Revista Ecos de Asia

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This article was written on 15 Mar 2015, and is filled under Literatura.

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Judith Gautier y “El Libro de Jade” (1867)

Portada de la edición en español, de Ardicia Editorial.

Portada de la edición en español, de Ardicia Editorial.

Hace algo más de un año la Editorial Ardicia comenzaba sus aventuras hacia el Este traduciendo a una de las figuras capitales del orientalismo europeo, la francesa Judith Gautier, que a sus 22 años, y firmando como Judith Walter –acaso para distinguirse de su celebérrimo padre, Teófilo Gautier–, publicaba El Libro de Jade,[1] una antología de poesía clásica china que ahora ha visto por primera vez la luz en lengua hispana.

Si no les atrae el libro, probablemente lo haga su autora, a la que sin duda merece la pena conocer: elegirla es, como en muchas de las otras apuestas de la editorial, no sólo un acto de fe, sino toda una declaración de intenciones.

Para muchos orientalistas y sinólogos de varias épocas, Judith Gautier es todo un modelo a seguir, una suerte de heroína romántica y poética de una sensible época pasada. Hija del eminente literato Teófilo Gautier, recibió una esmerada educación y una libertad de elección sin precedentes: se propuso a la vez escribir, pintar, esculpir, aprender, chino y música.

Fotografía de Judith Gautier.

Fotografía de Judith Gautier.

Baudelaire le dedicaría Las flores del mal, la amarían Richard Wagner, Víctor Hugo y Catulle Mendès –con este se casaría–, la retratarían John Singer Sargent y Nadar; pero además de por sus encantos y de ser “la digna hija de su padre” –como la llamó Baudelaire–, Judith fue toda una it girl que decidió trascender ya desde su juventud.

Su encuentro con Asia comenzó en su propio salón, el día que Teófilo Gautier rescató a un indigente chino llamado Ding Dungling de las calles de París. Quién sabe si por caridad o por mero gesto dandy y exotista –algo que gustaba mucho a Teófilo, por lo general–, el padre rescata al personaje y le encomienda iniciar a su hija en los misterios de la lengua y la cultura chinas: asimismo, la joven Judith se propuso en desentrañar la mente de aquel hombre misterioso, que resultó ser un cristiano converso, gran poeta y estudioso, exiliado en Francia debido a su implicación en la Rebelión Taiping. Hasta el fin de sus días, la amistad de Judith y “el chino de Gautier” sería tan duradera como su pasión por El Celeste Imperio.[2] Pero Ding no sería la única amistad asiática de la escritora, pues como recuerda Remy de Gourmont:

Es difícil ir a casa de madame Judith Gautier sin encontrarse con algún japonés mal disfrazado con prendas europeas, o dos o tres brillantes mandarines ataviados con el traje nacional, con la trenza balanceándose sobre la espalda mientras se inclinan con encantadora cortesía. Su salón es una academia asiática.[3]

Y en este ambiente extraordinario y brillante es donde Judith elige trascender. Tras la dialéctica orientalista que inundó Occidente, y especialmente Francia, desde mediados del siglo XIX, y que abarcaba desde los harenes otomanos a las flores del cerezo japonés, hubo toda una serie de pioneros que decidieron no limitarse únicamente a narrar las efectistas y esteticistas virtudes de aquellas lejanas tierras, sino embarcarse en el estudio de sus culturas y de sus lenguas. Gracias a su aprendizaje del chino, y a la traducción del libro que aquí mencionamos, Judith Gautier se configuró como la primera traductora moderna del chino al francés, y tanto por su calidad como por su singular personalidad, conoció una influencia que rebasó fronteras.

Viola Allen en "La hija del cielo".

Viola Allen en “La hija del cielo”.

Durante los años siguientes a la publicación de El Libro de Jade, Judith escribiría numerosos poemas, cuentos, novelas y obras de teatro: se obsesionaría con Alemania, con Turquía, con Persia, con Japón, y sobre todo con China.[4] Tan parecida y tan diferente a Pierre Loti –estrella por excelencia del orientalismo francés–, llegó a trabajar con éste en una de sus últimas obras, La hija del cielo (1911), otra delicada chinoiserie teatral; Judith fue, al que igual que Julio Verne –probablemente el mejor y más conocido de los viajeros franceses– una viajera sin viaje: jamás pondría rumbo a su anhelado Oriente, pero su erudición, su imaginación y su enorme talento hicieron que miles de personas desde hace ya más de un siglo hayan podido hacerlo.

Li Bai, el "poeta inmortal"

Li Bai, el “poeta inmortal”

El Libro de Jade se compone de más de setenta poemas clásicos chinos, obra de más de una veintena de autores:[5] la escritora lo dedica a “Tin-Tung-Ling” (su preceptor y amigo Ding Dungling), pero en sus páginas dominan las palabras de artistas como “Li-Tai-Pé” (al que hoy conocemos como Li Bo o Li Bai), el que fuera el más célebre de los poetas de la dinastía Tang, y cuya biografía encaja perfectamente con la mentalidad romántica de Judith y su entorno. Li Bo (701-762 d.C.), alejado del tradicional erudito-funcionario chino, y obsesionado con el taoísmo –incluso falseó sus orígenes para hacerlos confluir con el mismísimo Lao Tsé– vagó durante décadas por todos los rincones de China, entregado a la espiritualidad, la poesía y la bohemia; leyenda e historiografía sostienen que murió ahogado, cuando en una “lúcida” borrachera nocturna se lanzó al agua desde su barca queriendo abrazar la luna.

