Revista Ecos de Asia

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This article was written on 16 Ene 2015, and is filled under Historia y Pensamiento.

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Presentación: Especial Irán.

El desconocimiento construye prejuicios, que se apoyan en el miedo para imponer fronteras invisibles en forma de barreras. Desde Ecos de Asia abogamos por el conocimiento y entendimiento mutuos, es por eso que hemos decidido conmemorar esta efeméride realizando un especial centrado en Irán.

Han pasado 36 años desde que Irán se alzase en la que se conoció posteriormente como la Revolución iraní, una revolución social[1] (la primera fuera de los márgenes de la Ilustración europea, según el historiador Eric Hosbsbawm) que terminó virando hacia una Revolución islámica gracias, en parte, a la influencia de la personalidad del ayatolá Jomeini, líder iraní de la comunidad musulmana chií.

El Sah, Mohammad Reza Pahlavi, en un retrato oficial.

El Sah, Mohammad Reza Pahlevi, en un retrato oficial.

La Revolución iraní hunde sus raíces en la llamada “revolución blanca”, un conjunto de medidas llevado a cabo por el Sah de Irán -antes Persia-,  Mohammad Reza Pahlevi, de corte modernizador (algunas de ellas eran el sufragio femenino o la alfabetización del país) al menos en teoría, ya que en la práctica estas medidas tuvieron como consecuencia una cada vez mayor desigualdad social,[2] y la percepción por parte de la población de que el Sah era cada vez más un títere en las manos de Gobiernos occidentales (especialmente, del estadounidense). La situación de tensión y descontento social se respaldaba, por su parte, por el vano y erróneo intento del Sah de consolidar y mantener su poder a través de férreas medidas de opresión, canalizadas a través de la agencia de inteligencia SAVAK, con las que se pretendía neutralizar y eliminar de raíz toda oposición al régimen.[3] Esta situación de terror pronto se convirtió en insostenible, y finalmente la chispa saltó cuando la población salió en defensa del ayatolá Jomeini.

Retrato fotográfico del Ayatolá Jomeini.

Retrato fotográfico del Ayatolá Jomeini.

Jomeini había criticado duramente las medidas de la Revolución Blanca llevadas a cabo por el gobierno a comienzos de la década de 1960, lo que le había forzado a exiliarse en Francia en 1964 por sus palabras contra el Sah. Desde allí, representó al sector más religioso de la disidencia (no el único, como veíamos antes), que sería el que terminase fagocitando todo el movimiento. Sin embargo, no fue hasta 1977 cuando se convirtió en la figura que encabezase la revolución, debido entre otras cosas a las muertes de otros opositores (entre ellos, su propio hijo, Mohamed Jomeini), que fueron vistos como mártires de la revolución y dejaron el camino listo para que el ayatolá liderase a los chiíes.

El detonante de la Revolución iraní fue, precisamente, un artículo publicado por la prensa del régimen del Sah en enero de 1978, en la que se descalificaba a Jomeini, intentando minar su capacidad de influencia. Sin embargo, este artículo tuvo el efecto contrario al deseado, y la gente comenzó progresivamente a echarse a la calle.

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Algunas imágenes del Viernes Negro.

Algunas imágenes del Viernes Negro.

El primer foco fue la localidad de Qom, de la que procedía Jomeini, allí los estudiantes y líderes religiosos se echaron a la calle para protestar por las ofensas vertidas sobre su conciudadano. El Gobierno aplacó las protestas con mano de hierro, empleando para ello al ejército y causando bajas civiles (entre dos y nueve según fuentes oficiales, más de setenta según la oposición). Este acontecimiento encendió la mecha y las manifestaciones y protestas comenzaron a extenderse por Irán, volviéndose cada vez más multitudinarias. En este sentido resultó clave el verano de 1978, en el que se produjeron varios acontecimientos destacados: la adhesión masiva de desempleados a las protestas, el incendio del Cine Rex y el llamado Viernes Negro. El incendio del Cine Rex fue una tragedia en la que murieron cuatrocientas personas, de la cual la opinión pública culpó al SAVAK, al grito de “quememos al Sah”.[4] El Viernes Negro tuvo lugar el 8 de septiembre, cuando, en un Estado sumido en la ley marcial, miles de personas hicieron caso omiso y salieron a la calle para hacer oír sus protestas. Nuevamente, este episodio fue contenido con violencia,  teniendo lugar una masacre.

Masivas manifestaciones bajo la torre Azadi.

Masivas manifestaciones bajo la torre Azadi (fuente: uprootedpalestinians).

