Revista Ecos de Asia

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This article was written on 06 May 2014, and is filled under Historia y Pensamiento.

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Recordando el Movimiento del cuatro de mayo

El cuatro de mayo de 1919, hace noventa y cinco años, comenzaron en Pekín una serie de protestas estudiantiles que cambiarían el destino de China, y como se verá después, del mundo. En la entonces pequeña plaza de ‘Tian’nanmen, tres mil estudiantes de universidades de todo el país se reunían y organizaban para denunciar la invisibilidad del pueblo ante las autoridades, y a su vez, la indefensión de éstas antes el resto de potencias internacionales que estaban decidiendo el futuro de su país. Durante este día y los que le siguieron se convocaron manifestaciones en toda China, se sucedieron los disturbios y las huelgas, dimitieron los principales cargos del Gobierno, y la revuelta llegó hasta París. Pero, ¿qué era aquello que estaba pasando en China y que pilló casi por sorpresa al resto del planeta?

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Algo que diferenció al Movimiento de muchas otras revueltas exitosas previas  de Oriente y Occidente es que fue una de las primeras manifestaciones estudiantiles masivas de la historia, y posiblemente la más exitosa,[1] a la par que una de las más relevantes. Pero mientras que la mayoría de las protestas estudiantiles habían tenido y tendrían como objetivo general la propia universidad (o el sentido general de la educación), los estudiantes de Pekín perseguían un objetivo mucho más trascendental: evitar que China firmase el Tratado de Versalles, aquél que regulaba las conclusiones (y sanciones) de la Primera Guerra Mundial y que habría de ratificarse en París en junio de 1919.

China había atravesado unos años de intensa inestabilidad e incoherencia política. Tras la Revolución de Xinhai (1911-1912), que había derrocado a la dinastía imperial manchú, instaurando una república (aunque se siguió tratando al derrocado emperador infantil con todos los honores), el país vivía una época de completo y complejo caudillismo, en la que una serie de presidentes (amén de un par de restauraciones monárquicas) se sucedieron con más pena que gloria. Además, China había entrado en 1917, por primera y única vez, en una Guerra Mundial, y al parecer la había ganado. Sin embargo, las condiciones que establecía el Tratado de Versalles en relación a China no eran precisamente halagüeñas para tratarse de un país vencedor, sino que concedían todo tipo de privilegios sobre ésta a otro de los países aliados, en franca e imparable expansión militarista e imperialista: Japón.

Aunque el sentimiento anti-japonés había existido en China desde varios siglos atrás, fueron eventos como la derrota en la Primera Guerra Sino-Japonesa (1894-1894) y, especialmente, la demanda de las Veintiuna Exigencias[2] los que habían provocado un rechazo generalizado hacia lo japonés por parte de China, que se sentía atacada e indefensa; seguramente recuerden cómo esta expansión militarista y cultural culminaría años más tarde con la invasión de Manchuria (1931) y la Segunda Guerra Sino-Japonesa (1937-1942).

Así, a pesar de las demandas de los delegados chinos, el Tratado de Versalles ratificaba algunos de los puntos de las controvertidas Veintiuna Exigencias, especialmente en torno a lo que fue conocido como “el problema de Shangdong”, una antigua concesión alemana que debía haber sido devuelta al Gobierno chino y que pensaba otorgarse (o mantenerse, pues la entrega había ocurrido de facto en 1915) a Japón. Así, en las multitudinarias manifestaciones del cuatro de mayo de 1919, los estudiantes corearon mensajes en contra de la influencia japonesa (se pidió un boicot a las empresas y productos japoneses, muy importantes en China), del Tratado de Versalles y del propio Gobierno chino; se acusó a los delegados chinos en París de ser aliados de los japoneses. A lo largo del día, las protestas se hicieron cada vez más violentas, concluyendo con el ataque y el incendio de la casa de uno de dichos delegados (en el que sus criados fueron heridos de gravedad), tras lo cual numerosos estudiantes fueron arrestados, golpeados y encarcelados.

Al día siguiente, los estudiantes de Pekín comenzaron una huelga que muy rápidamente se extendió a las principales ciudades de China y a la que se unieron no sólo estudiantes y trabajadores de las más importantes universidades, sino también obreros y comerciantes, que incluso amenazaron con dejar de pagar impuestos si el Gobierno chino no liberaba a los estudiantes y se negaba a firmar el Tratado de Versalles; en estas condiciones permaneció el país entero durante semanas. Aunque la huelga general de Shanghái dejó en jaque a la economía china, brevemente al borde la bancarrota, el Gobierno minimizó los efectos, considerando las protestas como meros disturbios juveniles. Pero lo cierto es que a nivel interno éstas acabaron por desestabilizar y deslegitimizar al parlamento.

