciones). Sin embargo, las protestas del pasado verano se caracterizaron precisamente por la defensa del pacifismo, no sólo antimilitarista, sino también a la hora de afrontar la acción en las calles.

Es cierto que el trauma de las movilizaciones de los sesenta determino en gran parte la apatía política de los japoneses. La brutal violencia que se vivió durante las protestas estudiantiles de aquella década, y la posterior deriva terrorista que tomó una minoría fue clave, junto al milagro económico, en la desmovilización y la apolitización del pueblo japonés. Por ello, mucha gente desde el gobierno y los medios de comunicación afines intentaron reavivar el recuerdo de esos turbulentos años, con la idea de desmotivar a los que tenían pensado participar en las manifestaciones.

Pero la amplia mayoría social opuesta a la remilitarización, unida al nuevo modo de hacer protesta política, finalmente consiguió convocar cientos de miles de personas durante los meses del verano.

En ello tiene que ver sobre todo las estrategias mediáticas de un nuevo grupo estudiantil, SEALDS, el cual nació tras la aprobación de la polémica Ley de Secretos de Estado, en diciembre de 2013 (una ley que pone en entredicho la libertad de prensa y que ha sido aplaudida desde ciertos sectores de los Estados Unidos como necesaria para la colaboración estratégica en materia de seguridad). Es cierto que el modus operandi de SEALDS (acrónimo de Students Emergency Action for Liberal Democracy) ha sido muy criticado desde las esferas clásicas de contrapoder, sobre todo las comunistas, acusándoles de ser un grupo desideologizado y de provenir en su mayoría de universidades privadas elitistas. Pero también hay que reconocer que la visibilidad que han obtenido no tiene parangón con respecto a otros modelos asociativos a la hora de hacer política. Sus acciones, siempre pacíficas y con una gran carga perfomativa, incluyen música y estética, y su bien su mensaje y su análisis puede carecer de profundidad y no ser en absoluto subversivo, sus convocatorias han tenido un éxito considerable. Es cierto que en SEALDS prima la imagen sobre el contenido, pero han sacado del gueto las protestas universitarias e introducido a toda una generación, completamente despolitizada, dentro del circuito del activismo. Su cabeza visible, el joven Aki Okuda, se ha convertido en una celebridad hasta el punto de haber recibido incluso amenazas a su persona.

De todos modos, no han sido SEALDS los que han marcado en todo momento e camino a seguir. Ha habido multitud de pequeñas agrupaciones de distinta ideología, desde el antifascismo al pacifismo, pasando por las asociaciones contra la proliferación nuclear, las cuales ya habían iniciado esta nueva etapa de protesta política desde el desastre de Fukushima. De momento, la conflictividad en las calles es realmente baja y la represión policial tampoco ha tenido excusa para poner su aparato en marcha dado que las marchas han sido pacíficas en su mayoría y, sobre todo, al hecho de que los medios de comunicación masivos, pese a ignorar en gran parte las manifestaciones  y la organización de los activistas, sí han dado voz, mediante encuestas constantes, a la mayoría de los japoneses, que por el momento parecen contrarios a las reformas del PLD en materia de seguridad. Sí hay que lamentar víctimas en hechos aislados, destacando sobre todo dos ciudadanos que durante el 2014 intentaron quemarse a lo bonzo para visibilizar su disconformidad, uno, en Shinjuku durante el verano, el cual se hizo viral por un video en la red, pero no llegó a completar su misión suicida al ser detenido; el otro unos meses más tarde, en Hibiya, logró cumplir su objetivo de inmolarse. Donde sí tuvimos ocasión de ver choques y peleas frontales fue entre los miembros del parlamento, el pasado septiembre, tras aprobar definitivamente la enmienda militarista.

Otros momentos destacables del verano de lucha y reivindicación que se vivió en 2015 fueron los pronunciamientos de importantes figuras públicas en contra de la política de Shinzo Abe, algo nada común en el País del Sol Naciente. Entre ellas, el archiconocido Hayao Miyazaki (que anteriormente, con palabras y obras ya había expresado su postura pacifista, aún teniendo reciente la polémica creada por su filme El Viento se Levanta, donde recuerda el pasado imperialista y la implicación de empresas como Mitsubishi en la fabricación de armas de combate), el nobel de literatura Kenzaburo Ôe y el multipremiado músico Ryuichi Sakamoto, y también Tomiichi Murayama, una voz particularmente importante, pues se trata del primer presidente socialista que gobernó Japón y también del responsable del gabinete que creó la Declaración de Kono, la que hasta ahora era la única disculpa semioficial por los crímenes cometidos respecto a la esclavitud sexual. Murayama, de noventa y un años, además, rompía un silencio público de décadas, lo cual hacía si cabe más importante su participación en las protestas. Otra personalidad destacada fue el actor reconvertido a político, Taro Yamamoto, quien acusó en el parlamento que las nuevas enmiendas a la Constitución eran una copia de un informe del think tank estadounidense CSIS, en el que se daban directrices sobre por donde debería ir la colaboración norteamericano-japonesa en materia de política exterior.

Y tampoco debemos olvidarnos de otro importante punto de fricción a lo largo del pasado año con respecto al tema bélico, que no fue otro sino la ya clásicamente polémica presencia estadounidense en la isla de Okinawa. El mayor contingente armado del país americano fuera de sus fronteras se encuentra en el archipiélago nipón (cincuenta mil soldados), y el 75% de él está instalado en las islas Ryûkyû, al sur, las. La polémica el año pasado se desató por el caso de la relocalización de las tropas de la base de Futenma, una de las más antiguas (data de la IIGM) y de las más controvertidas. Acusada de suponer un delito para la salud pública por temas que van desde la polución, la contaminación sonora o el transporte de material peligroso (en los años ochenta, The Japan Times investigó la descarga de grandes cantidades de agente naranja), sumada a la polémica por las violaciones cometidas por soldados norteamericanos, la base lleva en espera de ser realojada en un área menos poblada conocida como Henoko Bay, pero no es este un plan que satisfaga las demandas de la población local. Para empezar, los vecinos dieron su “no” a la relocalización en 1997 en un referéndum que fue ignorado por el gobierno local y central, y las subsiguientes obras se han encontrado con obstáculos al implicar en gran parte la destrucción de ecosistemas de coral propios de Okinawa.