Las afectadas pero contenidas elecciones e intenciones de Gautier rehúyen lo pompier para trasladarnos a un tiempo y a un lugar pasados, de una extrañeza a medio camino entre lo mundano y lo celestial. Judith organiza los poemas temáticamente –los enamorados, la luna, el otoño, los viajeros, el vino, la guerra y los poetas–, aunque en realidad todas estas temáticas se entremezclan y están casi siempre presentes. En los poemas se aprecia un aire contenido y nostálgico, tanto en la elección de los protagonistas de los mismos (poetas errantes, exiliados, desdichados enamorados) como en la reelaboración parnasiana que de los poemas se ejerce mediante la traducción.[6] La recreación íntima de la naturaleza –asociada a la propia expresión del yo–, tan característica de la poesía clásica oriental, produce en boca –o manos– de Judith la tan deseada alienación. Víctor Hugo le diría que:

Lleva en usted el alma de esa poesía del extremo Oriente, y pone su aliento en todos los libros. Ir a China es casi viajar a la luna; y usted nos ofrece ese viaje sideral.[7]

Quizás, como se señala en el acertado posfacio de Jesús Ferrer, la insistencia en el retrato y descripción del Otro conllevase tanto el deseo como peligro de convertirse en él: ya de niña Judith quiso ser princesa de la China –y en su senectud llegó a convencerse de ello–, y quizás con sus libros lo consiguiera. En este sentido, el orientalismo chino de Gautier entronca con el gusto cortesano por la China imperial del Antiguo Régimen –que gustó de decorar sus grandes palacios con chinerías–, al que otorga una nueva sensibilidad romántica, todavía ajena a la China del opio más propia del decadentismo y, posteriormente, de la novela pulp.

Judith Gautier en su madurez, vistiendo quimono japonés.

Judith Gautier en su madurez, vistiendo quimono japonés.

Como la malaria o las fiebres tifoideas, la enfermedad del exotismo, que también padecieron algunos de sus compañeros y contemporáneos como Loti o Baudelaire, fue un mal de la época contra el que ahora estamos advertidos, pero del que, como prueban las deliciosas páginas de El Libro de Jade (quizás filológicamente reprobables) o los numerosos artículos de esta publicación, todavía no podemos evitar contagiarnos.


Notas:

[1] La primera edición data de 1867; para la edición actual véase Gautier, Judith, El libro de Jade. Madrid, Ardicia, 2013.

[2] Más información sobre este peculiar personaje aquí: http://www.chinaensutinta.com/2011/01/ding-dunling-el-chino-de-gautier-1.html

[3] Remy de Gourmont en el prólogo histórico de El libro de Jade. op. cit. p. 20.

[4] Sobre Oriente publicaría, además del ya mencionado volumen, obras como Le Dragon impérial (1869), L’Usurpateur, (1875), Les Peuples étranges (1879), La Femme de Putiphar (1885), Poèmes de la libellule, recueil de poèmes traduits du japonais (1885), Fleurs d’Orient (1893), Iskender (1886), Le lion de la victoire et La reine de Bengale (1887), Les musiques bizarres à l’Exposition, (1889), Tokyo (1892), Le roman d’un éléphant blanc (1893), Khou-en-atonou (1898), Les Princesses d’amour (1900), Les Musiques bizarres à l’Exposition de 1900 (1900), Le paravent de soie et d’or (1904), L’Apsara, En Chine (1911), L’Inde éblouie (1913), Le Japon (1912) o Les parfums de la pagode (1919).

[5] Entre ellos se encuentran –respetando la grafía original del libro, que por algún motivo no se ha adaptado ni modernizado en la presente edición– Tchan-Lin, Tin-tun-Ling, Li-Taï-Pé, Tchang-Si, Tsé-Tié, Thou-Fou, Tchan-Tiou-Lin, Tché-Tsi, Sao-Nan, Tan-Jo-Su, Sou-Tong-Po, Li – Su –Tchou, Su-Tchou, Haon-Ti, Ouan-Po, Ouan-Tchan-Lin, Han-Ou, Tchan-Oui, Ouan-Oui, Tsoui-Tchou-Tchi, Roa-Li, Chen-Tué-Tsi, Ouan-Tie o Thou-Fou.

[6] Debemos advertir que, como hicieran muchos otros traductores de su tiempo, la traducción de Gautier no es todo lo literal que se esperaría hoy en día, sino que incluye buena parte de reelaboración literaria y adaptación al gusto francés del momento.

[7] El libro de Jade. op. cit contraportada.

avatar Marisa Peiró Márquez (145 Posts)

Marisa Peiró Márquez (marisapeiro@ecosdeasia.com) es Doctora en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza. En esta misma universidad se licenció en Historia del Arte y realizó el Máster en Estudios Avanzados de Historia del Arte, así como el Diploma de Especialización en Estudios Japoneses. Se especializa en el Arte y la Cultura Audiovisual de la primera mitad del s. XX, y en las relaciones artísticas interculturales, especialmente entre Asia y América Latina (fue becaria del Gobierno de México), con especial interés en el Sudeste Asiático y en Oceanía.


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