Manifestantes en Shanghái.

Manifestantes en Shanghái.

Mientras que el presidente Xu Shichang y su gabinete defendieron en todo momento las decisiones de los delegados chinos, uno de sus principales adversarios, Duan Qirui, líder de la camarilla de Anhui, y sus seguidores (que constituían entonces la fuerza política dominante en el parlamento), se posicionaron finalmente en contra de la firma del Tratado, en aras de “seguir el sentir popular”. El presidente destituyó a los tres delegados, pero insistió en lo necesario de la firma del Tratado, aunque viéndose privado de su principal apoyo parlamentario, éste no podía ser ratificado y el presidente intentó dimitir; a pesar de todo esto, se emitieron órdenes para que se firmase el Tratado en París. Finalmente, tras casi más de un mes de violentas protestas que se extendieron incluso a la capital parisina, los delegados chinos no firmarían el Tratado de Versalles, contraviniendo las órdenes de su presidente, figura política que en China quedaría completamente desautorizada durante la década siguiente. Al día siguiente, se liberó a los estudiantes chinos y, considerando éstos que sus demandas habían quedado satisfechas, se disolvió el Movimiento y terminaron las huelgas y manifestaciones. Sin embargo, la victoria fue tan breve como simbólica, pues Japón continuó controlando las posesiones en Shandong y ejerciendo una influencia cada vez mayor sobre el país vecino.

Algunos de los estudiantes  al ser liberados.

Algunos de los estudiantes al ser liberados.

El Movimiento era a la vez síntoma y consecuencia de una serie de profundos cambios que se estaban produciendo en el país, y funcionó en cierta manera como una catarsis, definida en ocasiones como una verdadera época de renacimiento para China. De una parte, catalizaba el sentimiento nacionalista de miles de personas que se sentían indefensas ante el imperialismo extranjero, pero a su vez muchas de ellas reclamaban una modernización para el país que requería el abandono de los sistemas y las doctrinas tradicionales (especialmente, las relativas al confucianismo, que fue el objetivo más atacado) en pos de ciertas medidas que eran, a su vez, plenamente occidentalizantes: los mayores y mejores representantes de estas corrientes serían los partícipes del Movimiento de la Nueva Cultura.[3] No debemos olvidar, sin embargo, que como respuesta a toda esta serie de corrientes aparecieron a su vez muchas puramente reaccionarias y neo-confucianas. En el terreno cultural, muy relevante debido a la implicación de numerosos intelectuales en el Movimiento, se desarrollaría también una renovación de la lengua y la literatura, abogando por el uso de la lengua vernácula, lo que favorecería y desenquistaría el panorama literario del país.

En el ámbito político, igualmente se radicalizaron las propuestas. La breve esperanza en el constitucionalismo como solución a los problemas de la nación, acaso perdida con la generalización del caudillismo tras la muerte de Yuan Shikai, provocó un rechazo a la idea de las democracias occidentales: el Movimiento del Cuatro de Mayo sirvió para catalizar y proyectar los idearios de algunas corrientes minoritarias (como el anarquismo y el nihilismo en China, que no contaban con demasiados adeptos), pero especialmente se constituyó como un leitmotiv para los dos partidos que habrían de decidir los designios de China durante el resto de su existencia hasta la época presente: el Guomindang y el Partido Comunista Chino. El primero, el Partido Nacionalista Chino, se opondría a la faceta más iconoclasta (para con la cultura china tradicional) del Movimiento, que revertiría de manera efectiva como parte de las acciones del posterior Movimiento de la Nueva Vida.[4] Sin embargo, el Movimiento del Cuatro de Mayo, que en los años venideros sería reclamado por Mao Zedong como un elemento capital de la (R)evolución en China, despertó el interés por el marxismo de manifiestos izquierdistas como Chen Duxiu y Li Dazhao, que en 1921 fundarían el Partido Comunista Chino, aunque éste fue considerado como más intelectual que popular y por lo tanto, elitista.

Relieve del monumento a los héroes del cuatro de mayo.

Relieve del monumento a los héroes del cuatro de mayo.

En definitiva, el Movimiento del Cuatro de Mayo fue a la vez causa y consecuencia de una China nueva que se andaba forjando, capaz de manifestar a gritos su insumisión ante las potencias occidentales. En su seno, catalizarían las dos corrientes políticas mayoritarias que en las décadas venideras sacarían al ex Celeste Imperio de su supuesto y prologado letargo (el nacionalismo del KMT y el maoísmo) y que lo acabarían convirtiendo en la superpotencia mundial, que tan amenazante resulta para muchas otras, que es hoy en día; y en su ambiente operaron algunos de los renovadores intelectuales más importantes del país. Por si fuera poco, el Movimiento fue el resultado de una de las primeras, y más efectivas, como se ha podido ver, protestas estudiantiles de la historia, amén de una de las más marchas más pacíficas que consiguieron un cambio importante en la situación política de un país, si bien no alcanzaron por completo sus objetivos iniciales.