A partir de ahí, los sucesivos gobernadores de Okinawa han basado su popularidad en la capacidad que han tenido de detener estas obras. El último elegido, Takeshi Onaga, ha sido uno de los más activos en detener el plan, defendiendo la necesidad de que otros lugares de Japón compartan la “carga” que supone convivir con los soldados norteamericanos, habiéndolo conseguido parcialmente en agosto, pero el 29 de octubre se reanudaron las obras y la tensión aumentó aún más. Tras ello, ha habido hasta tres litigios entre la administración prefectural de Okinawa y el gobierno central de Tokio y las protestas de los ciudadanos, muy dilatadas en el tiempo (en septiembre se cumplieron quinientos días ininterrumpidos de sentadas enfrente de la base militar), obligaron incluso a la movilización de agentes antidisturbios desde otras áreas del país. La última manifestación reunió a casi treinta mil personas rodeando el edificio de la Dieta el pasado 22 de febrero, siendo la cuarta ocasión que se celebra tal protesta desde enero del pasado año.

Estando así las cosas y viendo como se ha iniciado este año, parece que la tendencia política de Japón, tanto la parlamentaria como la protesta en la calle, seguirán exacerbándose de aquí en adelante. Los nuevos presupuestos militares, tras haber pasado diez años decreciendo, han vuelto a medrar un año más, en una tendencia que se ha instalado tras la vuelta al poder de Shinzo Abe e 2013. Otros problemas económicos están siendo representados en el mastodóntico esfuerzo que suponen los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, que se está viendo acosado por acusaciones de plagio, tanto en el logo del evento como en el estadio olímpico, macroproyecto fallido que ha tenido que cambiar su diseño por la imposibilidad de verse financiado el primer proyecto y habiendo causado la mofa en internet en forma de memes que se burlaban de su extravagante aspecto.

La posición clave en materia económica y geoestratégica de Japón, que sigue siendo el socio más importante de los Estados Unidos en un área disputada por los mayores rivales de la primera potencia, Rusia y China, se vio nuevamente en primera plana la primavera de 2016, momento en el que se celebró la cumbre del G7 en la prefectura de Mie, la cual tuvo que lidiar con el momento más crítico del país de las últimas décadas en cuanto a protestas se refiere. La tensión política en las semanas previas también creció con disputas diplomáticas: a Obama se le pedía que visitase Nagasaki e Hiroshima (al ser ésta una de las ciudades donde se produce la cita) antes de que la reunión se produjera, como gesto de buena voluntad, mientras que el propio premier estadounidense aconsejaba a Shinzo Abe que no se reuniera con Putin, uno de los máximos objetivos del líder nipón, que lleva años intentando solucionar la disputa territorial pendiente desde la IIGM, la de las islas Kuriles, en la que Rusia ha mostrado siempre una diplomacia de hierro y ha dado poco margen de actuación a los japoneses. Para el PLD resultaba clave conseguir una buena gestión de todos estos temas antes del verano de 2016, momento en el que se repitieron las elecciones a la cámara alta.

En resumidas cuentas, Japón ha venido demostrando, su papel como ficha clave en el equilibrio de poder no sólo regional sino a escala mundial, y probablemente esta tendencia se mantenga en un futuro cercano. Y parece que sus habitantes, después de tantos años de despolitización, van a querer tomar cartas en el asunto más activamente.

Para saber más:

  • Chanlett-Avery, E. & Rinehart, I. E., The U.S.-Japan Alliance, 2016, pp.7
  • López I Vidal, L. La nueva estrategia de seguridad japonesa: la normalización de su diplomacia.
  • Universitat Pompeu Fabra y de la Universitat Oberta de Catalunya. Cambio y continuidad en la política exterior y de seguridad de Japón (1989-2009). La transformación de la doctrina Yoshida y la adopción de una estrategia hedging ante el ascenso de China”, Barcelona. 2011.
  • James, J., Strategic Perspectives 18 The U.S.-Japan Alliance: Review of the Guidelines for Defense Cooperation. Institute for National Strategic Studies National Defense University. 2013
  • Armitage, R. & Nye, J., The U.S.- Japan Alliance. Anchoring stability in Asia. The Interim Report on the Revision of the Guidelines for Japan-U.S. Defense Cooperation. 2012. Disponible aquí
  • Przystup, J., Report of the Advisory Panel on Reconstruction of the Legal Basis for Security, 2008
  • Noburu, Y., Redifining the Japan-US Alliance, Nippon.com, 2012. Disponible
  • Ajemian, C., Japan defense guidelines under the japanese constitution and their implications for U.S. foreign policy. Pacific Rim Law & Policy Association, 1998.
  • Hane, M., Peasants, Rebels, Women, and Outcastes: The Underside of Modern Japan. Rowman & Littlefield Publishers, Maryland. 1982

Recursos web:

  • Ministerio de Defensa de Japón. Disponible online aquí.
avatar Hector Tome Mosquera (15 Posts)

Se licenció en Historia por la Universidad de Santiago de Compostela, afincado ahora en Barcelona, donde colabora con diversos proyectos literarios, periodísticos y políticos.


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