En el invierno de 1978, las protestas se recrudecieron todavía más. Cada vez un número mayor de personas se echaba a la calle, tomando la (actualmente denominada) plaza Azadi como emplazamiento y lugar simbólico de las concentraciones. La enorme presión social arrinconó al Sah, cuyo discurso a lo largo del mes de diciembre derivó a pedir que se le permitiese quedarse en Irán y posteriormente, que aceptaba marchar temporalmente del país. Finalmente, el 16 de enero de 1979, se produjo esta salida, que no fue temporal sino permanente. Dos semanas después, el ayatolá Jomeini volvió de su exilio, y por último, el 11 de febrero se produjo su llegada oficial al poder, con la derrota de las tropas leales al Sah. El 31 de marzo de 1979, un referéndum (que según fuentes oficiales, logró el 99’9% de los votos) proclamó la República Islámica que todavía hoy se mantiene en vigor en el país.

Desde hoy, 16 de enero, el día que se exilió el Sah, hasta el viernes previo al retorno de Jomeini (acaecido el 1 de febrero), nuestros artículos volverán sus ojos hacia este país que, junto con muchos otros, muchas veces preferimos temer que conocer.

Atenderemos a algunos de los símbolos de la Revolución, conociendo más en profundidad la cultura visual promovida por el régimen de Jomeini – incluyendo las iconografías de los llamados mártires de la Revolución-, y también aproximándonos a la Torre Azadi, el monumento que vio bajo sus pies las concentraciones masivas que derrocaron al Sah.

Nuestra mirada hacia Irán tendrá, además, mucho de cinematográfico, puesto que, como ya hemos defendido en alguna ocasión, es el cine (y la televisión) el vehículo que más fácilmente nos acerca a otras culturas y a otros entornos. Sin embargo, esta primacía de lo audiovisual (complementada y reforzada, además, por el mundo del cómic y de la cultura pop) no significa ni mucho menos una perspectiva homogénea, puesto que abordaremos temas muy diversos desde muy distintos prismas.

Tendremos como protagonistas a Abbas Kiarostami, probablemente el más famoso y distinguido director iraní; y también a Ben Affleck y su exitosa y oscarizada Argo. La confrontación entre el cine de autor más respetado y el cine más comercial del “todopoderoso” Hollywood, dos caras de una misma moneda, puntos de vista opuestos y tremendamente enriquecedores. Esta dicotomía se repetirá con artículos sobre el cine producido en Irán (tanto dedicados a películas concretas como una panorámica sobre un aspecto tan fascinante como el metacine) y otros en los que Irán es el tema, de producciones norteamericanas (No sin mi hija, 1991) o de la televisión italiana (Soraya, 2003).

Tampoco olvidamos la importancia del cómic (posteriormente también adaptado a la gran pantalla) Persépolis, que realiza una muy interesante construcción de la historia del país, la cual ha resultado clave precisamente por la exitosa acogida que la obra ha tenido en Occidente. Y también, sin perder de vista a Irán, nos desplazaremos al marco de la Movida Madrileña, para ver cómo la actualidad de estos acontecimientos favoreció una influencia que a día de hoy parece anecdótica y olvidada, pero que tuvo su trasfondo.

Notas:

[1] Desde el primer momento en esta revolución no solo se implicaron sectores religiosos y el clero musulmán, sino también partidos y organizaciones políticas y sociales de corte socialdemócrata, comunista y de extrema izquierda.

[2] Acrecentada por la crisis del petróleo de 1973, que supuso para Irán un gran aumento de la inflación, así como desigualdades entre el entorno rural y urbano. Esta crisis del petróleo contribuyó también a la cada vez más negativa imagen que el Sah tenía entre la población, ya que se veía como uno de los principales beneficiados del encarecimiento de esta materia.

[3] Empleando para ello toda clase de métodos: desde la censura de obras culturales hasta la tortura a disidentes. Este aspecto es descrito por Ryzard Kapuscisnki en su libro El sha o la desmesura del poder.

[4] Pese a que este espacio había sido un objetivo habitual de los manifestantes islamistas, la oposición al régimen difundió con facilidad la idea de que había sido un ataque provocado por la SAVAK, gracias al miedo y descontento imperantes. Así, el día siguiente tuvo lugar una marcha fúnebre en la que los familiares de las víctimas fueron arropados por miles de opositores, empleando consignas como la citada anteriormente (“quememos al Sah”) y otras responsabilizando al Sah de lo ocurrido.

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