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Por todos estos motivos, en tiempos como en los que nos encontramos, es necesario echar la vista atrás y recordar el valor y la importancia del poder de la colectividad, capaz, como ya han visto, de atravesar continentes y cambiar la estructura de uno de los países más complejos y poblados del planeta. Pero igual de necesario es tener presente que en los momentos de grandes crisis y grandes revoluciones no se ha de buscar únicamente un cambio político y económico, sino que para estos triunfen y prosperen, han de ir necesariamente acompañados de una catártica renovación cultural e intelectual. Así nos despedimos, no sin antes desearles May the Fourth be with you, o que la Fuerza (del Cuatro de Mayo) esté con ustedes.

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Notas:

[1] Aunque están registradas desde época medieval, la mayoría de manifestaciones y movimientos estudiantiles organizados tuvieron lugar a partir de la década de 1930 (mucho más famosas y numerosas resultan, sin embargo, las producidas en torno al 68); la más famosa y contemporánea de esta fase incipiente es probablemente la Revolución Universitaria argentina.

[2] Las Veintiuna Exigencias fueron una serie de medidas exigidas por Japón a China en 1915, que, de haber sido aceptadas, hubieran convertido a esta última prácticamente en un protectorado japonés. Estas medidas pretendían consolidar y aumentar la esfera de influencia japonesa en el norte de Asia, aprovechando la débil situación política de la joven República China, amenazada con graves consecuencias en caso de no aceptaras. Entre ellas, se legitimaba y aumentaba la presencia japonesa en la provincia de Shandong (entonces concesión alemana), Manchuria (Japón poseía los Ferrocarriles del Sur de Manchuria, principal motor económico de la región), Mongolia Interior y Hanyeping. Además, se prohibía a China otorgar concesiones a otros países y se autorizaba al Gobierno japonés a controlar ciertos aspectos de la administración, economía, seguridad e incluso religión en China. Aunque estas demandas fueron rechazadas de inmediato por China, Japón emitió un ultimátum que, si bien rebajaba el tono y eliminaba las más controvertidas, todavía le otorgaba una serie de beneficios bastante importantes (exigencias que fueron vistas con gran disgusto por los Estados Unidos y Gran Bretaña). Finalmente, el presidente Yuan Shikai aceptó una versión reducida de las medidas (las Trece Exigencias), en medio de una gran controversia.

[3] El Movimiento de la Nueva Cultura fue fundado en China en 1912, con el afán de resolver algunos de los problemas de la nación, cuyos partícipes achacaron al confucianismo y sus tradiciones y al difunto sistema imperial. El Movimiento, que se consideraría activo hasta las grandes disidencias provocadas por el aquí comentado Movimiento del Cuatro de Mayo, se disolvería oficialmente con la fundación del Partido Comunista Chino (1921). Entre sus miembros más importantes se encontraron Chen Duxiu, Li Dazhao, Lu Xun, Zhou Zuoren y Hu Shih. Aunque todos ellos habían recibido una educación clásica, buscaron la fundación de una nueva cultura china que se beneficiase igualmente de elementos venidos de Occidente, como la democracia y la ciencia moderna. Entre sus ideales se encontraban valores democráticos e igualitarios, entre los que se incluían el rechazo de la sociedad tradicional patriarcal (con la consecuente emancipación de la mujer y la práctica del amor libre), la reconsideración de los antiguos ideales chinos (que fueron revisados y sumados a los de otras naciones que también habitaban el país) y un cambio sustancial de la lengua y la literatura chinas, que serían adaptadas a formas vernáculas legibles por la clase media, lo que constituiría una auténtica revolución.

[4] El Movimiento de la Nueva Vida, fundado por Chiang Kai-shek y la ultraderechista Sociedad de las Camisas Azules en 1934, intentaba aunar ciertos principios del comunismo con muchos otros del confucianismo y el metodismo cristiano dentro de un marco nacionalista y autoritario, en ocasiones definido dentro de los términos del fascismo.

avatar Marisa Peiró Márquez (145 Posts)

Marisa Peiró Márquez (marisapeiro@ecosdeasia.com) es Doctora en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza. En esta misma universidad se licenció en Historia del Arte y realizó el Máster en Estudios Avanzados de Historia del Arte, así como el Diploma de Especialización en Estudios Japoneses. Se especializa en el Arte y la Cultura Audiovisual de la primera mitad del s. XX, y en las relaciones artísticas interculturales, especialmente entre Asia y América Latina (fue becaria del Gobierno de México), con especial interés en el Sudeste Asiático y en Oceanía.


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